Fran Healy, de Travis: "Chris Martin ve lo que es popular en el momento y lo copia"
A fines del siglo pasado, luego de que el britpop en tanto fenómeno cultural comenzase su lenta retirada, surgió en el Reino Unido una camada de bandas que dio cuenta de una Gran Bretaña sensible. Travis fue pionera de ese recambio, luego de que su segundo disco, The Man Who (1999), ofreciera una decena de canciones preciosistas y frágiles que sentarían las bases para el terreno sobre el que luego bandas como Starsailor, Coldplay y -algo más adelante- Keane edificarían su carrera sobre los cimientos ya instalados por la banda de Glasgow. Dos años después, el grupo consiguió traducir su éxito local a global gracias a su tercer álbum, The Invisible Band, en el que conviritió en luminoso y esperanzador todo lo que en su antecesor era opresivo y opaco, de la mano de hits como "Sing" y "Flowers in the Window".
Con el cambio de siglo, Travis no logró dominar el mundo, pero tampoco se lo propuso. A cambio de eso sostuvo una discografía que supo seguir regalando singles exitosos de cada trabajo, y que incluso se tradujo en tres visitas a la Argentina: dos como parte de festivales (Yeah!, en 2007 y Planeta Terra, en 2013) y con un Gran Rex por cuenta propia, en 2016. En octubre, la banda liderada por Fran Healy publicará 10 Songs, su noveno trabajo, y uno de los más representativos de su propio recorrido. Hay canciones pastorales ("The Only Thing"), frágiles ("No Love Lost") y también momentos guitarreros que parecen linkear con su álbum debut, como evidencia el flamante single "Valentine".
"Este disco muestra nuestras cuatro estaciones. No habíamos tenido algo tan representativo de lo nuestro en mucho tiempo", explica Healy. Cruel ironía del destino, el aislamiento por el Covid-19 obligó a la banda a tener que cancelar cualquier plan promocional, y también a pensar cómo reinventarse. Prueba de ello fue el video "A Ghost", que el cantante filmó y dirigió con su hijo sin romper el distanciamiento social. Aún en el encierro, Travis parece no haber perdido el talento para encontrar belleza incluso en los contextos menos favorables.
-¿Cómo es posible seguir sonando como Travis despúes de 25 años?
-Si fuésemos a hablar de nuevo en ese tiempo y volvieses a escuchar tu voz, todavía sonarías igual, a lo sumo un poco más áspero si es que fumaste mucho. Con una banda es igual: una vez que encontrás tu voz al escribir una canción, eso no deja de ser así. Yo escribo las canciones y las toca la banda, entonces el sonido es ese: mis temas tocados por el grupo. En los últimos 14 años, todos ayudaron escribiendo, pero esta vez no quería repetirlo. Quería cantar mis propias canciones, y eso fue lo que hicimos.
-¿Y de dónde sale el repertorio?
No tengo idea de dónde viene. No creo que componer sea un proceso creativo: es un proceso manual y metódico en el que tenés que excavar hasta que eventualmente encontrás un pequeño diamante y decís: "mierda, eso está bueno". No hay creatividad ahí, sino recién cuando vas al estudio con tu pequeño diamante y tenés que pulirlo para convertirlo en una gema. "Minar" una canción es bastante polvoriento, aburrido y mecánico y lo odio, y por eso es que disfruto ilustrar y hacer videos, porque son cosas mucho más creativas, porque empezás desde una idea. "Acá tenés la canción, hacele un video" o "acá está el disco, hacele el arte de tapa" o "Acá está la banda, sacales una foto".
-Tu paternidad aparece reflejada en tu obra, al punto en que un disco (The Boy With No Name) y una canción ("My Eyes") hacían alusión a eso, y ahora tu hijo dirige videos con vos. ¿Influyó también en tu manera de escribir?
-No creo que haya influido en mi escritura, pero sí en mi mi actitud en los últimos catorce años. Antes y después fui muy enfocado: antes de ese momento todo tenía que ver con la banda, y de repente cuando nació fui padre y me enfoqué directamente en mi hijo. Después de que él nació, mi actitud con la banda cambió bastante, aunque creo que aún así hay buenas canciones en los últimos tres discos. Siguió así hasta que un día mi hijo vino a decirme que quería que me concentrase en la banda, fue como que me dio permiso. Eso fue hace un año y cambió todo: siento que estoy de regreso, se me renovó la energía.
-En los últimos años resaltaron que los músicos ya no vivían más de la venta de discos por el streaming y que sus ingresos dependían de los shows en vivo. ¿Cómo se sostiene un artista en un contexto en el que no es posible salir a tocar?
-Estamos jodidos, pero no somos sólo nosotros. No me voy a quejar porque la gente está perdiendo sus casas y a sus seres queridos. Somos músicos, ya nos arreglaremos. Tuvimos que cancelar shows, todo lo que teníamos planeado, y no sé adónde va a terminar esto, nadie sabe. A mí no me gusta perderme fechas, pero tampoco quiero estar encerrado en una sala de conciertos con gente que puede contagiarse y enfermarse. Yo lo único que quería de este trabajo era ganar el dinero suficiente para poder traer comida a casa y pagar el alquiler, no necesito más que eso. La industria está jodida, pero vamos a estar bien.
-Hace una década grabaste un disco solista en el que Paul McCartney toca el bajo. ¿Cómo se dio ese vínculo?
-Lo conocí en 1999, diez años antes de pedirle que grabase en mi disco. Un par de años después, Nigel (Godrich, también productor de Travis y Radiohead) trabajó con él, así que pasé por el estudio y nos volvimos a ver. Más adelante me fui de vacaciones a una isla en el Caribe y una noche un tipo se levantó, me tocó el hombre y me dijo "¿Me darías tu autógrafo?", y era él. Se estaba quedando en el mismo lugar que nosotros, así que compartimos bastante. Me contó que The Invisible Band era el disco que estaba escuchando cuando fue a ver a George Harrison por última vez, y fue muy fuerte. Keith Richards vivía en esa isla también. Una noche Paul fue a visitarlo como si nada. Caminó por la playa, trepó unas rocas y golpeó en la puerta de su casa como si fuera un chico. Un par de años después tenía esta canción y no tenía su email ni un teléfono al cual contactarlo, sólo tenía el contacto de su management. Le mandé el demo y le dije: "Sé que seguro estás ocupado, pero me encantaría tenerte en este tema tocando el bajo", y así fue.
The Invisible Band era el disco que estaba escuchando Paul cuando fue a ver a George Harrison por última vez
-En 2019 celebraron los 20 años de The Man Who, un álbum que le abrió el camino a bandas como Keane y Coldplay ¿Por qué creés que el éxito fue mayor para ellos que para ustedes?
-Hay dos maneras de abordar la creatividad: una más parecida a la arquitectura, y otra más relacionada con el arte, como la pintura y la escultura. Yo pertenezco a ese segundo grupo y Chris Martin es de los arquitectos. Él me contó una vez que compuso las canciones de A Rush of Blood to the Head porque estaban por tocar en Glastonbury y él quería ser cabeza de cartel. Las escribió imaginándose sobre ese escenario porque se dio cuenta que necesitaba canciones para ese momento. No hay nada malo en eso, pero yo prefiero mi manera de abordar las canciones, porque siento que hay más profundidad emocional. Supongo que también tiene que ver con que crecimos en contextos distintos: a mí me educaron de una manera bastante sensible, y él es un tipo gracioso y agradable, pero no es una persona emocional. Si Travis fuera una banda de black metal, Coldplay también lo hubiera sido. Chris está muy atento a lo que pasa alrededor, ve lo que es popular en el momento y lo copia. Cuando Arcade Fire apareció con "Wake Up" y esos coros (canta el estribillo), Coldplay hizo lo mismo. Después intentaron ser U2, y después de eso una cosa más disco... Está bien, es popular y a la gente le gusta. Coldplay hace feliz a la gente, y es maravilloso poder generar eso a la gente. Pero esa cosa de querer ser la banda más grande y popular del mundo... no, no quiero eso.
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