Hasta para Coldplay abarcar "todo, todo" resulta un imposible
Nuestra opinión: buena
Cualquier banda, proyecto o matrimonio que llega al nivel de intensidad de Coldplay necesita refrescarse. Después, si el cometido se logra o no es otra cosa. Pero intentarlo es parte de cualquier manual de psicología. Y, como dice Alexis Petridis en The Guardian, acerca de Everyday Life, la psicología interna de las bandas de rock resulta algo difícil de comprender para los extraños, más en este caso. A 21 años de su primer simple debut queda bastante claro que el nuevo álbum está impulsado por dos vectores a menudo conflictivos. El primero es ser la banda más grande del mundo, un deseo evidente desde el principio con sus canciones agradables y no controvertidas que tratan sobre generalidades y emociones expresadas tan vagamente que cualquiera puede relacionarlas con su vida. Este instinto hizo a Coldplay increíblemente adaptables, y cuando el rock de guitarras épicas empezó a derrumbarse se deslizaron hacia el terreno de las colaboraciones más electrónicas con Avicii y los superproductores pop con apariciones especiales de Rihanna y los Chainsmokers. El otro impulso, según expresa Petridis, es tratar de experimentar musicalmente y aquí vienen los problemas. Los Coldplay son como esa pareja que siempre parece feliz y satisfecha con su vida, segura, que sale y se divierte y mantiene un estilo de vida a primera vista sólido y consensuado. Hasta que alguno de los dos sugiere que quiere probar algo distinto...
El equilibrio ante esas decisiones resulta fundamental. Y desde el primer tema "Sunrise", la banda busca una profundidad elaborada que no provoca ninguna fricción: lo cual le resta atractivo. Es como un ejercicio de conservatorio clásico. Sigue "Church", donde surge el Coldplay más clásico con el aporte interesante de un aire World Music (hay guiños sónicos a Medio Oriente y norte de África en varios pasajes del disco). "Trouble in Town" continúa en esa línea con una idea de explosión final bastante interesante desde el manejo de las cuerdas y la guitarra. Everyday Life es un disco doble, con lo cual hay de todo y... "todo" a veces es imposible. "Daddy" es una balada de piano lacrimógena donde Chris Martin se refleja en su padre. Un giro de un cantante que siempre prefiere letras con ideas más panorámicas sobre asuntos sociopolíticos de baja intensidad. Un punto interesante es "Arabesque", donde Coldplay toma una influencia inusual para su menú: el rock Touareg. Sin embargo, lo que empieza bien se diluyó un poco en caprichos instrumentales. Comentar cada tema sería inabarcable porque el álbum intenta eso. Everyday Life (con su tapa sepia de una banda de pueblo) no logra definir ni zanjar los asuntos de la "pareja". Por un lado desean ser U2, en Achtung Baby o Zooropa, y, por el otro, una banda de blues que toca en un bar de Estambul. Pero: "todo, todo" no se puede. Hasta para Coldplay.
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