Inaugurado en 1956, ION es un tesoro cultural, conocido como el Abbey Road argentino; dos protagonistas del emblemático enclave, por donde pasaron artistas de todos los géneros, le contaron a LA NACION sus anécdotas imperdibles
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Imaginemos la escena: durante una grabación en ION, Charly García, en plena etapa Say No More, tiene la temeraria idea de colocar un bowl con papas fritas sobre las cuerdas del piano, que chorrean aceite caliente y que queman la tabla armónica del Steinway valuado en una fortuna. Horas más tarde, enterado del incidente, el dueño del estudio llama furioso a la casa de Charly, donde con desdén le responden que “no es el primer instrumento que se rompe en el rock and roll”. Después de idas y vueltas, la factura por el arreglo del piano viaja directo al hogar de García, quien se hace cargo del costo por 3000 dólares.
Esta historia surrealista, que podría ser el tráiler de un documental sobre los legendarios estudios, es una de las tantas que atesora ION, verdadero santuario de la música, y que tiene como protagonistas a íconos de todos los géneros. Un mínimo paneo incluye a Norberto “Pappo” Napolitano pisteando como un campeón con su moto dentro del estudio; a Fito Páez y al sonidista vaciando intempestivamente un matafuego durante la grabación de voces de Luis Alberto Spinetta en La la la (audio que quedó registrado en “Tengo un mono”); a Mercedes Sosa pidiéndole a su hijo Fabián que vaya a comprar caramelos de miel para el sonidista, indignada porque éste le comía los suyos; y una anécdota insuperable: la de un cantor de tango que grabó con un tacho de basura en la cabeza, porque le hicieron creer que era la cámara de resonancia recién importada de Inglaterra.
Quienes narran estas viñetas con memoria prodigiosa y la picardía de niños son Jorge “Portugués” Da Silva y Osvaldo Acedo, factótum del lugar y guerreros de mil batallas. Sentados alrededor de la consola en los estudios donde pasaron desde Atahualpa Yupanqui, Osvaldo Pugliese y Aníbal Troilo hasta Serú Girán, Riff, Virus, la Mona Jiménez y Palito Ortega, derrochan vitalidad a los 89 y 80 años, respectivamente. El repertorio de anécdotas matiza la sensación intimidante de estar en un templo sagrado. “Estas historias son las que podemos contar, así que ¡imaginate las incontables!”, explican con una mezcla de honestidad brutal y códigos.
Tal vez el único momento de seriedad es cuando relatan la aparición de un fantasma por las noches rondando el piano. “Yo lo vi una vez, era una silueta blanca. Me asusté tanto que lo mantuve en secreto, hasta que otro técnico me confesó que había vivido una experiencia similar”, explica Da Silva. “Hubo varias situaciones: una vez estaba Carlos Cutaia grabando un solo de piano y se detuvo porque sintió que alguien lo tocaba de atrás, pero no había nadie”, completa Acedo, poniéndole más picante al asunto. No podía ser de otra forma: la leyenda inspiró la canción “Los fantasmas de ION”, compuesta y grabada por la cellista sueca Beata Söderberg, sí, en los estudios ION.
Los artesanos del sonido
Digámoslo de entrada: los técnicos Acedo y Da Silva son glorias de la industria musical, referentes del oficio y figuras adoradas por los músicos. En 1960, cuatro años después de la fundación de ION, Acedo ingresó a los estudios, donde hizo todas las inferiores: se desempeñó como cadete, aprendiz, asistente, técnico, gerente y, finalmente, dueño. Entre sus grabaciones, fue el responsable del sonido de la célebre operita “María de Buenos Aires”, de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer, y de algunos discos del bandoneonista con el quinteto, además del primer álbum solista del Polaco Goyeneche y de toda la discografía de Susana Rinaldi.
En cambio, “El Portu” Da Silva se sumó al staff de ION ya con una amplia experiencia en 1980 como sonidista y antes como músico, convirtiéndose en uno de los técnicos más requeridos del ambiente. Héroe anónimo, cruzó el umbral de la popularidad a partir de su participación en el programa de televisión “Encuentro en el estudio”, conducido por Lalo Mir en Canal Encuentro. “¿Se conocen?”, preguntaba como latiguillo Lalo al anfitrión y al huésped del estudio y El Portu respondía “de vista” con la sonrisa dibujada en su rostro, mientras se fundía en un abrazo fraternal con el invitado, sea Fito Páez, Divididos o Rubén Juárez.
Ambos técnicos fueron protagonistas de la industria discográfica en su apogeo, un instante histórico en el que el estudio era una fábrica musical que funcionaba a ritmo vertiginoso. En ese contexto, ION, creado en 1956 por el músico húngaro Tiberio Kertesz y su esposa Inés como un estudio privado, se transformó en uno de los primeros espacios en competir con los estudios grandes de las compañías discográficas que dominaban el mercado, una pulseada que ganó ION cuando las multinacionales se desprendieron de sus activos para concentrarse únicamente en el negocio de la edición del disco.
En esa bisagra, entre las décadas de 1960 y 1980, los discos se vendían como pan caliente y la circulación de artistas era incesante. “En el estudio, se trabajaba 20 horas por día. La rutina era arrancar a las 9 de la mañana con la orquesta estable de un canal de televisión y terminar con un rockero a la madrugada. Llegó a haber un plantel estable de 15 trabajadores para abastecer el movimiento, que era así todos los días del año. Las compañías nos pedían turnos con meses de anticipación. Ni hablar en temporada alta”, rememora Acedo.
-¿Cómo era el clima en las grabaciones?
-Osvaldo Acedo: Había mucha camaradería. Pasábamos largas jornadas con los músicos. Convivíamos, nos enterábamos de su vida y nos hacíamos amigos. No solo ocurría con los músicos. Con Ernesto Sábato cultivamos amistad, porque él grabó sus textos acá. Lo resumo en una anécdota: como una vez elogié su estado físico, me pidió que lo golpeara en la boca de su estómago, para demostrarme lo bien que estaba. Yo le pegaba despacito y él pedía más fuerte. No me olvido más, como tampoco del día en que vino Jorge Luis Borges a grabar sus poemas. Algunas cuartetas las recordaba de memoria, otras se las apuntaban en el estudio.
-¿Qué define a un buen técnico de sonido?
-OA: El oficio tiene dos condimentos que van de la mano. Uno es el conocimiento técnico, saber qué herramientas utilizar en cada proyecto. El otro es la sensibilidad musical. Por eso, El Portu es un artista, cada mezcla suya suena perfecta. En un momento de tensión para el músico, él lo contiene.
-JDS: Una vez, Spinetta dijo algo sobre mí que me recontra emocionó. “El Portu nos saca las piedras del camino”. Habíamos terminado un tema que quedó en primera toma.
-OA: En algunas oportunidades, me preguntan si los músicos son pedantes. Yo siempre respondo lo mismo: qué van a ser pedantes si los vemos desgañitados en el estudio cantando, tratando de afinar, sin humo, sin luces, sin artificios, nada. Solo ellos y las canciones desnudas.
-¿Qué momento recuerdan con especial cariño?
-JDS: Para mí es imborrable el día en que el Polaco Goyeneche grabó el tango “Ese muchacho Troilo”, un hermoso homenaje. Antes de entrar, recordó cuando Troilo le anunció que debía irse de su orquesta. Como él no entendía el motivo, el bandoneonista le explicó que tenía que hacerse solista porque ya era demasiado popular para seguir en la orquesta. Todos nos emocionamos con su historia y después El Polaco grabó el tango en una toma, porque él expresaba y fraseaba de manera que no podía haber segunda grabación. Ahí ya estábamos todos llorando.
-OA: Yo disfruté especialmente de trabajar con Piazzolla. Como venía a grabar sus nuevos temas, preguntaba si me gustaban. Y como en esa época Astor era muy atacado por los tradicionalistas, yo le respondía que estaban bien, pero que eso no era tango. Se envenenaba con la broma. Tengo muchos recuerdos increíbles junto a él.
-¿Cuál fue la grabación que más se demoró?
-OA: El más meticuloso fue Jaime Roos. En una oportunidad, grabó 400 horas en Buenos Aires y otras 400 en Montevideo. Pero además hizo con El Portugués la mezcla más larga de la historia de un tema: 36 horas. Durante días y días, sonaba la misma canción en una salita. Después escuchás los discos de Jaime y así salen: impecables.
-Da Silva, de su trabajo en Piano Bar, de Charly, ¿qué recuerdos tiene?
-JDS: Charly lo grabó rapidísimo, al cuarto día ya estaba hecho el disco. Pero al comienzo, como no venía, empezamos a grabar algunos instrumentos. Cuando llegó, se puso los auriculares, escuchó esas referencias y se enojó muchísimo. Cuando le confesé que había sido idea mía, se enojó todavía más. Me corrió por el estudio, no me olvido más. Charly es un artista genial, ve el cuadro completo, tiene todo en la cabeza antes de grabar. Nunca vi un líder tan grande.
Todos los estudios, el estudio
Ubicado en pleno barrio de Balvanera, el estudio está atravesado por una llamativa paradoja. Desde afuera, la casona no dice nada. Apenas unas rejas celestes que cruzan la fachada y unas persianas bajas que no dimensionan el tesoro. Pero cuando uno ingresa, la historia se viene encima, como si se entrara abducido en una dimensión desconocida. La visita incluye un aperitivo: decenas de fotos que tapizan ambos lados del largo pasillo con la aristocracia de nuestra música grabando, además de placas, premios y reconocimientos varios. El plato principal es la sala de control, los equipos y el estudio, bautizado Leopoldo Federico en homenaje al magnífico bandoneonista, que vienen utilizando miles de músicos de rock, jazz, tango, folclore o cuarteto desde que ION se estableció aquí en 1960.
Estos estudios, que pertenecieron a Fernando Gelbard, y también a los hermanos Mario y Norberto Kaminsky, dueños del sello Microfón, hoy son propiedad de Osvaldo Acedo. Viendo los antiguos micrófonos, la tremenda consola, los paneles acústicos, la pregunta por la mística vintage surge sola: ¿Qué distingue a estos estudios? O mejor dicho: ¿Qué los vuelve icónicos? “Lo que define a ION es su historia: eso es algo que no se puede comprar, hay que hacerla. Alguien puede tener la mejor sala, pero después hay que darle un contenido, porque si no es solo paredes y máquinas. Por eso, los músicos dicen que somos la versión argentina de los estudios Abbey Road”, completa el ingeniero de sonido y dueño.
Pero no todo es historia. Los feroces cambios a los que asistimos en las últimas décadas en el mercado del disco, con los nuevos hábitos de consumo de música, la digitalización del sistema de grabación y la era del autotune, también provocaron un cimbronazo en la rutina de los estudios. Con una mueca de resignación, los técnicos explican que hoy se trabaja de otra manera y que cada músico puede grabar en forma casera su producción. “La tecnología es un avance en la medida en que le hace bien a la música. Si un cantante valora más el autotune para afinar que su propia voz, ahí estamos en problemas”.
-¿Sobrevivió algo de la industria del disco?
-OA: El tema es que los sellos discográficos ya no son más compañías de discos, son productoras de entretenimiento.
-¿Pero no hay cosas que se mantienen en pie?
-OA: Yo soy de una generación que dedicaba un buen tiempo de esparcimiento a escuchar música, comprar un disco era toda una ceremonia. Hoy, los chicos, mis nietos, tienen mil cosas para entretenerse. Y la tecnología también hizo lo suyo. Por supuesto, hay cosas que no cambian: hace 50 años, para grabar, necesitabas un músico, una silla, un atril, un micrófono, lo mismo que ahora. La canción es la misma.
Después de dos horas de charla, Da Silva emprende la retirada. Hoy no tendrá grabaciones, pero la semana próxima lo esperan tres jornadas de trabajo para mezclar un disco. “Los músicos no me dejan perder el entusiasmo”, dice, con una humildad a prueba de balas. “Hace un tiempo dijo que se retiraba, pero es el retiro de Los Chalchaleros, el más largo del mundo”, bromea Acedo, quien invita a pasar a su oficina, muestra orgulloso los últimos premios que recibió el estudio y explica que sigue viniendo a ION como cada día desde hace más de 60 años, siempre con la misma pasión. “Este trabajo es una forma de ser feliz. El secreto de la vitalidad está en las vibraciones de la música”.
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