Foo Fighters: la “misión” de Dave Grohl, el inesperado regalo de un fanático y la sorpresa de Perry Farrell
La banda norteamericana le puso el broche a la séptima edición argentina del festival; su show, de más de dos horas, dejó mucho para repasar
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Dave Grohl parece estar convencido de estar en una misión. Desde el momento mismo en que Foo Fighters pegó su salto hacia las grandes ligas y empezó a medirse en el terreno de los estadios y los shows masivos, el cantante y guitarrista decidió que debía ser él una de las personas encargadas de mantener encendida la llama de su noción del rock, entendida no sólo como un género sino también como un estilo de vida heredado de las bandas que lo formaron cuando era solo un adolescente. De ahí que en más de una ocasión interpele a su público más de una vez con una pregunta recurrente (“¿Quieren rock and roll?”), como garantía de que sí, él es uno de los guardianes de algo que cada vez se ve menos sobre un escenario o en la primera plana de los festivales en cualquier latitud. Anoche cerraron la séptima edición de Lollapalooza Argentina 2022.
Para su cuarta visita a la Argentina, Foo Fighters decidió evitar el esquema de presentación de su último disco (Medicine at Midnight, lanzado en febrero de 2021), y apostó directamente por repasar su obra de la manera más abarcativa posible. En los papeles, los números parecen no coincidir: en dos horas y cuarto de show, Grohl y compañía tocaron 18 temas, pero las cifras cobran otro valor cuando se contempla el dato que, como parte del fervor rockero, cada canción multiplicó su duración entre zapadas, solos extensos y reformulaciones para que el público también participe a través del agite. Para la mesura, recurrir a los discos.
Y ahí parece estar el asunto. Por más que Foo Fighters tenga a la fecha diez álbumes de estudio, para sus integrantes todo parece pasar por el vivo. Para eso, la banda cuenta con una versión expandida: a la contundencia de sus tres guitarras (la de Grohl, la de Chris Shiflett y la de Pat Smear, que lo acompañó en la última época de Nirvana), el grupo sumó en este último tiempo tres coreutas que le permiten sumar nuevos timbres como en la reciente “No Son of Mine”, un chispazo enérgico sin altibajos, como también darle a su repertorio más añoso una vuelta de tuerca. Para eso, la figura clave sigue siendo el baterista Taylor Hawkins, tan virtuoso como marcial y con el talento suficiente para imprimirle bestialidad a cada golpe sin alterar el esquema general.
Pero el vivo quedaría incompleto si no hubiese una retroalimentación entre arriba y abajo del escenario. Grohl no se cansó de recordarle al público que “en todo el mundo se sabe que ustedes son los mejores” y, aunque todos entendieron que en la frase había bastante de discurso prearmado y poco de realidad, a nadie pareció importarle. Tema de por medio, cada canción fue planteada como un regalo para sus fans (de “The Pretender a “Breakout”, y sobre todo en “My Hero”), y la situación se revirtió antes de una versión distendida de “Wheels”, cuando un fan logró acercar hasta el frente del campo un cuadro con bastidor de medidas considerables en el que había pintado un retrato hiperrealista de su estrella de rock preferida. Grohl lo recibió, lo ubicó al pie de la batería de Hawkins, agradeció y luego invitó al novel artista a ver el resto del show desde el costado del escenario.
Esa idea de Foo Fighters como un organismo vivo cobró un nuevo significado a la hora de presentar a los integrantes de la banda, con un medley de covers e improvisaciones en el que cada uno se lució en lo suyo: “My Generation”, de The Who, para que Nate Mendel pasara al frente con el bajo; “Gonna Make You Sweat” para las vocalistas”, solos de guitarra para Shiflett y Smear, y de teclado para Rami Jaffee, con “Blitzkrieg Bop” de Ramones como unificador al terminar la ronda. Una vez que eso pasó, Grohl y Hawkins cambiaron de roles: el baterista tomó el micrófono, y el líder de la banda se ubicó tras los parches para una versión más que lograda de “Somebody to Love”, de Queen. La balada fue lo más cercano a un rebaje de cambios en el espíritu del repertorio: acto seguido, “All My Life” y “Run” volvieron sobre la senda que Foo Fighters parece haber convertido ya en su norte: todo tiene que sonar fuerte, estridente y extenderse todo lo más que se pueda.
Cuando el show ya promediaba las dos horas que tenía pautadas originalmente, “Best of You” amagó con ser una despedida. En vez de retirarse, Grohl decidió aprovechar el momento para recordar cuando él y Kurt Cobain fueron en 1991 a la primera edición de Lollapalooza a ver todas las bandas que les gustaban y cómo durante todo este tiempo el festival funcionó como “un lugar de resistencia”. Acto seguido, invitó al escenario a su creador, Perry Farrell, y juntos subsanaron la falta de Jane’s Addiction en la grilla al interpretar juntos “Been Caught Stealing”. Ahí nomás, el pop enérgico de “Monkey Wrench” tuvo su dosis extra de anabólicos, justo antes de que “Everlong” funcionase como la verdadera carta del adiós. Antes de eso, Grohl y una promesa ya recurrente: “Vamos a volver. Si ustedes vienen, nosotros venimos”. La frase sonó en cada visita de la banda, lo que permite concluir que lo que ostenta de exagerado, Grohl también lo tiene de tipo de palabra.
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