Ismael Serrano y la “lucha” contra el algoritmo de las plataformas en su nuevo álbum, La canción de nuestra vida
Antes de los shows que dará a finales de octubre, en Buenos Aires, lanza su nueva producción, que incluye canciones propias y algunos covers muy llamativos
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Ismael Serrano. Álbum: La canción de nuestra vida. Canciones: “La canción de nuestra vida”, “Saber ganar”, “Esto no es una canción de desamor”, “Un vestido y un amor”, “Fábula de los conejos”, “Un muerto encierras”, “Ella”, “Burbujas de amor”, “Un pedacito de tierra”, “Tiempo”, “Me amo”, “Los amantes invisibles”, “Estaré ahí”. Edición: Sony Music. Nuestra opinión: muy bueno
Canciones hasta ahora inéditas, algún rescate guardado en los arcones de su catálogo y dos versiones que podrían sorprender cuando aparecen en el repertorio de un cantautor. Porque Ismael Serrano es cantautor y parece querer seguir siéndolo, sin concesiones, de esas que hay que hacer, incluso, al paso del tiempo. Con La canción de nuestra vida, su flamante álbum, vuelve a plantar bandera en ese territorio que parece diezmado, al menos en sus formas más convencionales.
Lo cierto es que la estética musical de Serrano en este álbum tiene mucho que ver con la de otros álbumes de hace una década o quizá más. No ha intentado aggiornarse en ese sentido. Por ese lado, no habrá sorpresas y podría considerarse, simplemente, un disco correcto. Pero si hay un plus (y realmente lo hay), se puede encontrar en lo que tiene para decir, más que en el modo, bien conocido por todos aquellos que se lo han cruzado en algún momento de los últimos 25 años. “La fábula de los conejos” parece ser una de esas bien afiladas, con una solapada crítica a la política, a los eternos debates de las izquierdas en un contexto de reposicionamiento de derechas. A Serrano hay que escucharlo, siempre, en sus entrelíneas.
Además, hay una deconstrucción discursiva que expresa en su vida cotidiana, que aparece en el álbum anterior y que se cuela otra vez en este. O quizá en este ya tenga resueltos ciertos asuntos. Y no tienen que ver con cuestiones de género sino con analizar su vida como cantautor, lejos de la necesidad de canciones positivas o, simplemente, de desamor, que son las de mayor éxito comercial. Serrano por momentos es socarrón con su estampa de juglar triste y preocupado por los males del mundo. Pero, al mismo tiempo, lo reivindica y se muestra convencido de ese lugar que no pretende abandonar, aunque la llegada de nuevas generaciones ya no manejen la gramática de este cuarentón que se aproxima a los cincuenta.
En ese sentido, Serrano es certero en sus convicciones. Tanto que juega con ese rol en temas como “Saber ganar”. “Yo orgulloso siempre me jacté de apostar al caballo equivocado. La derrota a mí me sentaba muy bien, y resulta que esta noche hemos ganado”. Parece un tango, pero no. Es un Serrano auténtico. Aquel que con los años y siempre con ese tono amable, afiló la puntería para lanzar dardos. A veces en su propia voz, otras con la de sus invitados.
Ismael no buscó en la lista de trends para dar con el feat. adecuado, ese que podría darle un nuevo impulso a su carrera. Buscó la empatía que podría tener con Nach, rapero que tiene casi su misma edad y con el que puede hacer una buena dupla. Hace un par de años compartieron “Ellas” y ahora, en este álbum, es el turno de “Tiempo”. Allí Nach declama frases que también están en boca de Serrano, incluso en este mismo disco, aunque sea con otros términos: “No todo se acuerda. Aparentar estar cuerdos nos tiene contra las cuerdas (...) y cada cima está tan alta, más que personas nos dicen que seamos una marca. El tic tac no me dicta el ritmo y un algoritmo no va a calcular qué hay en mi alma. Hemos aprendido el precio pero no el valor. Sin darnos cuenta se nos ha escapado el tiempo. De momento, yo no envidio al que es mejor; envidio al que vive mejor cada momento”.
Excepto por temas como éste, llamado “Tiempo”, que necesitó un arreglo musical más grande para conectar con la voz de Nach, La canción de nuestra vida es una producción intimista, donde muchos temas son de guitarra y voz, esa voz susurrada que hasta puede sonar monótona ( hay que insistir con esto) si no se sigue con atención el contenido de lo que expresa. Y es en ese contexto donde también se lucen los covers. Serrano eligió, como matiz dentro de su propia producción, dos clásicos: uno de Juan Luis Guerra (”Burbujas de amor”), otro de Fito Páez (”Un vestido y un amor”); dos que logra hacer propios.
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