En el funeral de su hermana mató a su cuñado, varios famosos tangueros y Perón lo ayudaron a escapar y dejó para la historia el tango “Nada”
Es uno de los grandes temas del tango, escrito por un letrista que se vio envuelto en un doloroso y confuso episodio por el que debió abandonar para siempre el país; poco se sabe de él pero un testimonio clave ayudó a reconstruir parte de su historia
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La manera de lograr que una canción se convierta en un gesto artístico perfecto es buscar que música y letra creen su propia danza. “Nada” es un tema que este año cumplirá ocho décadas. Fue escrito por Horacio Sanguinetti con música de José Dames. Es un tango porque se manifiesta en ese lenguaje musical, pero crear su propia danza significa que letra y música generan la pareja perfecta, con sus propios movimientos. No es tan fácil de explicar esto solo con palabras porque, justamente, se trata de música; quizás antes haya que escuchar las versiones que han hecho grandes cantores, como Alberto Podestá, Julio Sosa, Mercedes Sosa, María Graña y el Polaco Goyeneche, para comprobar la gracia con la que letra y música se mueven.
La primera estrofa presenta a un arrepentido que vuelve en busca de su viejo amor para reconquistarlo. Pero han pasado tantos años que, ni siquiera, tiene un rastro de la vida de su antigua amada. Porque quizás lo que ese hombre busca no es reencontrarse con una persona a la que amó sino con un momento de su vida. De eso se trata el tango, no en su modo musical, como lenguaje expresivo, sino como vector idiosincrático. Todo lo que dice es trágico, es decir: tango.
“He llegado hasta tu casa. Yo no sé cómo he podido. Si me han dicho que no estás. Que ya nunca volverás. Si me han dicho que te has ido. Cuánta nieve hay en mi alma. Qué silencio hay en tu puerta. Al llegar hasta el umbral, un candado de dolor, me detuvo el corazón” Y el estribillo habla de esa nada, la existencial, la que siente el protagonista, más allá de la persona a la que busca caprichosamente: “Nada, nada queda en tu casa natal. Solo telarañas que teje el yuyal. Y el rosal tampoco existe y es seguro que se ha muerto al irte tú. Todo es una cruz”. Fatalidad total.
Adonde habrá ido esa mujer a la que el hombre busca. En estos tiempos podríamos despojarnos del género en este relato. Basta con escuchar la excelsa versión que grabaron Mercedes Sosa y María Graña. Pero en aquellos años, cuando casi promediaba la década del cuarenta, era un hombre quien buscaba a una mujer que había partido, hacía tiempo, y no había dejado más que flores muertas a sus espaldas. ¿Qué habrá sido de su vida?
En la historia de su autor, Horacio Basterra (Sanguinetti era el seudónimo que usaba para escribir sus tangos), también hay una leyenda que tiene que ver con su partida. Desde entonces, nada se supo de él, hasta su muerte. En este caso el motivo es un hecho trágico, un asesinato. Durante muchas décadas fue un secreto a voces que, en el funeral de su hermana, Basterra había matado a un hombre y luego escapado al país donde había nacido, el Uruguay.
La mayor coincidencia que se puede encontrar en distintas biografías de este poeta es la falta de información acerca de su vida. “Poco se sabe sobre Horacio Sanguinetti”. Hay algunos datos formales que tienen que ver con su nacimiento y sobre aquellos años en que comenzó a ser parte del mundillo tanguero gracias a que había compuesto varias canciones en coautoría con músicos destacados. Basterra nació en Montevideo, el 14 de marzo de 1914. Escribió temas como “Arlette”, “Moneda de cobre”, “Tristeza marina” y “Los despojos”.
Los primeros datos sobre su estada en Buenos Aires recién aparecen en 1939, cuando Ignacio Corsini grabó su tema “Morocha triste”, con música de Enrique Maciel. La década del cuarenta fue la más prolífica de Basterra como letrista. Escribió “Barro”, con Pugliese y “Nada”, con Dames, quien en ese tiempo era un compositor en ascenso, que le ponía música a grandes poemas de Homero Manzi o José María Contursi.
“Nada” fue estrenada en 1944 por la orquesta de Miguel Caló con la voz de Raúl Iriarte y al día de hoy cuenta con más de 300 versiones, como las que interpretaron las grandes voces de las décadas del cuarenta, cincuenta y sesenta, hasta otras de la música popular, como la de Juan Carlos Baglietto y, en una reciente grabación, para un especial de televisión de Lito Vitale, Natalie Pérez.
Un secreto a voces
Todo iba bien en la vida de Basterra hasta que en 1950 su hermana murió por tisis. Durante su velatorio, la historia que el mismo contó a muchos amigos, para ayudarlo a salir de ese confuso episodio, giró en torno a una discusión que el propio poeta tuvo con su cuñado. Durante las exequias le reprochó al viudo que había torturado en vida a su hermana. El hombre, que era militar, habría hecho el ademán de sacar su arma para apuntarle y Basterra le ganó de mano, sacó una que llevaba y lo mató. El derrotero de Basterra comenzó en la casa velatoria y terminó en el Uruguay. Fue a buscar ayuda, primero, en la casa de Osvaldo Pugliese y más tarde en el cabaret Chantecler, donde Cátulo Castillo, Homero Manzi y Juan D’Arienzo habrían decidido darle una mano para que pudiera salir del país. La ayuda habría consistido en el pedido al entonces presidente Juan Domingo Perón para que la búsqueda policial comenzara recién en 24 horas, tiempo suficiente para que Basterra pudiera cruzar la frontera hasta Carmelo.
La historia de Basterra fue rescatada por Oscar del Priore e Irene Amuchástegui en su libro A mí se me hace cuento. Historias ocultas del tango (Publicado por Alfaguara en 2010). Del Priore confirmó a LA NACION que el relato de esa noche era un secreto a voces. Que había llegado a sus oídos por Luis Sierra, abogado de Sadaic, autor de varios libros tangueros. En otra instancia, a través de Cátulo Castillo. Dos años después de la aparición del libro de Del Priore y Amuchástegui, el historiador José María Otero publicó en su blog dos posteos referidos a este autor.
“No hay una sola imagen de este poeta que dejó tantas hermosas páginas en el catastro tanguero: ‘Nada’, ‘Bohardilla’, ‘Tristeza marina’, ‘Moneda de cobre’, ‘Amiga’, ‘Los despojos’, ‘Flor de lis’, ‘Porteña linda’, ‘Barro’, ‘Pueblera’, ‘Con ella en el mar’, ‘Arlette’, ‘Palomita mía’, ‘El barco María’, ‘Gitana rusa’, ‘En el barrio del tambor’, ‘Bailarina de tango’ y estoy citando sólo una parte de su gran producción”, escribió en el primero de los textos.
En el segundo, luego de haber buscado más información sobre el misterioso episodio, aportó más detalles gracias a una charla que tuvo con Beba Pugliese, hija de Osvaldo Pugliese: “Beba me contó cosas muy interesantes que las transcribo rigurosamente”, escribió Otero.
“Lo que yo sé de Horacio Sanguinetti es lo que vi en mi casa -contó Beba-. En una oportunidad llegó a la casa de la calle Lugones 3541, que fue la primera propiedad que compraron mis viejos. Estaba en el barrio de Saavedra y vino con una señora que se llamaba Rosita. Alta, rubia, peinada hacia atrás, moderna ‘para ese entonces’ -digo lo que recuerdo porque yo era una nena- (...) Él estaba enamorado de esa mujer, creo que era una señora de la noche por lo que yo distraídamente escuchaba. Ella lo dejó después de un tiempo y se fue a Brasil, creo que con otro hombre. Sanguinetti sufrió mucho, mi viejo lo quería, eran amigos. La segunda secuencia fue en Álvarez Thomas 1477, Villa Ortúzar, donde vivíamos. Recuerdo que Horacio llegó en forma desesperada, con las manos vendadas, tenía un traje azul, dramáticamente desesperado. Estábamos en el vestíbulo y le decía a mi papá que había matado a su cuñado, por la mala vida que le daba a su hermana. Hablaban de que él se tenía que ir del país. Mi viejo lo apoyó en todo, diciéndole: ‘Horacio, quedate tranquilo, que vas a poder irte, no te desesperes’, palmeándole el hombro. Él se aferraba a mi papá y también a mi mamá, repitiéndole: “Cholita, ¡lo maté!”, reiteradamente. ‘Prácticamente mató a mi hermana... era un militar salvaje...’. Sé que a través de Cátulo Castillo, mi viejo y no sé quiénes más, hicieron que se trasladara hasta el Tigre y ahí tomara una lancha para el Uruguay. Lo acompañaron hasta el final, lamentando en casa y recordando siempre que era una excelente persona, amigo y poeta. A mi papá le pegó fuerte el hecho. Es todo lo que recuerdo y no te puedo agregar nada más”, concluyó Beba Pugliese.
A Buenos Aires no llegaron desde el Uruguay más noticias sobre los últimos años de vida de Basterra (o Sanguinetti, como se prefiera). Solo que habría muerto a los 43 años, el 19 de diciembre de 1957.
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