El último viaje de Ricardo Arjona
El músico habla de su nuevo álbum antes de presentarlo en Buenos Aires
GUATEMALA.- La imagen de Cristo es cortejada por hombres vestidos de violeta -los llaman Cucuruchos- y la carroza de la Virgen María, por mujeres de negro. Llueve. Manos laboriosas, manos ajadas, dibujan la señal de la cruz una y otra vez. Indígenas, mestizos y ¡flash!, los gringos sacan fotos. Es el quinto domingo de cuaresma y la Procesión de Jesús Nazareno de la Caída avanza por las calles empedradas de La Antigua Guatemala. El camino está adornado por alfombras hechas de aserrín verde, azul, púrpura, rojo, amarillo, flores -buganvillas, crisantemos, rosas y claveles-, frutas y vegetales. Ésta, dicen, es la más hermosa celebración religiosa de toda América. Aun desde fuera, desde uno de los balcones coloniales característicos de La Antigua, adonde trepa el fuerte olor a incienso y el murmullo de algo que parecen ser rezos, la fe de la multitud conmueve y, a veces, asusta.
Pero la escena de pronto desaparece detrás de la niebla que, fruto de los humedales del Pacífico y el humo de los volcanes, tiene por costumbre, de a ratos, esconder la ciudad. "¿Es la primera vez que haces una nota en una nube?", se escucha. El que pregunta es Ricardo Arjona. Está en ese mismo balcón, que parece suspendido en el aire. De novela, romántico. Pero él, sin esperar respuesta, rompe el hechizo: "Uno es el resultado de lo que vivió y a mí en Guatemala -nació en Jocotenango, el 19 de enero de 1964-me tocó una geografía así, caprichosa y accidentada".
El encuentro es a pocos kilómetros del lugar donde su padre, Ricardo, y su madre, Mimí, se conocieron cuando trabajaban como maestros y donde el cantautor eligió inaugurar una de las tantas escuelas que pretende construir este año. "Quiero minar este país, pero no de balas, como estuvo minado hace mucho tiempo... Quiero tatuarlo de educación, porque ése es el único lugar del que pueden surgir cambios. Aquí pasé la parte más oscura de la Guerra Civil. Tenía 15 años, andaba entre el básquetbol -sí, es muy alto, jugó profesionalmente con Leones de Marte, Trias y, hasta hace poco, tenía el récord del jugador guatemalteco con más puntos (78) anotados en un mismo partido- y la música. Era una banderita de lucha de los líderes estudiantiles, cantaba temas ligados a la política, al panfleto, y mi madre odiaba eso, tanto lo odiaba que me escondía la guitarra. Para ella era una enemiga más que una amiga de la casa. Algo parecido sucedía con los libros. En esa época tener alguno que no fuera de los adecuados podía costarte la vida, por eso, una que otra vez, me los quemaba. Hoy entiendo que esos momentos difíciles forjaron lo que soy y mucho de lo que escribí."
"El tiempo puede hacerte un mercenario y ser tan sólo otro falso profeta", dice en "Caudillo", para él, "una fotografía total de aquella época".
A pesar de temas como ése y, entre otros, "Que nadie vea" (sobre la homosexualidad), "Puente" (la inmigración) y "Jesús verbo no sustantivo" (la religión), cuesta asociar a este Arjona con el de "Señora de las cuatro décadas", "De vez en mes", "Historia de taxi" y "Pingüinos en la cama". El lado A y el lado B de un personaje que en Viaje, álbum que estará mundialmente disponible desde el martes, vuelve a confirmar su, por lo menos, eclecticismo.
Es que, para él, definirse es una pérdida de tiempo. Dice que no es cantante ni poeta, que no se cree nada de lo que pasa a su alrededor y que no le gusta cargar con títulos. Tal vez por eso, después de muchos años de carrera asociado a distintas compañías discográficas que lo mostraban como el prototipo del amante latino, en 2011 decidió lanzar Metamorfosis, sello independiente que, cuenta, "nació por la necesidad de salir del batallón de los que se quejan de la industria, para pasar al batallón de los que lo intentan" y con el que ahora lanza Viaje.
Con la participación de productores como Dan Warner, Martin Terefe, Ben Wisch, Efraín Junito Dávila, Israel Rojas y Yoel Martínez, del grupo cubano Buena Fe, el álbum "empezó a gestarse hace algunos meses cuando, sin saber bien por qué, casi como una locura, buscando nada, decidí subirme a aviones que me llevaran a cualquier lado". Arjona se convirtió, entonces, en una suerte de mochilero que, reconoce, estaba dispuesto a pasar días y días con el mismo jean. Arjona grunge. Recorrió Asia, África y en el camino fue dejando "canciones embarradas en sobres de hotel y pases de abordar, esbozando las letras de este nuevo material". Viaje es sol y niebla -algo así como el ying y el yang guatemaltecos-, amor y política, mujeres y revolución, sexo y fuerza policial; es balada, pop, rock y música latina; es una colección de recuerdos, emociones.
"No consigo respirar, hago apnea desde el día en que no estás... Te regalo esta canción desesperada, desabrida como lunes por la tarde", dice en "Apnea", el primer sencillo promocional del álbum. "No es una historia autobiográfica y, aunque puede parecer muy cursi, es la historia de una pareja de la que algún día hablaré -insiste, no es el momento-; la historia de alguien que muere, que intenta morir, por amor. Claro que, en este viaje, no podía faltar su mirada latinoamericana. En el Mundo Arjona caben, a puro capricho, el lenguaje más crudo y la metáfora almibarada, lo real y lo onírico, lo íntimo y lo social, "Apnea"y "Cisnes", "una salsa con fuerte contenido social, una visión muy personal sobre una América latina en ebullición que cierra con una frase que solía decirles a mis hijos -Ricardo, Ádria y Nicolás-: «Como los cisnes, nado en el fango, sin que se embarre entre mis plumas tanta mierda»". Dice, y sus palabras ahuyentan los últimos rastros de la niebla.
Anochece. Las siluetas urbanas de la Antigua son ahora iluminadas por destellos de lava incandescente. Desde el balcón no se escucha murmullo alguno y sólo parece haber quedado lugar para los sonidos de la tierra, para el decir intenso de los volcanes.
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