Iron Maiden desplegó sus clásicos en un show de impactante perfil teatral
Tanto en el resto del mundo como en Argentina, los fanáticos de Iron Maiden están acostumbrados a recibir de su banda favorita presentaciones poderosas, impactantes, enérgicas y plenas del mejor y más movilizador heavy metal. Sin embargo, es probable que este show en el estadio de Vélez haya superado sus expectativas como nunca antes gracias a una puesta en escena tremendamente ambiciosa y grandilocuente, balanceada, por supuesto, con una lista de temas abundante en clásicos, no pocos hits y alguna que otra gema que hacía mucho tiempo no se dejaba escuchar en vivo.
Cristalizando su undécimo desembarco en el país, en el que además sus integrantes fueron declarados "Visitantes de honor" por parte de la Cámara de Diputados de la Nación, el legendario sexteto británico presentó ante una multitud, que agotó la totalidad de las localidades disponibles, su nuevo espectáculo bautizado "Legacy of the Beast World Tour". Tomando su nombre del videojuego para celulares de la banda recientemente lanzado y replicando sus diferentes mundos virtuales a través de coloridas y cambiantes escenografías, Maiden fue edificando un concierto sorprendente, con variados climas, efectos especiales, pantallas de estupenda definición y un marcado perfil teatral, luego de los números de apertura a cargo del crédito local Serpentor y The Raven Age.
Como si se tratara de diferentes capítulos de una gran obra, el primer segmento temático, centrado en la guerra y la lucha por la libertad, mostró al grupo desplegando todo su poderío a través de "Aces high", "Where eagles dare" y la siempre contundente "2 minutes to midnight" bajo un avión de combate sobrevolando sus cabezas y un Bruce Dickinson con un adecuado look de aviador. Tras unas breves palabras alusivas al film Corazón valiente fue el turno de "The clansman", una de las joyas rescatadas de Virtual XI, álbum de 1998, para después atacar con "The trooper" mientras el vocalista se trenzaba en un feroz duelo de espadas con la mascota Eddie vestida de soldado.
Los amplios y coloridos vitrales de una catedral gótica como telón de fondo, sumados a varios juegos de arañas iluminando la escena desde las alturas, otorgaron el marco ideal para un segundo tramo signado por cuestiones religiosas. "Revelations", "For the greater good of God" y "The wicker man" sumergieron al público en una atmósfera eclesiástica, que alcanzó su punto máximo con el tono marcial y los coros gregorianos de la muy aplaudida "Sign of the cross". El cuadro quedó completado con la presencia fantasmal del vocalista entonando las estrofas del tema envuelto en una capa negra, sosteniendo una cruz gigante entre lenguas de fuego y un cierre a puro lanzallamas de la mano de "Flight of rhe Icarus" y con el acompañamiento coral de la multitud que colmó las instalaciones del José Amalfitani en Limiers.
Luciendo una galera, ocultando su rostro tras una máscara veneciana e iluminado sólo por la luz de un farol, Dickinson irrumpió una vez más en el escenario para dar vida a una tercera y última parte demoledora, basada, nada más ni nada menos, que en el infierno. Y, como ocurriera en visitas anteriores, "Fear of the dark" se convirtió otra vez en el momento más caliente y festejado de la noche, con miles de gargantas coreando incluso hasta los solos de guitarra para delirar poco después con "The number of the beast" y "Iron Maiden".
De todos modos, bien vale decir que la cuidada, esmerada y puntillosa puesta en escena, los constantes cambios de vestuario de la voz cantante y el carácter conceptual que envolvió al concierto en su totalidad tuvieron su hilo conductor y su piedra basal en un conjunto de canciones perfectamente ensamblado con cada uno de los tópicos desarrollados y en una banda que sonó a la perfección y a la que parece no pesarles los años transcurridos ni los kilómetros recorridos.
Nicko McBrain (batería) y Steve Harris (bajo) continúan conformando ese sólido paredón sonoro donde las guitarras de Dave Murray, Adrian Smith y el movedizo Janick Gers distribuyen solos y riffs que ya son parte de los libros de historia del metal mundial. En tanto, Bruce Dickinson lideró como siempre la nave con profesionalismo, un registro vocal intacto, un estado físico muy atlético y un carisma escénico a prueba de balas que, en esta oportunidad, dejó aflorar también un marcado costado actoral que, como el propio universo de Iron Maiden, giró alrededor del cine, la literatura, la historia, la mitología y lo fantástico.
"The evil that men do", "Hallowed be thy name" y "Run to the hills" sentenciaron el final de una velada inolvidable que, en palabras del propio Dickinson, tendrá futuras escalas en el estadio de River Plate.
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