Recostada sobre la ventanilla de una camioneta que avanza a toda velocidad por General Paz, Johana Rodríguez finge que está dormida. Son las cinco de la mañana y espera que, desde el auto que viaja a pocos metros, el representante de Viru Kumbierón note su agotamiento y cancele la última fecha de esta madrugada de viernes. Un rato antes, había insistido con audios de WhatsApp: "Por favor, necesito dormir un poco antes del programa". Todavía no cenó, le quedan dos presentaciones más, y a las 10 tiene que estar en América TV para probar sonido en Pasión de sábado, en donde va a salir en vivo al mediodía. La gira de hoy empezó a las seis de la tarde con un show en Benavídez, al norte del Gran Buenos Aires, siguió con un festival solidario en Tortuguitas, y luego hubo dos eventos más en Pilar. Este es el ritmo que Johana (25) sostiene desde julio de 2018, cuando Viru Kumbierón –la banda que comparte con Gastón Villalba, su novio 17 años mayor– grabó junto a Damas Gratis una versión en vivo de "No te creas tan importante" que hoy tiene más de 200 millones de reproducciones en YouTube. Entonces Johana abre los ojos y mira al conductor de la camioneta. "Darío, por favor, metete al AutoMac", dice.
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Unas horas antes de que empiece la gira, en el living de Johana y Gastón... faltan Johana y Gastón. "Hola, nos llamaron para que vayamos a hacer dos temas acá cerquita, es un solidario", dice el audio en el que él avisó de la demora. "Los espera mi comadre, pueden entrar. Nosotros vamos y venimos." Mariela, una amiga, recibe a Rolling Stone en la casa de Tortuguitas en la que la pareja vive con sus dos hijos, Tahigaro Kaleb (1), y Camila (8), de una relación anterior de Johana. Habitan esta casa desde hace pocos meses: la escalada de exposición de la banda, sumada a una relación muy estrecha que Johana trabó con sus seguidores, desembocaron en cierta pérdida de intimidad en Grand Bourg, donde vivieron desde que comenzaron su relación en diciembre de 2014. Todos los rincones del hogar parecen decir algo sobre estos últimos meses vertiginosos. El disco de platino que obtuvieron por "No te creas tan importante" colgado en una de las paredes, los souvenires de las provincias que recorrieron y los dibujos de los fans conviven con los peluches de Hello Kitty y las imágenes de Frida Kahlo, un personaje y una persona que son objeto de adoración de Johana. En el garaje, un mural que pintó una fanática con las caras de los cantantes junto a la Virgen de Guadalupe y San Expedito quedó rodeado de tiras de globos rosas y fucsias, porque hace algunas horas la familia festejó el cumpleaños de la hija mayor.
Ya pasaron siete meses desde que el asistente de Pablo Lescano le escribió un mensaje a Gastón para contarle que el líder de Damas Gratis quería grabar con ellos. "Yo soy muy desconfiada", dice Johana cuando llegan a la casa. "Así que le pedimos un audio de Pablo para escucharle la voz." Eso fue un martes a principios de julio pasado, y al jueves siguiente ensayaron juntos. Johana estaba muy nerviosa: se le cerró la garganta y sintió que no iba a poder cantar. En pleno ataque de llanto, Lescano se le acercó. "Tranquila, guacha", le dijo. "Hagamos lo que sabemos hacer y va a estar todo bien: vos cantá, que yo ladro."
Al día siguiente, en un boliche de Moreno, se subieron al escenario y grabaron lo que se convertiría en el quinto video más visto de YouTube de 2018 a nivel nacional. El público que frecuentaba los bailes de zona norte ya conocía la letra, y el cover de la ranchera del mexicano El Bebeto se convirtió en un hit. "A mí nunca me gustó la cumbia villera: yo crecí escuchando baladas románticas", dice Johana. "Pero ahora hay días en que me encuentro tarareando: ‘Mirá cómo está la vagancia en este baile...’."
"Esta es la vida que tenemos hoy", dice Gastón al borde del sillón del living, evitando relajarse por completo. Johana se saca las zapatillas y se sirve una taza de té antes de tener que volver a salir: "Apenas paramos". Por las mangas de su remera asoman algunos de sus tatuajes: la cara de su papá en el brazo derecho, la de Hello Kitty en el izquierdo y, en el escote, los nombres de Antonella y Junior. La primera es una nena fanática de la banda con la que intercambiaba mensajes, audios y videos, que falleció de cáncer antes de que pudiera conocerla. El segundo es el nombre del primer hijo que tuvo con Gastón, que nació sin vida en junio de 2015. También lleva una frase de Kahlo en la pierna: "Estoy bien. Bien hundida. Bien decepcionada. Bien vacía. Bien harta. Bien rota. Bien fracasada. Bien inestable. Bien triste. Bien cansada. Definitivamente estoy bien".
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Johana Rodríguez nació en Chancay, Perú, una ciudad portuaria a 80 kilómetros al norte de Lima, pero vivió casi toda su infancia en Peralvillo, un pueblo humilde en el mismo distrito. Su papá falleció cuando ella tenía 5 años, que es la edad en la que empezó a cantar hasta que su hermano le pedía que se callara. Como todas las adolescentes que crecen en familias autoritarias, pudo devenir sumisa o insoportablemente rebelde, y a Johana no le gustaba quedarse callada. "Me peleaba con todo el mundo, me iba a las manos con quien fuera y donde fuera y me escapaba de noche porque no me dejaban salir", dice. "En mi casa no sabían qué más hacer conmigo." Su mamá se sintió desbordada y fue su abuela –o su mamita, como las llaman en Perú– la que se hizo cargo de su crianza. El primer tatuaje se lo hizo a los 12: la inicial del chico que le gustaba a la altura del estómago. Antes de cumplir 13 se había perforado la oreja ella misma, desde el cartílago hasta el lóbulo. Se hacía peinados raros, usaba una zapatilla de cada color y se cortaba la ropa. Aunque esa etapa estuvo marcada por la desobediencia, el sonido ambiente que más la marcó era romántico y nostálgico, en línea con los gustos de su abuela, que se pasaba el día escuchando a cantautores mexicanos como Marco Antonio Solís o al español José Luis Perales. La música fue lo único en que se dejó influir por su familia. "En la escuela llamaban a mi mamita cada semana", dice. "Pero yo estaba forjando mi estilo."
A los 15, estando en pareja, quedó embarazada. Fue una maternidad que ella entiende como deseada, pero a sus 25 sabe que la deseó por los motivos equivocados. "Siempre fui muy consciente de mis actos, pero a esa edad pensaba que la forma de salir adelante y de tener el espacio que no tenía en mi familia era empezar una familia propia", dice. "La pasé muy mal, pero me hice cargo." Durante un año, vivió en Peralvillo con la familia del padre de su hija. "Fue una depresión absoluta: tuve que madurar de golpe, aprender a ser mamá y esposa en una familia que me recordaba todo el tiempo que tenía que vivir para atender a mi marido y que el primer plato que sirviera siempre iba a ser para él." Cuando Camila cumplió un año, la mamá de Johana le propuso mudarse a Argentina. "Me preguntó: ‘¿Quieres cambiar tu vida?’ Ni lo pensé." Se instalaron en la zona norte del Gran Buenos Aires, y un año más tarde también llegó su hermano menor, que costeó los estudios de Johana en Servicios de Salón, una carrera que le iba a permitir empezar a trabajar. De día era moza en un restaurante y de noche cantaba con un grupo peruano. "Mudarme determinó mi futuro de forma radical", dice ella. "De haberme quedado allá, no tendría ninguna de las aspiraciones que tengo hoy."
El amor de Johana por la música la llevó a una prueba para sumarse a Aroma, el grupo mexicano de cumbia, que estaba de gira por Argentina. Así conoció a Gastón, que formaba parte de la escena desde hacía 20 años (había pasado por Huracana2, con el que se había ido de gira por México y Estados Unidos al ritmo de "La cumbia del garrote") y que en ese entonces integraba La Sonora Dinamita. "Johana todavía era un poco tímida y se mostraba insegura", dice Gastón. "Pero tenía una voz increíble." Un poco más de un mes después de ese encuentro, él la invitó a salir. "Me costó mucho decirle que sí, porque los músicos tienen mala reputación", recuerda ella. "Además, por ese entonces, abrías el diario y leías sobre mujeres muertas, compatriotas mías que desaparecían y ni siquiera las registraban." A fines de 2014, Johana fue a ver Kumbierón, uno de los proyectos de los que Gastón era parte, y finalmente empezaron a salir. A las pocas semanas, ella quedó embarazada por segunda vez, pero la gestación no iba a llegar a término.
En junio de 2015, en el octavo mes de su embarazo, Johana visitó al médico con un cuadro de fiebre y después de varios chequeos le confirmaron que hacía 72 horas que el corazón de su hijo había dejado de latir. Se internó en el Hospital San Fernando para que le indujeran el parto y, por falta de camas disponibles, esperó la intervención junto a la sala de maternidad. Entre las 8 de la noche, cuando la internaron, y las 3 de la mañana, cuando finalmente la atendieron, escuchó tres partos, el llanto de dos bebés y los gritos desconsolados de una familia que vio nacer a su hijo sin vida. "Me la pasé orando para que mi diagnóstico fuera un error, le pedía al bebé que se moviera y alucinaba que pateaba", dice. La intervención duró seis horas, hasta que, a las 9 de la mañana del día siguiente, empezaron las contracciones, en un parto muy doloroso desde lo emocional, pero también desde lo físico. Pudieron tener al bebé en brazos diez minutos y lo entregaron a las enfermeras.
Los meses que siguieron, Johana entró en un cuadro depresivo del que le costó mucho salir. Cerraba las ventanas, apagaba las luces y se quedaba acostada todo el tiempo que podía, escuchando canciones. "Fue de lo más difícil que nos tocó vivir", dice Gastón. En ese contexto, empezar a hacer música juntos fue una vía de escape o una forma de distracción. "Ella no quería volver a grabar, así que le propuse que nos alternáramos para entrar al estudio", dice él. Trabajaron en la grabación de letras tradicionales de México y Perú –más que nada baladas, rancheras y cumbias–, pero con el ritmo de la cumbia colombiana. La presencia del acordeón y las trompetas en Viru Kumbierón linkea con la forma que tomó el género en países como Perú, Ecuador, Bolivia y Chile, y que también se conoce como cumbia andina. En esa combinación de letras que hablan de amor, rupturas y engaños con música de raíces latinoamericanas, Johana y Gastón juntaron las piezas de sus propios recorridos y, al cabo de un año, tuvieron suficiente material para convertirlo en un álbum. Entonces todo empezó a cambiar.
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Ahora El Polaco está engripado. Cerca de la medianoche del viernes, a Gastón le avisan que hoy se agrega una fecha en Pilar para reemplazar al ex vocalista de Una de Kal en los escenarios de Troya, a apenas 100 metros de donde está estacionada la combi de la banda. Los once músicos que acompañan a Gastón y Johana se están acomodando en el escenario del boliche 30 y Monedas, la primera parada de la gira. Una trompeta, un trombón, una batería, un acordeón, dos teclados, un timbal y una corista ajustan el sonido mientras afuera Johana posa para la cámara de Rolling Stone. Un grupo de chicas y chicos se agolpa detrás del fotógrafo y la espera. También lo hace su manager, que sostiene el micrófono que usa Johana para los vivos: es uno de los pocos aparatos en el mercado que le permite escucharse sobre el escenario sin forzar la voz. "Yo sin esto no canto: grito", dice.
Mientras sonríe para los celulares de sus fans, se acomoda los auriculares y se abre paso entre la gente, que la agarra de la ropa, la abraza, le pide más fotos. Antes de empezar a cantar, los flashes de los teléfonos quedan prendidos de forma sostenida apuntando al escenario. Las versiones sonideras de Viru Kumbierón duran hasta el primer estribillo y se pisan los talones hasta completar un show de unos 30 minutos. En los intervalos en los que no suena su voz, Johana se queda en cuclillas para salir en las selfies de la primera fila. Es un gesto que repite en cada show y una postura que la lleva a discutir con su manager minutos más tarde, cuando el personal de seguridad la saca con determinación de los brazos de los fanáticos que no la dejan llegar al auto en que se traslada para ir al segundo show de la noche. "Yo trato de cuidarla porque la gente se excede", dice Carlos Gutiérrez, manager de Viru Kumbierón desde hace un año y medio. "Trabajamos así y después está todo bien. Yo la cuido, ella me putea."
Entre show y show, Johana alterna entre viajar en el auto de Gutiérrez y en la camioneta de su amigo Darío. Para cuidar su voz, debe evitar el aire acondicionado, y en la combi de los músicos esa decisión puede ser caldo de cultivo de malestares. "Ellos saben que, si yo digo que se apaga, se apaga", dice. "Si no tengo voz, no puedo cantar, y si no puedo cantar, no tenemos show." Johana reconoce que trabajar en un grupo tan grande –que, en su caso, además, incluye a su pareja– requiere una energía extra para conciliar las demandas de todas las partes. "Cuando estás en esta situación entendés por qué hay cantantes como Karina que eligen cortarse solas."
Con la suplencia de El Polaco, esta noche harán un total de cuatro shows. Es poco si se contempla que llegaron a hacer ocho en una misma noche, pero mucho si se tiene en cuenta que en los últimos días no hubo francos, que mañana tendrán cuatro fechas en Entre Ríos y recién el domingo, por la cancelación de su show en Chile, podrán descansar.
En las últimas dos funciones, Johana les puso cara y sonrisa a más selfies de lo que uno creería humanamente posible, pero no se compara con lo que pasa ahora en Tropitango: hasta la organización del boliche (conocido como "La catedral de la cumbia" y en donde la banda ya tocó en nueve oportunidades) le pide fotos. Es acá, con un público joven que fue específicamente a ver a la banda, donde se comprueba lo que sienten los adolescentes por Johana y donde aparecen las primeras chicas con media cabeza rapada, que es la imagen que la cantante tuvo hasta hace pocas semanas, cuando decidió raparse por completo y donar su pelo para concientizar sobre la lucha contra el cáncer, un tema que sigue de cerca desde que falleció Antonella.
Son las seis de la mañana y la luz del sol encuentra a Johana entrando a Epoca’s, un boliche de Lomas de Zamora que tiene más de diez años, que se hizo un lugar en la historia de la escena cumbiera por ser el último espacio en donde tocó La Nueva Luna antes del fallecimiento de Marcelo "Chino" González. El micrófono que Johana considera tan importante va a fallar hacia el final de esta gira. Aunque en Epoca’s se va a bailar igual, su voz apenas va a escucharse durante los últimos temas en vivo. Faltan cuatro horas para probar sonido en Pasión de sábado. Seis para salir al aire. No durmió. No cenó. Hoy Carlos va a ligar muchas puteadas.
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‘Disculpa que no pude atenderte antes, estuve resolviendo algunos problemas", dice Johana ahora por teléfono, otra vez desde la camioneta de Darío, un miércoles a las doce y media de la noche, devolviendo un llamado de hace dos días. Últimamente, la única forma de encontrarla es en camino hacia otro lugar. Hace un rato, Johana lidió con la salida de uno de sus músicos, así que se movió para encontrarle un reemplazo lo más rápido que pudo. "Quería que el resto viera que acá nadie es indispensable", dice. "No puedo descartar una gira porque una hora y media antes de salir a cumplir con un compromiso alguien me dice que no quiere tocar. El tiempo te lleva a valorar tu trabajo."
En este momento está pasando cerca de un estadio ("El de Vélez o el de River, no sé bien") y, antes de intentar dormir un poco, aprovecha la primera parte del trayecto hacia la Costa Atlántica para charlar sobre el fin de semana pasado. "Después del show en Epoca’s, tuve una hermosa cara de culo toda la mañana del sábado", dice. "Odio que las cosas no salgan bien, me molestan las desprolijidades, y la falla de ese micrófono, que encima me costó muchísima guita, me terminó de poner de malhumor."
Cuando volvió a su casa de ese recital, durmió apenas una hora. Hasta último momento discutió con su representante para no ir a Pasión de sábado, porque sentía que no iba a poder dar el show que ella deseaba. "Todos se querían matar, pero odio hacer las cosas a medias. Fue uno de esos momentos en que te dan ganas de largar todo", dice. Finalmente accedió a ir, y a la noche cantó en Entre Ríos. Ayer, en el día de su cumpleaños número 25, estuvo grabando el video de una colaboración junto al cantante mexicano Espinoza Paz. Según ella, este tema la define como pocos de los que grabó. "Es una cumbia", dice. "Habla de cómo una mujer insegura de sí misma puede detener el mundo con una palabra."