Jaime Roos: la mixtura perfecta de rock, murga y candombe, en una retrospectiva emotiva de 50 años de carrera
Tras ocho años, el cantautor uruguayo regresó a Buenos Aires para un concierto en el Luna Park convertido en una verdadera cátedra de música rioplatense
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Concierto: Jaime Roos. Músicos: Jaime Roos (voz y guitarra), Pedro Takorián, Nico Grandal, Maxi Pulpa Méndez, Edén Iturrioz, Maxi Pérez, Agustín Pittaluga y Fabricio Ramírez (coro de murga). Raúl García, Pablo “Lolito” Iribarne y Gerardo “Batata” Cánepa (tríada de murga), Manuel Silva, Jorge Foqué Gómez y Juan Alvarez (cuerda de tambores). Gustavo Montemurro (teclados y coros), Nicolás Ibarburu (guitarras), Poly Rodriguez (guitarra), Gerardo Alonso (bajo), Martín Ibarburu (batería), Juan Ibarra (percusión y teclados), Pablo Somma (flauta). Lugar: Luna Park. Show de apertura: Noelia Recalde. Nuestra calificación: muy bueno.
Este fin de semana el Uruguay es absoluto local en la Argentina porque su selección sub-20 juega la final de fútbol contra Italia y el cantautor Jaime Roos da cátedra en el Luna Park. En el fútbol todo está por definirse. En la música Jaime tiene el partido ganado con dos docenas de clásicos de su repertorio, para un público que lo ama. El luna Park es una misa de murga, candombe y rock de más de dos horas.
21.13: las luces se apagan y el público bate palmas con el ritmo de la típica clave de candombe. En el escenario hay humo y el show comienza por lo que habitualmente seria el final, la voz en off de Roos, que presenta a cada uno de los músicos que lo acompañan. Recién entonces aparece el protagonista y suena el redoble de tambor que anuncia “Los futuros murguistas”. El público se pone de pie y dedica al anfitrión su reverencia. Y esa canción, si se piensa al show de modo conceptual, es un preludio porque habla de lo que vendrá, de ese futuro carnaval. Lo que sigue es un recorrido no cronológico de su trayectoria, con grandes hitos de las décadas del setenta, del ochenta y del noventa.
“Una canción de resurrección”, dice, y larga la potencia de “Tal vez Cheché”, cuando ya finalizó “El hombre de la calle”. No hay disco de Jaime Roos que pueda superar sus conciertos. La mixtura perfecta de murga, rock y candombe, la precisión de su banda y el antojo perfeccionista que radica en la exigencia sana de crear música de buena factura y de estar a ese nivel (o superarlo) sobre el escenario. “Todos hemos pasado alguna alborada por la puerta del bar donde para la vida. Donde a la medianoche reviven fantasmas y el poeta a su musa da la bienvenida”, entona con su guitarra y el tango lo aborda dedicatorias a Piazzolla y Goyeneche. “Las luces del estadio” se enganchan en esa coda que dice sin decir que se va la murga y aquel chiquilín llamado Nicolás Ibarburu, que se lucía con sus 20 años en la banda de Jaime, hoy, ya un par de décadas después, sigue dando cátedra con su guitarra.
El recital cambia de clima. El rock se subraya con “Victoria Abaracón”. Ocho años pasaron desde la última vez que este oriental cantó en Buenos Aires. Pero no se queda en ese tiempo perdido sino en los buenos recuerdos. Habla de un cuplé de carnaval que estrenó la primera vez que cruzó el charco para cantar en el primer local que tuvo La Trastienda, o de las tres palabras que le faltaban a una canción dedicada “Al Pepe Sasía” y que Enrique Estrázulas encontró, luego de un par de whiskies, en un bar de la avenida Callao. También suena la “Milonga de Gauna” que Jaime escribió para la película “El sueño de los héroes” de Sergio Renán, basada en el libro de Adolfo Bioy Casares.
”Estamos haciendo canciones de distintos discos y épocas; de cada pueblo un paisano, o algo así”, preludia antes de “Golondrinas”, aquella que musicalizó sobre una letra de Mauricio Rosencof. La murga vuelve a grapa, limón y marcha camión con “Adiós juventud”. Y el público, después de una hora de escucha respetuosa, atenta y (sí, lo escribimos otra vez) reverencial, se pone de pie y baila. Y el carnaval se queda allí, aun cuando la dedicatoria es futbolera: “Cometa de la farola”.
El bloque que sigue hace honor a ese comentario sobre el repertorio (”de cada pueblo un paisano”). Llegan “Esta noche”, con su interludio funky y su duelo de bajo y guitarra; “Lluvia con sol” con su pulso beat y “Nadie me dijo nada” muy country folk importado al Río de la plata. “Si me voy antes que vos” es esa canción tristísima que habla de un ángel guardián y de un amor indisoluble. “Good Bye (El Tazón de Té)” va dedicada a Spinetta. El candombe lento “Amándote” trae otra vez a los parches sobre el escenario. También vuelven las murgas (al decir de Jaime, “de vieja escuela”): “Brindis por pierrot”, magnífica en la voz de Pedro Takorián, con evocación perfecta del estilo Canario Luna; el cuplé “Que el letrista no se olvide” y la entrañable pintura costumbrista del folklore de carnaval de “La colombina”, como despedida. Los bises vienen con tono futbolero, (“Cuando juega Uruguay”) porque lo amerita la final del sub-20 oriental, y otros dos clásicos de su repertorio, “Amor profundo” y “Durazno y Convención”. Así, luego de más de dos horas, el ritual está completo.
Y el cierre es con un “hasta la próxima”. Que sea una potente retrospectiva de su carrera no implica necesariamente que se encuentre en una gira de despedida. Cuesta pensarlo de ese modo cuando un concierto de más de dos horas y dos docenas de canciones termina convertido en una especie de tomo completo de la gran enciclopedia de la música del Rio de la Plata. El final sería algo posible pero no lo esperable, al menos por el resultado de la actuación. Y Roos, aunque su estética no es un estandarte de las tendencias actuales, sigue sosteniendo una vara muy alta que deben tomar como referencia las más jóvenes generaciones de la música del Uruguay.
Sobre sus 70 años, esos que le llegarán en noviembre y sobre esta situación de hacer racconto de su música y proyectar gira por el Uruguay y la Argentina, habló durante una entrevista reciente con LA NACION. Y el espectáculo de este fin de semana en el Luna Park pinta muy bien aquellas palabras: “Cumplir 70 es algo novedoso, nunca cumplí 70 años. Tengo la suerte de no haber muerto joven, porque tengo muchos amigos que no llegaron a este punto. No me complica, al revés, hasta me da cierta luz esta época que estoy viviendo. Con respecto a despedirme, no me gusta la idea de hacer, por ejemplo, una gira con una premisa tan terminante. Entiendo perfectamente a un artista cuando dice hasta aquí llegué, estoy cansado o quiero retirarme en plenitud, porque ojo, la garganta funciona en un cantante como las piernas en un jugador. Cuando Suárez cumpla 45 años no voy a ir a golpearle la puerta para preguntarle cuándo va a jugar de vuelta. Cuando tenía 60 decidí que me iba a bajar del escenario para siempre. Cinco años después dije: “quiero volver, tengo muchas ganas de tocar”. En este momento estoy haciendo esta gira, voy a dejar que termine en mayo de 2024, ya tenemos la última fecha en el Auditorio Nacional de Montevideo. Ese va a ser el cierre de esta temporada. ¿Voy a volver a tocar nuevamente en vivo? No lo sé, creéme que no lo sé. Pero sería muy dramático anunciar un adiós. Si son los últimos espectáculos que así lo sean, pero no los voy a teñir de dramáticos”.
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