Quizás esto no sorprenda a nadie, pero Halsey es bastante buena con los cuchillos. Ahora está cortando un pepino, lo cual podría parecer un chiste o un meme –considerando su reputación de comehombres en el panteón de las estrellas pop–, si no fuera por los bowls de lechuga que hay alrededor de ella. Hace un par de días, les ofreció a sus amistades un festín de Pascuas: "Había costillas de cordero al romero, milanesas de pollo con salsa de ajo, cabellos de ángel, albóndigas, bife, puré de papas, espárragos envueltos en panceta, chauchas y papas al horno", dice. Hoy está haciendo rigatoni picantes, un plato del que se enorgullece.
"¿Te gustan picantes?", dice, mientras revuelve un poco la olla. Tiene la cara sin maquillar, y su pelo corto está oculto bajo un pañuelo. Con su jean manchado de pintura, parece la chica de clase media alta que asistió a una escuela de arte que podría haber sido, si sus padres hubieran realmente sido de clase media-alta y le hubieran podido pagar la matrícula de la Rhode Island School of Design, la escuela soñada en la que la aceptaron, pero cuyos costos no pudo pagar. En su lugar, Halsey se crio en pueblos bravos y agresivos del Garden State, y pasó la primera parte de su vida en el dormitorio universitario de sus padres, según dice, antes de que abandonaran las clases, se pusieran a trabajar como guardia de seguridad y vendiendo autos, y eventualmente tuvieran dos hijos más.
Como artista, incluso como persona, Halsey siempre dividió opiniones, por razones que todavía no entiende del todo. Casi desde el momento en que salió su primer single, "Ghost", en 2014 –una canción que compuso y grabó en el sótano de un amigo de un amigo y que subió a SoundCloud–, la han considerado un poco como una punk: exagerada, directa, demasiado picante. Por empezar, era difícil ubicarla: era más desordenada que Ariana Grande o Beyoncé, más dura que Lana Del Rey o Lorde, una estrella pop con sensibilidad rock. Por otro lado, ella era maximalista. Ningún estribillo era demasiado grande, ningún concepto para un disco demasiado planificado. Parecía operar permanentemente en un nivel épico.
A pesar de los haters, funcionó. Sus dos álbumes –Badlands, de 2015, y Hopeless Fountain Kingdom, de 2017– fueron discos de platino, y adolescentes de todo el mundo empezaron a teñirse el pelo de azul como ella. "Closer", su colaboración con los Chainsmokers, lideró los rankings durante doce semanas consecutivas, y "Without Me", una canción sobre su separación del rapero G-Eazy después de que "me engañaran frente al mundo entero, como mil millones de veces", se transformó en su primer single solista en alcanzar el puesto Número Uno.
Mientras tanto, Halsey despertó a la bestia de la opinión pública: cuando tuiteó acerca de su trastorno de bipolaridad, ¿estaba desestigmatizando la enfermedad mental o romantizándola? ¿Estaba bien que ella se considerara una mujer negra (su padre es negro) pero que pasara como blanca? Y, más allá de un baile sexy con otra mujer en The Voice ("La idea era que representara una lucha de poder; no estaba diciendo: ‘¡Sí, voy a hacer una cosa lésbica en la televisión!’"), ¿ella era realmente bisexual, si en público solo salía con hombres?
Ahora, en su cocina soleada y prístina, con un plato de quesos arreglado con destreza sobre su mesada, y mientras hierve el agua para la pasta, Halsey me mira, sonríe y le agrega más picante a la olla.
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En la secundaria, cuando todavía era Ashley Nicolette Frangipane, antes de tomar su nombre artístico a partir de una parada de subte en Brooklyn cerca de donde alguna vez vivió un novio adicto a la heroína, Halsey era una chica que no encajaba, que se escondía en el aula de las clases de arte, donde los bullies probablemente no se metieran: a ella no le importaban las clases de gimnasia, ni el anuario escolar; estas actividades eran socavadas por otras más sospechosas para la mente adolescente, como raparse, hacer música en la cafetería del pueblo vecino, ir a recitales en la ciudad y decir lo que pensaba. Cuando tenía 15 años, convenció a su mamá para que la dejara hacerse su primer tatuaje; de hecho, ambas se hicieron el mismo.
La antipatía de sus colegas en la secundaria la llevó a refugiarse en internet, donde Tumblr se transformó en su basurero de obras de arte, poesía y canciones que componía satirizando cosas como la relación de Taylor Swift con Harry Styles. Ahí podía ver cómo respondía la gente a diferentes versiones de ella misma. Abandonó las clases, que le parecían una pérdida de tiempo, y dobló la apuesta, creando una plataforma antes de que la mayoría de la gente entendiera lo que era. "Mi mamá decía: ‘Tu vida real es una mierda. No tenés amigos. Elegiste no ir a la universidad. Vivís en un mundo fantástico en internet’", dice. "Y yo trataba de explicarle: ‘Estoy construyendo una marca’. Ella me decía: ‘¿Estás construyendo una qué?’".
Abandonar su casa para parar en sofás en Brooklyn y en el Lower East Side le dio la oportunidad de probar esa marca. Romantizaba su vida bohemia en internet, y ocultaba las formas de supervivencia: trabajos por el salario mínimo, más la humillación de tener apenas nueve dólares en la cuenta. Hace poco, al hablar de cómo se acostaba con hombres para tener un lugar donde dormir, dijo: "Por supuesto, todo terminó en una fantasía hiperbólica de ‘la prostituta Halsey’". Ahora aclara que "no tenía proxeneta, nadie me manejaba la plata. Pero definitivamente yo salía con tipos que no me interesaban, solo para quedarme en su departamento. Tenía sexo de supervivencia. Tengo suerte de que eso fuera todo; para otras mujeres que conocí, no era solo eso".
Hiciera lo que hiciera para arreglárselas, resultó que aquello en lo que se destacaba era crear historias y después manifestarlas en la vida real. Es un hecho y una condición de su trastorno de bipolaridad que Halsey no siempre sabe qué versión de ella misma va a ser cuando se levante. La diagnosticaron a los 17 tras un intento de suicidio, y dice que hace tiempo que está en un período maníaco, que ella sabe que no va a durar para siempre. "Me voy a deprimir más que la mierda y pronto voy a volver a ser aburrida", dice frunciendo el ceño. "Y odio esa forma de pensar. Cada vez que me despierto y me doy cuenta de que volví a un episodio depresivo, es un bajón. Pienso: ‘¡Mierda! ¡Mierda!’".
Esta manía, piensa ella, quizás le quede bien, incluso si la puede volver más volátil, más propensa a hacer "cosas locas". La primera vez que nos vimos, en 2016, también estaba en fase maníaca. Ese día, el plan había sido reunirnos en el Central Park de Nueva York para hacer un "picnic", pero Halsey y yo fuimos directo al vino. Ambas estábamos en un momento precario, y de alguna forma podíamos darnos cuenta de que la otra también. Al poco tiempo, estábamos hablando de los bebés que habíamos perdido y lloramos juntas bajo el sol del mediodía. Más tarde, la misma Halsey que había sido infatigablemente abierta acerca de su trastorno de bipolaridad, su bisexualidad, sus relaciones y su intento de suicidio les diría a otros periodistas que su aborto espontáneo era el único detalle que se arrepentía de haber compartido. Y yo había sido quien lo había compartido.
Ahora, Halsey recuerda cómo se dio todo, el torrente de misoginia que le ocasionó haber escrito acerca de esa experiencia íntima, lo cual inevitablemente los haters de Halsey alrededor del mundo catalogaron como una jugada manipuladora para llamar la atención, y que quizás fuera mentira: "Fue realmente raro, ver cómo la gente decía: ‘Bueno, quiero controlar la validez de esta experiencia que tuvo’".
Empiezo a disculparme, pero ella me detiene gentilmente. "Agradezco que digas eso", dice, "pero definitivamente no tuvo nada que ver con vos". A esta altura, ya nos atiborramos de sus rigatoni picantes (perfectamente picantes, a la altura de sus elogios) bajo una foto enorme y enmarcada de Kurt Cobain, y pasamos al living, donde hay una máquina de escribir en la mesa ratona, una casita para el perro de Halsey, Jagger, y un cuadro a medio terminar apoyado contra una columna en medio de la sala y junto a una cámara Polaroid y una paleta de pintura.
De hecho, la experiencia femenina es algo sobre lo que Halsey ha estado pensando mucho, ofreciendo discursos en la Women’s March y otros espacios en los que habló de ella como alguien que había sido sexualmente abusada por un amigo de la familia cuando era chica, obligada a tener sexo por parte de un novio cuando era adolescente, y atacada sexualmente hace apenas un par de años, algo que pensó que ya no podía pasarle debido a su fama. "Esto es lo que me parece más jodido", dice con decisión. "Un hombre joven quiere éxito y poder para controlar gente, y una mujer joven busca éxito y poder para no tener que preocuparse de que la controlen. Pero es una ilusión, una puta mentira. No hay cantidad de éxito ni de fama que te pueda dar seguridad cuando sos mujer".
Mientras almorzábamos, me leyó la letra de su nuevo single, "Nightmare", en el que dice: "Vamos, muchacha, sonreí/ No, no tengo nada por lo que sonreír". También se refirió al tema como una "canción de protesta". La canción no la canta, sino que la grita, en el estilo del rock alternativo de los 90. "¿Cuándo fue la última vez que prendiste la radio y escuchaste una chica gritando, dando alaridos enojada por algo?", pregunta. "Por eso me encanta Alanis. Quiero escuchar a una mujer joven diciendo: ‘¡Ni loca!’. ¿Me entendés? Especialmente ahora".
La identidad es un asunto delicado para cualquiera, pero especialmente para una estrella de pop cuya personalidad tiende a cambiar. "El otro día hablaba con mi novio y le dije: ‘Cuando te acostás a la noche y estás de gira y me extrañás, ¿cómo me imaginás? ¿Me imaginás con el pelo corto y marrón? ¿O largo y rubio?’. Y él me dijo: ‘No sé’". Y el tema es que Halsey tampoco lo sabe. No puede imaginarse a ella misma. "Pensé mucho en eso. ¿Es algo bueno o algo malo? ¿Significa que no tengo un sentido de identidad? ¿O es bueno no limitar mi percepción, porque no me permite verme como una sola cosa, porque no me quedé en ninguna puta cosa el suficiente tiempo como para ser eso?". Hace una pausa, considerándolo, esperando que se presente una respuesta. Pero por supuesto no aparece ninguna.
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"¿Estas son las perchas de Jay-Z? ¿O las de Patti Smith?", pregunta Halsey, mirando varias de ellas en el camarín del Webster Hall en Nueva York un par de semanas después. "¿Por qué hay tantas perchas en este lugar?".
Cuando conocí a Halsey hace tres años, su fama era algo sumamente nuevo y desestabilizador, incluso para alguien que no tuviera una enfermedad mental grave; para alguien con una, existía la sensación de que toda la situación podía salir terriblemente mal, que detrás de su fanfarronada se escondía una fragilidad. Ahora esa fragilidad parece haberse transformado en una suerte de ternura, caótica pero amable. Ya no toma bebidas alcohólicas fuertes, ni se droga ni fuma porro. "Apoyo a toda mi familia", dice. "Tengo muchas casas, pago impuestos, dirijo una empresa. No puedo salir a hacerme mierda todas las noches". (También le divierte profundamente cuánto puede "asustar a los hombres blancos ricos. Es tipo: ‘¿Sos un fucking CEO? Yo también’".
El único vicio que le queda son los cigarrillos, y me pregunta si se puede prender uno y luego se sienta, sin pantalones y con una remera de Marilyn Manson toda rota, a mi lado en el sofá. Le pregunto si, más allá de las señales iniciales que indicaban lo contrario, el éxito la estabilizó. "Sí, porque me volvió responsable", responde con cuidado, dando una pitada. "Me internaron dos veces desde que me transformé en Halsey, y nadie lo sabe. Pero no me da vergüenza hablar de eso ahora". Haberse internado no es un problema, razona ella, sino una manera responsable de lidiar con uno. "Fue mi decisión", continúa. "Le dije [a mi manager]: ‘Hey, no voy a hacer nada malo, pero estoy llegando al punto de tener miedo de hacerlo, así que necesito ver qué pasa’. Me sigue pasando en el cuerpo. Solo que ahora sé cómo confrontarlo". Rápidamente se acuerda de la gente con la que trabaja, calcula los hijos que tienen. "¿Quiero lastimar a toda esta gente?", se pregunta.
Halsey dice que el disco en el que está trabajando es "el primero que compuse en estado de manía". Su proceso de escritura feroz fue el mismo. "Ella decía: ‘OK, voy a fumar un cigarrillo’, y literalmente, cuando volvía la canción ya estaba hecha", se maravilla el productor Benny Blanco. Pero, como "no me puedo quedar quieta como para ser productiva", terminó adquiriendo perspectiva, alejándose y volviendo para repasar canciones semanas después de haberlas empezado. Como producto ecléctico del estado de su mente, el disco es un muestreo de "hip-hop, rock, country, de todo, porque es muy maníaco. Es muuuuuy maníaco. Es literalmente lo que se me dé la gana hacer; no había razón para no hacer lo que quisiera".
También es la primera vez que un trabajo de Halsey no se ocultará tras un concepto, aunque hay, dice ella, un "motivo". "Hay muchas exploraciones a l’appel du vide, que en francés significa ‘el llamado del vacío’", me había dicho en L.A. "Es esa cosa que hay siempre en un rincón de nuestras mentes y que nos lleva a pensamientos horribles. Como cuando estás manejando en el auto y pensás" [hace la mímica de girar el volante], "o estás en la cima de un edificio y pensás: ‘¿Y si salto?’". Así, dice ella, es como son sus períodos maníacos. "Te controlan esos impulsos, y no la lógica ni la razón".
Se acerca la hora del show. Entra el estilista de Halsey con una peluca negra un poco despeinada. Durante un momento, Halsey la considera. Esta noche va a tocar su primer disco entero, una cápsula de tiempo para sus fans de la primera hora. ¿Debería usar una peluca azul que recuerde a la Halsey de la época de Badlands? "No", dice finalmente. "No puedo seguir volviendo a eso. Como si dijera: ‘Esta soy la verdadera yo’. No lo puedo evitar".
A Halsey le daba lástima "Ashley", pero ahora no. "OK, dicho rápidamente, esto es lo que es", me había dicho en su living, con la luz del fin de la tarde y el humo del cigarrillo bañándola de un resplandor desenfocado. "Yo era una adolescente que no caía bien en la secundaria, y me vendieron el sueño de que le iba a gustar a todo el mundo, porque iba a ser una persona famosa". Pero no fue así, no a todos le gustó, sin importar el personaje que ella probara. "Eso es todo. Y ahora tengo 24, y pienso: ‘Bueno, supongo que no importa’".
De verdad no importa. Afuera del camarín, 1.500 inadaptados con pelo azul, tatuajes y una cantidad de angustia adolescente que desborda la edad que tengan se acercan a verla cantar un puñado de canciones que compuso cuando todavía le vendían el sueño. Van a cantar junto a ella. Van a gritar su nombre. Van a llorar, seguro van a llorar. Y en ese momento, por más evanescente que sea, el sueño será real, y las historias que ella les cuente serán verdaderas, y nadie sentirá que tenga que disculparse por nada.
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