Gal Costa, bossa nova y algo más
La gran cantante brasileña presentó un recorrido por los éxitos de su carrera
Gal Costa canta Tom Jobim, recital de la cantante, acompañada por Luiz Meira (guitarra). Ciclo 50 años de bossa nova. Teatro Gran Rex.
Nuestra opinión: Muy bueno
Lo dijo ella: era un concierto, un recorrido por los éxitos de su carrera, un homenaje. Minimalista. A pura voz y en diálogo con la guitarra de Luiz Meira, lista para comprometerse en el juego de las improvisaciones después de tantos años de íntimo entendimiento musical. El juego de encontrar otra vez en cada canción algún eco nuevo, o de inventárselo.
Así es Gal, por eso trae la vida ahí, en la voz, como le hace confesar la canción de Caetano con la que abre el programa. Y está de vuelta. Con el cristal de su garganta apenas más oscuro y apenas empañado por el ajetreo, con la misma perfecta afinación, con la misma musicalidad que hizo que Tom Jobim la declarara su intérprete favorita. El homenaje es, claro, para el padre musical de la bossa nova, pero también para Vinicius, Carlos Lyra y todos los demás, y está puesto en el centro del espectáculo, cuando ella ya confirmó su estirpe bahiana cantando a Gil ("Eu vim da Bahia") o a Caymmi ("Vatapá"), dos momentos brillantes de la noche, y cuando ya dejó pruebas de su versatilidad expresiva a través de algunos de sus autores de cabecera: Veloso ("Baby"); Chico Buarque ("Folhetim", "Samba de um grande amor", con especial lucimiento de Meira); Ary Barroso (la deliciosa "Camisa amarela").
Llega la hora de la bossa nova y Gal (con la indispensable complicidad del guitarrista, claro) se encarga de imponerle a cada tema su toque personal. Después de un "Chega de saudade" compartido con el público -que a esa altura ya ha dado muestras de disciplina y afinación-, "Wave" trae un final que parece desvanecerse como se desvanecen en la orilla las olas a las que alude la letra de Jobim; "Desafinado" gana un remate (celebradísimo) en el que asoma "Berimbau"; "Dindi" es una lección de delicada musicalidad; "Garota de Ipanema", "Samba do avião" y "Corcovado", otras oportunidades para que el entonado coro (más comprometido y fervoroso en la platea alta que en la baja, como es habitual), dé rienda suelta a su voluntad de participar de la fiesta; "A felicidade", otro ejemplo de cómo el canto límpido, preciso, sin ornamentaciones innecesarias, puede dar nueva vida a un texto poético que tantas veces ha sido repetido mecánicamente.
Momento inolvidable
Cuando Gal cuenta que va a cantar un viejo tema que escribió Jards Macalé (con Waly Salomão) y que formó parte del show que hace casi 40 años dedicó a un exiliado Caetano, y define el tramo como "un pasaje rápido por la Tropicalia, de la que también tomé parte", casi nadie imagina que se está por arribar a la cumbre artística de la noche. Pero "Vapor barato" (el mismo blues que sugirió a Zeca Baleiro uno de sus mejores aciertos, "Flor da pele"), propone, en las invenciones sonoras de Meira (que hasta hace el milagro de encontrar una cuica y algún parche en las cuerdas de su guitarra), y en la voz de Gal, ya entregada a la más inspirada improvisación, uno de esos momentos únicos que sólo son posibles en el azar del recital en vivo y que la grabación jamás alcanza a reproducir.
Tras esa cima, lo que viene es fiesta. Con los títulos que el público espera ("Um dia de domingo", "Festa do interior", "Chuva de prata"); con un tropiezo del coro que Gal aprovecha para divertir y divertirse, y con otro destello de inventiva que la estrella y su admirable compañero deslizan entre los versos de la inoxidable "Aquarela do Brasil".
No podía pedirse más.