Enrique Bunbury se muestra analógico, autorreferencial y expectante por su futuro en Greta Garbo, su nuevo álbum
Greta Garbo es el nombre de la nueva producción del cantante y compositor español, que supera problemas de salud y vuelve al disco y a los escenarios
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Enrique Bunbury. Álbum: Greta Garbo. Canciones: “Nuestros mundos no obedecen a tus mapas”, “Alaska”, “Invulnerables”, “Desaparecer”, “Para ser inolvidable”, “De vuelta a casa”, “La tormenta perfecta”, “Autos de choque”, “Armagedón por compasión”, “Corregir el mundo con una canción”. Edición: Warner Music Spain. S.L / PopArt Music. Nuestra opinión: bueno.
“Las canciones ponen la mirada donde los demás la retiran. Química y magia, y lógica irracional. Nuestros mundos no obedecen a tus mapas (…) Si no nos dejan soñar no te dejaremos dormir (…) El que se va sin que lo echen volverá sin que lo llamen”. Lo que hace Enrique Bunbury en el primer tema de nuevo álbum es toda una declaración de principios y, a la vez, la descripción de una coyuntura que es la que lo ha contorneado en el último tiempo.
Si Bunbury quería decir algo de su vuelta al disco y a los escenarios, probablemente estas frases tengan mucho que ver con ese tiempo de mudanzas. De irse sin que lo echen (dijo que dejaba la música, obligado por problemas de salud); de volver sin que lo llamen (regresó, contra algunos pronósticos). No fue mucho el tiempo que pasó entre una cosa y la otra. Es todo muy reciente. Será por eso que todo suena a flor de piel y expuesto sin misterios en las diez piezas del disco.
Quien busca encuentra y tal vez en esa antojadiza búsqueda de motivos y razones, de excusas, el segundo track también se puede amoldar con frases a su presente. “Eres un animal que ruge brutal. / Que ha salido por fin de su cueva. / Con las fuerzas renovadas, el fuego en la mirada, / Y quiere salir y volar”.
Con más de treinta años de carrera -desde sus comienzos en la banda Héroes del Silencio hasta este último capítulo solista- lo menos que se puede espera de un nuevo disco de Bunbury son esas señas particulares de su estilo. De su manera de entonar, de su manera de frasear, de su manera de resolver ciertas imágenes a través de las palabras. Ese modo de caminar que tienen cada persona es el modo de cantar de aquellos intérpretes que tienen muchos años de carrera. Y en ese sentido, las direcciones que toma este disco son claras, más allá de la curiosidad que pueda provocar su título, Greta Garbo.
La mirada en el espejo sigue firme. El cuarto tema se llama “Desaparecer” y refiere al retiro involuntario de los escenarios, a través de esta balada. “Aprender a desaparecer”, dice y menciona a Garbo, aunque la diva de Hollywood dejó la pantalla grande por propia voluntad, a los 35 años. La garganta de Bunbury había dejado de funcionar sobre el escenario: cuestiones químicas, alergia y una tos que lo dejaba sin aire. Un regreso a casa, en medio de una gira, la decisión de parar, de desarmar su estructura “en vivo” y luego la catarsis que terminó convertida en un álbum.
Este flamante disco parece un buen inventario de sentimientos encontrados. Por un lado, las sensaciones de un presente que lo obligaba a reformar su modo de vida en relación a la música, esa que es, desde hace tantos años, su modo de ganarse la vida; por otro, esas imágenes románticas, quizás no tan subrayadas en estos tiempos, sobre eso de que las canciones ponen la mirada en aquello que el resto ha dejado de ver, de observar. Y esto (el gesto romántico) es absolutamente coherente con la estética de un disco que suena eléctrico y a la vieja usanza, sin fantasías que lo decoren. Instrumentos reales (aunque a estas alturas, todos los digitales que suenan en otros discos también son parte de una realidad) pulsados por músicos, con estilo old school, vintage o como se prefiera denominar.
También hay una cocina de sabores agridulces que son las polaroids de este tiempo vivido por Bunbury. En cada track hay alguna mención, alguna frase clara que no requiere mayor explicación. El regreso a casa antes de tiempo, con la sensación de pasar a cuarteles de invierno, y la esperanza de ponerse anteojos de sol porque el futuro pinta brillante (como reza aquel tema de la ochentosa Timbuk 3).
Recién al promediar el álbum, Bunbury sale del espejo (pero sin abandonar el carácter analógico de su álbum) y su vista atraviesa la ventana. Ve tormentas perfectas, autos de choque sin volantes y una vuelta a la primera canción (pero ya en la décima) que tiene que ver, otra vez, con ese gesto que no es anacrónico, pero sí marcadamente romántico: aquello de ver a la música como herramienta para cambiar cosas. “Corregir el mundo con una canción”, se llama el tema que eligió para cerrar su álbum.
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