Solo un cantor y un “burrero” como Carlitos podía entonar esa pieza; aunque no fue el primero, fue el que le llegó al corazón a su gran amigo, Irineo Leguisamo
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Entre tantos apodos que tuvo el jockey Irineo Leguisamo, hubo uno que se impuso y otro que no le gustaba, pero afortunadamente solo una persona lo llamaba así. Pulpo fue el apodo más popular, porque cuando estaba arriba de un caballo “parecía que tenía ocho manos”. “Mono” era el otro; sólo lo llamaba así Carlos Gardel. El aprecio mutuo y la amistad que forjaron fue, acaso, un gran privilegio que solo Leguisamo y Gardel pudieron ostentar. Mas que un jockey de hipódromos, Leguisamo fue un artista, de las gateras al “disco triunfal”. Cuentan los que saben de este metier que su magia estaba en sus muñecas. Corrió durante casi medio siglo, en hipódromos del Uruguay, su país de origen; Argentina, Chile, Perú, Venezuela, Panamá, Ecuador, Colombia, Brasil y México. Unas trescientas carreras ganó en el hipódromo uruguayo de Maroñas y en los argentinos de Palermo y San Isidro, más de 3200. Participó en 495 clásicos del turf y fue considerado el jockey más importante del Río de la Plata.
En una entrevista realizada por Carlos Baudry para la revista Gente, Irineo contó que conoció a Gardel cuando el cantor lo vio correr en Maroñas. También dijo en aquella charla que fue el único que lo llamaba por ese apodo que despreciaba. Pero no tenía tono despectivo. Todo lo contrario. “Me llamaba Mono, aunque sabía que a mí no me gustaba. Cuando lo hacía, yo lo llamaba Romualdo, para hacerlo engranar. Ese era su segundo nombre, y no quería que nadie se lo mencionara. La única vez que me llamó así y yo no me enojé fue un día que me mandó a casa una encomienda enorme, con una tarjeta que decía: ‘Mono, te mando un postre que te va a gustar’. Comencé a abrirla y era puro papel, y se achicaba cada vez más. Hasta que al final quedó una cosa chata, que era un disco sin etiqueta. Lo puse en la vitrola y me emocioné hasta las lágrimas, porque era el tango ‘Leguisamo solo’. Nadie lo cantó como él. Nadie, nunca, cantó como Carlitos”.
La amistad con Gardel creció cuando Leguisamo llegó a Buenos Aires convocado por Francisco Maschio, que tenía el stud Yeruá, en la calle Olleros. Entre los purasangre del stud del “brujo de Olleros” estaba Lunático, que debutó en las pistas guiado por Leguisamo. Gardel había comprado ese caballo por 5000 pesos. 2000 al contado y el resto para deducir de premios. El cantor era tan aficionado al turf que también tuvo otros caballos y yeguas, como La Pastora, Amargura, Cancionero, Theresa, Explotó, Mocoroa y Guitarrista. Sin duda, para Gardel, Lunático era especial porque en una de sus grabaciones le indica al preparador y al jockey lo que debían hacer con su favorito. “Bueno, viejo Francisco, decile al ‘Pulpo’ que a Lunático lo voy a retirar a cuarteles de invierno. Ya se ha ganado sus garbancitos. Y la barra completamente agradecida”.
Eso es lo que se escucha en el final de la grabación que hizo de “Leguisamo solo”. Aunque la canción no fue escrita para él. Se trata de un tango que compuso Modesto Papavero para una revista de temática turfística que subió al escenario del Teatro Bataclán en 1925. “En la raya lo esperamos” era el título de esta obra de Luis Bayón Herrera, que estrenó Tita Merello. “El suceso, inmediato, fue inaudito -contó Pavero, varias décadas después-. Ya en el primer estribillo el público se compenetró del espíritu del tango y en la repetición no solamente coreó el estribillo, sino que lo vociferó de pie y Tita lo tuvo que cantar varias veces. Cuando me encontré con ella después de la función, abrazándome y besándome me dijo: ‘¡Qué tango te mandaste viejo! Es fenómeno y el público lo quiso aprender de prepo. Por eso me lo hizo repetir tantas veces’.
Sin perder tiempo, Gardel lo grabó a finales de ese año en Barcelona, acompañado por el guitarrista José Ricardo. En septiembre de 1927 hizo otra versión, en Buenos Aires, con José Ricardo y Guillermo Barbieri en guitarras. De algún modo, tanto por el primer éxito de Merello como el posterior de Gardel, el autor, Papavero, pareció haber gozado de una suerte de principiante, a pesar de que usó la terminología de los expertos. Para adentrarse en este mundo y poder escribir la canción que le faltaba fue al hipódromo de Palermo por primera vez el 25 de junio de 1925 y apostó por un tal Lunático, que iba a montar un jockey llamado Leguisamo. Ese día ganó y tomó nota de todo el “folklore” que se desarrollaba en torno al turf y a la emoción de esos pocos minutos que dura una carrera de caballos. Cuando se escucha el tango, no hay mucho que explicar. Pero, para aquellos que no lo conocen conviene hacer algunas aclaraciones de la terminología lunfarda.
Lo que Papavero relata es esa breve carrera que Leguisamo hace hasta llegar al disco. “Alzan las cintas, parten los tungos [caballos], como saetas al viento veloz. /Detrás va el pulpo [Leguisamo] / alta la testa, la mano experta y el ojo avizor [no arranca en punta pero levanta la cabeza y lleva la mirada hasta apoyarla sobre la visera, para estudia a sus adversarios y dar la atropellada después de la curva].
“Siguen corriendo, doblan el codo / ya se acomoda, ya entra en acción. / Es el maestro, el que se arrima. Y explota un grito ensordecedor. /Ahora, Leguisamo solo. / Gritan los nenes de la popular. / Leguisamo, viejo y peludo. /Todos repiten los de la oficial”. Es más un grito de cancha que una poética ensimismada, pero la arenga funcionó e, incluso, sobrevivió al paso del tiempo.
Gardel hizo lo suyo, por supuesto, para que todo esto ocurriera. Lunático pasó a cuarteles de invierno, pero no fue cuando Gardel lo señaló en una de las grabaciones. Estuvo en las pistas unos años más. Su última carrera fue el 9 de mayo de 1929. El Zorzal criollo murió en 1935, durante el trágico accidente de aviación en Medellín, Colombia. Su amigo Irineo lo sobrevivió 50 años más. Y siempre lo recordó. El periodista e investigador gardeliano José María Otero, rescata este testimonio de Leguisamo. Su recuerdo es de 1931, cuando Irineo realizó una gran temporada, plagada de triunfos. Se merecía un buen descanso. “Fuimos a Niza y a París. Me presentó a grandes como Chaplin y Josephine Baker. Las mujeres se lo devoraban a Carlitos. En esos días yo era soltero, pero, ¡qué querés que te diga!, la pinta nunca me sobró... Así que, por lo general, me tenía que borrar y dejarlo solo a Carlitos, para que cumpliera con su deber. Después fuimos a España. Ahí me la rebusqué mejor. Y me volví a Buenos Aires, porque Carlitos tenía que ir a Norteamérica. Y yo tenía que trabajar, que si no, no comía. Además, prefiero no hablar mucho de Carlos, porque me pongo a llorar. Fue mi hermano”.
Leguisamo fue un personaje entrañable y emblemático en el ambiente del turf. En 1922 (Irineo tenía apenas 19), tres años antes de que se estrenara la canción en la voz de Tita Merello y se popularizara con la primera grabación de Gardel, la empresa de bebidas Orandi y Massera sacó al mercado un licor hecho a base de alcohol de melaza de caña de azúcar, con el agregado de hierbas aromáticas, caramelo y mandarina. Su nombre era Legui (lo sigue siendo, más de cien años después) y en la etiqueta había caballos de carrera. La “caña Legui” se hizo famosa por una publicidad que mostraba a un grupo de extranjeros que hablaban maravillas de la bebida espirituosa, mientras que uno de ellos se preguntaba: “¿Por qué le habrán puesto caballos?”
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