Historia de Mingus, el genio que se sintió menos que un perro
Una autobiografía íntima y sin música
El libro se abre con un diálogo que Charles Mingus mantiene con su psicoanalista: el músico, uno de los más grandes en la historia del jazz, da cuenta de una crisis de identidad profunda que, con el correr de las páginas, irá develándose minuciosamente al lector de estas memorias intensas, perturbadoras, en muchos pasajes violentas. El título que Mingus eligió para evocar su vida turbulenta es elocuente: "Menos que un perro" ("Beneath the underdog" en el original publicado en 1971) refiere una existencia de hondo dramatismo, el itinerario de un niño golpeado por su padre que se convertirá en músico genial, padre ausente y proxeneta.
Mingus (o su ghost writer o su meticuloso editor: ninguna firma acredita el verdadero origen de estas memorias) en cierto sentido es avaro con el lector. Como si intentase eludir las convenciones de la autobiografía o los reclamos de un mercado seguro, desoye el recuerdo de su intensa vida artística, de sus fatigosas giras, de sus extensas jornadas de grabación.
Lo que queda oculto a los ojos del lector no es poco y podría ocupar un ejemplar tan voluminoso como éste, si no más. No hay aquí menciones precisas a las primeras audiciones de los discos de Duke Ellington (con quien Mingus mantiene una deuda artística fenomenal como compositor), ni a su asociación con algunas de las grandes figuras del jazz de los años 50, una vez que se estableció en Nueva York: Charlie Parker, Miles Davis, Stan Getz, Lennie Tristano, Bud Powell, Art Tatum. No hay rastros de sus giras junto a Lionel Hampton ni de su encuentro fugaz con Louis Armstrong.
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Mingus ha desechado su propia celebridad, los aspectos más glamorosos de una trayectoria resplandeciente, que son además lo que le hubieran concedido un beneficio económico mayor. Y lo ha hecho como parte de ese mismo gesto ético que durante toda su carrera, aun en medio de los contratiempos más severos, lo incitó a privilegiar la búsqueda artística por encima del éxito comercial.
La memoria de Mingus, caprichosa y selectiva, quiso abrirse paso en su densa historia personal. La escena con que se inicia el libro (y a la que su autor volverá sobre el final) no es azarosa: la memoria recrea el pasado con la franqueza y aun la crueldad que casi siempre está reservada al diván.
Mingus escribió su biografía cuando tenía 49 años. Era ya un músico consagrado que había dado lo mejor de sí; seis años más tarde la esclerosis lo iba a postrar en una silla de ruedas hasta su muerte, en 1979, en Cuernavaca, México. Tres años antes de que se editaran sus memorias, un amigo, Thomas Reichman, había grabado un film documental sobre el músico. La película incluía fragmentos de una serie de conciertos que Mingus ofreció con sus distintas agrupaciones, así como algunos de sus poemas. Sin embargo, el nudo dramático del film lo constituía una escena extraartística: la cámara registraba el momento en que Mingus y su compañera eran desalojados del departamento que alquilaban en Nueva York. La imagen es la de un hombre derrotado mirando al vacío, sentado sobre uno de los bultos de la forzada mudanza.
Las memorias que publicará tres años después se abren con esta confesión: "Yo soy tres. Un hombre que permanece siempre en medio, despreocupado, inmóvil, observando, esperando a que le sea permitido expresar lo que ve a los otros dos. El segundo hombre es como un animal asustado que ataca por miedo a ser atacado. Luego está la persona extremadamente cariñosa y amable que admite a la gente en el templo más sagrado de su ser y soporta los insultos y es confiado y firma los contratos sin leerlos y lo enredan para que trabaje barato o por nada y, cuando se da cuenta de lo que le han hecho, siente ganas de matar y de destruirlo todo, incluso a sí mismo".
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Si un tema domina el relato es la pasión que despiertan en Mingus las mujeres, a las que ama y desprecia con ferocidad. En la San Francisco de los años 40 comienza su vertiginosa peripecia sexual, que culminará cuando Mingus decida hacerse un lugar como proxeneta y comprometa en la prostitución aun a sus mujeres, a ninguna de las cuales será fiel.
El germen de ese frenesí sexual es un momento de la pubertad que Mingus recuerda con detallismo y ardor: su encuentro en la penumbra de un cine con Lee-Marie; con apenas 12 años, ambos recorrerán el cuerpo del otro con curiosidad y deseo incontenibles, y más de treinta años después la evocación es franca, casi lasciva. Es ése uno de los dos mejores fragmentos del libro. El otro lo constituye una discusión feroz que Mingus mantiene con su madrastra, a la que abruma con vituperios.
El otro gran tema que atraviesa el libro es la negritud. Mingus ha sido educado en la vergüenza por su condición de hombre negro, y no encuentra sino hostilidad en la sociedad norteamericana de su época. Es en parte esa mirada agraviante la que lo incita a sentirse menos que un perro. Lo otro es su memoria y su conciencia.
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