El tango, también en la tierra del sol y el buen vino
MENDOZA.- Aunque también cautivó al suburbio, a los barrios de tranvía y al adoquín, donde los inmigrantes se mezclaban con los criollos y los límites entre lo urbano y lo rural empezaban a desdibujarse, el tango no es típico de Mendoza. En la ciudad y los alrededores triunfó, universal, Carlos Gardel y fueron populares otras voces que luego persistieron por los medios. Es más: muy cerca del Area Fundacional de la capital mendocina, donde hasta después de mediados del siglo XX había cafés, restaurantes al paso y una academia de baile, sobrevive -pese a los violentos- un original monumento a Aníbal Troilo y el bandoneón, recuerdo que tal vez no tengan muchos barrios porteños que fueron cuna de la música ciudadana.
Pero a Mendoza se la identifica por sus viñedos, sus vinos y, musicalmente, por su folklore, contagiado de aires chilenos, norteños y pampeanos, sus largas y dulces tonadas y alguna resbalosa. Por eso -aunque el auge tanguero no sea exclusivo de este lugar- puede resultar algo extraño el éxito de un reducto en pleno centro donde el tango es el dueño de la noche y los compases del dos por cuatro se extienden desde jóvenes bailarines a visitantes de todo tipo llegados desde distintas partes del país y, en su mayoría, del exterior.
Almacén de Tango, tal la denominación del local, está en la calle Perú, muy cerca de la plaza Chile, y desde agosto de 2007 mantiene vigente, sin pausa, un espectáculo multimediático montado por Luis Cella, ex productor de Susana Giménez y ciclos como Siglo XX cambalache o El espejo . Las presentaciones van de martes a domingo, y la conjunción entre el tango y el vino es soberana. A ambos costados del escenario, las imágenes y la voz de Jorge Fontana cuentan la historia de la vitivinicultura en Mendoza, sus orígenes, su presente y la fuerte ligazón con la provincia. En la pasarela, progresivamente, los bailarines -de origen mendocino- se conectan con el relato y danzan, rozan y estiran sus cuerpos según los giros de los impecables y jóvenes músicos: Elián Sellanes, en piano; Rodolfo Zanetti, bandoneón, y Pablo Guzzo, bajo y contrabajo.
A su vez, las gargantas graves y pasionales del Omar Berón -de un barrio con cierto aire arrabalero, la Cuarta- y la sanluiseña Silvia Gabriela contagian con temas clásicos y vigorosos: "La cumparsita", "Muñeca brava", "Milonga sentimental", "Uno" o "De puro curda". En la pantalla, las imágenes continúan y aparece la evocación a Gardel, con su voz y fragmentos de "Volver", "Cuesta abajo" y "Por una cabeza", así como imágenes de sus películas. Luego los músicos sorprenden con variaciones de tango electrónico o música de Astor Piazzolla. Y hasta se animan, seguidos por los cantantes, a alguna cueca cuyana, ya al final. Algún poema de Jorge Luis Borges o de Nicanor Parra cierran la emoción.
En la pantalla, no falta el homenaje a los inmigrantes italianos, españoles y franceses que se arraigaron en Mendoza y forjaron un porvenir, sobre todo los que se dedicaron a la vitivinicultura y transformaron el desierto. La llegada de chilenos a esta actividad también es destacada en la historia.
Antes de todo el espectáculo en vivo de El tango y el vino , dos grandes pantallas repiten, para ambientar la noche, un show de Cacho Castaña o Adriana Varela, mientras gran parte del público saborea carnes y pastas mientras degusta un malbec o un cabernet.
Otros, en un sector, prefieren sólo los tragos y la música, y dejan la gastronomía para otro momento. Con el espíritu en alza, los comensales luego vivan, bailan y cantan informalmente por el placer del vino y el tango, que juntos tienden a ser emblema argentino en el mundo.
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