Premios Gardel 2017: una montaña rusa de emociones
La fiesta y los premios; vidas paralelas de una misma causa
La premiación de los Gardel a la Música y la ceremonia de entrega de estatuillas tienen vidas paralelas e independientes. Las ceremonias cambian un año tras otro, a veces de manera radical. Y al punto de que hubo algunos años que no se realizaron. Pero de un tiempo a esta parte, todo indica que debe crecer a un ritmo sostenido para llegar gloriosa a la edición número 20, que será el año que viene.
Lo que no se ha logrado, hasta el momento, es definir estándares que terminen siendo el sello de la fiesta, su marca de fábrica. Este año tuvo una ceremonia vespertina, en el teatro Opera, donde se entregaron estatuillas de 28 ternas y menciones especiales, y otra a la noche, en el Gran Rex, donde se conocieron a los ganadores de las categorías principales. Además, durante tres horas se vieron los shows más variados, desde los poco logrados hasta los memorables. Quizás la apuesta a la sorpresa sea lo que a veces les juegue en contra a los organizadores de la fiesta. Dejar un clásico gardeliano en la voz de alguien que no es cantante para la apertura de la ceremonia no pareció lo más certero. Tampoco pareció haber una relación de situaciones entre un cantante de blanco, semi recostado sobre la tapa de un piano blanco en pose aparentemente sexy con lo que se intentaba homenajear: a los artistas fallecidos durante el último año. Todo lo contrario fueron los sets de Eruca Sativa, Lali Espósito y el excelente tributo a Horacio Guarany de Bruno Arias, Nahuel Pennisi y el talentoso Jairo. Fueron tres horas de montaña rusa en la que los nervios de los ternados convivieron con estos altibajos.
Lalo Mir y Maju Lozano, dos conductores muy experimentados, fueron los anfitriones de una fiesta que podría haber estado mejor guionada, o con marcaciones más precisas. La otra cara de las situaciones decontractée fue el armado de set musicales, con un escenario giratorio en vaivén, que se lució en momentos como el del final tropical, con Los Palmeras y la banda de El Polaco.
La evaluación que hace el jurado de los nominados, para sacar de allí a los ganadores de más de cuarenta ternas, es un tema aparte. Mientras que la ceremonia es una montaña rusa de aciertos y desaciertos, de tensiones y distensiones, los premios de las categorías principales tienden a lo previsible. El hecho de que en tres de las últimas cinco ediciones el Album del Año haya sido para el mismo artista puede indicar varias cosas. Entre otras, que el músico es genial (o mucho más genial que otros) y no tiene cerca a nadie de su estatura artística, o que el nivel musical local en términos cualitativos y cuantitativos es verdaderamente paupérrimo. ¿Raro no?
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