"Quiero pedirles disculpas por no tocar en un lugar más grande. La próxima va a ser en el fucking estadio de River Plate". Iron Maiden acababa de lograr lo que no muchos artistas que no vinieran del pop latino consiguieron en los últimos años: colgar el cartelito de sold out en un estadio, en este caso Vélez. Y sin embargo Bruce Dickinson sentía culpa por los que quedaron afuera: el Legacy of the Beast Tour los lleva tres veces a México, tres a Brasil y dos a Chile, pero solo una a Buenos Aires. Comprensible en este contexto cambiario, pero muy poco para la histórica convocatoria local de la Doncella de Hierro, que ya lleva once visitas a Argentina y dejó prometida la número doce para un futuro no muy lejano.
Si hay algo que no falta en ningún show de Maiden -además de heavy metal- es teatralidad. El despliegue escénico y el histrionismo de Dickinson son componentes tan esenciales de la banda como el triple ataque de guitarras o la base rítmica con precisión cronometrada. Sin embargo, en esta gira esos factores están todavía más explotados: el telón de fondo cambia en casi todas las canciones, hay un avión de la década del 40 sobrevolando el escenario en "Aces High", una representación gigante del mito que le da nombre al tema en "Flight of Icarus", un demonio en "Iron Maiden". Y el cantante se pasea por su propia comedia musical, vistiéndose de aviador, explorador, monje o hechicero según la música lo requiera, espadeando con un Eddie de tres metros en "The Trooper", disparando fuego con un lanzallamas al estilo Rammstein y -desde ya- llevando la trama de cada relato con su registro operático intacto.
La estructura del set contribuye a esta sensación de espectáculo musical que excede al recital de rock. La lista estuvo dividida en capítulos temáticos, con un primer apartado dedicado a la guerra ("Aces High", "2 Minutes to Midnight", "The Clansman" de Virtual XI con el escenario en azul profundo y la ambientación celta que da el punteo acústico de Steve Harris), un segundo a la religión (se destaca "Revelations" con su riff voluptuoso y el solo triple en el que se turnaron Dave Murray, Adrian Smith y Janick Gers, aunque la más festejada fue "Fear of the Dark", en la que se corearon hasta las figuras de guitarra) y un tercero al infierno ("The Number of the Beast" y "Iron Maiden", ambas con candelabros y más fuego y Steve Harris soleando en el bajo). Luego los bises "The Evil That Men Do" y "Hallowed Be Thy Name" y el último número, "Run to the Hills", elegido con maestría: una de las canciones más motivadoras que jamás se hayan compuesto para cerrar el show y mandar a todo el mundo a sus casas con ganas de correr, ganas de gritar, ganas de hacer cosas. Por estos gestos Iron Maiden es algo más que una banda de heavy metal sin fisuras: es la experiencia rockera definitiva.
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