Vivió 34 años y sólo cuatro pudo dedicarlos a la música como profesional, en el mundo de la cumbia; fueron suficientes para dejar una huella imborrable
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Este martes se cumplen 25 años de la muerte de Gilda, pero también del nacimiento de una leyenda. Porque aquella Myriam Alejandra Bianchi que se dedicaba a cantar y un día de 1996 se encontró con la muerte en un accidente de tránsito, dio vida a un mito que excedió la música tropical que interpretaba.
Gilda es hoy aquella cantante por quienes algunos rezan y otros homenajean con grabaciones, aunque, en algunos casos, ni siquiera la conocieron en vida; ni siquiera escucharon algunos de sus discos hasta aquél fatídico 7 de septiembre de 1996. Pero eso que se venera seguramente tuvo mucho que ver con aquella Myriam que peleó su lugar sobre cada escenario que conquistó, más allá de todo lo que se haya podido aggiornar de su historia en el último cuarto de siglo.
Hoy Gilda es esa imagen que trascendió como la famosa foto del Che o como el Amadeus cinematográfico que se impuso a la historia de Mozart. Gilda es la artista y su santificación. La imagen de Myriam mirando hacia arriba, como quien suspira y observa el cielo. Es la belleza de su rosto, la simpleza de su vestido celeste y el tocado de flores que corona su frente. También es la Gilda encarnada por Natalia Oreiro en una película; esa que quiere triunfar en el mundo de la música tropical. Primero, apenas con su voz y la timidez de sus movimientos de baile; luego, cuando ya estaba convertida en una cantante famosa, con una definitiva confianza en si misma, la gracia, la soltura y el carisma. Y esos versos que no se olvidan porque están amalgamados al sonido de su voz. “No me arrepiento de este amor, aunque me cueste el corazón. Amar es un milagro y yo te amé. Como nunca jamás lo imaginé”.
“Fuiste”, “Corazón valiente”, “Te necesito”, “No me arrepiento de este amor”, “Paisaje”. Necesitaba torcer el destino y lo hizo con canciones. Esposa, madre de dos hijos, maestra jardinera y cantante aficionada que hizo del escenario un modo de vida, aunque aquello terminara siendo por muy pocos años. Entre 1992 y 1995 grabó y publicó cuatro discos de cumbia: De corazón a corazón, La única, Pasito a pasito con... Gilda (aquél que trae su mayor éxito, “No me arrepiento de este amor”) y Corazón valiente. Había nacido en Devoto, barrio que para muchos era “de chetos”. Allí hizo la escuela primaria. En un colegio de Lugano, barrio donde se había mudado con su familia, cursó la secundaria, entre discos de Vox Dei, Sui Géneris y la banda de sonido de las películas de John Travolta. “Pero lo tropical no, porque en Capital no se conocía, excepto los Wawancó. Mis viejos bailaban con ellos”, contaba Gilda en 1996, en una entrevista registrada en video para su nuevo sello, Leader Music. De manera tangencial apareció el folklore en su vida. Alguna guitarreada de fogón, salpicada con canciones de artistas como Hernán Figueroa Reyes. Nada indicaba, hasta ese momento, que una década y media después terminaría siendo una de las más populares artistas de la música tropical argentina. Ni que con su cara angelical y su figura delgada rompería la regla, con tanta facilidad, que era tendencia en aquellos años(rubias voluptuosas pedía ese “mercado musical”).
Su adolescencia también había estado signada por la enfermedad de su padre. “Nunca dejé de ver la vida con optimismo. Quizá lo que más nos marcó en mi casa fue la enfermedad de mi papá, que tuvo una hemiplejia y era muy joven. Por sus problemas de salud, estaba siempre enfermo. Había que salir a trabajar y bancar la casa. Pero no tengo nostalgia de esa época ni de decir: ‘Ay, pobre de mi’. Siempre apunté a poder trabajar y estudiar. A pesar de que era muy tedioso y aburrido, sobre todo en la secundaria, que no tiene pie ni cabeza nada de lo que te enseñan, era un título que en algún momento iba a hacer falta. Lo que más valoro es la salud, porque a mi familia, cuando yo era chica, le faltó, y había muchas cosas que no se podían hacer. No pasaba solo por la plata. La salud te inhibe a tal punto que nada te gusta, nada te entretiene, nada te hace bien. Fue una etapa que ya pasó. Mi papá falleció. Igual, lo tengo conmigo, porque nunca pude ir al cementerio. Para mi él está acá, conmigo”.
Esa percepción que Gilda tenía de su padre seguramente es la que muchos fans, hasta el día de hoy, manifiestan hacia ella. El agregado es que a Gilda se la ve como un ser de luz, poderoso. Y el sentimiento, absolutamente confeso, se materializa en una vincha con la leyenda Santa Gilda, o con el santuario popular creado donde perdió la vida.
El impacto duró un instante. Como todos los impactos, en realidad. Pero este se llevó su vida, la de su hija, la de su madre, la de tres de sus músicos y la del chofer del micro en el que todos viajaban y que impactó contra un camión en el kilómetro 129 de la Ruta 12, en Entre Ríos.
El milagro
En un baile Gilda vio casi al pie del escenario a una niña que lloró buena parte del show. En un momento se agachó para preguntarle qué le pasaba, pero la nena no pudo responderle. Terminada la actuación se acercó a verla la chica y su tía, quien le contó a Gilda el porqué del llanto. La madre de la nena había estado internada porque intentó suicidarse. Durante la hora que se permite el ingreso de familiares a terapia intensiva, la hija llevaba un grabador y se lo ponía en el pecho para que escuchara a Gilda cantar “Baila esta cumbia”. Al estar su madre recuperada, ella estaba convencida de que Gilda la había curado. Y su tía también. “En su inocencia, la criatura creía que yo había curado a su mamá -recordó-. Y se había emocionado al escucharme cantar esa canción. Pero lo cómico es que la tía había venido a verme para que le cure la diabetes. Me pareció terrible lo que me estaba pasando”.
Pero sus músicos la convencieron para tocara con sus manos a la tía. De ese modo la señora se iría tranquila y ellos podría salir para otro baile que tenían esa noche. “Si el poder de la música puede hacer esas cosas, bienvenida sea la música (...) Pero fue algo muy extraño, porque nunca me atribuí ni le atribuí a mis canciones algún tipo de poder mágico. Sin embargo, la gente a veces ve que algo positivo puede fluir y de ahí se quiere agarrar”.
Primer escenario
Myriam (o Shyl), como le decían de chica, tenía un baúl con ropa que su madre y su abuela ya no usaban. El set para disfrazarse e imitar a las cantantes de moda se completaba con un micrófono de madera, pintado de dorado, que le había hecho su padre. “Pero en mi casa no habían alimentado esa veta. Creo que si eso se descubre hay que alimentarlo. Pero en mi caso, eso quedó dormido. Nunca hubo un gran apoyo. Una vuelta estuve en una fiesta donde me dieron una tarjeta de AMA [Asociación de Modelos Argentinos] pero en mi casa la vieron con bastante disgusto. Y por no querer hacer sufrir a mis papás, preferí dejar eso de lado”. Y quizá por no querer hacer sufrir a su marido, Raúl Cagnin, con quien se casó en 1981, postergó por casi una década su deseo de cantar profesionalmente. “Me dediqué a ser docente, profesora de educación física, maestra jardinera. Ahí tenía un escenario para mí sola, porque todos las escuelas tienen un escenario donde una puede organizar miles de cosas, para beneficio del colegio, para los chicos. Y los actos eran mi fuerte”.
Así fue como en uno de esos actos la vio cantar el músico Juan Carlos “Toti” Giménez y le dijo que eso que hacía allí podía hacerlo en otros escenarios. Toti vio un sketch cómico referido al auge de la música tropical de aquellos años (eran famosos Ricky Maravilla, Lía Crucet, Gladys la Bomba tucumana).
A Toti Giménez lo unió una relación casi familiar (era el hijo de la mejor amiga de la mamá de Gilda). Y Gilda lo veía como un hermano mayor, que muchas veces iba a su casa. A los 18, “Toti se fue a recorrer el mundo”, según las propias palabras de la cantante. Se reencontraron en un colectivo muchos años después. La madre de Toti imaginaba para él un destino de cantante lírico, formado en el Teatro Colón, pero Toti eligió la música tropical. Para la época de aquel reencuentro con Gilda era tecladista de Ricky Maravilla. “Toti es el que puede plasmar mis deseo en la música y lo que puedo crear. Así empezamos en esta carrera que es la música y que tuvo muchos sinsabores, porque según él las cosas iban a ser muy fáciles. Grabamos un disco y salimos a trabajar. Pero la vida nos cerró la puerta en la cara y nos demostró que las cosas no son como uno las planea sino como las planea otro que está arriba. (...) Pero lo que valoro siempre es que él creyó en mí sin ver. Fue esa intuición. Son muy pocas las personas que la tienen”.
La evocación
El día en que se cumplen los 25 años de su desaparición el sello Leader Music edita un álbum de homenaje, con la dirección artística de Lito Vitale, en el que artistas de distintas corrientes le ponen voz a las canciones creadas y popularizadas por Gilda. Soledad Pastorutti, Brenda Asnícar, Natalie Pérez, Chita, Zoe Gotusso, Rocío Igarzabal, Feli Colina, EMME, An Espil, e India Marte fueron las convocadas para esta producción de nueve canciones. Varias de ellas se fueron conociendo semanalmente desde el 9 de agosto, hasta que el próximo miércoles, el álbum completo quede publicado en plataformas de música y en redes sociales.
Uno de los estrenos más recientes es el de Soledad. Se trata del tema “Se me ha perdido un corazón”, el séptimo single que se conoce de este proyecto. “Siento que Gilda es una mujer empoderada que sin enojos, sino todo lo contrario, con su dulzura, con su amor y carisma, como si fuese ‘un Ángel’, la luchó y lo logró. Por eso Gilda 25 años después está más fuerte que nunca y representa a la Mujer Pionera que se animó a salir de su casa en busca de sus sueños”.
En 2016, días antes del estreno de Gilda, no me arrepiento de este amor, película de Lorena Muñoz, su protagonista, Natalia Oreiro, explicaba a LA NACION su relación con el personaje. “La peleó en la profesión, en la casa para que entendieran su vocación, que ella quería cantar y cantar para la gente, arriba de un escenario. En mi caso escuché muchas veces el “¿Por qué tiene que cantar, por qué quiere tener su marca de ropa?” Y la verdad es que, mientras no le hagas daño al otro, ¿qué importa que quieras cambiar? Para mí, la valentía va primero, el resto viene después. Cuando me colocan en un lugar ya reconocido en general trato de correrme, de cambiar. Intento no repetirme. Es mi motor como actriz. Creo que Gilda la tuvo mucho más difícil porque es más comprensible y aceptable para tu entorno que quieras dedicarte a algo artístico de chico que a los 30, teniendo dos hijos, un marido y siendo maestra jardinera. Primero fui su fan. Siempre la homenajee en los personajes que hacía, como en Muñeca brava o en Sos mi vida donde propuse cantar “Corazón valiente” para la cortina. En Solamente vos canté también uno de sus temas. En todo ese tiempo llegué a leer dos guiones pero no me convencieron porque siempre pensé que tenía que ser una película profunda y no una película hitera. Para eso ponés YouTube y la ves a ella cantando. No quería que el enfoque fuera extremadamente comercial o banal. Muchas películas sobre artistas famosos caen en eso, en el cliché”.
Definitivamente, el guion de aquella película mostró eso que hoy llamamos empoderamiento, el deseo profundo de querer algo y conseguir, aunque eso haya tenido para Gilda ciertos costos. Incluso la vida. Madre, maestra, cantante, figuran eternizada en un mural (en el paso bajo nivel de la avenida Nazca) santa popular, curandera. Todo eso fue y sigue siendo Gilda.
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