Intensa relectura de Mahler
Mahler Remix / Fennesz y Lillevan en el C.C. San Martín / En el ciclo Conciertos de Música Conteporánea del San Martín / Nuestra opinión: excelente.
En el año 2004, el mago de la laptop Christian Fennesz editaba Venice, su carta de amor a la ciudad flotante que sacó a la electrónica del under para instalarla en ámbitos más refinados como la improvisación, la canción experimental y el sound art. Sumando a la voz de David Sylvian en el track central, el vienés entregó mayor protagonismo a su guitarra procesada, creando laminados que transcurren como corrientes del Gran Canal, o mareas electrónicas que suben y bajan, como las que asustan a los turistas tras subir al vaporetto. "Viví en Venecia mientras grabé el disco y es una ciudad con un sonido distinto a cualquier otra", dijo Fennesz a este periodista, días atrás. "Al abrir las ventanas escuchaba a la gente hablar y no entendía desde dónde hablaban. Podían estar a 500 metros, o en la puerta de al lado."
El gusto por la desorientación y el sentido arty de Venice alcanzaron su apoteosis en el espectáculo Mahler Remix que Fennesz trajo para su debut en la Argentina, y no deja de resultar curioso que esta remezcla de las sinfonías de Gustav Mahler arranque con el adagietto de la quinta sinfonía, el que Luchino Visconti eligió para la banda sonora de Muerte en Venecia. La performance fue el punto máximo de la vigésima edición del Ciclo de Conciertos de Música Contemporánea (última bajo la dirección de Martín Bauer y su equipo), y la enorme sala A/B del C.C. San Martín, con su capacidad para 750 personas colmada, dio rienda suelta para que Fennesz experimente con los rangos más extremos de su andamiaje sonoro.
En tanto performance, el Mahler Remix que el vienés interpreta junto al videasta alemán Lillevan es una experiencia absorbente, una especie de viaje a través de distintos estadios de la música contemporánea y la imagen en movimiento. Del registro original de Mahler Remix, que el sello inglés Touch editó el año pasado, quedó poco: de las cuerdas del adagietto, tras colgarse la guitarra, Fennesz extrapoló armónicos cada vez más saturados, mientras su laptop tiraba sorpresivos glitches que (como su recuerdo de las voces venecianas) parecían llegar de cualquier parte.
Las proyecciones de Lillevan siguieron un rumbo igualmente improvisado. Texturas elaboradas sobre material fílmico, expresiones naturalistas (afines al espíritu de Mahler) y burbujas que remitieron a los light shows de los sesenta fueron parte de un repertorio que por momentos se acercó al flow sonoro y en otros se despegó siguiendo a otras musas.
Para la parte central, Fennesz puso en marcha un trabajo guitarrístico y tímbrico que no suele abundar en sus discos. Cada vez más lejos del soporte de remixes (algo que jamás se abandona en el registro), el vienés tomó el romántico motivo de notas que integra el disco y lo distorsionó hasta volverlo irreconocible. El pasaje fue una plataforma para experimentar a distintos volúmenes, siempre en torno al vórtice de ruido blanco de su laptop, hasta que la guitarra -sin eufemismos- resultó un objeto hiriente. Casi como desafío a la inminente visita de Black Sabbath, en comparación con lo oído en la sala A/B los riffs de Tony Iommi son apenas más poderosos que Coldplay.
En el final, los monumentales coros de los remixes tuvieron su contrapunto en el segundo motivo de guitarra compuesto por Fennesz, esta vez sin lacerante volumen, respondiendo con devoción a la fibra dramática y pasional de Mahler. El espíritu del romántico tardío se hizo presente; contra cualquier opinión escolástica, de haber vivido, lo habría aprobado.
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