Jairo celebra su medio siglo en la música con un disco con múltiples colaboraciones; en una charla distendida habla de sus comienzos, de María Elena Walsh, de Atahualpa Yupanqui y de la noche en que conoció a Julio Cortázar
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De él dijo Mercedes Sosa: “La mejor voz de Argentina”. Y los medios internacionales no se quedaron atrás. El periódico francés Le Monde, por ejemplo, aseguró: “Le meilleur chanteur du monde” (el mejor cantante del mundo). Mucho más de lo que seguramente Mario Rubén González, tal su verdadero nombre, habrá soñado en su Cruz del Eje natal cuando de niño empuñó por primera vez una guitarra y elevó su voz angelical al cielo. Hoy, a los 71 años, Jairo cuenta con una extensísima carrera (que incluye 50 discos, 35 en castellano y 15 en francés) y un perfil profesional y humano superlativo, del que pocos artistas pueden jactarse.
Este año cumple medio siglo con la música (partiendo de la grabación de su primer álbum, Emociones) y lo celebra con el lanzamiento de un disco con varios de sus temas emblemáticos (“Milonga del trovador”, “El ferroviario” y “Volver a vivir”, entre otros), cantados a dúo con algunos colegas de su generación (León Gieco, Víctor Heredia y Juan Carlos Baglietto) y varios de los exponentes más jóvenes de la canción local: Abel Pintos, Luciano Pereyra y Nahuel Pennisi. También son de la partida Marcela Morelo, Elena Roger, Pedro Aznar, Raly Barrionuevo, Lisandro Aristimuño, Eruca Sativa y Escalandrum. Y Lito Vitale, quien además de intervenir como músico es el arreglador y productor de 50 años de música, que será editado en CD y vinilo y que en el futuro tendrá una segunda parte. El arte de tapa incluye un dibujo propio, que el cantautor concibió en base a dos retratos, uno actual y otro de sus comienzos, en una suerte de juego de espejos.
–Le propongo que hagamos un poco de retrospectiva. ¿Es verdad que empezó cantando rock and roll?
–Sí. ¿Cómo lo sabés? Era una época muy especial. En Córdoba no había empezado el fenómeno de los cuartetos. Sólo había uno, El cuarteto Leo. Entonces los chicos, a principios de los 60, armaban grupos de rock and roll en todos los barrios. Y nosotros en el norte de la provincia armamos el primer grupo de la región y le pusimos un nombre muy rimbombante: The Twisters Boys. En realidad de twisters o de rebeldes no teníamos nada, éramos chicos bastante tranquilos. Yo tenía 13 años y todavía no me había despegado de la infancia. Como yo había ganado tres guitarras criollas en el concurso “Guitarreadas” las cambié por una eléctrica y salimos a recorrer la provincia. Cantábamos temas del rock americano traducidos al español.
–¿Marito González surgió inmediatamente después?
–Sí. Marito surgió cuando el Canal 12 de Córdoba me ofreció venir a cantar a Buenos Aires, a una entrega de los premios Martín Fierro. Tenía 14 años y me acuerdo que Horacio Malvicino me ayudó acompañándome con su orquesta. Llamé la atención de un directivo de Canal 13 y me contrataron por un año entero, pagándome una mensualidad, lo cual para mí era una cosa extravagante. ¡Me pagaban más dinero que lo que ganaba mi papá por mes trabajando en el ferrocarril! Mis padres tardaron un tiempo en asimilar la noticia cuando se las comenté, y sólo aceptaron que viajara a la Capital cuando encontraron una familia de confianza que me alojara. Como Marito canté durante tres años y pico y fue una buena experiencia. En 1963, durante mi primer año en el programa Escala musical debutaron Sandro y los de Fuego, Los Shakers, con los hermanos Fattoruso que eran uruguayos y cantaban en inglés, y Los Gatos Salvajes con Litto Nebbia. ¡Mirá qué semillero!
–¿Ahí nació su relación estrecha con Sandro?
–Sí. Yo tenía 14 años y él tendría 17 ó 18. Recuerdo que era muy bromista, un tipo alegre y simpático, y su forma de ser fue muy importante para mí porque yo me sentía muy intimidado, un poco por la edad y otro tanto porque yo estaba muy solo en Buenos Aires, una ciudad que para un chico puede ser casi despiadada. Me costó mucho la adaptación, y casi me vuelvo a Córdoba, pero Sandro me ayudó. Luego quedamos muy amigos, y con los años nos frecuentamos en nuestras casas. Y una vez, cuando estuve internado, me llamó todos los días a la misma hora para saber cómo estaba y si necesitaba algo. Un fenómeno de tipo.
–¿Cuándo nace Jairo?
–Nació unos años después. En el medio dejé de cantar y me dediqué a trabajar como ilustrador para dos agencias de publicidad. De todos modos, yo seguía ligado a la música componiendo temas junto a Luis González, con quien también ilustrábamos historietas. Como él conocía a Luis Aguilé, toda una estrella en España, se le ocurrió ofrecerle nuestras canciones para que las cantara. Una vez que vino a Buenos Aires lo fuimos a visitar a su hotel y se las mostramos. A él le gustaron, pero nos dijo que no se adecuaban a su estilo. Pero ahí nomás hizo un par de llamados telefónicos y me propuso que yo mismo grabara esas canciones en España. Después me pidieron que cambiara mi nombre por un seudónimo, por algo más corto y vendedor. Un amigo de él propuso Jairo porque es un nombre bastante común en Colombia y este hombre tenía una gran relación con ese país. Y a mí me gustó, así que lo acepté de una.
–España fue el primer país que reconoció su talento, ¿no?
–Es que en ese momento era el país donde había que triunfar. Y en ese sentido España era un arma de doble filo: tenía un solo programa de televisión musical, y si conseguías actuar allí podías gustarle a mucha gente o hundirte para siempre. Era una única oportunidad que había que aprovechar al máximo. Yo fui, canté y gusté. Gustó mi imagen, mi voz y mi forma de cantar. Tenía el pelo largo y pinta de gitanillo, así que en España me adoptaron de inmediato. Pero el primer éxito discográfico lo tuve en Venezuela. También en Colombia, Puerto Rico y Costa Rica, gracias a la canción “Tu alma golondrina”. En todos esos países ahora es un clásico y cuenta con un montón de versiones. En España fue conocida, pero no un éxito. Tampoco en Argentina. Aquí me costó mucho encontrar una canción que obtuviera cierta repercusión.
–¿Hasta que llegó “El valle y el volcán”?
–Exactamente, que fue un súper hit. También lo fue en todo el continente, ¿eh? En Costa Rica creen que se trata de una historia de amor que transcurre allí, por los volcanes. La compusimos con María Elena Walsh. Nos conocimos en 1972, en la Editorial Lagos de Buenos Aires, e hicimos buenas migas porque era egresada del Bellas Artes, así que también le gustaba la pintura como a mí. Cuando se fue a Madrid nos hicimos muy amigos y empezamos a componer varias canciones juntos, entre ellas ésta. Yo tenía una música compuesta, un día se la llevé grabada en un casete a su casa. Me dijo: “dejala y andate a dar una vuelta”. Me fui a tomar algo a la calle Princesa y regresé al rato. Puso el casete y con mi música de fondo ahí mismo me cantó “El valle y el volcán”. ¡Acababa de escribir semejante letra en unos pocos minutos! Sin dudas María Elena era puro talento, alguien completamente maravilloso.
–¿Entonces debió exiliarse o fue una decisión propia?
–Estando en España decidí tomar partido en contra de las dictaduras. Cuando me fui de la Argentina estaba (Juan Carlos) Onganía como presidente, quien había derrocado a (Arturo) Illia. ¡Qué gran hombre fue Illia! Él había sido varios años el médico de mi ciudad, Cruz del Eje, y yo lo conocí bien porque un día vino a casa, a instancias de mi padre que lo fue a buscar una noche de urgencia (en pleno invierno y en bicicleta) y le salvó la vida a mi hermana. Historias así tiene toda la gente de Cruz del Eje con Illia. No obstante, entre 1970 y 1974 vine varias veces al país. Conocí a Leonardo Favio, Facundo Cabral y Antonio Prieto, personas que me ayudaron mucho. Me trataron como a un par, cuando ellos eran estrellas y yo un chiquillo que estaba empezando. Más tarde, claro, vino la dictadura más fuerte y ahí ya no regresé. Llegaron a prohibir mi disco con poemas de (Jorge Luis) Borges, porque incluía uno que se llamaba “Dónde se habrán ido”, que hablaba sobre los héroes de otras épocas. Supongo que pensaron que el poema se refería a los desaparecidos. Nunca supe si estuve en una lista de artistas prohibidos, simplemente decidí no volver.
–¿Cómo se produjo, luego, el gran amor recíproco con Francia?
–Fue por casualidad. En 1974, María Elena nos llamó a España y nos insistió para que fuéramos a Francia a festejar su cumpleaños número 44. Siempre íbamos a Londres por aquello de la música, la ropa y todo lo propio de la época. Nunca habíamos estado en París. Fue un gran descubrimiento, el lugar donde más felices hemos sido mi esposa Teresa y yo.
–¿Fue en ese cumpleaños que conoció a Julio Cortázar?
–Sí. Yo hablaba de Cortázar todo el tiempo. Le había dicho a María Elena que soñaba con caminar por las calles donde habían transitado los personajes de Rayuela: La Maga y Oliveira. Y fantaseaba con encontrármelo a Cortázar por ahí. El tema es que María Elena estaba parando en la casa de Pepe Fernández, una especie de todo terreno de la cultura que lo conocía. Entonces lo llamó y lo invitó al cumpleaños. Y él junto a María Elena y María Herminia Avellaneda, que también se encontraba ahí. Se confabularon y en cuanto sonó el timbre todos dijeron al unísono: Jairo, levantate y andá a abrir. Para mí fue ver entrar a una aparición. Quedé con la mandíbula caída mientras todos se reían. Luego, por supuesto, hubo que explicarle a Julio que se trataba de una broma y que yo era un gran fanático suyo. Él estuvo encantador y después nos deleitó a todos contando historias de terror. Se las sabía todas, no hay que olvidar que él fue el gran traductor de la obra de Edgar Allan Poe al castellano. Esa noche fue una de las que más disfruté en mis 16 años de estancia en París.
–Volvamos al idilio con los franceses.
–Ah, lo de Francia fue maravilloso e inesperado. De repente me convocan junto a Susana Rinaldi para un espectáculo que se llamaría “El alma y el corazón de la música argentina” y que se ofrecería durante dos semanas en el teatro Olympia de París. Susana ya era conocida allí, yo para nada. Y el impacto fue inmediato. A partir de ahí no me despegué más de Francia. A tal punto que rompí el contrato que había firmado en España con una compañía discográfica internacional, dejando por esto de cobrar royalties para empezar a cantar en francés. Yo no hablaba una palabra en francés. Así que tuve que aprender el idioma lo más rápido posible, si no me iba a quedar cantando sólo para el público latino. A partir de ahí tuve un éxito descomunal, muy difícil de explicar. Los franceses me idolatraban. En Francia yo era Gardel.
–¿Alguna vez se arrepintió de haber abandonado Francia, y todo lo que había allí conseguido, para volver a vivir a la Argentina?
–No, para nada. Si bien mi éxito en la Argentina no es tan notorio como el que tuve en Francia, que era abrumador, aquí tengo un público muy fiel, que sé que me quiere bien. Y el amor es mutuo, correspondido. Por otro lado no me llevaba bien con aquel éxito descomunal, me sentía un poco condicionado, no tenía mucho que ver con mi personalidad.
–De las más de 800 canciones que grabó en 5 idiomas diferentes, ¿cuáles son sus preferidas y por qué?
–Me gusta mucho “La milonga del trovador” por razones obvias: porque Horacio Ferrer y Astor Piazzolla la compusieron para mí, para que yo la cantara en primera persona, como si fuera autobiográfica. Imaginate qué halago que me dedicaran una canción estos dos monstruos. También privilegio las canciones que compuse con Daniel Salzano; por ejemplo, “Los enamorados”, “Caballo loco”, “Milagro en el Bar Unión”. Salzano me permitió entrar en su universo, que era un mundo de imágenes, muy cinematográfico, distinto a todo lo conocido. Y por supuesto que “El valle y el volcán” es otra de mis canciones preferidas. En la pandemia intenté recrear mis temas viejos, enriquecerlos armónicamente. Y en ese sentido el que más rindió fue ése. Ahí me demostró que es una canción muy noble, a la que de repente le podés exigir otra cosa y te la da. También rescato algunas partituras folklóricas, como “Piedra y camino”, de Atahualpa Yupanqui, que es una de las cinco más bellas del cancionero argentino.
–¿Le costó elegir entre todas estas canciones sólo 10 para 50 años de música? ¿Qué criterio adoptó?
–Mucho. Al ser tan amplio mi repertorio tuve que sacrificar temas hermosos, que competían en un mismo estilo con otros. De todos modos, la última selección la hice en función de la gente que iba a cantar conmigo, teniendo en cuenta sus registros y sus maneras de cantar. Todos los intérpretes se involucraron mucho y hasta me pidieron cantar tal o cual tema. Con Nahuel Pennisi me pasó algo extraordinario: hace un par de años, compartiendo un camarín del Teatro Colón, donde aguardábamos para actuar en un espectáculo organizado por Lito Vitale, se me puso a cantar completa “Volver a vivir”. Cuando escuchás una canción que has compuesto cantada por otra persona, es como escuchar otra canción, y en este caso fue otra muchísimo mejor. Entonces, ¿cómo no iba a elegir este tema para cantar con él? Además, lo que dice la letra viene muy bien para un disco de esta naturaleza. Dice que si volvería a vivir haría nuevamente lo mismo. Me pareció que era una confesión digna de incluir en este álbum por los 50 años con la música. Me pinta de cuerpo entero. Con todas las canciones pasó algo particular. Cuando surgió cantar “Caballo loco” con Luciano Pereyra, él me cuenta que es la canción preferida de su madre. ¡Imaginate lo que fue la grabación, pura emoción! Cada sesión de grabación fue como una fiesta, por eso este disco va a quedar como un testimonio de un repertorio de otra época, que la gente joven supo recrear a su manera, con talento, respeto y afecto.
–El disco cierra con un tema cantado junto a sus cuatro hijos, que se encuentran repartidos por el mundo: Iván y Mario viven en París, Lucía está radicada en Bremen, Alemania y Yaco permanece en Buenos Aires. ¿De quién fue la idea de grabar “Podría bailar toda la noche contigo”?
–La idea fue de Yaco y a mí me pareció fenomenal. La grabación de la música la hicimos en mi casa, donde tengo un estudio. Y cada uno de mis hijos grabó a la lejanía su voz como pudo. La canción nos pareció adecuada porque tiene a la vez algo de festivo y de nostálgico. Dice: “Yo sé que podría bailar toda la noche contigo, pase lo que pase”. Es una invitación a celebrar la vida, pese a todos los dolores, pese a la pandemia. En realidad no la grabamos para el disco, lo hicimos para un video, que tenía una finalidad exclusivamente afectiva. Pero luego los chicos lo subieron a las redes y explotó todo. Fue tal el impacto que causó que, ante la falta de un tema, a Lito Vitale se le ocurrió incluirlo y hasta cerrar el disco con él. Y no se equivocó, la canción es un hit. Y ahora todos me dicen que en mis próximos show (que serán 15 de mayo en el Quality Espacio de Córdoba, el 22 en el teatro El Círculo de Rosario y el 29 en el Teatro Opera de Buenos Aires) la tengo que cantar con el público.
La salud de su esposa
–El video cierra con una dedicatoria muy emotiva: “para Teresa, para mamá”. ¿Cómo está hoy su mujer?
–Mi mujer tiene patologías muy graves y encima, la semana pasada, se cayó, se fracturó la cadera y debieron operarla. O sea que su estado se ha agravado. Ella es resiliente de dos cánceres (uno de piso de boca y otro de mama) y tiene un epoc severo. Vive hace nueve años postrada en una cama, asistida por un respirador artificial. Está muy lúcida. Pero lo suyo no tiene un pronóstico positivo, no tiene vuelta atrás.
–¿Hoy vive sólo con ella, en esta casa?
–Sí, ella está en internación domiciliaria y permanente. Vivimos solos, pero en realidad entran y salen todo el tiempo enfermeras, médicos y kinesiólogos.
–¿Le cuesta verla así o ya se acostumbró?
–Sí, me cuesta mucho. Aún no me puedo acostumbrar. Pero, qué se yo, trato de quedarme con los momentos positivos que existen en medio de esta situación. Ayer, por ejemplo, pasó algo hermoso. Estábamos en el hospital (donde se está recuperando de la operación de cadera, antes de volver a casa) y de golpe me agarra la mano fuertemente, con su rostro desencajado del dolor. Y no me la suelta durante dos horas. Yo no sabía qué hacer, y de golpe le digo: ¿Te acordás Teresa, cuando nos casamos y nos fuimos de luna de miel repentinamente a Portugal? Ahí le cambió la cara. ¿Y de lo bien que la pasamos en ese hotel, que era como una suerte de club de golf, donde prácticamente estábamos sólo vos y yo? Entonces empezó a sonreír y se olvidó del dolor. Eso es el amor.
–¿Todo este cuadro fue minando su salud? Tengo entendido que hace unos meses sufrió un comienzo de ACV.
–No lo sé, todo es posible. Pero yo me inclino a pensar que estuvo más ligado a la pandemia que a la situación relacionada con Teresa. Fue algo que me tomó de sorpresa, no lo vi venir. De repente me empezó a doler fuertemente la cabeza, como si me la estuvieran perforando. Y ahí pasé a no poder pronunciar las palabras. Me llevaron corriendo a la clínica Favaloro, allí estuve un día en observación y me hicieron varios chequeos. Después todo pasó y por suerte quedé sin ninguna secuela. Me aconsejaron que hablara con una psiquiatra, que me diagnosticó ansiedad. Muchísima gente vive este trastorno en medio de la pandemia, aquí y en todo el mundo. Parece que es un signo de este tiempo.
–¿Hace cuántos años que está casado con Teresa?
–Hace 48 años que estamos casados. Y antes estuvimos de novios un año y ocho meses. Nos conocimos muy jovencitos, yo tenía 22 y ella 20. Fue como un flechazo. Sucedió en Madrid, en la casa de unas amigas que teníamos en común. Fue un 25 de diciembre y a partir de ahí nos vimos todos los días. Luego, de casados, salvo por un imponderable, nunca nos separamos. No podemos vivir el uno sin el otro.
–¿Fue la única mujer en su vida?
–Sí, la única. Fue mi primera novia y mi primera y única mujer. Y no habrá otra. Nosotros tenemos una relación muy pura y perfecta. Nuestro amor es irrepetible.
–Por último, Jairo, ¿se siente conforme con el recorrido hasta aquí?
–Sí. Creo que he ido atravesando etapas muy ricas en todos los aspectos. Tuve una trayectoria completamente insospechada, de niño nunca preví que llegaría a tanto: a viajar por todo el mundo, a cantar en distintos idiomas, a vivir en una ciudad como París, tener éxito, ser reconocido por la gente. Es que no provengo de un hogar con antecedentes artísticos. Mi familia era de clase media baja, mi papá era ferroviario y mi mamá ama de casa. Fue todo mágico. Sin embargo, yo me sigo sintiendo un hombre común, una persona normal que canta.
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