En una extensa charla con LA NACION, Dora Cerati homenajea a su sobrino y ahijado retratando su perfil más íntimo: la infancia y los comienzos de Soda Stereo, el deseo de Gustavo de casarse con una chica que había conocido unos días y la relación entrañable con su padre
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“Nos reuníamos los domingos en la casaquinta que tenía mi cuñada en San Isidro, el menú podía ser asado o una raviolada. Gustavo estaba siempre presente, le encantaban esos encuentros, aunque terminábamos de almorzar y él salía corriendo a ensayar”, rememora Dora Cerati con un dejo de nostalgia, pero con la alegría de aquel tiempo compartido con su familia y con ese sobrino y ahijado que el destino convirtió en una celebridad internacional y que no es otro que Gustavo Cerati, uno de los nombres más trascendentes que haya engendrado el rock latinoamericano y de quien este sábado se cumplen siete años de su muerte.
LA NACION mantuvo una extensa charla con Dora Cerati en busca de esa huella auténtica y menos difundida del hombre elegante y exquisito que legó una obra imprescindible.
-¿Cómo era ese Gustavo íntimo, desconocido por casi todos?
-Era divertido, Gustavito tenía un humor muy especial...
Gustavito. Así, con afecto, Dora Cerati define a ese sobrino que atravesó su vida a lo largo de 55 años. En su recuerdo no hay lágrimas, sino la satisfacción de haberse disfrutado mutuamente. Aparece nítida aquella infancia fundacional en su vocación, los consejos de la tía al ahijado adolescente y el acompañamiento cuando la vida se pareció a la muerte.
Por estas horas se cumple un nuevo aniversario de aquel penoso 4 de septiembre de 2014, cuando la muerte física del músico enlutó a sus millones de seguidores desparramados en buena parte del mundo.
“Te vi que llorabas, te vi que llorabas, por el…” (“Té para tres”)
Trátame suavemente
La vida de los hombres que dejaron un legado también puede contarse desde el final. Gustavo Cerati no es la excepción. El 15 de mayo de 2010, el músico con categoría de rockstar ofreció el último recital de la gira Fuerza natural en el campus de la Universidad Simón Bolívar, en la ciudad de Caracas. Se trataba de una fecha que conformaba un tour iniciado en Monterrey, México, con la finalidad de presentar en vivo aquel disco poético, editado en 2009, que le daba nombre al periplo internacional.
El recital en Caracas se llevó adelante sin sobresaltos y nada hacía suponer que, minutos después de finalizado el show, el exlíder de Soda Stereo sufriría una isquemia cerebral que conduciría a un posterior ACV que lo postró y lo dejó en estado de coma cerebral hasta su muerte, producida el 4 de septiembre de 2014. “A los músicos que realizan un gran esfuerzo arriba de un escenario les deberían hacer un chequeo médico previo”, sostiene Dora Cerati con algunas dudas sobre la prevención y la atención recibida por su sobrino cuando sufrió el episodio que se convertiría en terminal.
-En la salud de su sobrino, ¿hubo algún indicio previo que hubiera tenido que ser evaluado?
-Antes de lo sucedido en Venezuela, grabando un video sintió un dolor muy grande en una de sus piernas, razón que lo llevó a una internación y a que se comprobara que había sufrido una trombosis bastante jorobada. Tuvo que hacer un reposo muy estricto porque no sabían si el coágulo podía desplazarse al corazón, los pulmones o cualquier otra parte de su cuerpo. Mientras tanto, lo anticoagulaban para disolverlo.
-¿Dejó secuelas?
-Tuvo la grandísima suerte que ese coágulo se disolviera, porque, de lo contrario, había un riesgo de vida. Le recomendaron que no viajara en avión y que hiciera deporte, algo que a él no le gustaba. Desgraciadamente, no le sugirieron que dejara de fumar.
-¿Comenzó a practicar deportes?
-Se anotó en un gimnasio, pero le duró lo mismo que la manteca en el hocico de un perro. Si tenía un momento libre, lo dedicaba a componer. Además, vivía ensayando. Era muy riguroso con su actividad y exigente con sus músicos.
-¿Cómo se enteró de la descompensación de su sobrino en Caracas?
-Estaba en mi casa y no recuerdo si me llamaron por teléfono o me enteré por la televisión. Lo que te puedo decir es que me fui volando a la casa de Lilian (Clark), la mamá de Gustavo. Ahí nos reunimos todos. El dilema era que había que salir para Caracas inmediatamente. Primero voló Laura, hermana de Gustavo, y a las horas su mamá con Stellita, la otra hermana de él.
-Imagino que estaría desesperada y pendiente de las novedades minuto a minuto.
-Hablaba varias veces por día para ir enterándome del cuadro. Si le hubiese sucedido acá, a Gustavo no le pasaba…
-Ese es un comentario que se escucha con frecuencia...
-Así es...
-¿Por qué se cuestiona la atención recibida en Venezuela?
-En el primer lugar que lo internaron no contaban con la máquina necesaria para hacerle el estudio correspondiente.
-¿Qué sabe de los minutos previos al incidente?
-Cuando Gustavo bajó del escenario se fue a bañar, como era su costumbre, para luego tomarse algunas fotografías. Cuando sus colaboradores lo vieron venir, luego de su ducha, lo notaron muy pálido. Incluso, algunos de los muchachos me comentaron que, en principio, habían pensado que alguno se había mandado una macana o que algún tema había sonado mal, y por eso la seriedad.
-No se trataba de seriedad.
-Ya se estaba sintiendo mal.
-Entonces...
-Se tomó las fotografías de rigor y se volvió a instalar en su camarín. Uno de los integrantes del staff lo siguió y lo encontró desmayado.
-Inmediatamente se habrá previsto el traslado.
-Sí, se lo llevaron y respondió bien a los estímulos.
-¿Él vuelve a tener conciencia?
-Reaccionó bien, aunque le costaba hablar y ese es un signo básico de ACV que había que haber tenido en cuenta, máxime sabiendo que había tenido el antecedente de la trombosis. No solo hablaba con dificultad, sino que le costaba mover una parte del cuerpo.
-¿Cómo se comunicaba Gustavo en esa situación?
-Como no podía hablar, al día siguiente garabateó que quería comida mexicana.
-¿Le cumplieron el deseo?
-Sí, dicen que comió tacos. Todo lo que yo digo es por referencia de la gente que lo acompañó y me fue contando.
-Rápidamente llegó su hermana Laura, el primer familiar en salir de Buenos Aires.
-Sí, pero antes que ella aterrizara, se le tuvo que hacer una operación de urgencia, porque, de lo contrario, le explotaba el cerebro. Además, hubo un traslado a otro sanatorio para confirmar el diagnóstico. Supongo que los médicos querían estar seguros porque era una gran responsabilidad, no estaban atendiendo a cualquiera. Las miradas del mundo estaban puestas ahí. Entiendo que Venezuela no está a la vanguardia en lo que respecta a medicina, por eso creo que, estando acá, a Gustavo todo lo que le sucedió no le hubiera pasado.
-¿En qué consistió la operación y cuáles fueron las consecuencias?
-Le hacen la preparación craneana para que el cerebro pudiera expandirse, porque toda esa hemorragia, al no tener donde salir, estaba provocando una hinchazón.
-Había que descomprimir.
-Gustavo tenía un huevo en la cabeza.
-¿Esa situación provoca el estado de coma?
-La hemorragia abarcó el tronco cerebral, ahí es donde a Gustavo se le causa el gran problema. Los médicos dijeron que nunca habían visto un derrame cerebral tan masivo.
-¿Recuperó algo de conciencia cuando salió de la operación?
-No, ya no... Ya estaba toda la familia en Caracas y es cuando se hace una interconsulta con el Instituto Fleni de Argentina y se decide que dos médicos de esa institución se acerquen a verlo.
-¿Cuál fue la evaluación de esos profesionales?
-Dijeron que la operación había sido necesaria porque había que expandir el cerebro y que solo restaba esperar y comprobar si las células no dañadas podían reemplazar a las que sí habían sufrido el daño, algo que puede suceder.
-Luego se decide el traslado a la Argentina.
-Diez o quince días después se dispone el operativo con un avión sanitario para comenzar a tratarlo en el Fleni. En algún momento parecía que tenía un atisbo de recuperación, que iba a abrir los ojos, pero no los abrió nunca más.
-¿Nunca más abrió sus ojos?
-No. Al mirarlo parecía que estaba durmiendo.
-¿Iba a visitarlo?
-Por supuesto, durante los cuatro años de su internación fui siempre a verlo.
-Luego de la internación en el Fleni fue trasladado a otra institución.
-Sí, cuando los médicos del Fleni evidenciaron que ya no había solución porque había sido dañado el tronco cerebral, lo peor que puede suceder en un ACV, se decidió el traslado a Alcla. Hay casos de personas que estuvieron 19 años en el estado en el que estuvo Gustavo y salieron del cuadro, pero el ACV masivo a él le dejó secuelas terribles.
-¿Cómo transcurrieron esos últimos años?
-Gustavito tenía una habitación especial, con un acceso digital para que no se pudiera meter nadie a sacarle fotos. En cuatro años, no hubo una sola foto de Gustavo. Con el tiempo comenzaron a vestirlo y a sentarlo en un sillón anatómico. Ahí uno recuperaba alguna esperanza...
-¿Lo vestían?
-Lo vestían perfectamente. Además, ya le habían crecido todos los rulos y no se notaba esa parte hundida donde le faltaba la tapa craneana. Yo le abría los ojos y Lilian me decía: “Dejalo tranquilo”. Pero yo pensaba que así, quizás, podía mirar algo.
-Muy emocionante y todo un shock.
-Tenía esos ojos celeste cielo intactos. En una oportunidad, vino a visitarlo un primo nuestro que es médico y vive en Concordia y no podía creer lo bien que estaba. Tenía la piel suave, buena masa muscular. Estaba perfecto, era para decirle: “Gustavo, levantate y cantá”.
-Con cierto morbo, se ha especulado con el aspecto que podía haber tenido durante su tiempo en coma.
-Estaba hermoso, tenía una cara preciosa, siempre afeitado, con los labios rozados. A veces, hasta le poníamos un gorrito.
-En vida era muy coqueto.
-Yo le hacía notar a Lilian lo bien que estaba, el buen semblante, la piel descansada.
-Lo visitaron sus colegas.
-Su gran amigo Luis Alberto Spinetta llegó acompañado por un médico, porque tenía miedo a descomponerse, pobrecito. Se querían mucho, al punto tal que le dejó la guitarra de Dante de regalo.
-¿Cuál era la reacción de la gente que lo visitaba?
-Le cantaban, le tomaban la mano, lo acariciaban.
-Usted dijo que le abría los ojos. ¿Qué sucedía en ese momento? ¿Podían percibir alguna reacción?
-No demasiado. Yo lo hacía trabajar: “Gustavo hoy vamos a abrir y cerrar la boca, vamos a ensayar eso”.
-¿Cuál era la respuesta?
-Lentamente, él lo hacía.
-¿Reaccionaba?
-Sí, pero los médicos me decían que se trataba de un reflejo.
-¿Qué otros movimientos le hacía hacer?
-Cuando nos cansábamos de abrir y cerrar la boca, yo le proponía ensayar cómo se tragaba. Él movía la boca...
-Entonces había respuesta, comprensión.
-Estas cosas son muy delicadas... A veces, yo llegaba y le decía: “Buenos días, Gustavito” y el movía la cabeza. Fueron cuatro años... Cada diciembre le llevaba un arbolito de Navidad, que luego regalaba a la institución.
-¿Cómo fueron sus últimas horas?
-El día anterior a su fallecimiento, las enfermeras se preocuparon porque Gustavo estaba con taquicardia. Cuando llegué no movió la cabeza y recuerdo que le dije a Lilian una palabra que jamás uso: “Lo veo impávido”. No era la cara de una persona viva.
-Entonces...
-Lo metieron en la cama para que estuviera más tranquilito, hasta que se normalizaran los parámetros. Al otro día, por la mañana, me avisaron que había muerto. Inmediatamente me fui corriendo a lo de Lilian.
-Lilian es una gran mujer.
-Así es y ha pasado por muchos golpes. Primero la muerte de su marido, porque mi hermano falleció luego de una enfermedad, y después soportó los cuatro años de Gustavo en ese estado. Es una leona. Tan fuerte es que no se operó de la cadera, a pesar de sus dolores, porque pensaba que, si le sucedía algo, no podría volver a ver a Gustavo. Así que esperó el desenlace para operarse.
-Poco después de la muerte de Gustavo, usted habló con la prensa.
-Me pidieron que diera la información oficial de parte de la familia. Recuerdo que les dije a todos que podían rezarle en cualquier lugar porque ya Gustavo estaba en todas partes y que, como íbamos a sufrir tanto con su desaparición, nos dio cuatro largos años para despedirnos. Su ausencia se sintió a lo largo de cuatro años, aunque nunca nos vamos a acostumbrar a no tenerlo más. Acumulamos resignación.
-¿Siempre tuvieron esperanzas?
-Siempre tuvimos esperanzas...
-¿Es creyente?
-Muy y mi cuñada también. Hemos ido a ver al padre Ignacio. Visitamos templos, recibimos todo tipo de objetos, hasta vinieron a vernos chamanes y más de un chanta, pero uno tenía la ilusión. Hasta se acercó un muchacho de 42 años que le dijo a Lilian: “Yo estuve en coma durante años y un día me desperté”, pero no todos los ACV son iguales.
El cuerpo de Gustavo Cerati descansa en el Panteón de la Merced en el Cementerio de la Chacarita. Pegado al músico, también reposa su padre. El ingreso es libre y los fanáticos suelen acercarse a dejarle flores o alguna carta. No es inusual la presencia de seguidores extranjeros que llegan al país para rendirle su homenaje a quien fuera uno de los más grandes hacedores del rock en castellano.
“Aunque a veces se equivoquen, no confundo más. Voy a hacer que mis cenizas vuelvan al papel” (“Cosas imposibles”)
Fuerza natural
Si las historias pueden comenzar por el final, también son plausibles de terminar por el comienzo. “En aquellas comidas familiares de los domingos no le preguntaba nada sobre Soda Stereo, no me gustaba molestarlo. Si él estaba compartiendo un momento con nosotros era porque quería distenderse”, afirma esta mujer que camufla muy bien su edad y que no oculta la admiración y el respeto que le genera la trayectoria del genial compositor.
-¿Tenía buen carácter?
-Sí, tenía mucho humor y, además, era muy observador. Nuestras conversaciones eran muy lindas, de familia.
-¿Le hacía escuchar los temas antes de ser difundidos? ¿Buscaba opiniones previas al juicio de los fanáticos?
-Le divertía hacernos escuchar sus nuevas composiciones, pero también yo le daba mi opinión sobre aquellos temas que se iban haciendo más famosos.
-¿Tomaba en cuenta las devoluciones?
-Una vez le dije: “Este tema tiene connotaciones eróticas”. Me miró fijo, se quedó pensando y finalmente me respondió: “¿Te parece? Si a vos te parece, entonces sí…”. Él no buscaba que todo el mundo percibiera igual su música, prefería la diversidad.
-¿Compartía con la familia sus momentos de creación?
-Su forma era curiosa, primero componía la música y, de acuerdo a lo que eso le inspiraba, aparecía la letra. A veces, tontamente, yo le decía: “Hacete un hit que pueda cantar todo el mundo”, hasta que me di cuenta que todos eran hits.
-Gustavo Adrián Cerati nació el 11 de agosto de 1959. ¿Se acuerda de ese día?
-Sí, por supuesto.
-¿Cómo fue?
-Una algarabía. Yo tenía tres hermanos más y ninguno había sido padre hasta que llegó Gustavo. Cuando fui a conocerlo a la Santísima Compañía de María donde nació, mi hermano y mi cuñada me propusieron ser su madrina; me puse tan contenta. Para mí, que era una chica jovencita, era un orgullo, casi un título honorífico, así que acepté inmediatamente. Gustavito era tan lindo de chiquito; un querubín, hermoso.
Dora tenía una relación inmejorable con su hermano Juan, el padre de Gustavo ya fallecido, y con su cuñada Lilian Clark, con quien hoy mantiene un vínculo estrecho. “Nunca tuvimos un problema entre nosotras y tampoco con Stellita y Laura, sus hijas, las hermanas de Gustavo”.
-¿Cómo recuerda la infancia de Gustavo?
-Yo vivía con mis padres y mi hermana en la casa familiar de Gaona y Boyacá, donde siempre nos visitaban mi hermano y mi cuñada y lo traían a Gustavo, por supuesto. Mi mamá hacía bizcochuelo porque a él le encantaba. También le gustaba jugar con los soldaditos de plomo, así que le comprábamos bolsas llenas de soldaditos y él se volvía loco.
Juan Cerati, el padre del músico, tuvo altos cargos en la compañía petrolera Esso y en la Petroquímica del Plata. Lilian Clark, por su parte, llevaba un ADN artístico que solía canalizar en la escritura.
-¿Cuándo nace en Gustavo la vocación por la música?
-De chiquito ya andaba con su guitarra, así que ese don nació con él. Cuando fuimos al colegio donde cursó el secundario, nos contaron que siempre prefería ser arquero, porque la pelota llegaba cada tanto y eso le permitía tocar la guitarra. En las fiestas familiares lo hacíamos cantar y él cumplía con dos o tres temas, pero después aclaraba que era un ensayo y nos pedía que no nos tomáramos demasiado en serio lo que habíamos escuchado. Fue un perfeccionista desde muy pequeño.
-¿Cuál fue la primera guitarra?
-Gustavito era muy chiquito cuando mi hermano le armó el batatarium, una guitarra hecha en una lata de dulce de batata a la que le pegaban cuerdas. Eso sí, a la hora de actuar había que presentarlo. Hay un video donde se lo ve a mi hermano presentándolo con muchos atributos, parecía un adelanto del futuro. Me acuerdo que en una fiesta familiar cantó las canciones de Johnny Tedesco. Para Gustavo la vida era su guitarra y su canto.
Sin dudas, los azares del destino premiaron al coequiper de Zeta Bosio y Charly Alberti, sus compañeros de fórmula en Soda Stereo. “De grande le he dicho que lo habían tocado tres varitas mágicas: tocar la guitarra con tanto talento, que cantar se haya convertido en su medio de vida y el triunfo. Y le aconsejaba que no debía olvidarse de eso ni marearse con el éxito, que era sano no sacar los pies de la tierra ni olvidarse de sus amigos de la infancia. Me acuerdo que le decía: ´no sos simple, pero sos sencillo´. Nadie que tiene tanto talento es una persona simple”.
-¿Qué le respondía?
-Escuchaba atentamente.
-Alguna vez, ¿lo percibió mareado por el éxito?
-No. Incluso ya teniendo muy buena repercusión, nos traía a su madre y a mí los temas nuevos para que le diéramos nuestra opinión. Era una persona muy especial.
-Catadoras privilegiadas.
-Nosotras le decíamos francamente lo que opinábamos. “Corazón delator” fue una maravilla y la última que nos fascinó fue “Cactus”. Cuando le dijimos que nos gustaba mucho “Cactus” nos dijo: “¿Ese solo?”. Ahí le aclaramos que era el tema que más nos gustaba, pero no el único.
-¿Tenía vocación por otra actividad?
-Alguna vez soñó con la arquitectura, quizás porque dibujaba muy bien.
“Todo es mentira, ya verás, la poesía es la única verdad” (“Déjà vu”)
Bocanada
Gustavo Cerati fue hombre de varios amores. Algunos más formales que otros, como siempre sucede. Con la modelo Cecilia Amenábar rubricó su vínculo ante un juez y frente al altar religioso, formulismos que concretó en Chile, país del que es oriunda ella. Juntos tuvieron dos hijos: Benito y Lisa, con quienes formaron la familia con sonido rocker. “Era muy enamoradizo, una vez quería casarse a la semana de haber conocido a una chica. Así que le hablé mucho, le dije que tenía que conocer más a la persona. ´Gustavito, conviví primero´”, recuerda la tía que, en ese momento, se inquietó ante el arranque abrupto del sobrino enamorado.
-¿Hubo gestiones para detener el arrebato?
-En el verano de 1986, me encontré con él en el Hotel Dorá de Mar del Plata, porque justo Soda tenía que tocar en el Súper Domo. Ahí le pedí que lo pensara, que conviviera antes.
-¿La escuchó?
-¡Me lo prometió! Terminamos hablando cosas de familia, abrazados y llorando.
-¿Cómo terminó el cuento?
-Por lo pronto, a la semana no se casó. Mi hermano y mi cuñada, que no podían soportar la situación, se tomaron un avión y se fueron a Europa.
-¿Le comunicó formalmente el final de esa relación?
-Sí, se apareció en mi oficina sorpresivamente. Le costaba decírmelo, porque, como buen leonino, era orgulloso. Charlamos un rato y, de pronto, me dijo: “Ya no estoy más con fulana...”. Traté de no darle mucha importancia para que no se sintiera mal, pero le aseguré que me parecía bien la decisión tomada. Le gustaban las mujeres, así que yo le sugería que tenía que poner un freno.
-¿Era muy confidente con usted?
-No. Lo que conseguí es que fuera a la psicóloga, pero solo lo hizo dos veces y no volvió más, él no era de contar. Resolvía su vida como quería, aunque cuando tenía un problema grave, corría a lo de su madre. Cuando mi hermano estaba vivo, Gustavito me dijo: “Si un día me falta él, no sé de dónde me cuelgo”.
-¿Era muy unido con su padre?
-Sí, incluso trabajó con Soda…
-Cuénteme.
-Mi hermano vio que los números de los chicos no cerraban, que no ganaban lo que tenían que ganar, a pesar del éxito de Soda Stereo. Se recaudaba un monto impresionante, pero a las manos de ellos llegaban dos pesos y el resto se pasaba como gasto. Entonces, mi hermano, que era auditor de la Esso y sabía un montón, empezó a estudiar los números. Hasta se puso a investigar las cuentas en Sadaic.
-¿Cómo se solucionó el tema?
-En principio, le abrió a Gustavo cuentas bancarias en Latinoamérica para que el dinero ganado en el exterior se depositara directamente en cada país. De ese modo, ya no había que esperar ninguna remesa y el dinero iba a la cuenta del cantante. Al manager esto no le gustó, al punto tal que le dijo a Gustavo: “Tu papá me acaba de dar una puñalada en el corazón”. A partir de todo lo que hizo mi hermano para cuidar a los chicos, alguno se enojó y mermaron las propuestas. Es que, a la persona que armaba los contratos, se le había cortado el chorro. Cuando mi hermano los empezó a manejar, volvieron las ofertas y los chicos empezaron a ganar. Él decía que la plata era de los artistas y no de los managers o productores, porque son los músicos los que suben al escenario a romperse el alma.
-Volviendo al plano más personal, ¿tiene relación con los hijos de Gustavo?
-Nos llevamos muy bien, pero ellos tienen sus vidas. Benito, que forma parte del mundo de la música, está tan ocupado como lo estaba Gustavo. A veces le grabo mensajes con alguna palabrota para que se acuerde de mí y me responde enseguida: “Tía, disculpame”. Y Lisa es amorosa. Pobrecitos, ya pasaron su peor momento… Gustavo era un padre muy presente… lo perdieron siendo muy chicos.
-Dora, ¿algo más para decir?
-Gustavo trascendió fronteras y continentes, burlando el hueco silencioso de la muerte.
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