Jack White: el sorpresivo pedido de matrimonio y casamiento durante un show y sus explosivas declaraciones sobre los Stones y John Lennon
El ex The White Stripes acaba de sacar un nuevo disco solista, Fear Of The Dawn y cambiar de estado civil junto con su novia, Olivia Jean; este año se presentará en Buenos Aires en el marco del festival Primavera Sound
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Este año Jack White es noticia por varias razones. Una de orden artístico, la aparición de su cuarto álbum solista, Fear Of The Dawn, y la otra de carácter más personal, la inesperada ceremonia de casamiento con su novia Olivia Jean, guitarrista de The Black Belles, banda femenina de garage gótico que forma parte del catálogo de Third Man Record, el sello fundado por el músico de Detroit. Inesperada porque no había ningún anuncio previo que hiciera presagiarla y porque se llevó a cabo durante un show de White en el Masonic Temple Theatre de su ciudad natal, Detroit. Y también por una tercera: este año regresará a Buenos Aires, esta vez en el marco de la primera edición porteña del festival Primavera Sound.
El público que llenó la sala no se sorprendió cuando Olivia subió al escenario para sumarse a una versión de “Hotel Yorba”, tema de White Blood Cells, un disco de The White Stripes, el proyecto compartido con Meg White que impulsó la fama internacional de Jack. Pero sí cuando él aprovechó una línea de esa canción (“Let’s get married”) para pedirle matrimonio a su novia. De repente, el cofundador de Third Man Records, Ben Swank, se sumó para oficiar la ceremonia en la que el resto de los músicos en escena cumplieron el rol de testigos y la gente se unió en un aplauso cerrado.
Pero el singular casamiento no fue la única razón por la cual White estuvo presente en los medios y fue materia de conversación en redes sociales en los últimos días. Las declaraciones sobre los Rolling Stones que formuló en una de las entrevistas que dio para promocionar su flamante disco también llamaron la atención. “Es una banda que siempre persiguió el éxito y se alimentó de lo que estuvo de moda en cada época. Durante un buen tiempo copiaron lo que los Beatles ya habían hecho la semana anterior. No lo digo peyorativamente. En verdad creo que fueron inteligentes para encontrar la manera de mantener el tren en movimiento”, afirmó White, que además reveló que su beatle favorito es Paul McCartney.
“El documental Get Back demostró lo que yo llevo diciendo desde los 13 años: sin Paul, no hay Beatles -remarcó-. Todos los demás son increíbles, pero podrías quitar a cualquiera de los tres y seguirías teniendo a los Beatles. Es fácil ser el tipo talentoso pero desganado del grupo, el que no quiere hacer nada. Es mucho más difícil ser el que trata de motivar a todos. Y ese fue Paul, que encima era también un artista genial”. La pequeña provocación está probablemente destinada a calentar un poco un ambiente tibio, el que caracterizó a la recepción de la crítica internacional a Fear Of The Down: nadie castigó con malicia al disco, pero tampoco los comentarios favorables, con algunas pocas excepciones puntuales de medios norteamericanos, desbordaron de entusiasmo.
Después del salto al vacío con Boarding House Reach (2018), un disco con electrónica, sintetizadores y más de un guiño al funk psicodélico que desorientó a los fans más clásicos de White, acostumbrados a sus investigaciones más conocidas en torno al blues y el hard rock de raíz zepelliniana, la expectativa era un regreso a las fuentes. Y este nuevo repertorio lo es, pero los momentos de inspiración son menos abundantes que en el pasado, sobre todo en comparación con los tiempos de gloria y euforia planetaria que despertó el archifamoso riff de “Seven Nation Army”, el mayor éxito de la carrera de The White Stripes (hoy tiene solo en Spotify más de mil millones de reproducciones) y quizás el heredero más directo del canónico “Smoke On The Water”, de Deep Purple.
Inquieto, White se ha multiplicado en distintas facetas (coleccionista de discos y arqueólogo de la gran tradición de la música popular de su país, fundador de un sello, integrante de bandas paralelas -The Raconteurs, The Dead Weather-, productor de otros músicos), siempre con un papel protagónico. Y ahora, más que nunca: en Fear Of The Down tocó guitarras eléctricas y acústicas, bajo, batería, percusiones, piano, sintetizador, vibráfono y theremin. También produjo y estuvo a cargo del trabajo de ingeniería sonora.
El concepto que estructura al disco es el de la eosofobia (el temor irracional al amanecer y la luz diurna), apoyado en un cambio de imagen que lo nuestra más pálido que de costumbre, con el pelo teñido de un azul algo lavado y pegado a una estética gótica que podría observarse como una influencia más o menos evidente de su relación con Olivia, una indiscutible chica dark. Pero en la música hay un back to the basics no completo ni absoluto pero sí ostensible: el espíritu de Led Zeppelin sobrevolando la casa una vez más, condimentado en esta ocasión con un acercamiento al mundo del rap (no es el primero de su carrera) a través de la participación de Q-Tip (A Tribe Called Quest) en la barroca y por momentos desconcertante “Hi-De-Ho”, samples de The Manhattan Transfer y la leyenda de la generación beat William S. Burroughs, y un nuevo intento de capturar la magia de los infecciosos grooves de mucha de la mejor música negra de los 70 y los 80 en “Into The Twilight”.
Las manipulaciones sonoras que White suele operar cada vez que entra a un estudio continúan, claro: el modelo del que nunca se ha despegado es el de aquel gran aventurero de California que sigue siendo un emblema de los amantes de las vanguardias: Captain Beefheart.
Desde luego, White también luce muy cómodo en los pasajes donde explota el poder abrasivo de los riffs recargados de fuzz, una de sus especialidades de toda la vida: el arrollador inicio con “Taking Me Back” y la adhesiva “That Was Then, This Is Now”, donde los juegos con las voces y las velocidades se combinan con una eficacia notable, son dos ejemplos palmarios. Es su zona de confort y la revisita sin culpa porque luego matiza abandonándola por un ratito para sumergirse en el viaje cyborg de “The White Raven”, un prodigio de variables en términos de producción y cruce de recursos diferentes, los sucesivos cambios de energía de “Eosophobia” (del dub al funk, de la progresiva al jazz), que tiene su propio “reprise” de tres minutos cerca del epílogo, o la delicadeza y la calidez de “Shedding My Velvet”, donde hay una línea que podemos interpretar como admisión explícita de la plena conciencia de su presente: “No soy tan malo como era / pero tampoco tan bueno como puedo ser”. Es, también, otra prueba de que casi nada de lo que hizo en estos últimos veinte años hubiera sido posible sin la invocación de un dios pagano llamado Robert Plant.
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