Se cumple medio siglo de las últimas actuaciones que ofreció la artista británica, una de las grandes promesas de la música que debió dar un paso al costado por la enfermedad; casada con Daniel Barenboim, dejó importantes registros de obras clásicas
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“Trato de que mi agenda esté siempre completa. No quiero pasarme la vida lamentándome porque no puedo hacer lo mismo que antes”, decía Jacqueline Du Pre, en una entrevista que había sido grabada para una película, el 13 de diciembre de 1980, siete años después de que dejara de tocar el violoncello y siete años antes de su muerte. En poco tiempo había pasado de ser la gran promesa del chelo para convertirse en una mujer que dedicaba un gran esfuerzo a luchar contra la esclerosis múltiple que padecía.
Este año se cumple medio siglo desde que debió abandonar los escenarios. Un año antes de aquella decisión, tomada más por su cuerpo que por su mente, había tenido el más irrevocable llamado de atención. Tenía que dar un concierto con su colega y amigo, el violinista Pinchas Zukerman. El programa requería de ellos. Se trataba del Doble Concierto de Brahms, por la Filarmónica de Nueva York, con dirección de Leonard Bernstein. Pero la inglesa -esa que siete años atrás había tocado como nadie como el Concierto para violoncello, de Elgar, y había dejado una versión canónica de aquella obra- apenas pudo abrir el estuche de su instrumento. Los dedos no le respondían. Cuenta la leyenda que Bernstein la impulsó por seguir porque pensó que solo se trataba de una noche de nervios. Pero el problema era mucho peor. Esclerosis múltiple. Una joven de 28 años, en lo más alto de su carrera, que debía dejar los escenarios y las grabaciones por una limitación física que cada día se hacía más y más evidente.
Otra señal de alarma ocurrió en 1973, en Londres. De aquella grabación histórica de Elgar habían pasado casi ocho años. El sello EMI la había registrado y publicado en 1965. El concierto de febrero del 73 era una especie de regreso en aquella partitura que, no está demás decirlo, no figuraba entre los grande clásicos del repertorio para chelo hasta que Du Pré hiciera magia con ella. Pero aquella noche a Jacqueline le costó interpretarla. Solo con la ayuda de su amigo Zubin Mehta, al frente de la New Philharmonia Orchestra, se pudo amalgamar la labor de la orquesta y la solista.
Ningún músico que toca instrumentos de cuerda frotada y ostenta gran reconocimiento suele mirar todo el tiempo el movimiento de sus dedos. No es lo “normal” porque su mano no requiere de sus ojos para ser guiada. Sin embargo, para ese momento, Du Pré hacía un esfuerzo sobrehumano para poder guiar con la mirada la falta de sensibilidad de sus dedos y el peso y la fuerza que debía imprimirle al arco.
“Mucha gente piensa que has sido muy valiente. ¿Crees que tu actitud frente a la vida, en estos años que has dejado de tocar, ha cambiado?”. Esa era la pregunta de Christopher Nupen para el documental de 1980. Nupen ya la había grabado tocando el chelo, en 1967, para el concierto de Elgar. “Quizás uno aprende a apreciar incluso más las cosas que aún son posibles. La amistad se ha convertido en algo mucho más valioso y menos efímero de lo que era cuando me pasaba todo el tiempo viajando. Mi interés está en el teatro. Antes no iba porque siempre estaba muy ocupada. En cuanto a ser valiente, creo que no. Mucha gente con problemas mayores a los míos la ha llevado mejor”.
En ese cambio de década que proponía el número redondo, 1980, Jacqueline se proponía seguir dando clases y hacer espectáculos en los que mediara la palabra hablada. De hecho, había trabajado en producciones de El carnaval de los animales, de Camille Saint-Saëns y en Pedro y el Lobo de Prokofiev. ¿Podía leer? Ya no, pero tenía amigos que la visitaban y leían para ella. O se compraba casetes con historias narradas.
¿Piensas alguna vez en la época en que podías tocar? “¡Nunca! – respondió Jacqueline y luego se rió por lo absurda que podía sonar la pregunta-. Por supuesto que sí. Y pienso que echo de menos aquello. La pasé muy bien en ese tiempo”.
Y sí. Hubo un tiempo, hermoso, en el que había sido la más mimada de la música clásica. Con 20 años ya tenía su grabación más célebre. En 1967, a los 22, se casó con el pianista y director argentino Daniel Barenboim, a quien había conocido un año antes, durante una reunión de Navidad. Jackie se convirtió al judaísmo e integró un grupo de cinco absolutos talentos que incluyó a Barenboim, Itzhak Perlman, Zubin Mehta y Pinchas Zukerman.
Se los llamó “The Trout”, por una breve película de concierto realizada por Christopher Nupen, el día que interpretaron juntos justamente la obra de Schubert denominada con ese nombre: “La trucha” (se trata del Quinteto para Piano en La mayor, op. 667). Pero también se autodenominaron “la mafia musical judía”. Nunca les faltó el humor a esos cinco artistas virtuosos que ostentaban toda la arrogancia de su juventud.
Si se hiciera una lista de lo más recodado de Du Pré, seguramente se pondría en primer lugar el Concierto de Elgar y en el segundo su sonrisa. Porque Jacqueline tenía, básicamente, dos gestos para acompaña la música que tocaba. Por un lado, la seriedad de una mirada que parecía extraviada; por otro, una manera de sonreír que muchos celebraban en el momento de hacer música académica, con toda la seriedad que requería.
Jacqueline había nacido en Oxford, el 26 de enero de 1945, meses antes del final de la Segunda Guerra Mundial. La música habitó su hogar desde su nacimiento, porque su madre Iris tocaba el piano profesionalmente. Cuando su hija escuchó por primera vez un violonchelo quedó fascinada y quiso que le compraran uno. Iris y su esposo accedieron al ver la facilidad que la niña tenía para la música. Llegaron a su vida los primeros conservatorios, las becas y los premios. Paul Tortelier en París, Mstislav Rostropóvich en Rusia y Pau Casals en Suiza fueron algunos de sus maestros.
En su juventud, la vida de casada junto a Barenboim le ponía notas faranduleras al mundillo de la música clásica. Pero con el comienzo de la década del setenta la esclerosis múltiple comenzó a dar sus primeros signos de avance. En 1973 fueron las últimas actuaciones que la enfermedad le permitió dar. Se recluyó en Londres. La intensa vida de conciertos que mantenía Barenboim resintió la relación de la pareja. El director comenzó una relación con la pianista Elena Bashkirova, con quien tuvo dos hijos, David (1983) y Michael (1985) y se casó con ella en 1988. Aun así, Barenboim estuvo junto a Du Pré en los últimos días de su vida. Jacqueline murió en Londres, el 19 de octubre de 1987, a los 42 años.
Pinchas Zukerman la recordaba como esa persona que “siempre estaba lista” para subir al escenario para tocar lo que fuera. Y en la memoria auditiva de Itzhak Perlman dejó una huella imborrable. Más de una vez, al escuchar una versión sobresaliente de un pieza para chelo ha dicho: “Esto es hermoso, pero no es Jackie”. Su Stradivarius de 1673 y el Davidov de 1712 que solía tocar en sus conciertos fueron a parar a otras manos. Pero en ellos supo dejar su sello.
Como hecho anecdótico (y farandulero) se puede mencionar el libro Una genio en la familia, que escribieron su hermana Hilary y su hermano Piers, y que luego llegó al cine con dirección de Anand Tucker. Se llamó Hilary y Jackie (1998) y fue protagonizada Rachel Griffiths y Emily Watson.
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