Junto con una orquesta típica, Guillermo Fernández presenta nuevo disco; en una charla con LA NACION, recorre su increíble historia: los inicios como emblema de Grandes valores del tango, la transformación en baladista del mercado latino y el regreso a su primer amor
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La trayectoria de Guillermo Fernández tiene ribetes novelescos. Fue el niño prodigio de esmoquin y moño que conquistó a la patria tanguera con una proyección inmensa desde la televisión. Fue el joven que probó suerte en el mercado norteamericano, donde se convirtió en un baladista latino de pelo largo y ropa colorida que vendió más de medio millón de discos. Fue el artista rebelde que se bajó de la industria del entretenimiento para volver al barrio y transformarse en lo que es hoy: un referente. Tal vez por eso, como para que no queden dudas, pone los puntos de entrada: se define como cantor. “Yo cambié la vida en un hotel cinco estrellas en Miami por cantar con el Polaco Goyeneche en Café Homero”.
Como una declaración de principios, el título del nuevo disco (ya disponible en plataformas y en breve en formato físico), El cantor de tangos, reafirma sus palabras. Breve y contundente, el trabajo de nueve temas recupera la estética de la voz solista junto a una orquesta típica, en un viaje hacia ese momento histórico en el que los cantores se volvieron estrellas populares, cuando el público dejó de bailar para escucharlos exclusivamente. Para recrear el formato, armó un orquestón con 16 músicos, sumó los arreglos de Cristian Zárate y se nutrió de un repertorio que combina tangos clásicos con obras propias escritas con Luis González y Luis Longhi y que va de la angustia existencial discepoleana en “Tormenta” al lirismo del dulce valsecito “Se cayó la luna”.
A los 65 años, Guillermo Fernández luce más joven que en los tiempos de Grandes valores del tango. Como una suerte de Benjamin Button tanguero –el protagonista de aquella película al que el paso del tiempo lo rejuvenecía–, desborda energía con su nuevo proyecto. Ni siquiera lo intimida el calor sofocante de un día de verano en el que todo transcurre en cámara lenta. Desde su departamento de San Telmo, cuenta que es un disco de largo aliento. Lo empezó a cranear en la pandemia, le dio forma durante los interminables cuatro meses y medio que pasó en Dubái y luego se metió de lleno en la etapa de registro y edición.
Subraya que la bisagra fue su estadía en Asia. “Me convocaron para cantar y dirigir un espectáculo en Expo Dubái, un buen trabajo en un país que no me interesa y con mucho tiempo libre, así que empezaba cada día trabajando en los arreglos del disco”. Lo que viene con el tango, se va con el tango: destinó el dinero que ganó en la Expo para pagar la grabación. “Tenía un manager que siempre me decía: ‘Por cada disco nuevo, un departamento menos’. En lugar de invertir en propiedades, perdía plata en mis producciones. Ahora tengo otro departamento menos”, explica con una mezcla de humor negro y honestidad, mientras anuncia que El cantor de tangos, editado en las plataformas digitales, también saldrá en formato físico y que lo presentará en abril en el Teatro Broadway.
El pibe de oro
La historia de su increíble precocidad en el canto y de su comienzo estelar aupado por una constelación de celebridades ha sido narrada muchas veces, pero sigue siendo asombrosa, al borde de lo fantástico. A los dos años ya interpretaba de todo: canciones españolas, folclore, tango. “A esa edad, mi mamá me llevó al médico. Pensó que tenía un problema neurológico, porque manejaba la mitad del vocabulario, pero cantaba perfecto, algo rarísimo”. A los seis años, debutó en la televisión, descubierto por Héctor Ricardo García, e integró los programas Siete y medio, La feria de la alegría y Si lo sabe, cante, mientras recorría el circuito de cantinas, con base de operaciones en el Rincón de los Artistas. En la precuela de los programas teen y de los ídolos adolescentes, él ya estaba ahí, participando en concursos y codeándose con las glorias. En Grandes valores…, la creación de Alejandro Romay, el Guillermito de la tele se afianzó como emblema: cantó una serenata con Floreal Ruiz para Azucena Maizani; recibió un tango que le dedicaron Julio De Caro y Sebastián Piana; se presentó junto a los hermanos Homero y Virgilio Expósito; compartió la mesa más gardeliana con Rosita Quiroga, Julio De Caro, Isabel del Valle, Enrique Cadícamo, Mona Maris y Tito Lusiardo.
-¿Qué veían todas esas leyendas en usted?
-Pensaban que el tango se moría, estaban grandes y quizás veían en mi la posibilidad de la supervivencia del género. Para que te des una idea, muchos de ellos, que ni siquiera eran docentes de música, me tomaron como alumno: estudié con Aníbal Troilo, Alberto Marino, Lucio Demare, Roberto Grela.
-Su experiencia desafía el latiguillo de que “el tango te espera a los 30 años”. ¿Coincide?
-El tango te espera a la edad que te llega. No sé si hay un número. En mi caso, siento que el tango me adoptó de chico, fue algo en lo que me vi envuelto. En cambio, de grande yo lo elegí a él y ya no quise cantar otra cosa.
-¿No lo perjudicó la imagen anacrónica que daba Grandes valores…?
-Nunca me preocupó. Reconozco que el programa se puso feo cuando apareció Silvia Süller con la ruleta de la fortuna para elegir canciones, o se hizo un concurso en el que el público debía acertar quién era el cantor enmascarado. Yo agarré mis cosas y me fui a Botica de tango, de Eduardo Bergara Leumann, con una estética cultural que me gustaba, donde conocí a escritores como Jorge Luis Borges y canté “Los mareados” a dúo con Mercedes Sosa. Reivindico a Grandes valores…, tuvo temporadas excepcionales y decayó al final, pero como solo hay videos sueltos de la última época, quedó el prejuicio.
Un giro extraño
A comienzos de la década de 1980, Guillermo Fernández buscaba nuevos horizontes a su carrera. Espejado en el modelo de Rubén Juárez -quien en ese momento grababa obras de Piero, Litto Nebbia, Miguel Cantilo y Alejandro del Prado-, sacó el álbum Manías, producido por Chico Novarro, donde le abría las puertas a la canción urbana, con temas de Víctor Heredia, Yábor y del propio Novarro. El disco tuvo pocas ventas y nula repercusión. “El problema fue que las disquerías no sabían en qué batea ponerlo y en las radios no lo pasaban porque no sabían si catalogarlo como pop o tango. Ahí decidí tomarme un descanso”.
Una invitación para cantar en los Estados Unidos fue la excusa para establecerse allá. Probó suerte: se radicó en Los Ángeles y empezó a trabajar como músico e ingeniero de sonido. Produjo a grupos tex-mex, cantó en casinos y se hizo un nombre en la comunidad latina. De golpe, el giro fue total: se reinventó como un cantante de baladas con un look informal y pelo largo. La canción “Con el corazón en la mano” se transformó en el hit del disco Enséñame, con el que vendió medio millón de copias. El manager argentino Roberto Livi, un tiburón de la industria latina, productor de Roberto Carlos, Julio Iglesias e Isabel Pantoja, fue clave en su conversión pop: quería que saliera a competir con los ascendentes Ricardo Montaner, Franco de Vita y Alejandro Sanz. “No me gustaba nada, no era mi música. El siguiente disco, Porque te quiero, lo grabé a desgano. Las canciones de Livi eran muy malas y además se manejaba de una forma polémica: compraba los puestos en los charts, no hacía rendiciones de cuentas, quería que yo solo realizara giras promocionales por el continente sin cantar”.
-¿Cómo terminó su etapa de baladista?
-Culminó con una gran pelea con Livi en la que le dije que no me sentía cómodo, que no era baladista, sino un cantor de tango que había grabado algunas baladas. Su respuesta me marcó: me dijo que no estaba preparado para la industria y que iba a terminar cantando en Argentina con el Polaco Goyeneche. Él lo decía como crítica, yo lo recibí como halago.
-¿Intentó grabar un disco de tangos en Estados Unidos?
-Sí, absolutamente. No seguí en Sony porque después del éxito de las baladas quise hacer un disco de tangos con un sonido internacional. Es más: le mandé unos demos a la compañía, pero me dijeron que no les interesaba. Es curioso, porque después Julio Iglesias grabó en la misma discográfica un disco de tangos muy parecido a mi demo, que fue un suceso mundial.
De vuelta al bulín
Al tiempo, Fernández decidió regresar. Después de 17 años de idas y vueltas entre Los Ángeles, Miami y Las Vegas, pensó que sería buena idea establecerse tiempo completo en Buenos Aires. Estaba casado y tenía una hija recién nacida, a la que quería criar en la Argentina.
Su carta de presentación del regreso fue Guillermo Fernández, un disco en el que volvía con todo al tango, su primer amor, con invitados como Eladia Blázquez, José Colángelo, Walter Ríos, Néstor Marconi, Horacio Cabarcos, Osvaldo Berlingieri y Leopoldo Federico. A pura ironía, en el sobre interno del álbum, lanzaba dardos contra Livi: “Dedicado al productor que componía las baladas que yo cantaba en la década del 90. Después de releer sus letras, revivió mi amor por Homero, Cátulo, Eladia y Cadícamo”.
Casualidades del destino: volvió al país en una época en la que el tango también resurgía a través de una nueva generación que tomaba la posta de los maestros y comenzaba a indagar en los tesoros musicales de sus abuelos. En ese panorama fértil, Guillermo se transformó en una suerte de faro, aunque tuvo resistencias en la vieja guardia. Le recriminaban la herejía de los discos melódicos. “Sentí cierto rechazo. Algunos me decían: ¿Por qué te fuiste a cantar cosas modernas? Yo intentaba explicar que en un disco de baladas había vendido más que en 40 años de trayectoria, pero que había elegido al tango, porque si no estaría en Miami disfrutando de las ganancias. Los músicos entendieron, a los tangueros les costó”.
-¿No le jugó en contra la dispersión artística?
-No. Yo llegué hasta acá por todo lo que hice. Me siento parte de la movida del tango actual y también del elenco de cantores que le puso el pecho a esa etapa tan difícil para el tango que fueron los años 60 y 70.
Clásico y moderno
Durante las últimas dos décadas, la huella de Guillermo se desperdiga en múltiples proyectos: participó en programas de radio y de televisión, teatro, cine y, fundamentalmente, en propuestas musicales. Se dedicó a grabar discos conceptuales de tango, rastreando diferentes estéticas y épocas: la orquesta típica, la figura de cantor nacional, la obra de Piazzolla-Ferrer y hasta un repertorio para chicos, producciones sustentadas en su impecable voz y acompañado por Cristian Zárate, Federico Mizrahi o César Angeleri en arreglos y dirección musical. La terapia lo ayudó a superar el eterno mote de “Guillermito de Grandes valores” que no lo dejaba crecer y aprendió a reírse de su propia caricatura. Como un ejercicio de sanación, compuso el tango “Guillermito”, donde se toma en broma las críticas que recibió y sus propios devaneos con la música: “Un día empezó su rebeldía/y se rajó de al lado de Soldán (…)/Volvé al yabot, peinate a la gomina/y cantá como un tanguero de verdad”, dice la letra, interpretada junto con cantores más jóvenes que se criaron viéndolo en la tele y que ahora lo tomaban como referente: Alfredo Piro, Cardenal Domínguez, Walter Chino Laborde.
Hoy, que ya es una figura clásica con seis décadas de trayectoria, prepara una serie de videos temáticos para redes y un podcast sobre la relación entre el tango, el psicoanálisis y la filosofía, escribe una autobiografía novelada, anuncia una gira por Estados Unidos y China con la compañía Tango Lovers y otra por Italia para presentar el musical Gardel, y concentra todas las fichas en su nuevo disco, El cantor de tangos, que lo tiene entusiasmado.
Fernández acompaña a la puerta. En el trayecto de salida, comenta que su departamento de San Telmo fue el único que alcanzó a comprar cuando tenía 13 años gracias a que Alejandro Romay le adelantó el sueldo de un año completo en Grandes valores del tango. Asegura que de chico era mucho más popular, se ríe de los tiempos como celebridad latina y aclara que no reniega de ninguna etapa. Después de vivir mil aventuras, se lo escucha en armonía, como de vuelta de todo. Él lo explica así: “Soy Guillito, Guillermito, Guillermo Fernández, soy el que cantó con Silvio Soldán y también el de Las Vegas. Estoy orgulloso de cada etapa”.
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