Si hay algo que nunca hubiera querido tener que escribir en mi vida, son estas palabras. Pero dado que vivimos estos distópicos tiempos de pandemia, de "distanciamiento social" en que ni siquiera nos permiten ir a despedir a los seres queridos, asumo esta difícil tarea con la esperanza (vana, por supuesto) de que operen como una suerte de reemplazo, algo así como un adiós a distancia, que me permita ir exorcizando esta pena –que sospecho, llegó para quedarse–, por medio de la palabra escrita.
Que pensándolo bien, fue lo que me acercó al Negro en primer lugar. Yo como joven y prometedor escriba de una revista que eligió (en realidad le tocó) salir en el peor momento que nadie podría haber imaginado para una publicación dedicada a la cultura rock: agosto de 1976, con la dictadura recién instalada. Horacio Fontova llegó a El Expreso Imaginario con su carpeta de dibujos bajo el brazo, y se quedó poniendo el sello de su talento a una publicación destinada a hacer historia. Fue el responsable de darle identidad gráfica, vuelo, humor y muchas otras cosas desde su puesto de "Jefe de Arte", algo que en su caso implicaba ser una especie de piloto de tormentas encargado de múltiples tareas. Diagramación, diseño, ilustración de notas, viñetas; lo suyo abarcaba desde dibujar una tapa hasta poner con rotring algún acento que faltaba en el texto. Si se necesitaba alguna ilustración para cerrar una nota, el anuncio de algún recital, el logo de una sección, el Negro lo resolvía sin ningún problema, rápido, con efectividad y belleza, construyendo una estética que terminaría influyendo a toda una generación de la prensa underground (y no tanto).
Lo dije alguna vez cuando me concedió el honor de ser uno de los oradores de la ceremonia en la que fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de Buenos Aires, en 2014. Así como Paul McCartney, ejemplificando su admiración por John Lennon, dijo que para los Beatles era como tener a Elvis dentro del grupo, para nosotros en el Expreso, Horacio era nuestro ídolo. Como tener un amigo y compañero de trabajo que además, representaba todo lo que nosotros (o por lo menos yo) aspirábamos a ser.
Porque Horacio tocaba bien la guitarra, cantaba fenómeno, componía unas canciones preciosas, dibujaba maravillosamente, era un actor brillante, escribía con gracia y elegancia, tenía un ingenio a toda prueba, un humor superlativo y una nobleza transparente. En la música, aparte de las originales canciones que componía - en las que traslucía su humor teñido de surrealismo porteño pero también su indómita ternura -, su omnívoro apetito encaraba con igual aptitud todos los géneros imaginables. Ópera, rock and roll, bossa nova, blues, tango, folklore, boleros, standards, tropical. Hasta desarrolló su propio género, la "salsa criolla". Todo se le daba con naturalidad, y él lo hacía parecer fácil, con lo cual te impulsaba a tratar de conseguirlo, porque al mismo tiempo era uno de nosotros, no una estrella inalcanzable que solo conocíamos por films o grabaciones.
Pero coincidentemente con una creatividad que no conocía límites, el Negro le restaba importancia a sus propios logros porque era un artista existencial. Para él, tenía tanto valor una pintura excelsa como un plato de fideos, una canción como una botella de vino. Su vida fue su verdadera obra de arte, y eso es algo que muy pocos consiguen. Simplemente siendo como era, conseguía llevar alegría a la vida de sus semejantes. Por eso el cariño que se manifestó unánimemente al conocerse la noticia, por eso la sonrisa y los recuerdos siempre alegres, tanto de quienes lo conocimos de cerca como de quienes lo trataron circunstancialmente, o solo lo vieron en un escenario, en una película, en la televisión, en la radio, a través de una revista o un libro, en la militancia, en sus actuaciones en solidaridad con causas diversas, siempre del lado de la justicia.
En cualquiera de las múltiples manifestaciones, en que expresó su talento, de cerca o de lejos, para pocos o para muchos, en la intimidad de su casa o ante un Obras repleto, el Negro siempre fue el Negro. Hasta los últimos días estaba poniendo los puntos finales a un libro escrito e ilustrado por él mismo, revisando la lista de más de treinta canciones que había dejado grabadas, imaginando nuevas aventuras creativas y soñando con una fugazzeta con queso. Porque Horacio Fontova es quizás el ejemplo más claro de "el necio" poetizado por Silvio Rodríguez, ese que resume "caminando fui lo que fui…yo me muero como viví"
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