Hilda Lizarazu: "Me da mucha vergüenza cuando veo un colega que la pega, cambia su personalidad y se pone tonto"
"La palabra no sería nerviosa: estoy concentrada". Después de algunas vacilaciones sobre el formato, Hilda Lizarazu acaba de poner todas las fichas sobre la mesa. Este viernes 28, desde las 21.30, la cantante ofrecerá su primer concierto oficial en el marco de la pandemia. Un live streaming a través de Teatro Delivery, en formato dúo (junto a su socio Fede Melioli), con sonido de consola y un nombre de barricada: Transmisión de Cuarenterna.
"Al comienzo de la pandemia me daba cierto resquemor, pero ahora entiendo que el público realmente quiere escuchar a sus artistas en vivo". El repertorio, en ese sentido, promete ser un bálsamo tanto para curiosos como para iniciados. Los hits ineludibles de Man Ray, algunas páginas de su carrera como solista, su propia cadena en el ADN del rock argentino, su obra más reciente (La Génesis) e incluso algunos adelantos de su próximo disco: Antigua.
"Antigua máquina de escribir poemas, antiguo tocadiscos, antigua vitrola –recita Lizarazu, en pleno work in progress-. Antiguo poncho de los gauchos pampeanos, antigua iglesia abandonada, antiguo plástico en el fondo del océano". De acuerdo a las primeras pistas, se trata de un puñado de canciones ligeramente oscurecidas por la temática ambiental, reunidas alrededor de la paradoja que significa el Síndrome Peter Pan del Pop y la devoción por objetos y valores de un pasado que pendula hacia nosotros. "En cierta forma, yo también podría identificarme con ese concepto de antigua. Ya llevo mucho tiempo de tránsito dentro de este movimiento de rock argentino. Soy una antigua moderna, si vale el oxímoron".
-Desde el comienzo tuviste una gran capacidad de adaptación: de Curuzú Cuatiá a Nueva York. ¿Cómo asimilaste esos cambios tan radicales?
-Es verdad: tengo una vida colorida y bastante nómade. Primero tiene que ver con la decisión de movimiento de mis padres. No conozco absolutamente nada de Curuzú Cuatiá porque a la semana nos fuimos a Chajarí, que era donde estaba destinado mi padre. Tengo una combinación muy extraña de hija de militar y padres separados. Luego de haber estado pupila durante mi primaria en la escuela Doctor Dámaso Centeno (donde también fueron Charly García y Nito Mestre), me fui a hacer la secundaria a Norteamérica porque mi madre se había casado nuevamente, con un historietista: Leopoldo Durañona. Es increíble cómo la vida se va ramificando y cada uno lleva su huella digital. Esa capacidad de adaptación, ese empezar de cero constantemente es el resultado de esa historia familiar.
-Aunque cosmopolita, sos una correntina. Tu voz e incluso tu forma de cantar parece tener un perfume lejano de la música litoraleña. ¿Te interesa?
-Muchas veces fantaseo con hacer un proyecto donde yo, como una curuzucuateña que no conoce Curuzú Cuatiá, pueda reinterpretar esa música: esa dulzura de canciones subdivididas en 3x4. Cantar unas frases en guaraní. Sería hermoso. Es una asignatura pendiente en mi vida de la misma forma en que tengo pendiente editar un libro de fotos. Estoy muy activa. Tengo una estructura diminuta que soy yo misma, mi propio sello discográfico (Díscola Discos), mi propio mánager, mi propio agente de prensa. No lo digo desde un lugar de pobrecita, sino más bien desde la mujer ejecutiva, empoderada y laburante. Ojalá pueda hacer ese proyecto. Por lo pronto, en esta situación de aislamiento social, ya estoy pergeñando un viaje a Corrientes con mi hermana y mi prima. Nos auto-denominamos ‘las caminantes’. Vamos a conocer los esteros del Iberá, a pasar el lugar donde nació mi padre (Monte Caseros) y llegar a la ciudad donde nací: Curuzú Cuatiá. Me estoy remontando mentalmente.
-Antes de tu ingreso a la universidad viniste a pasar unas semanas en Buenos Aires y te terminaste quedando. ¿Por qué?
-Regresé en junio de 1981 porque soñaba con volver a la Argentina. Después de hacer la secundaria y empezar a formarme como fotógrafa en Estados Unidos había adquirido una cierta idiosincrasia norteamericana, pero mi padre y mis hermanas estaban acá, así que tenía una división emocional fuerte: el hemisferio norte y el hemisferio sur. ¡Mi propia grieta! Pero regresé y mi padre –sí, el militar- me conectó con el señor Andrés Cascioli de la revista Humor y con Jorge Fisbein de Image Bank. Yo, que pensaba que venía por unos meses, tuve una epifanía: cumplí mi mayoría de edad y se me reveló una Argentina que, si bien estaba en el final de la dictadura, tenía un movimiento cultural muy rico. De la mano de Miguel Zavaleta entré en la noche porteña: el caldo de cultivo de un underground que ni siquiera se llamaba rock nacional. Empecé a tener una vida artística y laboral. Hacía fotos con Gloria Guerrero, conocí a Miguel Grinberg e hice unas notas en la revista Mutantia. Yo, que tenía la idea de hacer una formación académica en la fotografía, de golpe ya estaba trabajando. Ahí me empezó a pesar el asunto de volver para sostener mi Green Card.
-Aunque alguno pudiera pensar que eran sensibilidades opuestas, Luca Prodan fue a ver uno de los primeros shows de Man Ray. ¿Cómo fue aquella secuencia?
-Fue muy emocionante cuando apareció Luca en La Manzana de las Luces. Recién arrancábamos con la banda. De hecho, Laura Gómez Palma, la bajista, todavía iba a la secundaria. Luca tenía mucha curiosidad por ver una nueva banda, buscaba estar informado. Fue solo y, al final del show, se acercó para hacernos una devolución. Todavía no era el mítico Luca. Éramos de distintos universos pero estábamos dentro de la misma cultura de rock argentino. Entre artistas, uno se reconoce en la mirada: hay respeto en la fauna musical. Las diferencias las hace el público, o las hacía. Hoy el público argentino es mucho más amplio. Ahora te puede gustar Ca7triel y te puede gustar Miranda. O Conociendo Rusia, o Juan Ingaramo, por nombrar a los nuevos hacedores de canciones populares. Y están re-unidos esos jóvenes músicos. En nuestro caso, también. Tal vez no éramos sensibilidades opuestas sino distintos tipos de tonalidades. Y me acuerdo que Luca se fue con una muy buena impresión de ese show. Un hermoso momento.
-Hace poco remasterizaron Perro de Playa (1991), el disco que les dio un perfil altísimo y proyectó a Man Ray a lo largo de toda la década. ¿Cómo pensás que lidiaste con el éxito?
-Hay que buscar un equilibrio interno: poder disfrutar del reconocimiento pero sin creérsela. Me parece necesario no solo para un artista, sino para cualquier ciudadano. La humildad es algo que uno tiene que buscar y sostener. Poder mirar a los ojos a cualquier persona, ya sea un obrero de la construcción o un juez de la Corte Suprema. Yo soy de esas caminantes. En mi fuero íntimo eso está muy claro. No sé de dónde viene. Tal vez de mi pupilaje en la infancia, donde éramos todas huérfanas (en mi caso, sin realmente serlo) y había una solidaridad constante y necesaria. Además, cuando veo a esos colegas que en algún momento la pegan, cambian de personalidad y se ponen tontos, me da mucha vergüenza.
-En 1999 dejaste Man Ray y te mudaste a Sinsacate. ¿Qué fuiste a buscar?
-Ese retiro al norte de Córdoba fue un sueño realizado. Esa fantasía yo la venía proyectando desde hacía unos años. Cada vez que me iba a de gira y pasaba por un pueblo me decía: ‘me quiero ir de la ciudad, hacerme de abajo y saber cómo es vivir más cerca de la naturaleza’. Y me fui de la ciudad en un momento en el que sabía que tenía que desprenderme de Man Ray. No estaba sintiendo el mismo brillo. Tomé una decisión intrépida, como cuando me fui de la banda de Charly García. En ese sentido, me escucho y puedo reconocer cuando ya no estoy contenta con algo. A veces, en el interior del interior de Córdoba, me encontraba con gente que me preguntaba: ‘¿qué hacés acá?’. Yo no tenía la respuesta, pero de ahí salieron cosas hermosas. Una de ellas, y la más hermosa, es mi hija: Mía.
-Desde tu lanzamiento como solista desarrollaste una idea del artista menos como ser iluminado que como trabajador. ¿Cómo se hace para equilibrar con la parte romántica?
-Es una disyuntiva para todas las personas. Sucede que el artista, dependiendo de la situación, a veces tiene personas que lo reemplazan en cosas que podría hacer: las propias cuentas de la casa, por ejemplo. A mí siempre me gustó el concepto del artista que no se aleja de la gente de a pie. Lo veo reflejado en Paul McCartney. Me acuerdo de cuando vino a la Argentina, alquiló un auto en Ezeiza y salió esa foto en el diario. Ese tipo de personajes me emocionan. Me gusta que, pudiendo estar en otra situación de alejamiento, elijan transitar la simpleza. En mi caso, lo busco para mi propia felicidad, que no es tener una mansión o un montón de dinero en el banco. No es ser cada vez más famosa y estar en la tele. Es ser feliz con mi micro-clima musical, mi micro-clima familiar. Para eso busco estar en sincro conmigo, y muchas veces lo logro. No siempre. No te creas que soy Sai Hilda. Muchas veces tengo mis honduras y me permito beber de la copa de la tristeza. Tranquilamente. Tenemos que darnos cuenta de que es un milagro vivir, llevar adelante una vida de muchos capítulos, de muchos errores y aciertos y desengaños. Cada uno la lleva, la va forjando y cuidando y madurando como puede, como quiere o como le da la conciencia. Al final del camino, me parece que la vida está buenísima.
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