La muerte del ícono del heavy metal, exintegrante de V8, Hermética y Almafuerte reavivó una discusión de época en la que se juegan fuertes posiciones respecto de la moral de los artistas y cómo ese aspecto atraviesa sus creaciones
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La muerte temprana de Ricardo Iorio a los 61 años reabrió un debate que, aunque remanido, siempre suscita opiniones encontradas. ¿Hay que separar la obra de un artista de sus costumbre y opiniones personales? Una esquela lanzada en la red social X (ex Twitter) condujo un río de observaciones hasta un vasto océano que trasciende la controversial figura de la leyenda del heavy metal en la Argentina. El mensaje, con tono hilarante, señaló: “[MURIO IORIO] Lo velan en dos cajones para separar la obra del artista”. Sucede que el ex integrante de bandas como V8, Hermética y Almafuerte no podría definirse como una criatura culturalmente complaciente. Al contrario, desde sus años de juventud en el barrio de Caseros expresó el inconformismo de una clase media baja castigada y oprimida por diferentes ecos de lo que suele denominarse sin mucha precisión como “el sistema”. Desde la globalización y la democracia; la colonización española y los pueblos originarios; la pobreza y la marginalidad; la industria de la música y su comercialización; el “ser nacional” y las “culturas foráneas”; el ecosistema político y la traición social, el rock y la cumbia, todo pasó por el singular tamiz dialéctico de Iorio. Un iconoclasta de lenguaje fragmentado, provocador, asertivo, incisivo, incoherente, ocurrente, agresivo y, sobre todo, entretenido tanto para sus fans como para quienes sin saber quién es ese tipo terminan topándose con alguna entrevista.
Pero más allá de su figura, que todavía lloran miles de fans del heavy metal, la idea de separar la obra del artista de sus usos y costumbres atraviesa todas las expresiones artísticas. Están quienes le otorgan una relevancia relativa, apenas como una pista más para la comprensión de su obra. En esa línea se sostiene que la vida personal no debería ser el factor dominante de la apreciación artística. En este sentido, suele argumentarse que conocer aspectos personales puede aportar contexto, pero no debe ser el único criterio de valoración.
Después existe una línea que rechaza la separación. Sus adherentes creen que la vida de un artista es inseparable de su obra y que ambas deben ser evaluadas en conjunto. Expresan que la vida del artista puede arrojar luz sobre su obra, sus motivaciones y su significado. Y en esta transversal, llegan a expresar que apoyar la obra de un artista problemático puede ser problemático en sí mismo para la sociedad.
A todo esto, hay quienes tienen un enfoque selectivo. Muchas personas y críticos de arte consideran tanto la obra como la vida del artista como claves de evaluación. Reconocen que en algunos casos, la vida del artista puede ser relevante, mientras que en otros casos no lo es tanto. La decisión de separar o no la obra de la vida del artista a menudo depende del contexto y de la gravedad de las acciones del artista. Y la discusión sobre este tema es continua y evoluciona con el tiempo. Los valores culturales y las normas cambian, lo que influye en la forma en que la sociedad aborda la relación. Una batalla que deja víctimas colaterales sobre un campo cada vez más yermo.
Nadie ha llegado a un consenso al respecto, pero después de casos resonantes de “cancelación” de artistas, incluso de manera retroactiva, hubo algunas luces de alarma. ¿Hasta dónde puede llegar la cancelación? ¿Se repudian opiniones o a personas en su plena constitución y legado? ¿En qué se convierte una sociedad que levanta la bandera de la tolerancia aplicando la intolerancia?
En última instancia, la opinión sobre si debe o no separarse la obra de un artista de su vida personal es una cuestión subjetiva y depende del individuo y del contexto. La controversia se manifiesta especialmente cuando se trata de figuras cuyas acciones o comportamientos personales son considerados moralmente cuestionables o aberrantes. Delictivos.
Pero, el sentido común creado en torno de estos dilemas parece cada vez más alejado de un abordaje personal que podría variar según la obra, el artista y las circunstancias. Existe ese sentido común coactivo de corrección política que muchas veces obliga a tomar posiciones irreflexivas, injustas y destructivas. Incluso en su fase cancelatoria más dramática, ¿alguien puede rechazar a Richard Wagner porque los nazis lo habían tomado como ejemplo artístico? Pues sí.
“La corrección política se ha expandido hasta convertirse en la religión más infeliz del mundo. Su otrora honorable intención de reimaginar nuestra sociedad de una manera más equitativa ahora encarna todos los peores aspectos que la religión ofrece (y nada de la belleza)”. Así Nick Cave, músico australiano de 66 años y con varias reencarnaciones en su haber, opinó sobre el asunto. En un blog (titulado Red Hand File) se dedica a responder preguntas sobre los aspectos más amplios de la existencia humana. Allí Cave fue indagado justamente sobre la separación de la obra de la vida del artista: “No”, dijo taxativo.
“No creo que podamos ni debamos separar el arte del artista”, agregó a su respuesta. “Que la gente mala haga buen arte es motivo de esperanza. Ser humano es transgredir, de eso podemos estar seguros, pero todos tenemos la oportunidad de la redención, de elevarnos por encima de las partes más lamentables de nuestra naturaleza, de hacer el bien a pesar de nosotros mismos, de hacer belleza de lo que no es bello, y tener el coraje de presentarnos mejores al mundo”. Y agregó que ese “gesto de bondad” llega a identificarse hasta en casos extremos. “Podemos encontrar ese gesto en una obra de arte que viene de la mano de un malhechor o delincuente. Y creo que podemos ver una obra de arte como el aspecto transformado o redimido de un artista, y maravillarnos del viaje milagroso que ha realizado la obra de arte para llegar a la mejor parte de la naturaleza del artista. Quizá la belleza pueda medirse por la distancia que la obra ha recorrido para llegar a existir”.
Michael Jackson, Woody Allen, Roman Polansky, Plácido Domingo son algunos ejemplos del mundo del cine y la música. Pero también existen cancelaciones en el mundo de la pintura y la literatura como el caso de Paul Gauguin (consumado pedófilo) o Louis-Ferdinand Céline, escritor abiertamente antisemita.