Fernando Cabrera, un artista sublime que crece con su obra
La primera línea del tema que abre 432, el flamante disco que Fernando Cabrera presenta este viernes, podría sonar autorreferencial: "Llegó el poeta de la emoción, trajo su canción con esmero". Pero es una trampa. Esa carta de presentación se diluye al instante: "nos analiza con su rosario, perlas de inútil poema". Cabrera se queja, casi al pasar, de que la mayoría de los títulos de las notas que le hicieron en los últimos meses rondan en torno a esa frase inical. "Era una cosa chistosa, como para tomarme el pelo a mi mismo", dice. Y difícil, entonces, no evocar la maravillosa "Críticas" (del disco Viveza, de 2002), donde en una sintonía similar sentenciaba: "mis canciones son cerradas, mis pasiones son erradas, ¡Qué porvenir!".
Cabrera, sin embargo, está feliz. "Sacar un nuevo disco es algo siempre placentero, esperado", dice. "Yo mido mi vida por los discos. Supongo que les pasará lo mismo a la mayoría de los colegas que tienen la suerte de tener una carrera discográfica desde la juventud, pero yo miro para atrás y mi vida está clasificada por aquél año en que saqué tal disco. La memoria empieza a hacer links y pienso en tal novia o tal viaje… O sea que, para mí, los discos hasta ahora han sido siempre consustanciales. Me pone enormemente feliz volver a sacar uno. Esa es la sal de mi vida: mostrar nuevas composiciones".
Ese estado de felicidad está, en parte, relacionado al estatus que alcanzó el gran bardo uruguayo en los últimos diez o quince años, cuando se posicionó como un faro para una nueva generación de cancionistas de ambas márgenes del Río de la Plata, y de buena parte del continente. Pero, también, cuenta con el reconocimiento de colegas de su generación y verdaderos referentes, como Fito Páez, Andrés Calamaro ("Nos conocimos en un concierto de Hugo Fattoruso. Un tipo muy tierno, muy simpático, muy sensible") y Joan Manuel Serrat. "Me he llevado algunas sorpresas en España. Con Serrat y con músicos jóvenes, de nuevas generaciones, que me tienen muy presentes. Me entero que hay mucha gente haciendo mis canciones. Es muy lindo que pase eso, sobre todo porque recién el año pasado giré por allí por primera vez. Y en uno de los conciertos me acompañó Serrat. Fue un gesto de pura generosidad. Yo le dije que no, pero me insistió", dice Cabrera. "A mí me daba cosa, porque él vive en las afueras de Barcelona. Y tener que venir al centro a probar sonido a las seis de la tarde, con un tráfico espantoso… ¡No quería molestarlo! Y todo para cantar una canción. Pero él insistió."
Hace casi tres décadas, a principios de los 90, el panorama era bien distinto para Cabrera. "Yo atravesaba una época no diría oscura, pero definitivamente desencantada con los pocos resultados de la profesión." Esos años, sin embargo, fueron fructíferos a nivel creativo. "Hace algunas semanas –cuenta– hice la remezcla de Fines (1993), que es mi disco más orquestado. El que tiene más instrumentos, más arreglos. Trabajé como una bestia en ese momento. Y están buenísimos los timbres que tiene, porque algunos provienen de la orquesta clásica: hay un fagot, tres oboes, corno inglés, flauta, piano, violoncello, vibráfono… Obviamente, como lo estábamos remezclando, con (el ingeniero de sonido) Oscar Pessano lo escuchamos mil veces. Mejoramos cosas, cambiamos efectos. Y mientras hacíamos eso pensaba qué cosa paradójica que en ese periodo de mi vida, que para mi estaba todo tan cerrado, haya sido capaz de hacer ese disco. Yo no lo puedo creer. Me asombra y me enorgullece. Pero no me explico muy bien cómo un hombre puede hacer una obra así estando tan mal de la cabeza como estaba yo. Y en ese momento también hicimos el libro 56 canciones y un diálogo, con Alicia Migdal, y la música de la película El Dirigible".
Bajada de línea
En algunas canciones de 432, como "Malas y buenas" y "Alarma", Cabrera vuelve sobre una tradición que desarrolló en su etapa seminal como compositor, en los grupos Montresvideo y Baldío. "Son canciones de opinión. Canciones donde un tema de nuestra vida social me conmueve y quiero opinar sobre eso. Tiene que ver con el hecho de ser ciudadano, de integrar un colectivo. Nací en una época donde era necesario opinar, y darle a la gente un mensaje, incluso veladamente o con subterfugios", expone. Y evoca: "En tiempos de dictadura, los recitales tenían otra función, aparte de lo artístico. Eran de los pocos lugares, probablemente junto con algunas obras teatrales, donde la gente se podía juntar. Y todos aprovechábamos para dar a conocer nuestras ideas. Con mucho cuidado porque había censura, había cárcel, había de todo. Pero como nací a la canción en esa época, se me quedaron impregnadas las ganas de dar mi punto de vista. Al ser hijo de gente como Violeta Parra, Daniel Viglietti, Alfredo Zitarrosa, Atahualpa Yupanqui o Chico Buarque, estoy formateado como para que por lo menos alguna canción se meta cada tanto en la madeja, en la ensalada, en el tuco ese que es la vida social".
El estreno porteño de esas canciones será este viernes en el Espacio Xirgu/Untref, en el formato minimalista de guitarra y voz, que se ha vuelto habitual para sus presentaciones. "Cada vez me gusta más tocar solo con la guitarra. Siempre estoy encontrando cosas para hacer con la guitarra, con la voz. Matices distintos, combinaciones. Desarmo y armo. Me siento muy libre. Con una banda uno tiene que estar un poco más disciplinado, con el tempo, los volúmenes. En cambio cuando estoy solo controlo todo. Ningún concierto es igual al otro", dice. Eso explica, apenas en parte, la magia y la emoción de escucharlo en concierto.
Un mapa de la canción uruguaya
Darnauchans y Lazarof/ Dino, Drexler y Leo Maslíah/ Galemire, Olivera/ Rubén Rada, Jaime Roos/ Mauri, Ubal, Mariana Ingold/ Pepe Guerra, Carbajal, Fattoruso Braulio López/ Rubén Lena, Víctor Lima/ Viglietti el fogón anima/ Zitarrosa y al final/ Mateo cantando encima de su música abismal. Así, básicamente utilizando sólo nombres propios, y en menos de un minuto, Fernando Cabrera traza un mapa afectivo de la música popular uruguaya. La pieza se llama "Cancionero" y es una especie de divertimento. "Es una canción privada, que tenía hecha para mí, y se me ocurrió ponerla en el disco", dice Cabrera. "Pero no fue hecha como una canción profesional. Simplemente me ganaron las ganas de homenajear, de mandar un mensaje afectuoso a todos esos colegas, algunos ya fallecidos, y por eso decidí incluirla".
Acompañado por su grupo, integrado por el gran Federico Righi en bajo, Ricardo Gómez en batería, Herman Kang en teclados y Juan Pablo Chapital que aporta destacados solos de guitarra, Cabrera entrega once nuevas canciones y una versión de Larbanois/Carrero, "De las contradicciones". En un promedio de canciones brillantes sobresale "Alarma", que incluye el aporte de Martín Buscaglia en voz. "La estrené en vivo con él, en el espectáculo que hicimos juntos", dice. "Por eso fue natural que la hiciéramos juntos en el disco. Me gusta que él esté. Creo que a él también le gusta estar. Me siento muy muy cómodo con él. Es un músico deslumbrante. Y me gusta él: su espíritu, su persona, su humor". Adelanta, Cabrera, que están componiendo juntos. "Trabajar en parcería no es habitual en mí. Pero ya tenemos unas cuantas canciones. No sé qué pasará con eso, pero para mí es un lindo ejercicio componer con otro. No es común. Y es bien interesante cuando uno, con total apertura y sin ego, permite que el otro intervenga. Y viceversa. Ahí se va formando una tercera persona. Y es mortal."
Este viernes, a las 21.30. Fernando Cabrera presenta 432 en el Xirgu/ Espacio Untref, Chacabuco 875.
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