Después de más de 30 años de carrera, la ex líder de Man Ray volvió del exilio interior y cuenta que aprendió a seguir y respetar sus impulsos
Es la mañana luminosa de un domingo de noviembre en Palermo y el chofer de una combi alquilada espera fumando en la vereda a que se abra la puerta del PH frente al que estacionó. Hace unas horas un colega le pidió que lo reemplace, así que no sabe bien quién es su cliente. Recién avisó con un breve llamado que allí estaba esperando listo para empezar la carga y el viaje. La puerta se abre y sale Lito Vitale, vestido con bermudas, remera negra y zapatillas de lona, cargando con las dos manos un bulto pesado. Lito está para ayudar, porque la que viaja es su novia, Hilda Lizarazu.
Viene caminando por el pasillo con Carolina, su stage manager, vestida de jean, remera y anteojos oscuros, con una mochila y un bolso de mano. “¿Cómo va? Esperame, estamos demorados”, me dice. Va y saluda con un apretón de manos al chofer. Cuando termina la carga de equipos, Hilda y Lito se despiden con un beso. El se queda, y el resto subimos a la combi y salimos. Nos dijo que no se sentía cómoda haciendo la nota en su casa, así que ésta fue su propuesta para pasar tiempo con ella: un viaje a una exposición de viveros en el pueblo de Cazón, a 15 kilómetros de Saladillo, en la provincia de Buenos Aires. No es la presentación de un disco, ni un show particularmente especial. Es uno de los tantos con los que recorre el país. El trabajo que paga las cuentas, para el que tiene su set multipropósito e infalible de hits propios y covers.
Todavía tenemos que pasar a buscar al resto de su banda. “Están acá nomás, en Colegiales, yo te digo cómo ir”, le anuncia Hilda al chofer y le dicta, calle por calle, las indicaciones precisas para llegar. Con todos arriba, y después de los saludos de cortesía saca de su bolso una carpeta con las próximas fechas y pasa lista como una maestra: el siguiente show es en un festival de cine en Trelew. “¿Van a poder ir todos?”, quiere confirmar. Cien kilómetros adentro sobre la ruta 205, la marcha se hace demasiado lenta por un tramo. Hilda mira al horizonte y sugiere seguir derecho. Pero el chofer insiste en tomar un desvío por un camino de tierra. Casi una hora más tarde, el desvío nos deja en el lugar donde podríamos haber llegado en diez minutos, de haber seguido en la ruta. Hilda refunfuña por lo bajo: “Si hubiéramos agarrado como dije yo...”.
Hilda no es de quedarse con esa clase de planteos hipotéticos. Un repaso rápido por sus últimos años incluye, pero no se limita a: cantar clásicos infantiles con su amiga Fabiana Cantilo, versionar a los Beatles con sonidos de la India, hacer teatro con Andy Kusnetzoff, cantar chamamé junto a Elena Roger y Soledad Villamil en su Corrientes natal, o iniciar el regreso de Man Ray y pegar un volantazo de vuelta a su carrera solista. Después de más de 30 años en el oficio del rock nacional, Hilda aprendió a seguir sus impulsos y respetarlos, porque siempre la llevan a donde quiere ir. O quiere ir donde la lleven. Y no seguirlos, como pasó ese día camino a Cazón, sólo puede demorarla.
En los años en los que decidió terminar con Man Ray e irse a vivir a las sierras cordobesas, ser madre y volver a reconectarse con la música como solista, Hilda vivió un poco desde el margen el tsunami de nuevos paradigmas de la industria nacional y global. Al no renovar contrato vio cómo desaparecía Man Ray de las bateas y comenzó un camino de reinvención independiente. Hoy Hilda, ícono femenino del rock nacional, que fue jurado de Operación Triunfo y coach invitada en La Voz, también es una artista que elige editar sus discos a través de su propio sello, Díscola Discos, bajo sus propias reglas. “Aún respeto el concepto del músico que hace un disco. Me quedo con ese concepto setentista”, dice.
En 2015 editó Las vueltas de la vida, un disco que tiene una versión de “Los hermanos” de Atahualpa Yupanqui, una canción en la que se llama Lucía, es equilibrista y libera al oso de Moris, y otra con una inesperada repercusión, a pesar de no haber sido corte y ni tener video. El tema “Tiene solución” fue sumado a una lista de optimismo en Spotify y llegó a un público imprevisto. En el tema, Hilda enumera cosas que tienen solución: las inseguras, los criticones, las desprolijas. En algunos de esos grupos se incluye. “En un principio escribí cosas como un violador, un criminal, enfermedad terminal, los corruptos... Me estaba metiendo en un berenjenal. Entonces empecé a alivianar. Llevé a la canción a algo más probable, porque la verdad es que... no todo tiene solución.”
"Nunca imaginé que cantar era una profesión. Lo hacía sin pensar. Yo iba a ser fotógrafa", dice.
Cazon es conocido como el pueblo del millón de árboles y uno tiene la sensación de que el número puede estar un poco inflado. Esta edición de la expo en el Vivero Municipal Eduardo Holmberg es un éxito rotundo. O eso opinan el intendente y los organizadores, que contemplan la concurrencia con el pecho inflado desde el costado del escenario. El evento trajo a una correntada de vecinos del pueblo y alrededores a pasar el día entre plantas y puestos de comida. Una fila de ferias en semicírculo termina en el escenario y rodea un “campo” de 500 personas. Es un evento ATP con una audiencia acorde. El día anterior había tocado el actor Facundo Arana con su banda, pero el número principal de la fecha de cierre es Hilda. Después del show de un grupo metalero local, se coronó a la reina del evento y al atardecer le tocó subir a cantar a Hilda, que se cambió y se puso un vestido rojo acampanado de encaje, más cerca de una princesa clown que de un numerito sexy. La gente se despega de las ferias y caminan hacia el escenario; algunos llevan sus reposeras. Todos guardan una distancia de diez metros del escenario, excepto un nene de no más de 12 años que ni bien empieza el show se acerca al escenario y baila frente a la concurrencia como el niño diva fan de Lady Gaga que se hizo viral hace unos años. Hay algunas caras incómodas en la primera fila, pero Hilda mira al niño con deleite. “Tenemos un gran bailarín. ¿Por qué no hacen como él y se acercan?” La gente da unos pasos al frente. El repertorio de clásicos pone a bailar y a saltar a los cuarentones, no con el abandono del niño diva, pero como si estuvieran por un rato en una fiesta de casamiento. “Sola en los bares”, “Todo cambia”, “Caribe Sur” conviven con “La gran bestia pop” y “De música ligera”, otros covers, y unas pocas piezas perfectas de su repertorio solista, como “Amapola”. “No tengo ningún problema con tocar esos temas de hace 25 años”, dice más tarde. “Es lo que quieren escuchar cuando me ven. Se los canto antes de que me los pidan.”
Hubo un momento en el que Hilda no imaginó que iba a poder vincularse así con esas canciones, ni con el rock nacional en general. Fue a finales de los 90, cuando dejó Man Ray, abandonó su dupla creativa con Tito Losavio y, según creyó en ese momento, la música. “Habían pasado doce años de muchos momentos muy lindos y también de mucho trabajo. Existía cierta discordia y yo había dejado de disfrutar. Fue un momento de mucha angustia saber que se venía esa decisión.” Después de varios cambios en la formación, discos de oro, hits en la radio y en MTV, giras eternas, Man Ray se había estabilizado con Pat Coria en bajo y Lautaro Cottet en batería, había editado Larga distancia en Estados Unidos, y tenían la opción de renovar el contrato con EMI... o no. “Yo no quería entristecer a nadie. Era una necesidad propia, así como fue una necesidad hacerlo, fue deshacerlo. Les dije que sigan sin mí, que no tenía ningún problema”, recuerda. Pero Tito, más inclinado a seguir con el proyecto, sabía que no podía sin ella. “Eramos un falso socialismo. Man Ray siempre fuimos él y yo.”
Cuando Hilda decía que quería parar, hablaba en serio, al punto que rechazó todas las propuestas para hacer su disco solista y empezó a activar su plan de alejarse de todo, mudarse a Córdoba con su pareja de ese momento y el que sería el padre de su hija, el artista Pablo Folino. “De la discográfica me decían: ‘Tomate el tiempo que quieras y en un año empezamos a hablar’. Y yo les decía: ‘No, no entienden. No quiero saber nada’. Me fui a vivir al monte a Córdoba pensando que pateaba el tablero y no volvía más.”
Luego de la negativa rotunda, Man Ray empezó a desaparecer de las bateas, como todas las bandas que ya no tienen contrato con sus distribuidoras. Hilda pasó el 2000 y 2001 en Sinsacate, un pueblo de 1.300 habitantes a cinco kilómetros de Jesús María, famoso por formar parte del Camino Real, que llevaba al Alto Perú en épocas coloniales. “Vacié el rígido y reformatié. Y de ese espacio campestre y onírico nació Mía.” La maternidad, como tema, ya era algo intrigante para Hilda. Venía armando a través de los años una serie de fotos de panzas embarazadas. Cuando le propusieron disponerlas en una muestra en Córdoba, pocos meses después de haber parido, la llamaron con la propuesta de que cantara en el evento. “No se me había cruzado por la cabeza. ‘No te voy a decir que no. Pero llamame en media ahora’, dije, y agarré un lápiz y escribí una lista de temas que podía hacer yo sola. Al rato les contesté: ‘Sí, puedo’.” Hilda tocó sola con su guitarra un puñado de temas frente a no más de 20 personas. Terminó, bajó del escenario y le dio la teta a Mia. Y ahí supo que iba a volver.
En 2004, casi seis años después del fin de Man Ray, Hilda reaparecía como solista y en la ciudad con Gabinete de curiosidades, editado por Pop Art, que tuvo buena repercusión y ganó el Premio Gardel a mejor disco femenino. Su siguiente disco, Hormonal, editado por Leader Music, recibió el mismo premio, y Futuro perfecto y Las vueltas de la vida salieron por su propio sello. En su viaje solista Hilda colaboró con muchos artistas, de Roque Narvaja y Gustavo Santaolalla a Adrián Dárgelos de Babasónicos y el cantautor Lisandro Aristimuño. Y, a través de diferentes formaciones en vivo, encontró en el bajista italiano Federico Melioli un colaborador permanente, que la llevó a explorar nuevas áreas, como la inseguridad en “D10s” o la masculinidad tóxica de “Esperanza de fútbol”. “Federico me llevó a un terreno más real. Yo tengo una forma mucho más lúdica de escribir y poner objetos y elementos en las canciones que están muy relacionados con la naturaleza.” También se ha puesto confesional y furiosa. En “Compromiso”, de Futuro perfecto, grabada con David Lebón en los momentos finales de su breve romance, Hilda dispara: “Yo soy lo que quiero ser, estoy donde quiero estar, te doy lo que quiero dar, yo soy mi propio compromiso”. “Suena a despecho, ¿no?”, dice ella. “En realidad tiene que ver más con una cosa de la industria musical y la corporación. Es mi parte rockera contra eso. No estoy obligada a hacer nada. Ya pagué mi derecho de piso.” En el disco también colabora Lito Vitale, con quien tiempo después comenzaría una relación. “Laburar y hacer canciones con quien es tu amor en ese momento puede estar buenísimo. ¿Qué aprendí? Que es fácil, lo difícil en todo caso es continuar haciendo música juntos después de estar separados.”
En 2012, Hilda y Tito Losavio reanimaron Man Ray y editaron Purpurina, un disco con viejos éxitos y dos nuevas canciones y una versión de “Mañana campestre”, de Arco Iris, con el propio Gustavo Santaolalla como invitado. La reunión podría haber continuado, pero Hilda se encontró con ganas de volver a lo suyo en menos de un año. “Fue lindo volver por un rato, pero Man Ray me da lo mismo que me da mi propio nombre. Todo este tiempo estuve aprendiendo. Arreando mi propia tropilla. Ya llevo siete años sin manager. Pensá que vengo de dudar mucho de mí y hoy tengo otra forma de verme.”
Por cuestiones del trabajo de su padre, el coronel Carlos Antonio Lizarazu, Hilda nació en 1963 en Corrientes, pero ella es, con todas sus idas y venidas, una chica porteña. Su mamá, Hilda Rodrigáñez Riccheri, poetisa y docente, se separó del padre de sus tres hijas cuando Hildita no había empezado la escuela. En una reunión de padres en primer grado, Hilda madre conoció al ilustrador Leopoldo Durañona, papá de Laura, la mejor amiga de su hija. La relación la llevó a tener que exiliarse en Nueva York, e Hildita quedó con su papá, que a los 9 años, en cuarto grado, la puso de pupila en el Instituto Social Militar Dr. Dámaso Centeno, el colegio al que habían ido Charly García y Nito Mestre.
“Fue duro. Horrible. Me iba a la casa de mi abuela y me sacaba el jumper y lo lavaba. Empezaba a tener una independencia diferente. Eso por un lado me dio un dolor abandónico terrible y por otro me dio una fortaleza y una independencia que me sirve ahora”, dice. “Ya pasé por el proceso de: ‘Che, mamá, cómo se te ocurre’. Ahora tengo una adorable relación con ella. No tengo un resentimiento: fue lo que ella pensó que era mejor para sus hijas y lo hizo así.” Cuando llegó a séptimo grado, y los Durañona pusieron en regla su residencia en Queens, Hildita fue a vivir con ellos. Sus hermanas mayores, Paula y Carmen, ya eran adolescentes y no quisieron sumarse al viaje. Así fue como Hilda pasó su adolescencia en Nueva York, estudiando en una high school pública y aprendiendo el idioma del que no hablaba una palabra. “Tuve la guitarra conmigo toda la secundaria. Escuchaba sola los discos de Sui Generis, de Gieco. Tocaba ‘Dime quién me lo robó’. Era mi conexión con Argentina. Después me fui adaptando y absorbiendo más la cultura y el rock de allá.”
“Creo que Hilda desarrolló la música como un escape del pupilaje”, reflexionó Rodrigáñez Riccheri cuando, hace unos años, repasaron su historia para un especial del Día de la Madre de Rolling Stone. “En Hilda, el arte es innato: de mis tres hijas, es la más parecida a mí.”
Después de recibirse, Hilda volvió de visita a Argentina, para ver a su padre y a sus hermanas, y se dio cuenta de que quería quedarse. Pero su plan era ir a la universidad y ya estaba formándose como fotógrafa en Nueva York. “Yo me proyectaba intelectual y mentalmente hacia que mi profesión iba a ser la fotografía. Nunca imaginé que cantar era una profesión. No me juzgaba como cantante, yo lo hacía sin pensar. Yo iba a ser fotógrafa comercial, publicitaria, de moda, retratos. Pero allá.”
Sin mucho buscarlo, Hilda encontró oportunidades para desarrollarse como fotógrafa en Buenos Aires. Su primer trabajo fue en la agencia y banco de imágenes Image Bank en Buenos Aires. Sus fotos llegaron a tapas de discos como el de Celeste y la generación, y de las revistas Humor y Cerdos & Peces. Sus fotos de la época tienen tanto valor artístico como documental: en 2013, un retrato que hizo de Luca Prodan ilustró una tapa histórica de RS. En una de sus primeras salidas en Capital tras su regreso de Estados Unidos, conoció a Miguel Zavaleta y a Andrés Calamaro, y comenzó a entrar en contacto con la escena del rock nacional. La fotógrafa Andy Cherniavsky recuerda: “Yo salía con Andrés e Hilda con Miguel. Los chicos grababan en mi casa, donde estaba el estudio El Hornero Amable, y nosotras estábamos ahí. Nos hicimos amigas inmediatamente porque las dos sacábamos fotos, pero Hilda también cantaba.”
“Zavaleta ni me registraba como cantante”, recuerda Hilda. “Me escuchaba, y le daba como ternura que me cantara temas de Gieco. ‘¿Vos vas a cantar?’, me decía”, recuerda Hilda.
Hilda y Andy pensaban hacer un estudio Lizarazu-Cherniavsky y hasta tenían las primeras tarjetas de presentación impresas, que no llegaron a repartir. “Cuando apareció lo de Los Twist, yo la apoyé. Para mí, ella ya era una gran fotógrafa, pero la música verdaderamente era lo suyo”, dice Cherniavsky.
En 1985, cuando Hilda grabó coros en el disco La máquina del tiempo de Los Twist se sentía “insegura, nuevita, y casi convencida de que lo que proponía no estaba bueno”. Un año antes, en el 84, mientras Fabiana Cantilo había dado un paso al costado de la banda para lanzar su carrera solista, Daniel Melingo le había hecho la propuesta a Hilda: “‘¿No te querés probar para Los Twist?’, me dice. Y así empecé”.
Durante aquella época, conoció a Tito Losavio a través de amigos en común y trabaron una amistad musical. Su primera banda juntos fue Biorsi, con la que consiguieron un contrato discográfico, aunque no llegaron a grabar. Las inseguridades persiguieron a Hilda hasta el debut de Man Ray, producido por Calamaro. “Tardé en reconocerme como cantante. Como se me dio un poco de casualidad, me sentía rara. No estaba bien parada.” Después Hilda cumplió su “sueño de cenicienta”, dice, y cantó con los coros de los discos Filosofía barata y zapatos de goma y Cómo conseguir chicas, de Charly García, además de formar parte de su banda Los Enfermeros hasta 1993.
Pero Man Ray volvió a ser prioridad cuando en 1991 salió Perro de playa, producto de otra propuesta inesperada. A principios de los 90 habían sido echados de Sony junto con Babasónicos, Andrés Calamaro y Divididos. En un bar de Ramos Mejía apareció un fan que tenía unos ahorros y quería ayudarlos. “Grabamos el disco, y después ‘Caribe Sur’ empezó a sonar en todos lados. Todo lo viví sin tener mucha noción de lo que estaba pasando. No me entraba en la cabeza que mi voz podía estar sonando en un boliche de Córdoba o en una radio de Viedma. Tito timoneó bastante.”
Para el siguiente disco (Hombre Rayo, de 1994) la pareja había terminado, pero no la banda. Fue justo en el momento en el que su voz finalmente estuvo en todos lados, a partir del single “Todo cambia”, que fue cortina de la serie Montaña Rusa, todo un hit generacional de la Argentina de los 90. “Nos enamoramos, nos desenamorados. Un poco como los Aterciopelados. Seguimos amigos, y en contacto”, recuerda Hilda. “Hoy le pido opiniones de mis discos y él a mí de los de él. Nos ayudamos. No sé si vamos a volver a hacer música juntos. Pero siempre le canto: ‘Con-tito aprendí...’.”
Vuelvo a ver a Hilda para un ultimo encuentro varios meses después del viaje a Cazón, en un bar de Palermo. Durante este tiempo sin vernos pegó otro volantazo: su set folclórico en Corrientes la inspiró a reformular su formato de show en vivo, convirtiéndolo en un set acústico y de un dúo, sólo ella y Melioli. “Es algo más simple, más fogonero, se está gestando pero se siente bien, que es lo más importante”, dice mientras toma una limonada de maracuyá.
Pasó la tarde escuchando artistas nuevos para entrevistar en La bella y la bestia, su programa en Radio Nacional con Lito que sale al aire todos los sábados. Cuando ella habla de él, se le dibuja una sonrisa en la cara. “Nos flechó un gran Cupido. Todos los meses me regala flores. Nos llevamos muy bien. Tenemos como una empatía que es perfecta para esta situación, para esa agua que corrió bajo nuestros puentes. No convivimos. Es una linda forma de estar, porque cada uno ya formó diferentes parejas, hijos, cada uno tiene su espacio, y tenemos un espacio para estar juntos. Y ése es el equilibrio que nos cierra en este momento.”
Además esta armando una muestra de fotos de Charly García junto a Cherniavsky y Nora Lezano, (NdR: estuvo hasta el 12 de este mes en el Palais de Glace). Se pone un poco más seria cuando habla de Charly. “Lo único que puedo decir es que no mantengo contacto”, dice. “Lo quiero, admiro muchísimo su obra y me quedan sus canciones. Pero no lo veo hace dos años. Supongo que ahora habrá un reencuentro.”
La sonrisa le vuelve a la cara cuando habla de Mía, su hija que ya tiene 16 y está dando sus primeros pasos en la música, estudiando guitarra y cantando. Su presentación en sociedad fue a lo grande, versionando junto a su madre y Fabiana Cantilo “Pupilas lejanas” de Los Pericos, como invitadas en un show de Fabi en el Teatro Maipo. “Canta muy lindo. Parece una radio encendida. Tiene un ruido adolescente y constante. Pero le falta terminar la secundaria y yo quiero que estudie, que sepa más que yo, que soy autodidacta. En fin, es una hermosura y se me cae la babita”, dice Hilda, algo emocionada. “A mí me costó valorarme a mí misma. Un poco fue por una cuestión de temer y de no tener el conocimiento en la técnica. Entonces te tirás abajo. Pero bueno, valorándome o no, fui posicionándome en un mundo musical que es parte de esta familia del rock argentino. La vida fue muy benévola conmigo, pero evidentemente algo bueno hice. Más allá de que el azar muchas veces me juega a favor, creo que yo fui participando de todo esto.”