Erasure en el Luna Park: algo más que un poco de respeto
La fórmula es sencilla: un compositor discreto con traje y corbata, que mueve los hilos de su maquinaria de sonido desde las alturas, y un frontman carismático, apenas vestido con un catsuit con transparencias, que baila y juega al drama con igual facilidad. Para su cuarta visita al país, Vince Clarke y Andy Bell volvieron a demostrar que Erasure , la banda que fundaron en 1985, no necesita mucho más que de sí mismos para sobrevivir al paso del tiempo y mantener en alto la llama del synthpop.
Frente a las 7 mil personas que colmaron anoche el estadio Luna Park, el dúo británico entró en escena apenas pasadas las 21. Y lo hizo a lo grande, con los suaves sonidos de su clásico de 1986, "Oh L'Amour". Sobrevino la primera explosión bailable de la noche, con un público que promediaba los 40 años y estaba muy dispuesto a transformar el palacio de deportes en una pista. La duda, en todo caso, estaba en si Clarke y Bell iban a poder sostener esa energía a lo largo de su show. Y vaya si lo consiguieron.
A lo largo de las 21 canciones que interpretaron -ni una más ni una menos de las que vienen haciendo en esta gira, World Be Gone Tour-, los muchachos de Erasure ensayaron una suerte de montaña rusa que alcanzó sus altos en los clásicos ochentosos pero también hizo paradas en pasajes más melódicos y en temas de sus producciones más recientes, como el disco de 2017 que da nombre a la gira o el emocional The violet flame, de 2014.
La puesta fue despojada, con un cuadrilátero sobre el que se mantuvo casi todo el show Clarke -que apenas bajo sobre el final, para interpretar con su guitarra "A little respect"- y dos arcos en sus laterales, que cambiaban de color de acuerdo a los juegos lumínicos de cada canción. Nada de pantallas gigantes transmitiendo "conceptos" ni de músicos adicionales. Las coristas, Valerie Chalmers y Emma Whittle, estuvieron de acuerdo con el ideal de "sean ustedes mismos" que rige a Erasure desde sus comienzos y, contrariamente a lo que dicta la etiqueta, se mostraron casi diametralmente opuestas en su manera de vestir.
Directo y al pie, tampoco Bell se tomó la atribución de hacer pomposas introducciones ni de dejarse llevar por la sobreactuación demagógica. En un español algo entreverado, saludó, agradeció, tocó las manos de los fans que se aplastaban contra la valla y brindó cada vez que bebió un trago de whisky. "Lo siento, no es mi estilo", bromeó al momento de rechazar una remera que le arrojaron desde el público, en pose de diva. También bailó, se contoneó e interpretó, con una voz que permanece intacta y, tal como él mismo se ha jactado, no necesita de autotune.
Clarke, exacerbando su perfil discreto, se mantuvo ajeno aunque omnipresente desde lo alto, disparando melodías capaces de, en cuestión de segundos, provocar una reacción en cadena. "Chains of love", "Love to hate you", "Blue Savannah", "Drama!" y "Stop!", fueron algunos de los momentos más celebrados de la noche, con el público bailando y coreando como si se encontrara en una disco, en su viaje de egresados o en plena fiesta de casamiento.
Sobre el final del set, justo antes de la primera despedida, comenzó a sonar "Sometimes". Una inesperada falla en el teclado de Clarke hizo dudar a Bell; rápido de reflejos, el cantante siguió adelante, atento a una audiencia que ya estaba subida a ese hit del disco Circus, de 1987. Así, las máquinas abrieron paso a una versión acústica y cantada a múltiples voces, en uno de los momentos más espontáneos y emotivos de la velada.
Poco antes de las 22.30, el bis llegó con "A little respect", el infaltable hit sobre un amor no correspondido que fue celebrado de manera unánime arriba y debajo del escenario. Y así, el dúo de synthpop que sobrevivió a los 80, dijo hasta la próxima. El respeto ya se lo habían ganado.