Egberto Gismonti: "Existen solamente dos tipos de música: la que preciso oír para no morir y la que tal vez más adelante precise oír para no morir"
El músico brasileño ofrecerá hoy y mañana dos conciertos en el CCK, uno con orquesta y otro solista, ambos con entrada gratuita
En el luminoso y enorme salón del CCK, la charla con Egberto Gismonti, este músico al que le caben todos los rótulos, del folklore a la música clásica, es intensa y llena de contenido y el fútbol se mezcla con su trabajo, su concepción del arte y las cuestiones familiares. "Ya con mis hijos crecidos, por cuestiones familiares, ellos se quedaron a vivir conmigo. Eso me hizo tomar la decisión de parar de tocar música y estar más en casa. Para soportarlo, decidí aprovechar el tiempo para estudiar algo que siempre me interesó, que tiene que ver con el equilibrio de las masas sonoras en la orquestación. Escribir para una orquesta es una cosa; pero escribir para una orquesta que va a actuar de forma equilibrada, donde se puedan escuchar todos los instrumentos y los timbres, es muy distinto. Pero en ese tiempo, también, ocurrió que mi hija Bianca me pidió que le comprara un disco y un álbum de fotos de Madonna. Piense que era una época mía de mucho preconcepto. Una semana después de esa compra, que me costó mucho hacer, pasé por su habitación y la vi escuchando el disco, con las fotos en el piso, cantando muy fuerte y sonriendo felicísima. Fue una gran lección. A partir de ese momento concluí que existen solamente dos tipos de música: la que preciso oír para no morir y la que tal vez más adelante precise oír para no morir."
-Eso rompe con la consigna de buena y mala música.
-Por supuesto. Ni buena ni mala. Ni clásica ni popular. Brasil, además, no tiene música clásica. Existe una música folklórica bien anotada y una música folklórica menos anotada.
Egberto Gismonti nació en Carmo, pequeña localidad cercana a Río de Janeiro, en 1947. Hijo de padre libanés y de madre italiana, la música entró muy tempranamente en su vida. Visitante habitual de la Argentina, está nuevamente en Buenos Aires; esta vez para hacer dos conciertos en el CCK: hoy con la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto y mañana en solitario, de piano y guitarra, ambos en la sala Sinfónica, a las 20 y con entrada gratuita.
-¿Cómo planteó estos conciertos?
-Con la Filiberto haremos los tres movimientos de "Strawa no Sertão", una obra que homenajea a Stravinsky y lo hace dialogar con la música del nordeste brasileño. También arreglos orquestales de piezas mías, para guitarra o piano y orquesta. Y unos dúos para chelo y piano que haremos con un solista del organismo, Pablo Bercellini. Lo de mañana será en el formato que me han visto las últimas veces: una parte de guitarra y otra de piano, con músicas mías que, si son conocidas, le aseguro que no serán reconocidas.
-Algunos sostienen que hay una sola cosa más linda que escuchar música, hablar de música. Usted, como gran conversador, ¿coincide con eso?
-Diría que sí, pero lo verdaderamente lindo es hablar de música con quienes no tienen la música como actividad profesional. El músico siempre habla en primera persona, creyendo que lo sabe todo, y en verdad no siempre lo tienen muy claro.
-¿Qué es la música entonces?
-Ésa es una pregunta que me obliga a retroceder para poder contestarle. Yo no sé por qué llegué a la música, pero supe desde muy chico que tenía impulsos hacia ella. Quería tocar instrumentos, cantar, estar en una banda. Es algo que me fue dado en forma benevolente por algún destino. La mezcla de facilidad, alegría, entusiasmo me llevó al estado del ejercicio profesional casi naturalmente. Mi padre, además de otras cosas, vendía pianos. Como buen árabe, aprovechando que yo tenía un oído bastante bueno, encontró una manera de hacer de eso un servicio profesional. Me llevaba a las casas de los posibles clientes, que normalmente eran las madres que querían comprar un instrumento para sus hijas, y él decía: "Señora, voy a pedirle un favor. Quiero que mi hijo se quede en la cocina durante un minuto y que usted toque algo en el piano". Ella tocaba, yo volvía y repetía la frase que había tocado, la mujer se fascinaba y mi padre repetía su frase vendedora libanesa: "Hace falta un buen piano para hacer una carrera". Luego, yo recibía el 2% . Así, fui aprendiendo que la música era una cosa muy importante.
-¿El entusiasmo por poder ganar dinero con la música?
-Claro, me pude comprar muchas cosas vendiendo pianos. Pero no sólo eso. Mi padre también era cobrador de impuestos federales; estaba mucho tiempo fuera de casa, en distintas ciudades. Yo pasaba mucho tiempo en casa con mi madre italiana; y ahí se cruzaban los deseos. Como árabe del Líbano, mi padre quería que sus hijos tocaran un instrumento aristocrático como el piano. Por su lado, la siciliana decía: "Va bene el pianoforte, ma donde está la fantasía, la serenata". El piano lo estudiaba con profesores en el conservatorio de Nova Friburgo; la guitarra, solo, por el deseo de alcanzar esa fantasía de las canciones italianas.
-Sigue sin contestar sobre la música.
-Todo ese proceso que le cuento fue a veces muy trabajoso. Como no tenía profesores ni partituras para la guitarra, me fui escribiendo las mías, transcribiendo las partituras de piano o hasta un disco completo de Baden Powell grabado en París que mi padre había traído a casa. Y un día me di cuenta de que estaba dedicando mi vida a una cosa que no existía materialmente: la música. Pensé que era algo religioso, y eso que yo no tengo una relación cercana con las religiones formales, aunque estudié en un colegio jesuita. Es decir que podía tener cierta cercanía con un espíritu religioso, pero no con las religiones tradicionales. O sea: la música no es algo sencillo de explicar o de definir.
-¿Cómo diría que se refleja eso en su trabajo?
-Ese proceso de mezcla, de curiosidad, se fue dando primero de manera no intencional. Esos años en casa y con mis hijos fueron fundamentales. También tuvo mucho que ver mi cercanía con la literatura: el gusto por contar historias. Fíjese que todos mis discos tienen un título que representa su contenido y que llevan un booklet que además lo expresa: No caipira, Circense, Mágico. Pertenezco a un país en que la música está ligada a los cantantes repentistas. Tanto que esos cantores, en su necesidad de mantener la rima en la improvisación, han terminado modificando la lengua portuguesa y agregando miles de palabras al idioma recibido. Yo conservo esa idea de contar historias, sea que escriba músicas para cine, teatro, ballet o simplemente instrumental.
-¿Le resulta igualmente atractivo escribir músicas por el puro deseo o el hacerlo por encargo?
-Mi vida profesional de hoy es toda por encargo; y me encanta. Ahora mismo, tengo que escribir una música original de entre 21 y 32 minutos para la Nueva Filarmónica de Tokio. En Amsterdam, tengo un contrato por el que cada dos meses tengo que entregar nueve minutos de música sinfónica. Estoy escribiendo para dos films. Adoro este modo intenso de trabajar porque, como escribo todo el tiempo, acabé creando un banco de ideas. Descubrí que lo que hoy puede parecerme pésimo quizás en el futuro pueda parecerme maravilloso. Y lo voy utilizando.