Guns N’ Roses revalidó sus credenciales rockeras a bordo de sus grandes clásicos
Con Airbag como telonero, la banda californiana conquistó a la multitud que colmó el estadio Monumental mediante un show demoledor de tres horas y un Slash muy inspirado.
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Es evidente que el rock no atraviesa su mejor momento y que tampoco despierta el mismo interés y atención de algunas décadas atrás. Pero de ahí a decretar su finitud, como suelen sentenciar con frecuencia ciertas voces, existe un largo trecho. Y el mejor ejemplo que así lo demuestra sucedió ayer por la noche en el estadio de River Plate.
A cinco años de su última visita al país, y tras anunciar la reedición de lujo de Use your illusion I y II, sus álbumes consagratorios lanzados originalmente en 1991, Guns N’ Roses se reencontró con sus fans locales montado al tramo sudamericano de la gira intitulada “We ́re F’N Back! Tour 2022″.
Saldando la deuda que quedó pendiente luego de la suspensión de la edición 2020 del Lollapalooza Argentina con motivo de la pandemia por coronavirus, y que la tenía entre sus principales animadoras, la banda californiana revalidó sus credenciales como uno de los últimos bastiones del rock más salvaje y rebelde que aún resiste en el panorama musical.
Nacidos a imagen y semejanza de Aerosmith, aunque indisimulados devotos de Los Beatles, Los Rolling Stones, Queen, Pink Floyd y Jimi Hendrix, entre muchos otros clásicos, a lo largo de tres horas los Guns conquistaron a la fervorosa multitud que colmó el Monumental con su poderío característico y un listado de temas rebosante en hits.
Una puesta en escena sobria y muy high tech (apenas una enorme pantalla led como telón de fondo que reprodujo imágenes del show y videos alusivos a cada canción) constituyó el marco ideal y necesario para un concierto cuya columna vertebral se apoyó fundamentalmente en los álbumes Appetite for destruction y los ya citados Use your illusion I y II, amén de que también hubo espacio para material más reciente como “Absurd” y “Hard skool”.
“It’s so easy”, “Mr. Brownstone”, “Chinese democracy” y la volcánica “Welcome to the jungle” marcaron el demoledor comienzo de una noche intensa en la que, a modo de guiño hacia sus maestros musicales, tampoco faltaron los covers, esos que el grupo sabe hacer sonar como propios. Así desfilaron logradas versiones de “Live and let die” (Wings), “Wichita lineman” (Glen Campbell y Jimmy Webb), “Knockin’ on Heaven’s door” (Bob Dylan) y el soplo punk de “Attitude” (Misfits) en la voz del bajista Duff McKagan.
En River, el núcleo histórico del grupo conformado por Axl Rose, Slash y el propio McKagan conservó sus espaldas muy bien cubiertas gracias a una segunda línea sólida y efectiva a cargo de Frank Ferrer (batería), Dizzy Reed (piano), Melissa Reese (teclados y coros) y el destacado guitarrista Richard Fortus quien, además de poseer el típico look “gunner”, ofició como un soporte esencial para Slash.
Con botas, jeans gastados y un sinfín de distintas remeras, sacos y camperas que fueron desfilando a medida que avanzaba la velada, Axl Rose asumió el rol de frontman destilando tanto su habitual entrega y despliegue escénico como su ya probado carisma.
Precisamente estas herramientas le permitieron disimular y suplir con creces ciertas y evidentes falencias de una voz que dista mucho de ser la misma de sus años dorados, más allá de algunos grandes momentos que arrancaron aplausos del público como en “Reckless life”, “You could be mine”, “Civil war” y “Sorry”.
De todos modos, el gran protagonista de la noche y destinatario principal de las mayores ovaciones fue Slash. De riguroso negro y ocultando su rostro tras unas gafas oscuras, su ensortijada cabellera y su inseparable galera, Saul Hudson cautivó a todos no sólo con sus riffs atronadores, sus solos de antología y su actitud ciento por ciento de guitar hero sino por su versatilidad y capacidad para cambiar de climas y seguir seduciendo. Como ocurrió con la exquisita y delicada versión instrumental de “Blackbird” (Los Beatles) que sirvió de introducción para “Patience”, uno de los pasajes en donde la furia y el frenesí típicos de la banda dieron paso a la calma junto a “Sweet child o’ mine” y “November rain”.
El guitarrista se erigió así en el valuarte de una agrupación que, a pesar de no estar en el centro de la escena y de transitar un presente lejos de los escándalos, los excesos y de la caótica atmósfera en la que se vio envuelta durante la década del noventa, en vivo aún conserva su encanto y ese espíritu forajido e indomable que el rock parece haber extraviado u olvidado.
“Nightrain”, “Coma”, “Don’t cry” y la irresistible “Paradise city” desataron el delirio final de un show extenso, con alternativas cambiantes y en el que quedó en evidencia, como ocurriera también con las recientes visitas de Foo Fighters, Kiss, Maneskin, Green Day y Billy Idol, que el rock continúa latiendo fuerte y sin dar señales concretas de extinción.
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