Tocó con todos como baterista pero también tiene una prolífica carrera como bandoneonista; amante de los viajes en moto por el país y el mundo; tiene escritos varios libros que dan cuenta del lugar preferencial que ocupa en el rock local desde los años 80
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Fernando Samalea está fascinado con esas guirnaldas de luces que recorren el Barrio Chino de Belgrano. Conserva, a los 59, cierta capacidad de sorpresa que es exclusividad de los niños y una pasión por la novedad que es habitual en los adolescentes y los jóvenes. Su actitud es transgeneracional. Es de los que piensan que lo mejor está por venir, al menos en el plano artístico. No se queda añorando lo vivido. Y eso que es mucho lo que ha vivido. Porque es de esos tipos que tocó con todos. Si se lo apura con la pregunta sobre si la batería le dio de comer y el bandoneón le permitió darse todos los gustos, pisará la pelota, como cuando jugaba en las inferiores de Platense y dejará en claro que no se pueden hacer definiciones tan radicales.
Sí es cierto que tiene un rico historial como baterista de la tercera generación del rock argentino y que cuenta con más de una decena de disco-libros en solitario, de fusión y world music, donde el bandoneón fue muchas veces protagonista. De hecho, acaba de hace una selección de esos álbumes y los publicó en un vinilo.
Su anecdotario quedó plasmado en cuatro libros gordotes, de unas 500 páginas. Todo eso fue fruto de su paso por bandas de los 80 como Metrópoli, Clap, Fricción y del trabajo con solistas como Charly García, Andrés Calamaro y Joaquín Sabina, además de grupos como Illya Kuryaki & The Valderramas. “En algún punto trato de construir un camino sin demasiada nostalgia, aunque paradójicamente haya escrito todo. Y lo más interesante es eso. Tuve ese proceso sanador de no solo poder escribir lo que sucedió con la música. También la posibilidad de embellecerlo. Y en un punto, rescatar lo bueno y lo más luminoso de todo eso. Llevarlo a un estado mitológico evitando esos sinsabores que se dan en la vida de toda persona”.
Si hoy es una especie de niño curioso es porque fue, definitivamente, un niño curioso. A los 13 hubo un punto de inflexión en su vida. Leyó Sobre héroes y tumbas y llamó a su autor, Ernesto Sabato. “Eso lo cuento justamente en el primer libro. Me recibió y me dijo algo que jamás olvide: La vida se hace en borrador. Y a través de la escritura podía hacer ese borrador. Forzarlo un poquito sin falsear nada, para encontrarle una esencia más novelada de la propia vida. Y me encuentra ahora en estado de gratitud total, con la gran sorpresa de poder interactuar en proyectos más juveniles, siempre ubicado en mi generación. Porque también trabajo con ellos”.
Antes de esta charla bajo las luces del Barrio Chino, Samalea se reunió con otro músico, apenas unos años mayor que él, al que considera uno de sus padres musicales, Juan “Pollo” Raffo. “Poder hoy encontrarme con Pollo Raffo en la música, o acompañar a Joaco Burgos, que tiene 19 años y tiene una banda espectacular, es la posibilidad de seguir interactuando, más allá de todo el camino recorrido”.
También participa en la banda de Michelle Bliman, toca el bandoneón y la marimba en shows de Bandalos Chinos, la batería con Electric Gauchos y el Guitar Craft de Seattle o la banda de Daniel Melingo. Últimamente ha realizado grabaciones para Charly García y participó en conciertos como el que fue dedicado al mundo trapero (se hizo en el CCK con la Orquesta Hypnofon de Alejandro Terán).
Algunos lo reconocen como el batero de Charly, otros lo recordarán como sesionista de muchos discos del pop español y otros como ese bandoneonista que recorre el mundo con su world music. “Soy una suma de todas esas cosas. Tampoco pienso esto como una carrera. Vivo sin agenda. Nunca usé una. Trato de memorizar todos los encuentros que se van dando a diario. Y me gusta, dentro de las obligaciones inevitables, inventarme un caminito más fantasioso, de humor y juego. Siento como si fuese un colado en una vida frenética que me da la chance de conocer a un montón de personas. A la vez, trato de mantener algo que no puede explicar y que no generalizo con un mote: sesionista o lo que sea. Me encanta hacer viajes en motocicleta, escribir y el ocio creativo. Trato de no entrar en el terreno previsible del músico. Busco el lado más fantasioso, quizá por las lecturas de la niñez. Desde Julio Verne en adelante y de lo que me mostraron mis padres, como las obras en el Teatro Cervantes o en el San Martín. Y las aventuras de Sandokán.
-Eras un porteño de familia de clase media culturosa.
-Nací en Caballito pero me crié en unos monoblocks de Saavedra que hoy se verían muy marginales. Mis viejos, si bien no tenían demasiadas posibilidades económicas eran amantes del arte. Gracias a entradas sacadas en carteleras me llevaron al teatro o al cine. A ellos les debo ese descubrimiento. Luego viene ese renacer a los 13 y a través de amigos más grandes me ligué al rock sinfónico y a música que no tenían que ver con la niñez sino con el mundo adulto. Ahí está la gran conexión que encuentro con mi presente. No es un estado adolescente, pero si de inquietud constante. Eso me mantiene hasta el día de hoy en varios proyectos a la vez.
-Es raro que no lleve agenda una persona que ha dejado registro de todo lo que vivió.
-La agenda me suena a deber o rutina. Aunque quizá sea el autoengaño de creer que más allá de que voy de un ensayo a una grabación lo que quiero es estimular las propias emociones.
-¿Hubo proyectos que fueron simplemente trabajos de sesión para vivir?
-Bueno, pero intento encontrarle una vuelta para tomármelo de otra manera. En el trance en el que puedas entrar al momento de un concierto o una grabación está el secreto. Como cuando era adolescente y veía las tapas de los discos del rock sinfónico. Eso no te hacía pensar que los músicos habían estado trabajando desde un estudio de grabación y que tenían una compañía grabadora. Sentías que esa música salía desde sus corazones. Y todo iba por un cauce misterioso. La vida real nos toca a todos. Y si bien a través de los años uno ha aprendido trucos del mundo discográfico, todavía me queda ese deseo de encontrarle un lado distinto, para no tomármelo como trabajo. Además, de todas las experiencias se aprende. Cuando la situación me pone en un lugar que no esperaba, aunque suene cursi, trato de ver qué me está tratando de enseñar la vida.
-¿Hasta qué punto la vida te llevó o buscaste y calculaste lo que querías?
-Siento que la suerte es clave, porque también veo que hay músicos muy talentosos que no han podido mostrarse. Tiene que ver con algo misterioso. ¿Por qué alguien tiene el componente mágico que lo transforma en un cantante exitoso y otros que cantaban bien no consiguen lo mismo? Eso es lo inexplicable y creo que la suerte tiene que ver. También las situaciones adversas pueden fortalecer tu voluntad.
-¿Te pasó?
-Si bien mis padres me han dado una educación relinda, cuando tenía 13 hubo problemas económicos en casa y eso me instó a buscar trabajos con la música. Y eso me ayudó un montón. Tocar en casamientos. A los 15 trabajaba con un acordeonista en un cabaret de Hurlingham. O ir en barco a Montevideo, a tocar en una boite. Acompañar a una cantante melódica en una pizzería de Merlo y en otra de Rafael Castillo. Mientras hacía el secundario, entrenaba en Platense, estaba a full con la música y también hacía esos trabajos comerciales, tan lejanos a los discos de Yes y Emerson Lake & Palmer.
-¿Qué provoca eso, templa el espíritu?
-Te hace aprender. En los casamientos tocaba sobre los discos de Michael Jackson, Madonna o Phil Collins. Sin saberlo hice un entrenamiento espectacular sobre cómo percutir sobre el ritmo de esos artistas. Me acostumbré a seguir ese tempo perfecto de las grabaciones. Y por qué no, eso me dio un plus para grabar sobre baterías electrónicas. La tecnología de los ochenta generó un nuevo lenguaje en la música que me permitió llevar esta vida tocando con tantos artistas. Y la gran chance que me dio Charly cuando yo tenía 20 años.
-Entonces, ¿hasta qué punto tiene que ver la suerte o la avidez para llegar a Sabato o a ser protagonista del rock argentino de los ochenta?
-Pollo Raffo y Jorge Minisale fueron los que confiaron en mí. Por otro lado, con una música distinta, Andrés Calamaro me dio la chance con el disco Vida cruel. Luego Charly García me propone participar en su banda Las Ligas. Siendo fan de Peter Gabriel y Phil Collins o de bateristas como Stewart Copeland, me di cuenta que el menos era más. Willy Iturri también fue para mí un referente notorio. Había una aristocracia del rock a la que todos queríamos ascender. Era un mundo nuevo para alcanzar. Quieras o no, aunque la palabra no tenga buena prensa,fue importante la sumisión de saber que las canciones iban de determinada manera, con su groove, sin tener que pensar en el logro personal. Creo que Charly nos dio esa chance. Yo no quería formar un grupo, mi gran sueño era tocar en una banda solista de Charly, como la que tenía en el Ferro del 82 y la que hizo con los G.I.T. y Fito Páez. A veces el poder del deseo puede funcionar. Con Charly toqué la batería en los últimos discos, Random y el próximo que todavía no aparece, pero también otros instrumentos. La banda, para los 70 años, con Toth, Guyot, Hilda y Rosario fue algo hermoso.
-¿Cuando el sueño se transforma en realidad vas hacia otro lugar? ¿Cómo llegó el bandoneón a tus manos?
-Cuando leí el libro del tango de Horacio Ferrer y me di cuenta de que le mundo del tango era re juvenil. Había personajes re lindos de la bohemia porteña. La escritura de Ferrer me inspiró a pensar que, al momento de componer música instrumental, el bandoneón podía ser una buena voz. En ese tiempo los jóvenes no tenían casi contacto con el bandoneón. Ahí también influye la suerte y el poder del deseo. Vi a Horacio y a su compañera Lulu en la puerta del Viejo Almacén. Clavé los frenos de la moto y me bajé. Fue una bendición para mí. Fue una gran enseñanza haberlo conocido y apuntalar mis sueños bandoneonísticos. Hice once discos hasta 2013 y muchos conciertos.
-¿Pero nunca desde el lugar tanguero?
-Claro. Cada disco pasaba a ser una suerte de banda sonora de los relatos que escribía.
-Viaje directo a la infancia.
-Totalmente. El primero fue sobre mis viajes a Marruecos y el libro Las mil y una noches, que me había regalado mis padres. Luego podía coquetear con la vida anarquista en la Buenos Aires de los años treinta o relatos en los que me hacía el nouvelle vague relacionado a mi amor por el mundo parisino y lo que veía en las cinematecas. Como no eran discos pensados para ningún mercado, sino un hobbie, grababa en Italia, en Francia, en Estados Unidos. Parecen producidos por una gran empresas pero son underground, yo aprovechaba otras cosas para hacer esas grabaciones.
-¿Así es como aparecen en tus discos gente como Tony Levin?
-A Levin le gusta mucho el bandoneón. Pero también grabaron Charly o Gustavo [Cerati], o Alejandro Terán. Hay un montón de ángeles protectores que van apareciendo y facilitan las cosas cuando no hay muchos medios.
-¿Ángeles con nombres y apellidos?
-Sí. No me voy a andar haciendo el místico. La propia Renata Schusseim me hizo la tapa de los discos. Incluido el último, el vinilo que se acaba de editar por RGS. No los nombro porque me olvidaría de un montón.
-¿Por qué recopilaste todo ese trabajo de disco y bandoneones?
-Tenía que cerrar este capítulo con un broche muy lindo. RGS me dio esta posibilidad que agradezco enormemente. Porque no las hago con otra finalidad de que sea lo más artísticamente posible, con mis limitaciones.
-¿La batería te dio la posibilidad de comer y el bandoneón la de soñar?
-No lo puedo ver de ese modo. Si bien uno cambia con el tiempo y el ritmo que llevo puede ser frenético, con diez proyectos a la vez, lo que no he cambiado es la percepción de la vida. Es la misma de cuando era niño o adolescente. La cosa delirante de infinidad de proyectos, de personas célebres que he acompañado, incluso en otros países.
-¿Cuando te fuiste a vivir a España fue para cerrar un ciclo o se dio espontáneamente?
-Mientras yo tocaba acá con los Illya Kuryaki, Alejo Stivel (cantante de Tequila y productor del pop español) me daba la chance de ir cinco o seis veces por año para grabar discos en Madrid. Para mí era cinematografía total ir a grabar a Madrid. Y cuando me ofreció grabar 19 días y 500 noches descubrí en Sabina a una persona divertidísima e increíblemente culta. Me preguntó si quería sumarme a su gira. Pensé que sería por seis meses y luego todo se extendió. Estuve cuatro años, luego fue uno más en París y me di cuenta de que la vida no tendría retorno de ese ida y vuelta entre los dos hemisferios. Luego, con los viajes en motocicleta todo fue de manera más salvaje. Por otro lado, siempre fui muy francófilo. En 2015 conocí a Benjamin Biolay, con quien grabé e hice giras. Las cosas se fueron dando desde distintos flancos. Siempre hay cosas que me ayudan a mantener mi espíritu viajero. Michelle Bliman, que además de ser mi pareja es una música excepcional, tenemos proyectos que me permiten interactuar con gente de todas las generaciones. No siento que tenga que descansar. La ilusión está intacta.
-¿Qué te debés en la música?
-No lo tomaría como una deuda, pero creo que es el estudio. Saber más de armonía, por ejemplo. Pero también veo que casos como el mío son raros. Toco con varios artistas populares de muchas partes del mundo. Te permite una vida más loca y tirante, aunque hay que manejar la entereza emocional y no flaquear. A veces la gente que lleva una vida un poco más rutinaria puede descansar de ciertas cosas.
-¿Caíste alguna vez en el lugar equivocado?
-No, porque digo que siempre trato de aprender. Trato siempre de adaptarme y sacarle provecho a la enseñanza. Obviamente que hubo alguna que otra desilusión, pero nada grave.
-¿Y las situaciones en las que agradeciste haber estado ahí?
-Básicamente, conocer a Charly predeterminó todo lo que siguió después. No solo es mi artista favorito. Con 20 años me llevó a Nueva York a grabar Parte de la religión cuando yo todavía era un novato que sólo había grabado cinco o seis discos. Pudo haber contratado al mejor sesionista del mundo, pero me dio esa chance y me regaló la batería Yamaha que usamos en la gira. Ahí está el momento clave de mi vida profesional. Y luego, las obviedades. Yo estaba muy emparentado con los ochenta y cuando conocí a Dante (Spinetta) y a Emmanuel (Horvilleur; Illya Kuryaki and the Valderramas) me plegué a las tendencias de los noventa. Y ahí comenzó todo de nuevo. Volví a los buses y a dormir en cuchetas.
-Sos una persona de muchos comienzos.
-Tocando ahora con Michelle o con Joaco, sí. O Bandalos Chinos que es mi banda favorita. Con la Orquesta Hypnofón hemos compartido el proyecto con Taichu, Neo Pistea, Chitta, Ca7riel. Es experimentar las nuevas tendencias desde la primera fila.
-¿Cómo sentís que te ven?
- Solo me encanta a veces la situación surrealista de estar entre veinteañeros y cuidarme de lo que digo para no quedar como infantil. Las generaciones no son homogéneas. Lo que noto es que más allá de la tendencia generalizada al trap o al reggaetón también hay otro gran número de chicos que tiene conexión con el siglo XX. Hasta si se quiere algunos escuchan música clásica. Hay gente que estudia filosofía, hace cine. Jamás le recomendaría a un niño que escuche lo que yo escuchaba en mi juventud. Considero más lindo que cada generación tenga su propio lenguaje estético.
-¿Se necesita una cuota de inmadurez para vivir como vivís?
-Cada persona es diferente. No pienso en eso, excepto por cuestiones básicas. Vengo de un tiempo en el cual lo cool era romper las normas, drogarse e ir en contra de todo. Si hubiera seguido esos cánones no estaríamos hablando en este momento. Agradezco estar aporreando un instrumento a toda furia por varias horas sin que me duelan los brazos. Me gusta sentirme en forma, como un futbolista en competición, sabiendo que si tengo que subir al escenario de un estadio durante tres horas, lo puedo hacer perfectamente. Y voy a estar con una sonrisa.
-¿Qué pasó con las inferiores de Platense?
-Hubo que elegir entre la música, el colegio, donde estudié para Maestro Mayor de Obra y el fútbol. Era como la generala, había que tachar cosas. El entrenamiento del fútbol era intenso. No ansiaba un protagonismo total sino eficiencia y poder compartir con los compañeros. Eso lo tuve que dejar. En cuanto al colegio, me recibí e iba a estudiar arquitectura. El dibujo fue siempre clave en mi niñez, pero ya estaba tocando con Charly.
-¿Fuiste obstinado para conseguir cosas?
-Busqué logros, pero quitándole peso a las situaciones. Si las cosas no se daban era porque no tenían que darse. Mirá, en los últimos años surgió la posibilidad de dar charlas informales a partir de mis viajes en motocicleta. Lo hago prácticamente ad honórem. Los municipios solo me dan el dinero para el hotel y la nafta. Busco lugares extraños y con mística. Por ejemplo, las ruinas en Entre Ríos donde Saint Exupery cayó con su avión. O el castillo Morisco de Tandil. Ahí tuve un gran aprendizaje. Conocer las inquietudes de los nuevos músicos. Eso fue una apertura a los proyectos juveniles que tengo ahora. Los jóvenes vienen a enseñarnos. Tampoco me gusta que me agarren por ningún lado. Soy rockero pero toco el bandoneón y no soy tanguero. Escribo de manera minuciosa y detallada, pero es una literatura de entretenimiento. Intento que no haya situaciones copiadas de alguien. Nunca quise ser copia de alguna persona. Fantaseo con la idea de que dentro de treinta o cincuenta años los chicos que quieran saber sobre el rock argentino puedan encontrar esos libros en bateas de saldo y tal vez hacer los recorridos, como yo lo hice con el libro de tango de Horacio Ferrer.