Hera Hyesang Park: la estrella surcoreana que desfiló en la Met Gala y es la revelación de La flauta mágica en el Colón
La joven estrella ha logrado en poco tiempo estar en un escenario consagratorio y ser aclamada por el público y los medios más prestigiosos; ahora se prepara para un nuevo desafío en nuestro país
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En su nombre está inscripto un destino y una cualidad. “Hyesang: la bendecida a la que le sucederán las cosas buenas”. En efecto, bendecida con el nombre, la voz y la belleza, a Hera Hyesang Park no han dejado de sucederle “las cosas buenas”. Entre otras, iniciar su carrera lírica no como una cantante corriente sino como una verdadera estrella, protagonizando títulos en el gran circuito y comenzando como una figura relevante nada menos que en el Met de Nueva York, uno de los escenarios más consagratorios del mundo, aclamada por el público y los medios prestigiosos con todos los superlativos. Un inicio que es augurio de un destino grande.
En otro hito de “las cosas buenas”, le sucedió un contrato de exclusividad con Deutsche Grammophon, la legendaria discográfica alemana cuya etiqueta amarilla no solo es un sello de prestigio y calidad, sino también, un registro para la historia de los artistas más excepcionales de su tiempo. Ingresar al catálogo solista de la centenaria marca berlinesa es un privilegio, es toda una categoría en la música clásica. DG es la estampa que certifica el status de estrella en la portada de un disco (de la Argentina, por ejemplo, de Argerich, Barenboim y del contratenor Franco Fagioli). Y allí está Hera Park —la primera soprano asiática en firmar una exclusividad con DG—, lanzada con tres discos propios que dan cuenta del descubrimiento: una voz esplendorosa y la admiración que en los círculos profesionales ha despertado esta joven intérprete, una de las más exquisitas de la actualidad.
También ha sido bendecida con el don de la belleza. Por su imagen candorosa y femenina, su figura esbelta y su estilo que mezcla glamour y naturalidad, Hera ha llamado la atención en el ambiente de la moda. La famosa Anna Wintour, icónica editora de Vogue (e inspiración que da vida al personaje del film El diablo viste a la moda), puso su ojo experto en la silueta de la soprano y eligió para ella una creación de Giambattista Valli para lucir en la Met Gala, una de las citas fashion más esperadas del año. Ya en Buenos Aires visitó el atelier de Gino Bogani para escoger los vestidos de su gala en el Colón. Sin embargo —admite Hera—, como una Cenicienta moderna que se cubre de oropeles para las luces de los escenarios, cuando todo termina, dice: “Soy una homeless a la que nada le pertenece”.
Con tan impactantes méritos y los premios que consagran su voz como la elegida de una belleza única (entre otros: el título de la renombrada Juilliard School, el Concurso Operalia de Plácido Domingo y el codiciado premio de la Fundación Hildegard Behrens), resultó curioso que el Teatro Colón la convocara a cantar el rol de Pamina (personaje por el que precisamente fue encumbrada por el Met y por el New York Times), no para el estreno ni para el Gran Abono, sino para integrar el segundo elenco de la reciente La flauta mágica, al cabo de cuyas funciones se programó un recital en el Salón Dorado acompañada al piano por Marcelo Ayub, en la gala de recaudación con cena para invitados y sponsors del primer coliseo.
Finalmente, en otra dimensión de “las cosas buenas”, Hera Hyesang ha sido dotada de una espiritualidad que hace del canto para ella, una experiencia mística, porque no sólo en la lengua coreana, sino también en la musical, su nombre está asociado a una suerte de bendición.
El mayor de los sueños
–¿Cómo descubriste el canto lírico y la ópera viviendo en Corea?
–Descubrí que me maravillaba esta energía que no sabría describir. Es algo misterioso lo que siento al cantar porque cuando hablo, mi voz y todo alrededor de ella es algo normal y corriente. No hay nada especial en ello. Pero cuando canto, siento algo espiritualmente profundo que me conecta con lo más sincero de mi alma. Ese sentimiento se expande y es un momento mágico que adoro compartir porque cuento mi historia sin decir los hechos. Soy feliz con la posibilidad de desarrollar una carrera en la ópera a pesar de que no fue mi sueño inicial con el canto. Mi interés era más simple: disfrutar y compartir.
–¿Y cuál era tu sueño con el canto?
–Cuando iba a la universidad, todos se enfocaban en convertirse en artistas exitosos. Yo, como buena cristiana, siempre devota y dedicada al servicio, le rogaba a dios que me diera razones, no para ser exitosa, sino para entender por qué canto, por qué estudio. Le pedía a dios que me diera respuestas a todo eso porque no quería estudiar solo para llegar a las universidades más conocidas o para que mi trabajo fuera sobre volverme famosa, conseguir dinero, éxito y reputación. Le pedía a Dios que me diera un sueño más grande que todo eso, algo que pudiera conservar si eventualmente perdía la voz. Yo no voy a sentirme decepcionada si un día me falta todo porque en el fondo sé que tengo un sueño superior: conquistar el mundo y mantenerme humilde. He sido bendecida y mi sueño es bendecir a los demás con la música y el canto. Tengo además la conciencia de que nada es para siempre, que las cosas se pueden evaporar, por eso el sueño de una vida deber ser más grande que la ópera.
–¿Qué te ha distinguido entre las sopranos? ¿Cómo describirías las cualidades de tu voz?
–Definitivamente como una voz lírica, cálida y generosa. Quiero ser honesta a pesar de sentirme incómoda al hablar de mí. Pero lo que recibo de los demás es que “mi voz emociona hasta las lágrimas”. Creo que mi voz tiene un halo sagrado y realmente debe ser así porque es en la espiritualidad donde encuentro mi motivación profunda, es la razón por la cual canto. Yo no canto en busca de la perfección técnica o vocal. Yo canto para realizar este don que dios me ha dado y por el cual siento el deber de brindar lo mejor de mí. Mi voz es fuerte, es intensa y poderosa. Tanto, que cuando canto, mi mente también se transforma y me convierte en una mujer poderosa, en alguien diferente de lo que soy. Es como si no fuera yo la que está en el escenario, como si fuera un pez que abre la boca por donde fluye la música milagrosamente. Es una fuerza que brota de mi interior, que se apodera de la persona que soy y obra como un milagro a través de mí.
–¿Sos una persona religiosa?
–Soy una persona espiritual.
–¿Con qué historias y personajes te identificás más fuertemente?
–Mi voz es perfecta para Mimi, para Blanche en Dialogues des Carmélites, Ilia en Idomeneo, Micaela en Carmen, Pamina en La flauta mágica… Eso en el sentido técnico, es el repertorio que elijo. También me convocan para roles pequeños como Zerlina o Despina, que me gusta cantarlos, pero por los cuales no quiero ser malinterpretada por mi apariencia. Mi corazón es mucho más grande que esos personajes. Por mi aspecto físico —porque soy asiática, soy una cara bonita y aparento diez años menos, (tengo 34 años y parezco de veinte y pico)—, me llaman para personajes graciosos con un canto brillante y aunque sean bellos y divertidos, no me son afines. No me identifico con el tipo candoroso y ligero. Soy extrovertida, pero en el fondo soy alguien que busca la filosofía de las cosas, la esencia y el fondo de todo, la espiritualidad, lo que está dentro de mí. Necesito sentir que el texto me atraviesa, elegir lo que me hace fuerte y potente, aquello que es lo más sincero en mí, y que, por ser sincero, llega al público con autenticidad.
Racismo y choque cultural
–¿Cómo ha sido tu vida en Occidente siendo coreana?
–Yo fui a estudiar a Nueva York a los 23, pero no en calidad de inmigrante ya que mi familia siempre vivió en Corea. Fui al extranjero a estudiar. Después me fui a Europa a trabajar. Experimenté muchos cambios en mi estilo de vida, en diferentes países, idiomas y culturas. Vengo de Asia y eso significa una esencia muy distinta y alejada de los países occidentales. He crecido en las enseñanzas del taoísmo y del confucianismo, con una filosofía de vida en la cual es muy importante respetar a las personas mayores y no pronunciar las ideas propias. De modo que en los inicios de mi vida en Occidente experimentaba una confusión entre ser humilde o respetuosa, y tener confianza o ser segura de mí misma. Me disminuía en lugar de enfocarme en mi amor propio, me exponía a una constante comparación con los demás, me imponía ganar todas las competencias para hacer felices a mis padres, para que sintieran orgullo de mí, para devolverles con mi éxito y mi futuro el sacrificio de sus vidas. Ese es el background de mi educación. Por eso, cuando llegué a una ciudad como Nueva York, sufrí un shock cultural que me puso en otro mundo: estaba desconcertada cuando veía que un estudiante debatía con el profesor. Temblaba como una hoja cuando un compañero le decía al maestro que estaba equivocado ‘¡Es demasiado!’ me decía a mí misma. Pero más grande era mi confusión al ver la reacción del docente que le contestaba al alumno: “Tal vez estás en lo cierto, razonemos juntos”. Estas situaciones me dejaban shockeada. Aprendí la importancia de saber expresar un pensamiento propio, de tener confianza en mí sin dejar de ser humilde y respetuosa. En la sociedad norteamericana, la independencia es un valor fundamental. Pero hay otros valores como la cercanía y los lazos familiares que no son tan intensos (yo no paso un día sin hablar con mis padres). De Asia tengo incorporados los valores fundamentales: la serenidad interior, la paciencia, la meditación y el zen, la capacidad de escuchar al otro, la de apreciar el momento presente. De Occidente todavía no he ganado la suficiente confianza en mí misma, pero estoy en busca del equilibrio, de combinar lo mejor de lo que encuentro en cada cultura.
–¿Has experimentado alguna discriminación?
–¡Claro que sí! Todo el tiempo. Diría que consiste en sentirse extraña, ajena. Sentir que te miran diferente, que la gente te grita, que constantemente te confunden con una cantante china. Pero yo creo en algo: creo que en el fondo todos somos racistas, que todos experimentamos un cierto nerviosismo ante lo diferente, solo que, a través de la educación y la cultura, aprendemos a reconocer y a dominar ese sentimiento. Entendemos intelectualmente que debemos tener la mente abierta por eso la educación cumple un rol relevante. Pero para ser sincera, si soy la única asiática en un grupo, me sentiré extraña porque luzco de otra forma, porque soy distinta y para el resto de las personas seré identificada como “la coreana”. Trato de suavizarlo, de entenderlo y de educarme, pero me siento incómoda. Una persona asiática siempre enfrenta este problema ¿Es difícil? Sí. Pero creo que es bueno hablar al respecto.
Cantar con el alma
–Hablaste de los roles que te permiten ser sincera ¿qué significa esa afirmación?
–Significa ser honesta, que doy lo mejor de mí, pero acepto que no soy perfecta, que debo permitirme el error. Ser honesta es ser vulnerable, ponerse en peligro, cantar con el alma y el corazón para emocionar a los demás. Allí es donde trato de desarrollar mi fortaleza. Pero si cometo un error, me recuerdo que la ópera no es el gran sueño de mi vida, que la vida es algo mayor y que no estoy obsesionada con la carrera porque el que canta persiguiendo el éxito y la fama, ofrece algo falso y efímero. Y el público, tarde o temprano, lo descubre, porque es nuestro mejor maestro, es el termómetro que nos indica cómo estamos cantando.
–¿Sos una fashion icon en la música? ¿Cómo es tu vínculo con la moda?
–Yo admiro el arte en todas sus formas y la moda es una de ellas. El look que adoptamos expresa el tipo de personas que somos. Yo, sin embargo, al final soy una homeless. No poseo ninguno de esos grandes vestidos. No son míos. Los recibo para lucirlos en ocasiones especiales, los disfruto y tengo mucha suerte porque aprecio ese modo de expresión artística. Pero nada de eso es mío...
–¿Qué cantante te ha servido de modelo? ¿A quién considerás una estrella no el sentido del divismo sino del aura que proyecta?
–¡Grace Bumbry! [NR: mezzosoprano norteamericana recientemente fallecida, bautizada en Alemania como “la Venus negra” por ser la primera cantante de color en el festival de Bayreuth]. Grace fue una cantante y mentora extraordinaria. Ella vino a escucharme cuando canté en Salzburgo y al final me dijo: “No suelo decirle esto a nadie, pero puedo sentir y afirmar que el espíritu de Dios está obrando en tu voz”. Para mí fue emocionante. Ella me dejó tres enseñanzas. “Primero: tu voz no te pertenece, le pertenece al cielo. Es tu deber cuidarla porque has nacido para cantar y para compartir tu alma con los demás. Segundo: nunca dejes de estudiar, sé humilde y dedicada porque, aunque tengas talento, has de trabajar duro y mantenerte con los pies en la tierra mientras los otros vuelan. Tercero: disfruta, pero sé agradecida hasta que Dios resuelva que ha llegado tu hora. Tendrás dificultades como todos las tenemos, pero si recuerdas estas máximas, tu vida estará llena de luz.”
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