Harry Styles: de One Direction... ¿a James Bond?
Harry Styles fue noticia dos veces en los últimos días. Primero por ser uno de los candidatos más firmes a reemplazar al cincuentón Daniel Craig en el papel protagónico de la próxima entrega de la interminable saga cinematográfica de James Bond. Y después por su celebrada participación en un homenaje a Fleetwood Mac: cantó con la banda el clásico "The Chain", un tema que Harry versionó más de una vez en vivo, en Nueva York y junto con otras estrellas de su generación como Miley Cyrus y Lorde.
Con el fabuloso éxito comercial que obtuvo con One Direction, una boy band que nació en The X Factor, programa de la cadena británica ITV bastante similar al famoso American Idol, supo vender veinte millones de discos en poco más de cinco años de carrera. Ahora, el joven nacido en Holmes Chapel, pueblito muy cercano a Manchester, parece decidido a consolidar tanto su faceta solista en la música como su perfil de actor ideal para producciones de alto presupuesto.
La llegada al cine se produjo gracias a su compatriota Christopher Nolan , quien ya lo eligió para un papel importante en Dunkerke (2017) y ahora es uno de los candidatos más firmes para el film número veinticinco del popular agente 007. Hay dos datos que lo favorecen: su buen desempeño en la intensa película ambientada en la Segunda Guerra Mundial y su indiscutible fama en todo el mundo: tiene 31 millones de seguidores en Twitter, 22 millones en Instagram y 15 millones en Facebook.
En Argentina, su popularidad no es poca: las entradas para el concierto que ofrecerá en el Direct TV Arena el próximo 23 de mayo están agotadas hace rato. Y hay quienes piden, en la reventa online, 11.000 pesos por un ticket para ver ese show. La razón principal de esa enorme avidez es la de costumbre en la poderosa industria del entretenimiento: un formidable aparato de marketing que empuja a una figura que, antes que nada, cuadra a la perfección en los cánones de belleza dominantes, como lo ratificó un curioso –y muy promocionado, claro– estudio del cirujano londinense Julian De Silva (The Centre for Advanced Facial Cosmetic Surgery). En él se comenta ue Styles apareció entre los diez hombres más lindos del mundo en una lista que incluyó a George Clooney, Brad Pitt, Bradley Cooper y Will Smith, entre otros.
Pero Styles no seduce sólo con sus elogiadísimos ojos azules. También se ha ocupado de presentarse en sociedad como un estrella al alcance de todos: "Si dejás el comentario correcto en Instagram, es probable que a a la mañana siguiente Harry se presente en la puerta de tu casa con café humeante y unos bagels frescos", exageraba una revista americana hace poco. Es habitual que el artista reciba a algunos de sus fans y de inmediato difunda los detalles de esos encuentros: una niñita embargada por la emoción, una adolescente afectada por un singular tipo de cáncer o una joven diseñadora de indumentaria que le regaló una exótica prenda íntima con trompa y orejas de elefante incluidas.
También se ha mostrado más de una vez dispuesto a sumarse a los pasos de comedia que le propuso la prensa menos solemne. El caso testigo es la entrevista corta (menos de cinco minutos) que le hizo Chelsea Handler en Netflix: Harry tuvo que contestar cada pregunta de un cuestionario bastante ligero con una sola palabra. Lo hizo con gracia y soltura.
Coleccionista de arte, Styles tiene, además, otros intereses atípicos y algunas posturas no muy comunes para un ídolo de la generación millennial: se ha manifestado públicamente en contra del Brexit y no transformó en una telenovela pública, como muchos de sus colegas sí hicieron, su relación con Taylor Swift , que duró apenas tres meses e inspiró buena parte de las letras de 1989, el disco que la cantante norteamericana editó en 2014.
También se ha preocupado por preparar con tiempo un primer disco solista (titulado lacónicamente Harry Styles) que fue muy bien recibido por la prensa especializada. La edición original de la revista Rolling Stone lo escogió como tapa del número de mayo y diarios norteamericanos de gran magnitud (New York Times, Los Angeles Times) no ahorraron loas para el álbum, cuyo primer single, el melodrámatico "Sign Of The Times", consiguió un millón de visualizaciones en Internet en apenas veinticuatro horas y fue elegido como uno de los mejores temas del año pasado por el ex presidente Barack Obama.
No es simple justificar tamaña aceptación para un repertorio tan convencional. Admirador confeso de Queen, Elton John, The Rolling Stones y The Beatles, Styles -comparado varias veces con Mick Jagger por algunos periodistas trasnochados- eligió como productor a un consagrado (Jeff Bhasker, quien trabajó en los últimos diez años con Kanye West, Jay-Z, Beyoncé, Alicia Keys, Lana del Rey y Mark Ronson, entre otros) y grabó diez canciones más correctas que brillantes. Es verdad que canta realmente bien, pero también que evita cuidadosamente cualquier riesgo o atisbo de exploración.
Su osadía más notoria quizás sea la incursión en el terreno del hard rock ("Kiwi"), donde suena muy parecido a Wolfmother. En sus pasajes más íntimos, en cambio, las deudas son todavía más visibles: "Sweet Creature" es, por decirlo de un modo elegante, un homenaje nada velado a un clásico de McCartney ("Blackbird"), y "Carolina" puede recordar vagamente a Beck, pero tampoco desentonaría en un álbum de One Direction.
Y así como la música luce rutinaria, la lírica acompaña religiosamente ese mood: las relaciones sentimentales están en el centro de la escena, pero siempre desde un punto de vista acartonado, demasiado usual. Styles sobrevuela las temáticas que aborda, en lugar de comprometerse a fondo. Sus historias son chatas y genéricas, más apegadas al lugar común que al tono auténticamente confesional, como si su escritura no se pudiera poner al día con el personaje que los medios de todo el mundo han perseguido hasta obligarlo a refugiarse en su propio búnker o una playa solitaria.
Hay más picante en los rumores de la prensa amarilla (un supuesto romance con su ex compañero en One Direction Louis Tomlinson, por ejemplo) que en las letras de este disco debut. La excepción es "From the Dining Table", una canción bella y despojada elegida para cerrar el álbum que arranca con una escena potente (el protagonista se despierta solo en la habitación de un hotel de lujo, se entrega a un juego onanista y luego se emborracha, mientras lamenta la ausencia de una ex que se ha ido con otro) y por una vez logra que Styles suene convincente al desnudar sus flaquezas sin calcular del todo el efecto que esa decisión tendrá en las redes sociales y el universo cerrado de sus incondicionales fans.
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