Grabaciones: Lerner y Moguilevsky beben de la fuente de la música sefaradí
La raíz cultural de César Lerner y Marcelo Moguilevsky está en la música klezmer por una cuestión ancestral: el origen ashkenazi. Desde que nacieron como dúo exploraron esas corrientes, pero no porque sintieran alguna imposición; les resultaba natural. No surgió como respuesta a una pregunta (¿debemos hacer música klezmer?), sino como el intento de echar un vistazo a lo ancestral y, también, como un modo de traer al presente ese pasado cultural. Primero investigaron, después abrazaron ese repertorio.
Finalmente, después de hacer versiones que no se ciñeron a formalismos ni historicismos, crearon sus propias composiciones a partir de ese lenguaje. Con el disco que acaban de publicar, se apartaron de esa tradición. Todo comenzó cuando fueron a España a tocar klezmer en un festival de música sefaradí. Lejos de sentirse sapos de otro pozo, fueron bien recibidos y percibieron cierta familiaridad con la música del Sefarad. Algo de esa historia de los judíos de España los identificaba, junto con toda esa cultura enriquecida por lo árabe y lo cristiano, especialmente en el sur de la península.
Así que comenzaron a hacer un trabajo similar al que realizaron con el klezmer, sólo que ahorrándose algunos pasos. En este caso no se ajustaron al canon ni sólo a las obras tradicionales. Dieron otro paso uniendo la tradición con sus propios instrumentos e, incluso, sus propias canciones.
En esa mezcla de sonoridades y lenguajes (castellano, árabe, ladino) se desarrolla Sefarad, probablemente el mejor disco del dúo de los últimos tiempos. La afirmación no supone que los anteriores no fueran buenos, sólo señala que éste cuenta con ventaja. Tiene el sostén de todo el conocimiento que ambos acumularon en las grabaciones anteriores y, además, trae el desafío de zambullirse en otro tipo de lenguaje y de mixtura. Si en los anteriores había gestos y hasta yeites que se incorporaron con los años, en Sefarad hay un mundo nuevo por descubrir.
Desde los contrapuntos de "Los bilbilikos" (son pequeños ruiseñores), pieza anónima que abre el disco, hasta la bellísima "La serena", otra obra anónima que cierra el álbum, Sefarad pasa por tratamientos diversos e incorpora distintos estados de ánimo en el oyente.
El desafío de hacer algo que les resultara familiar y al mismo tiempo distinto los sacó de un lugar de comodidad. Y, excepto por temas como "En un bolsillo de arena", que parece interpretado por una banda de fusión de los años 80 y se aparta del contexto del álbum, el dúo logra una llamativa atemporalidad. Incluso cuando utiliza instrumentos tan jóvenes como el hang (un invento finisecular con forma de plato volador nacido en Suiza, aunque suena a instrumento de la música isleña del Pacífico) logra una fuerte unidad sonora.
En una misma pieza que es inicialmente una canción ("Ay Yu Has", por ejemplo), el desarrollo musical puede conducir a una obra contemplativa. Mucho cuentan en este repertorio los estados de ánimo, aunque no tienen la posibilidad de echar mano al toque alegre que por momentos impone el klezmer. Quizá por eso en Sefarad cada compás tiene peso propio. Además, el dúo sorprende con la vitalidad de temas anónimos, que en alguno caso tienen varios siglos. A veces el piano y la voz alcanzan para construir joyitas como "Morenika"; otras se impone la variedad instrumental. Y la amplia paleta tímbrica (del acordeón al hang de Lerner e incluido el loop station que Moguilevsky utiliza para los aerófonos y su voz), este trabajo se emparienta con las texturas que suele producir Mono Fontana. Sefarad seguramente estará entre los mejores discos de música popular de la cosecha 2017.
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