
Final apacible, pero con emoción
Concierto de clausura del III Festival Martha Argerich. Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Dirección: Pedro Ignacio Calderón. Akiko Ebi y Martha Argerich, piano. Programa Von Weber: Obertura de Der Freischütz. Chopin: Concierto N° 2 en Fa menor para piano y orquesta, Op. 21. Prokofiev: Concierto N° 1 en Re bemol mayor para piano y orquesta, Op. 10., Ravel: "Mi madre la oca". Martha Argerich- Producido por la Fundación Teatro Colón y la Secretaría de Cultura de Buenos Aires. Teatro Colón, miércoles 10.
Nuestra opinión: muy bueno
Hay muchas razones por las que Martha Argerich es una artista excepcional. Una de ellas pudo comprobarse anteayer en la última jornada del III Festival Argerich: su participación en un concierto garantiza que la rutina estará ausente y la música (sin importar el autor y cuán conocida sea la obra) será un acontecimiento colosal.
Con su presencia, la segunda parte del concierto elevó su carga emocional y tuvo un altísimo voltaje musical que, por cierto, se mantuvo a lo largo de todas las funciones del festival realizado en el Teatro Colón.
El concierto había comenzado con la típica Obertura, en este caso de la ópera "Der Freischütz", de Weber, que terminó funcionando como una especie de entrada en calor para los integrantes de la Orquesta Filarmónica, su director invitado -Pedro Ignacio Calderón- y la atención del público.Y no mucho más.
Luego le llegó el turno a Akiko Ebi, la pianista japonesa que integró el jurado del Segundo Concurso para Piano Argerich. Ebi obtuvo el quinto puesto, en 1980, del célebre Concurso Chopin de Polonia, precisamente con Martha entre los miembros de aquel jurado.
Ebi optó por el segundo de los dos conciertos para piano que escribió Federico Chopin. En éste, el compositor romántico le otorga todo el protagonismo al piano. La orquesta, por ejemplo, luego de tocar la exposición del primer movimiento, se limita a acompañar el canto del piano de manera muy acotada, una tesitura que se prolonga a lo largo de toda la obra.
Sobre este acompañamiento, llevado sin problemas por Pedro Ignacio Calderón, Akiko Ebi lució contenida en su sonido y con un fraseo de corte objetivo que resultó en una versión con pocas variantes. Se trató, por cierto, de un enfoque bastante alejado del que suele encarar la propia Argerich.
Tras los aplausos del público, que colmó una vez más la sala del Colón, Akiko ofreció un bis en agradecimiento.
Volvió a sorprender
Luego del intervalo, Argerich reprodujo "en escala", lo que viene siendo su modo de actuar en los escenarios del mundo: combinar interpretaciones volcánicas, únicas y magistrales de obras virtuosas con otras que funcionan más para generar el clima de una imaginaria reunión íntima entre amigos.
No por casualidad, Martha volvió a sorprender a todos con un cambio en el orden del programa: decidió invertirlo y empezar con el Concierto N° 1 de Prokofiev, para luego, con la orquesta como testigo, homenajear a Pedro Ignacio Calderón (que celebra sus cincuenta años con la música) tocando juntos la versión original para piano a cuatro manos de "Mi madre la oca", de Ravel.
Annie Dutoit, la hija que Martha tuvo con Charles Dutoit, escribió en un CD que sus padres grabaron para el sello EMI, en referencia al Tercer concierto para piano, que "Argerich conoce mejor la música de Prokofiev que el contenido de su cartera". En esta semana intensa, quedó claro que esto se puede hacer extensivo a toda la obra de Prokofiev.
Argerich consigue en su interpretación de las obras del compositor ruso la dosis justa de despliegue virtuosístico, humor, claridad de sonido y una energía que contagia. No casualmente, la Filarmónica rindió mucho más con ella que con Ebi (más allá de que, obviamente, Prokofiev "pide más" de los músicos que Chopin).
Como hizo en cada una de las obras orquestales que tocó esta semana, Martha acentuó su tendencia a tocar muy rápido los movimientos en allegro, pero sin perder por ello la impresionante nitidez con que afronta escalas y arpegios. Por no hablar de su potencia: en la fanfarria inicial, el piano compite sin problemas con la Filarmónica y, aún así, sigue cantando.
A veces su velocidad hizo tensar la relación del piano con director y orquesta. Pero aun esta tensión parece sumar en vez de restar a la versión final: Argerich es, efectivamente, un huracán musical que arrastra consigo a todos hacia alturas artísticas insospechadas.
Luego de los tres movimientos, la ovación no se hizo esperar. Pero Martha lo cortó rápidamente para sentarse al piano con un Calderón visiblemente emocionado (¿cuánto tiempo hará que no toca en público el piano?), para interpretar "Mi madre la oca".
Que el reconocido director de orquesta argentino, se siente a tocar el piano con ella es, además de un gesto, una declaración de principios. La obra no requiere de un gran virtuosismo, sino, ni más ni menos que musicalidad.
Argerich sabía que con Prokofiev sobrevendría la ovación, por eso optó por terminar el festival sin fuegos artificiales.
Una nota simpática fue comprobar que Calderón no pudo evitar el "vicio" de la dirección: cuando una mano le quedaba libre comenzaba a marcar los tiempos y el fraseo.
A estas obras de inspiración oriental y sonoridad impresionista Martha parece siempre encontrarles algo nuevo, allí, entre esas escalas pentatónicas, o en un glissando, un acento.
Argerich, de muy buen humor, accedió rápidamente a tocar sus primeros y únicos bises del festival: Schubert primero y Scarlatti luego, cuando buena parte de la platea se había ido.
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