En Buenos Aires, Ricky Martin desplegó sensualidad, se emocionó y revalidó sus créditos de showman
De explotado niño integrante de boy band a baladista pelilargo que enamoraba chicas, y de abanderado de la oleada latina en el hemisferio norte a cantante que rompió el esquema y sienta abiertamente su postura política sobre las luchas por los derechos de la comunidad LGBTI, el aborto, los refugiados y hasta el conflicto social que atraviesa Chile. Ricky Martin ha recorrido un largo camino, y en ese camino ha aprendido muchas cosas y, fundamentalmente, ha perdido el miedo.
"Nunca se queden callados, defiendan el amor", dijo antes de presentar el cuarto tema de la noche, "Tiburones", frente a las 11 mil personas que colmaban el Movistar Arena en esta primera fecha en suelo porteño del Movimiento Tour. El show había comenzado poco después de las 21.10, entre sonidos estridentes, enormes placas de luces moviéndose sobre el escenario y pantallas que anunciaban el reencuentro del artista boricua con su público más fiel. "Cántalo" -con Residente y Bad Bunny acompañando virtualmente- y "La bomba" habían abierto el juego, que continuó con una puesta en escena muy particular para "Bombón de azúcar", que le permitió al cantante coquetear con bailarinas y bailarines por igual.
Está claro que el espíritu del showman está más presente que nunca en esta gira que emprende Ricky Martin, a los 48 años. Maduro, el cantante sabe muy bien cuáles son los gestos, pasitos y formas de decir que más fascinan a su audiencia, y no duda en regalarlos como caramelos. El efecto se mantiene intacto: en la platea, en las tribunas y hasta en las suites vip hay baile, hay gritos, hay energía en movimiento.
La música electrónica y el clip en pantalla presentaron el siguiente segmento, inspirado justamente en Las Vegas, la ciudad del pecado. El artista de Puerto Rico tuvo el tiempo suficiente para cambiarse y, con un look más formal, le rindió su tributo a esa dupla de hits que le abrió la puerta a los Estados Unidos, Europa y más allá: "Livin' la vida loca" -con abanicos de plumas y una plataforma que sube al ídolo hasta convertirlo en un semidiós para luego regresarlo a los mortales- y "Shake your bon bon". Ricky desplegó entonces toda su sensualidad en escena, pero pronto consideró que era tiempo de bajar la energía, y así asomó "A medio vivir", de su disco homónimo de 1995. Ya no había traje, zapatos acharolados ni lentejuelas, sino apenas una banqueta, ropa en tonos neutros y pies descalzos.
"Fuego contra fuego", uno de sus primeros éxitos, puso nuevamente a toda la arena a cantar, mientras el anfitrión gesticulaba anunciando que tenía la piel de gallina. "Esta es mi parte favorita del show, este rollo romántico me encanta. Es bueno saber de dónde venimos para saber dónde estamos", dijo. "Quiero cantar más canciones, quiero quedarme en el comienzo de mi carrera un buen rato. Vamos a improvisar un poco", anunció, con el público completamente rendido a sus pies.
Sin embargo, lo que algunos podían percibir como pura salamería, pronto se convirtió en genuina emoción: mientras interpretaba "El amor de mi vida" -el tema de Eddie Sierra que grabó en su disco debut como solista, de 1991-, los ojos de Ricky Martin se vieron repletos de lágrimas desde las pantallas gigantes. Por supuesto que esa imagen se replicó en muchos de sus fans, que no demoraron en seguirlo en su introspectivo viaje musical hacia un pasado remoto en el que apenas se perfilaba como la estrella que es hoy. "Qué bueno es estar en casa", concluyó él.
El paso emotivo continuó con una algo deslucida versión de "Tu recuerdo" y con "Te extraño, te olvido, te amo". Y justo cuando el espíritu meloso parecía invadirlo todo, un nuevo despegue arribó con lo aprendido de Matías Jaime, el coreógrafo del grupo Malevo que instruyó una pieza de malambo, cuerpos semidesnudos y boleadoras que sirvió de introducción para "She Bangs". Patricia, una mujer que se encontraba entre el público, fue elegida por las bailarinas para sumárseles, y ella hizo a un lado la timidez para seguir los pasos y moverse como una más. A modo de recompensa, el ídolo le regaló no uno sino dos abrazos que ella supo aprovechar muy bien y fueron muy celebrados por la audiencia.
"Lola, Lola" trajo luego aires españoles, otra vez el público tuvo la posibilidad de cantar a puro grito ese pegadizo clásico que es "Vuelve". La batería de hits que anunciaba el final siguió con "Pégate", "La mordidita", "María" y "La copa de la vida", que mezcló partes en inglés y en español y funcionó como primera despedida.
Luego de un breve apagón y consecuente pedido de bis por parte del público, músicos y bailarines reaparecieron en escena, al tiempo que un Ricky Martin con musculosa dorada y pantalones negros brillosos sorprendió recostado sobre una escalera móvil para al último meneo de la noche con "Vente pa' cá". Poco más de una hora y media había pasado desde el comienzo del show y recién entonces sobre el final, el boricua se permitió un gesto de cansancio. "¡Gracias, Buenos Aires, nos vemos pronto!", dijo antes de desaparecer, mientras miles de papelitos se dispersaban por al aire.
Sí, Ricky Martin ha sabido reconvertirse artísticamente para conquistar nuevas generaciones pero, también, se ha ocupado de conservar el cariño y la atención de esos primeros fans que nunca le soltarán la mano. También es un showman capaz de sostener la tensión con su audiencia durante una hora media, recurriendo a sus hits, su gestualidad y todo el sex appeal que despliega en escena. Pero, fundamentalmente, Ricky Martin es un hombre que ha perdido el miedo y le dio una nueva dimensión a la categoría de estrella pop.
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