Escape, el disco de Journey que hace 40 años era un placer culposo y hoy es “el mejor álbum de rock melódico de todos los tiempos”
A 40 años de su lanzamiento la trama de un álbum recibido con desprecio, aunque fue número uno en ventas, y que hoy es reivindicado como una obra maestra; el inesperado rol que cumplió la serie Los soprano
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MADRID.-La crítica lo recibió con desgana y desprecio. En octubre de 1981, Deborah Frost lo valoró en la revista Rolling Stone con dos estrellas sobre cinco. Lo argumentó así: “Escape no es un éxito porque sea bueno, sino por pertenecer a una época concreta donde bandas como Journey no pueden hacer nada mal”. O: “Son canciones dulces y facilonas”. O: “Cuando los héroes son difíciles de encontrar, lo primero que verás es a los fanfarrones”. No fue la única publicación que afiló el cuchillo ante Escape, un trabajo considerado “pomposo, comercial y con letras para adolescentes que no quieren madurar”. Cuatro décadas después (se publicó originalmente en julio de 1981) la saña se ha convertido en benevolencia y hasta en alabanzas y reconocimiento. “Escape es el mejor disco de rock melódico de todos los tiempos”, afirma categórico a El País el escritor musical Paul Elliot, habitual de publicaciones como Classic Rock, Mojo o Kerrang! y autor del libro 101 álbumes emblemáticos del rock, heavy metal y hard rock (Blume).
Escape es uno de esos discos que mucha gente disfrutó a escondidas, preocupada de algo así como: “No vaya a ser que alguien crea que me gusta”. Llegó al número uno en ventas y despachó 20 millones de ejemplares, pero permanecía fuera del radar de las élites musicales. Se le dio cierta visibilidad cuando se popularizó el término inglés guilty pleasure (placer culposo), algo que se disfruta aunque no esté considerado como alta cultura. Desde entonces se considera divertido que alguien de apetencias sofisticadas exponga sin sonrojarse sus placeres culposos.
Pero llegó la serie Los Soprano e impulsó el álbum de Journey a otra dimensión, a categoría de trabajo a reivindicar por su calidad. La escena final de la ficción (en 2007), cuando los cuatro miembros de la familia se reúnen en un restaurante, se sostiene con la pieza que abre el álbum, “Don’t Stop Believin’”, que elige Tony Soprano en una pequeña máquina donde se seleccionan canciones. El creador de la serie, David Chase, lo justificó así en su momento: “Había tres canciones en disputa, y “Don’t Stop Believin’” fue la que más me gustó. Creo que es una gran canción de rock and roll. La música es muy importante para mí en términos de la sincronización de la secuencia, y su ritmo. Y esta canción dicta parte del ritmo”.
La historia de Journey tiene algo de la de Kiss y también de la de Fleetwood Mac. Con los primeros comparten su obsesión por triunfar y, como consecuencia, por componer canciones para que las disfrute el mayor número de personas. Con Fleetwood Mac convergen en su radical giro estilístico debido a la llegada de nuevos miembros. Journey surgió en 1973 en San Francisco (California) cuando dos músicos del grupo de Carlos Santana, el tecladista y cantante Gregg Rolie y el guitarrista Neal Schon decidieron liderar su propio proyecto. Sus primeros tres discos se movían entre lo progresivo y el jazz-rock, con largos desarrollos instrumentales. Después de tres trabajos con escasa repercusión, su discográfica, CBS, les exigió que realizaran música vendedora, “o se acaba el contrato”.
Atendieron a las recomendaciones de los ejecutivos y dieron un giro radical: contrataron al vocalista melódico Steve Perry y ofrecieron rock comercial. Se llamó AOR (Adult Oriented Rock: rock orientado a adultos), canciones para sonar en las emisoras comerciales, aptas para todos los públicos. Con la voz azucarada de Perry, Journey comenzó a escalar posiciones. Pero lo mejor estaba por llegar.
“La incorporación del tecladista Jonathan Cain es fundamental para el éxito de Escape. La banda ya había demostrado que podía grabar rock superlativo para las radios y Cain era la pieza que faltaba. Recuerdo una entrevista con Steve Perry donde me describió las primeras composiciones con Cain. En unos pocos días los dos terminaron ‘Don’t Stop Believin’' y ‘Open Arms’”, explica Jon Hotten, escritor y periodista inglés, habitual colaborador de revistas musicales como Kerrang! o del periódico The Guardian.
“Open Arms” inauguró otro género que hizo millonarios a muchos músicos: las baladas de rock. Pero no todo era melaza en Escape. “Stone In Love”, “Escape” o “Keep on Runnin’” suenan a rock potente, y “Mother, Father” podría convencer a los seguidores del rock progresivo de los primeros tiempos, si es que quedaba alguno. Las letras hablaban de gente normal persiguiendo sus anhelos. “Es una chica de pueblo viviendo en un mundo solitario. Cogió un tren a medianoche para ir a cualquier lado”, dice “Don’t Stop Believin’”. Evocaciones del sueño americano con capas de teclados, cristalinos solos de guitarra y la sensacional voz de tenor de Perry.
Escape sonó sin cesar en las radios estadounidenses y a partir de ese momento el grupo solo actuó en estadios de béisbol para audiencias gigantescas. Otros favoritos de las emisoras comerciales, Foreigner, coincidieron en las disquerías con su disco 4. El AOR reinaba en Estados Unidos. Años antes que Bon Jovi, Motley Crüe o Guns N’Roses, Journey actuaba ante masivas audiencias con un rock con muchas cosas en común con las bandas que vendrían después.
Con el tiempo ha cambiado la percepción de Escape. “Cuando tenés un álbum de gran éxito inevitablemente queda anclado en el momento del lanzamiento. Escape es arquetípico de principio de los ochenta. Ha tenido que esperar hasta que las personas que lo compraron cuando tenían 20 años cumplieran los 40 y 50 y se volvieran nostálgicos para ser reivindicado. La nostalgia es algo increíblemente poderoso”, señala Hotten. Elliot añade: “Journey, como todas las bandas de AOR, fueron consideradas poco geniales, no solo por los críticos que amaban el punk y el art rock, sino también por los fanáticos del rock más pesado como Black Sabbath. Pero personalmente no tengo ningún problema en decir que amo Escape y que es una obra maestra”.
Toda historia de éxito lleva un fracaso adosado. Tras Escape, Steve Perry, el cantante que entró para rescatar a la banda, tomó el control de una forma obsesiva, asunto que en alguna ocasión ha llegado a reconocer: “Quería controlar cosas del grupo que no eran de mi competencia, pero no podía evitarlo”. Los choques entre Perry y uno de los fundadores, el guitarrista Neal Schon, eran frecuentes. En 1984 los dos editaron discos en solitario, sentencia de muerte para la continuidad de Journey.
En 1987 se separaron sin anuncios con un grado de popularidad elevado. Hubo una reunión fallida en 1995: después de grabar un álbum, Trial by Fire (1996), y con una agenda de conciertos repleta, Perry sintió un dolor intenso en el costado que se diagnosticó como un problema grave de huesos. Se tenía que operar de la cadera. Todo quedó suspendido. Año y medio después, Schon y Cain se hartaron de esperar y decidieron continuar con otro cantante. Perry se mostró en contra, pero legalmente no pudo hacer nada.
Desde entonces han pasado varios vocalistas y el grupo sigue aprovechando hoy la fiebre de nostalgia, ahora con Arnel Pineda, un cantante filipino que seleccionaron después de verlo en YouTube al frente de una banda tributo de (efectivamente) Journey. En 2019 la revista Classic Rock convocó a sus especialistas para seleccionar los 50 mejores discos de AOR de la historia. El tercero con más votos fue 4, de Foreigner; el segundo el debut de Boston y el primero Escape. Ya no da vergüenza decir que gusta, que nos gusta.
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