El líder decidió que la banda entre en una pausa “para no morir”, y hoy busca inspiración en la música de raíz al frente de Vanthra
Es una tarde de principios de abril y Fer Ruiz Díaz está semiacostado en un sofá de su casa de Caballito, unos días antes de viajar a Mendoza por segunda vez en el año para tocar en el Wine Rock –el festival de rock y vinos organizado por el enólogo Marcelo Pelleriti en la Bodega Monteviejo, al pie de las montañas, en el Valle de Uco– con Vanthra, el grupo por el cual decidió poner en stand by a Catupecu Machu después de 23 años de actividad ininterrumpida. La intensidad es uno de los rasgos más salientes de este hombre que no se caracteriza por parar, y al que parece gustarle absolutamente todo. “Me gustan los aviones, los hoteles, las motos, los coches, las guitarras, los bajos, los teclados, y no me va a alcanzar el tiempo para hacer música con todo eso”, dice. “Me gustan el hardware, las cámaras, los efectos.” Fernando podría seguir: practica deportes extremos, esquí y surf, le apasiona correr, es técnico eléctrico y estudió varios años de ingeniería. “En un punto, es todo lo mismo. Me alucinan la arquitectura y la ciencia, y creo que un arquitecto como Frank Lloyd Wright hace canciones en ese ámbito. Y Marcelo Pelleriti hace canciones en el mundo del vino”, dice, tratando de establecer el hilo común que recorre sus pasiones.
Una mirada por los ambientes de la casa nos da un retrato acabado del propietario: el lugar es lo más parecido a la Baticueva que pueda encontrarse en la vida real. Los muebles son de estilo, desde los sillones hasta los electrodomésticos, y revelan su fanatismo por el art deco y el racionalismo. Todo brilla con una limpieza inmaculada. Cruzando un patio interno amplio con una fuente y mucho verde se llega a la sala de música, donde conviven instrumentos vintage con tecnología de última generación, una gigantesca pedalera con efectos de guitarra que está en permanente proceso de cambio, una cava de vinos conservados a temperatura ideal, muñecos coleccionables traídos de distintos viajes y reproducciones perfectas de autos a pequeña escala. Entre los autitos se destaca una serie flamante con varios modelos de Mustang. “Soy muy hincha de Ford, y sobre todo del Mustang”, dice Fer. “Para mí, es el auto perfecto. Me fascina desde que mi viejo me llevó a ver Bullitt, una película con Steve McQueen que tiene una persecución increíble.”
En esta sala, Fer compone y también ensaya con Vanthra, su nuevo modelo de power trío, que se completa con Charlie Noguera en bajo y Pape Fioravanti en percusión. Al principio, Vanthra era una idea, un proyecto paralelo y menor. Hoy es el principal foco de su fundador. Lo que determinó ese cambio fue una canción. “Me pasó algo parecido a cuando compuse ‘La llama’, el primer tema que hice en mi vida, mucho antes de que existiera Catupecu”, dice Fer. “Ese tema tuvo un carácter premonitorio. ‘La llama que se hace gigante aquí/Que parte de mí hacia la Luna, va a crecer/Me hace sentir que estoy vivo otra vez’. Yo no sabía que iba a tener un grupo, no era mi intención.”
En las letras de Vanthra aparece la idea de un nuevo comienzo...
En un momento, empecé a querer correrme del eje. Ahí nace Vanthra. Estaba componiendo el disco de Catupecu, que iba a salir el año pasado, y del cual habíamos hecho un adelanto, “La piel del camino”, y me empezaron a salir un montón de cosas que me daba cuenta de que no eran para la banda.
¿Cómo comenzó ese proceso?
Con el tema “Vanthra Lila”, que es el que originó el nombre de la banda. Lo hice para mi hija, cuando aún estaba en la panza de la madre, hace más de cinco años. Es una canción que tocaba solo con el tambor solar, cuando estábamos haciendo los shows de “Madera Microchip” con Catupecu. Ese tambor me lo regaló Leo Alcaraz, un amigo, que es uno de los hermanos que hacen los alfajores Cachafaz. También me trajo un charango boliviano, comprado en Brasil. El otro hermano, Javier, me regaló un ukelele Ibanez hermoso, con micrófonos piezoeléctricos, con el que compuse “Tu voz”, que iba a ser el primer tema para Vanthra. Con todos esos instrumentos me pasaba algo nuevo. Automáticamente entré en el viaje “vánthrico”.
¿Por qué te parecía que los temas no eran para Catupecu, si vos sos el que decide el rumbo musical del grupo?
Me empezó a pasar algo que no sé cómo definir. En un momento, le dije a Charlie [Noguera]: “Estoy pensando hacer esto, ¿querés sumarte?”. Él era nuestro manager, pero hace mucho tiempo que trabajamos juntos: empezó siendo mi asistente cuando él tenía 17 años. Es una bestia tocando el bajo y, además, canta, toca teclados, guitarra... Es un multiinstrumentista muy nerd, al igual que Pape [Fioravanti], en el sentido de que manejan mucha tecnología. Me dijo que sí, pero él no pensaba que el grupo iba a ser algo tan concreto.
¿A Pape cómo lo conociste?
Es el marido de Vicky, la hermana más chica del “Búho” Rocino [baterista de Catupecu Machu]. Es técnico de grabación y produjo muchísimos discos del indie de acá. Pero, un día, en una reunión en la casa del Búho, lo escuché tocar percusión en una botella de whisky vacía y dije: “¡Qué groove!”. Después, en un cumpleaños que festejamos en Groove, lo invité a tocar el bajo en una versión acústica de “La llama”. Pero él siempre está comprando elementos de percusión, accesorios. Un día lo cité en casa y le pregunté si quería ser el percusionista, porque ya tenía en la cabeza el bombo legüero.
En principio iba a ser un proyecto paralelo...
Sí, pero en febrero de 2016 me fui a la casa de Pelleriti en Mendoza, porque venía muy saturado. Me había separado hacía unos meses y todavía estaba atravesando el proceso posterior al accidente de mi hermano, aunque habían pasado 10 años. Me cayeron muchas fichas juntas. En un momento, se fueron todos de la casa de Marcelo, me metí a la pileta mientras veía las nubes que venían de los Andes y pensé: “Estoy limado, no puedo más”. A partir de ahí, fue todo bastante automático. Volví, junté a los chicos de Catupecu y les dije: “Tenemos que poner un stand by”.
¿El grupo se había vuelto una mochila muy pesada?
Sí, era eso. Pasó lo de Gaby, pasó de todo, y nosotros, por el espíritu que tenemos, nunca paramos. A los 25 días del accidente tocamos en Obras al aire libre, en un show para más de 20.000 personas que abrió Diego Arnedo con “Y lo que quiero es que pises sin el suelo” y cerró Zeta Bosio con “A veces vuelvo”. O sea, Gaby juntó a Sumo y a Soda Stereo en el escenario. Me acuerdo que Pergolini, que presentó el evento, dijo algo como que Gaby era tan groso que para reemplazar a un bajista tuvimos que llamar a seis.
Y después, más giras y más discos.
Además, Catupecu no paró nunca de crecer. Después del accidente hicimos Perú, Guatemala, Europa, volvimos a México, Puerto Rico, Estados Unidos, Chile, y muchos de esos lugares Gaby no llegó a conocerlos. Estábamos en medio de una vorágine asesina, y lo de Gaby pasó en ese contexto. Ese día en Mendoza, por primera vez, sentí que había que parar. Veía a Catupecu estresado, internamente. Obviamente, como nosotros somos todos células de un mismo cuerpo, si a uno le pasa, les pasa a todos.
¿En ese momento decidiste dedicarte solamente a Vanthra?
Me fui unos días a Los Ángeles con Pelleriti, que iba a presentar unos vinos. Tocamos en el Consulado Argentino, fuimos a ver bandas y, después, me quedé cuatro días solo. Caminaba mucho, desde Venice Beach, donde surgió el tema “L.A. Woman”, de The Doors, hasta Santa Mónica. Cuando volví, empezó a tomar forma más seriamente Vanthra, que ya estaba. Con este grupo me pasó una cosa alucinante: encontré una pureza que tiene que ver con diluir las fronteras y no tener parámetros. Me ayudó a desdibujar ciertos límites, y esa catarsis fue muy sincera.
"Vanthra es mi meditación. Es el retiro a la montaña de Zarathustra."
La repercusión que tuvo el grupo fue casi inmediata.
Sí, fue una cosa muy honesta. Fue como cuando hice “Magia veneno”, que decís: “¿De dónde salió esto?”. Ese tema lo soñé. Estaba viviendo unos días muy tormentosos, porque había muerto mi viejo, me había separado, y no paraba. Me acosté con una resaca terrible y la canción me bajó así, en diez minutos. Me desperté, prendí la máquina, grabé la primera estrofa, el estribillo, el cambio del bajo y listo: “Magia veneno”. Explicámela. Había algunas puertas que yo tenía cerradas, como digo en “La canción que faltaba”: “Y ahí te encontré, y ahí recordé/Que era mío lo que imaginé perder/Y sin sacrificio salí de la piel”. Eso fue lo que me pasó con Vanthra.
Una suerte de liberación.
Hay amigos que me dicen que me ven muy bien, y yo les digo: “Si no habitaba este lado ahora, me moría”. De verdad. El accidente de mi hermano, el de Gustavo [Cerati], el de Pappo… Lo de Gustavo y lo de Gaby fueron cosas diferentes, pero bastante parecidas. Les explota la cabeza, a mi hermano de afuera hacia adentro y a Gustavo de adentro hacia fuera. Con Gustavo, fijate que el pibe termina el último show de la gira y ahí le pasa. Y nosotros veníamos con una gira que no paraba y, en el único fin de semana que teníamos libre, nos íbamos a ir a tocar gratis al Roxy de Bariloche. Entonces, dentro de ese ritmo, cuando se afloja un poquito suceden esas cosas.
¿La separación de la mamá de Lila tuvo que ver con la decisión de parar con Catupecu?
A mí me hubiera gustado no componer “Viaje del miedo”, porque eso significaría que no hubiera pasado el accidente de Gaby. Pero bueno, ya que este libro es tan caro, vamos a leerlo entero. Esa canción me representa más que otras, si bien todas las canciones son esbozos de uno mismo, al menos en mi caso. Tienen que ver con la antena que uno tiene para bajar cosas. Pero te diría que el desencadenante mayor de este momento es mi hija Lila, que está muy presente en todo el disco. Como digo en “Metrópolis nueva”, que también se convirtió en una especie de clásico del grupo: “Y al final camino solo/Y aunque dé vueltas no hay vuelta atrás/Son las cruces de un cementerio/Las que nos hablan y cuentan que estamos acá”.
Son acontecimientos que te van marcando.
Hay momentos que fueron claves en mi vida. Uno fue el origen de Catupecu Machu, otro fue el accidente de Gaby, anteriormente había sido la muerte de mi papá, y la contracara de eso fue el nacimiento de Lila. A veces, me pregunto cómo fue que sobreviví a tanto. Lo primero que me agarró cuando dije que iba a hacer un parate con Carupecu fue un gran respeto por nuestra historia como banda. Fueron 23 años, una gran cantidad de discos y de giras, y me siento feliz por eso. Pero necesitaba que pasara. Como en el ashtanga yoga, que es una meditación, pero en movimiento. Si vos arrancás hoy, vas a tener 90 años y vas a seguir haciendo todas las posiciones. En algún sentido, Vanthra es mi meditación. Es el retiro a la montaña de Zarathustra.
En Vanthra aparece una influencia muy marcada del folclore.
Eso en Catupecu ya estaba, pero no era tan evidente. Uno de los primeros que nos quiso firmar fue Jorge Álvarez, el productor de Mandioca, cuando aún no teníamos disco editado. Cuando escuchó los demos, dijo: “Lo que hay que potenciar en Catupecu es que es una banda que solo podría haber salido de acá”. El tipo descubre esa raíz ahí. “Viaje del miedo” tiene esa viola con algo de Yupanqui y algo de Piazzolla. En Buenos Aires, el tango y el folclore se te meten adentro. La primera vez que quise tocar la guitarra, a los ocho años, fue porque vi folcloristas tocando en reuniones. Pero en Vanthra se detecta más claramente esa influencia, porque directamente dije: “Vamos con el legüero”.
¿Tiene que ver con tus viajes a Mendoza?
Nunca tuve una influencia directa de algo. Por eso me gustaba cuando decían que Catupecu no era la sucursal argentina de ningún grupo de afuera. Lo que hago desde siempre es vivir, y dejar que las cosas salgan. En los últimos siete u ocho años, empecé a tener un contacto muy fluido con la música de raíz. El disco de Vanthra oscila entre cuatro lugares: Mendoza, Córdoba, Buenos Aires y México. Estuve en Córdoba escuchando el folclore de ahí, que es el cuarteto; y en Mendoza, escuchando tonadas durante horas, porque mis amigos enólogos, como los hermanos Ricciardi, tocan esa música. El disco se grabó en el estudio Sonorámica, que está en Mina Clavero, arriba de la montaña, y ves todo Traslasierra. Está ligado a la tierra, al agua, a la madera. A la ciudad también, pero como un lugar del cual irse y volver.
¿Vas a grabar otro disco de Vanthra?
Me compré una computadora tremenda y una placa, y ya tengo muchas cosas compuestas, además de todo lo que va saliendo en la sala, así que creo que en el verano vamos a estar grabando, porque vengo con ese impulso.
¿Y Catupecu?
Estamos en un momento de reencuentro desde un lado más afectivo. No vamos a hacer “la vuelta de Catupecu”, porque nunca nos fuimos. Estamos ahí. Cuando el espíritu diga “todos juntos”, volveremos a hacer un disco. El material está [canta un tema inédito llamado “El indicio”]. Pero tiene que esperar.
¿Esperás una señal, como las nubes que viste en Mendoza?
A mí me gusta mucho viajar. Por eso tengo tantos amigos en distintos lugares, y me siento ciudadano del mundo. Si voy a un lugar, es para descubrir algo nuevo. Y si vuelvo, es para vivir una nueva aventura en el mismo lugar. Otro disco de Catupecu sería eso. La aventura siempre tiene que ser nueva. Yo lo disfruto así. Es como cuando volvés a ver una película después de tres años, y es otra película.
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