Lleva publicados tres voluminosos libros que retratan el rock nacional desde adentro; pero ahora decidió sacar un libro distinto, con las fotografías de backstage y de momentos íntimos que le sacó a Charly García, Luis Alberto Spinetta, Gustavo Cerati, Hilda Lizarazu y María Gabriela Epumer
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“Ya tomé la precaución de tener en orden cronológico todo lo que fue sucediendo desde 2017, y te diría que tengo unas 600 páginas más”, cuenta Fernando Samalea. El baterista y bandoneonista es así de metódico y así de prolífico: esas 600 páginas que dice tener en la punta de los dedos se sumarían a las 600 de Qué es un long play (2015), las 600 de Mientras otros duermen (2017) y las otras 600 de Nunca es demasiado (2019), una especie de libraco en tres tomos en los que relata su vida en la música junto a Charly García, Gustavo Cerati, Illya Kuryaki & The Valderramas, Andrés Calamaro y un larguísimo etcétera que incluye a varios de los artistas más destacados de la música popular americana y europea.
Esta autobiografía especular (contar la vida propia, no desde la introspección, sino a partir del relato de cómo uno se vincula con las personalidades excepcionales que lo rodean) no sólo promete expandirse, sino que tampoco se agota en lo textual: hace algunos meses editó Memorias en cámara rápida, una antología de fotos que él mismo le tomó entre 1990 y 2010 a todos esos “monstruos” antes mencionados en situación de backstage. Quien hace mucho tendrá después mucho para contar y mostrar: esa parece ser guía de conducta de Samalea, que -lejos de regodearse en la revisión del ayer- sigue generándole aún más páginas a la autobiografía eterna con discos solistas, shows con músicos jóvenes, una pasión no tan amateur por la coctelería, largos viajes en moto por todo el país y todo lo que su inquietud le proponga.
-¿Cómo te reencontraste con esas fotos y cómo se resignificaron para vos al volver a revisarlas después de tanto tiempo?
-En verdad, como soy muy propenso a leer biografías y libros sobre los artistas de Montparnasse en los años 20 o 30 en París, era un poco lo que en este momento más me inspiraba. Muy en otra escala, yo siempre sentía que el tiempo que estaba viviendo lo estaba viviendo con artistas que tarde o temprano dejarían una gran estela con lo que hicieron. Entonces no era tan ingenuo el hecho de sacar las fotos, porque en el fondo estaba tratando con seres que emocionaban el inconsciente popular, que estaban muy metidos en el corazón de infinidad de chicos y chicas de entonces. Y sabía que también podían ser importantes para generaciones posteriores. Y como había leído El libro del tango de Horacio Ferrer y venía muy embalado con esos libros sobre los jóvenes veinteañeros del tango y todo eso que me gustaba mucho, al sacar las fotos sabía que tarde o temprano eso iba a estar. De ahí, la antítesis de lo que hubiera hecho un fotógrafo profesional: quedaron en una bolsa por diferentes mudanzas, siempre de un lugar a otro. Pero estaban muy bien: cuando hice la digitalización de los negativos, la mayoría estaba en perfectas condiciones. Y básicamente la movilización fue lo más cursi que se pueda creer: amor a la vida, amor a guardar cada uno de los tiempos que van sucediendo, de esa juventud que inexorablemente queda en un momento ahí, en esas partículas de luz, mágicamente eternizadas, que dicen mucho de lo que son los artistas en cada momento. En definitiva fue eso: preservar. Lo pienso como una obra de teatro que quedó ahí, inmóvil, con todo lo que transmite.
-Lo pintoresco es que esas personas que para todos nosotros son estrellas, para vos son amigos. ¿Tenías alguna conciencia de posteridad mientras sacabas las fotos?
-¡Por supuesto! Siempre la tuve. A los 20 años Charly me dio la chance de entrar a su grupo. Uno tiene que adoptar cierta naturalidad y entrar en una forma de conexión natural con esa persona. Yo siempre fui igual: como me ves ahora estoy en una grabación o antes de un concierto. Pero también es eso: amor por el pasado, por el futuro y por el momento presente que está condenado a ser pasado. Y también lo digo con mucho humor, sin ánimo de darle solemnidad a esto. Lo hice de una forma muy amateur, analógica, revelando yo mismo, esa cosa mágica de que aparezca la imagen en el papel sumergido. Pero por otro lado también mucho deseo de elevarlo al estado mitológico. Además publiqué tres libros en los que mi forma de escribir también es muy fotográfica: intento ser muy descriptivo en cuanto a lo que se ve. Me gusta tomarme ese atributo.
-Sin querer fuiste asumiendo ese lugar de relator.
-Sí. Sin solemnidad, con humor, y tampoco es que lo asumí: simplemente se dio como deseo. Hay gente a la que quizás le gusta más transitar las cosas y no tiene ninguna inquietud por escribirlas o comunicarlas. Yo no soy un artista famoso como para merecer una autobiografía, pero de alguna forma me las arreglé para escribir sobre mi época. Que mi época sigue siendo ésta, porque llevo cuatro décadas de hiperactividad, de tener la suerte de estar siempre con artistas que van dejando ese lindo ímpetu en las distintas generaciones. A veces me siento una especie de Doctor Who [serie de ciencia ficción de la BBC británica en la que el personaje principal viaja en el tiempo], porque fui viendo cuatro o cinco generaciones pasar, las nuevas tendencias, y me gusta ese rol. Pero no es que me adjudico ese papel de biógrafo ni mucho menos. Vivo con mucha intensidad mi presente musical, pero también los aledaños: la coctelería, los viajes en motocicleta. Y por otro lado me gusta mucho dejar ese testimonio.
-Siempre remarcás que sos un fotógrafo amateur. ¿Te dio alguna ventaja no tener todo el bagaje de un profesional y no estar tan pendiente de lo técnico?
-Sabía manejar más o menos el obturador, poner en foco, buscar la luz, las ASA del rollo... tenía los principios muy básicos que siempre tenía que tener en cuenta, porque la cámara Canon AE1 que utilicé mayormente es analógica. Pero por otro lado nunca era una sesión de fotos, porque estábamos viajando o grabando o en una zapada en el Roxy a las siete de la mañana. Entonces tal vez la ventaja era que en ningún momento los artistas que yo retrataba estaban en una sesión de fotos para algo, era simplemente un registro. Y en un tiempo en el que no estaba la facilidad actual, donde la mayoría de las personas tiene un teléfono y puede sacar una foto, había un poco más de aire excéntrico en el hecho de sacar una cámara de la mochila, quitarle la tapita, apuntar. Tenía un encanto.
-¿Ves en tus fotos de tus amigos cosas que en las de otros no están? ¿Bajaban la guardia con vos?
-Esos mismos artistas han sido fotografiados por excelentes fotógrafos a lo largo del tiempo y no me puedo adjudicar ningún rol en particular. Lo único que puedo decir es eso: no era una sesión de fotos. Entonces lo que tienen de distintas es que simplemente estábamos hablando. Tengo una re linda foto de un momento entre Charly y Spinetta, y muy mala técnicamente porque había muy poca luz en La Diosa Salvaje (el estudio de Luis Alberto Spinetta) y por supuesto que tiré así nomás, pero esos momentos increíbles de madrugada en los que de repente era como si pasase un rayo. Entre Charly y Spinetta se daba esa cosa de complicidad hermosa y estaban los dos cabeza contra cabeza, casi tocándose, abrazados, hablándose con ese ingenio tan maravilloso... y por supuesto que tirar un clic ahí tiene algo que para mí es un gran privilegio, y por eso quise mostrarlo.
-¿Te impusiste alguna regla estética en la toma de las fotos o en la elección?
-No, lo que fuera. Y si bien el libro es muy extenso y tiene más de 200 fotografías, muchas quedaron sin publicar, hubo que hacer una selección. Me gustaba la idea de que el libro fuera lindo, de papel fotográfico bueno, pero a la vez que no sea inalcanzable sino más bien rockero. Algo que no esté muy lejos de la mayoría de las personas que consumen música.
-¿Lo entendés como un complemento de los libros de texto?
-Puede haber algo pero no fue pensado como complemento. Es para los amantes de la música. Yo también me considero público. Yo mismo puedo disfrutar del libro, más allá de que en algunas fotos esté yo por usar el automático en fotos grupales. Son testimonios de la camaradería que había. En principio era para mí y después aparecieron Roque Di Pietro y Andrés Galante [de la editorial Vademécum y la disquería y sello RGS] y me dieron esa chance de publicarlo, cuando hoy en día los libros de fotos son muy poquitos. Muchos de los grandes fotógrafos de rock argentinos no tienen publicados libros de fotos. Me siento un poco colado en el rubro pero a la vez nunca fue mi intención ocupar un lugar ni adjudicarme nada. Me movía el cariño a esa época que retrato y a los artistas, que son amigos. E inevitablemente guardar los recuerdos de algunos que ya no están: me toca también ese sinsabor de ver que varias personas que están en las fotografías ya no están aquí. Pero era una manera de hacerle un guiño a sus picardías: verla a María Gabriela (Epumer) bailando con toda su sonrisa es la ilusión de volver a tenerla ahí.
-Los libros son un viaje inevitable al pasado. ¿Cómo te llevás con tu propia nostalgia?
-Es fácil porque todavía no me llegó un presente en el que añore el pasado. Más allá de que puede haber épocas más de “gloria” que otras, sigo inventándome nuevas aventuras. Tengo la suerte de hacer cosas no sólo en la Argentina sino también en Francia, en España, en Estados Unidos, en Brasil. Me doy muchos gustos en la medida en que mis ganas de hacer cosas no decaen. Pero la nostalgia la llevo igual que la podría llevar cualquier persona que piense en eso. Ya sé que queda menos tiempo del que está detrás y tiene también un lado poético: en algún momento se acabará y está bien que así suceda porque es la ley que supimos cuando desde niños nos enteramos de que la vida no es eterna.
-La clave para no perderse en la nostalgia sería seguir vigente. Vos no dejás de trabajar con gente joven.
-Toqué con Bandalos Chinos. Con Michelle Bliman también toco seguido. Tiene una banda muy juvenil y es mi oportunidad de tocar ese neo soul, un poco hip hop, un poco jazz, y también de descubrir a esos chicos veinteañeros con tanto conocimiento musical. Me emocionan todas las cosas que puedan venir, como también enaltecer mitológicamente todas las cosas que sucedieron.
-Siendo el músico que tocó con todos, ¿tiene sus dificultades lidiar con las estrellas?
-Para mí siempre fue natural. No lo veo como algo que me haya costado mucho porque fue y sigue siendo la forma que yo tengo de relacionarme con la música. Pudo haber más dificultades en determinados casos puntuales pero cosas muy íntimas que ante la película general no pesan. Al contrario: me siento agradecido por esa chance de estar ahí percutiendo y viviendo codo a codo con esos artistas que dictan las normas y que dejan un legado maravilloso. Qué más pedir.
-La genialidad puede ser muy intensa.
-Sí, claro, mucha intensidad. Y por momentos podés desear también un poco de silencio o alguno de esos viajes más experimentales con más naturaleza, o las playas del Caribe a las que el rock me ha llevado. El rock me hizo conocer Latinoamérica. Todos esos privilegios sibaritas. Tiene algo muy hedonista estar en el mundo del rock. Lo importante es mantener la sonrisa, un espíritu aventurero y no dejarse amedrentar por insignificancias que son un poco innatas al ser humano. La vida del rock, con un poco de suerte, es un privilegio real.
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