El “tango fundamental” de un joven Marianito Mores y de un Discepolín melancólico, intratable, que “escupía pólvora”
Es un tango fundamental de Mariano Mores y Enrique Santos Discépolo; trata sobre “la desilusión amarga del que no puede amar aun queriendo amar” y fue escrita mientras el poeta atravesaba una etapa oscura de su vida
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“Uno busca lleno de esperanzas / El camino que los sueños prometieron a sus ansias / Sabe que la lucha es cruel y es mucha / Pero lucha y se desangra por la fe que lo empecina / Uno va a arrastrándose entre espinas / en su afán de dar su amor / Sufre y se desangra hasta entender / que uno se ha quedao sin corazón / Precio de castigo que uno entrega /Por un beso que no llega o un amor que lo engañó / vacío ya de amar y de soñar tanta traición”.
Con letra de Enrique Santos Discépolo y música de Mariano Mores, “Uno” es una composición de 1943 que integra el selecto grupo de los llamados tangos fundamentales. Fue en el año 1940 cuando el músico, compositor y director de orquesta argentino Carlos Di Sarli organizó una velada en el cabaret Marabú, ubicado en el subsuelo de la calle Maipú al 300, para presentar a su nuevo cantante en el muy exigente mundillo del tango porteño. Este nuevo cantor era un jovencito de 18 años llamado Roberto Rufino, a quien apodaban “El pibe terremoto”.
Aquella noche, entre los invitados estaba Enrique Santos Discépolo, en compañía de su esposa Tania, para entonces ya una exitosa cantante de tangos. También estaba el joven pianista y compositor “Marianito” Mores, en ese momento de 21 años, pero que ya se había ganado un lugar en el ambiente del tango porteño no sólo por su dominio del piano, sino también porque ya había conocido el éxito de “Cuartito Azul”, tango que había compuesto a sus 17 años, con letra de Mario Battistella Cuenta la historia que una vez terminado el show de la orquesta de Di Sarli, el público pidió que la joven Tania subiera al escenario para interpretar algunos tangos de Discépolo. Tania aceptó y subió a cantar acompañada por el joven Mariano Mores al piano. Cuando terminaron, Discépolo, quien era ya un escritor y autor reconocido, se acercó para felicitarlo, entonces el pianista aprovechó para comentarle que tenía algunas obras escritas y que le gustaría que el maestro las escuchara. Sin dudarlo, Discépolo lo invitó a su casa de La Lucila para escucharlos.
A la semana siguiente, Mores llegó hasta lo de Discépolo con la partitura de dos tangos bajo el brazo: “Tango argentino”, que tenía un aire pampeano y pronto se llamaría “Adiós pampa mía” y “Cigarrillos en la oscuridad”. Fue esta última melodía la que llamó la atención de Discépolo, quien le pidió que la tocara reiteradamente mientras hacía algunas anotaciones en una libreta. Pasaron las semanas y los meses y cada vez que se encontraban, Mores le consultaba cómo iba con la letra, a lo que Discépolo respondía metódicamente. “En eso estamos, pibe, ya vas a ver lo lindo que va a quedar ese tango”.
Mientras tanto, Mores seguía componiendo otros éxitos y comenzaba a actuar junto al director de orquesta uruguayo Francisco Canaro. Fue así que abril de 1943, Mores y Canaro estaban a punto de subir al escenario, cuando Discépolo apareció sorpresivamente en los camarines del teatro para entregarle la letra de su tango, a la que le había cambiado el nombre por “Si yo tuviera un corazón”, como reza la estrofa inicial de la segunda parte. Pero ese tampoco quedaría definitivo. Tiempo después, decidieron cambiarle el nombre una vez más por “Uno”, ya que el público pedía el tema nombrando la primera palabra de la letra: “Toquen uno, toquen uno”, decía.
“Cuando la leí, lo primero que yo pensé es que era demasiada letra, que no iba a andar en un tiempo en el que había tantos estribillos cortitos, facilongos, como ‘la última noche que pasé contigo’ o cosas por el estilo. Enseguida se la mostré a Canaro y él, de inmediato, me dijo: ‘Esto es bárbaro, va a ser un gran éxito’. Es que el viejo tenía un gran olfato, por eso era quien era”, le gustaba recordar a Mores.
La letra hablaba de una muy profunda crisis existencial, plagada de amarguras y desilusiones, que indudablemente reflejaba una etapa oscura en la vida de “Discepolín”. Así lo reconoció el prestigioso poeta allá por 1947 en Radio Belgrano, cuando en su ciclo radial Cómo nacieron mis canciones contó en detalle el padecimiento que atravesó en aquella etapa y que lo llevó a una profunda depresión.
“... La cuestión es que en esa época estaba raro, no sé en realidad qué diablos me pasaba, me entró de pronto una melancolía inexplicable, una melancolía de canario, yo que generalmente tengo buen humor, estaba insoportable, quería pelearme con todo el mundo. Con los guardas, con los colectiveros. ¿Se dan cuenta? Yo con este cuerpo quería pelear. Fue una temporada terrible. En casa, un poco alarmados, llamaron al médico. No tenía nada. El médico, pobrecito, me aconsejó lo de siempre, que dejara de fumar, que dejara de beber, que dejara de acostarme tarde. Puesto que se trataba de dejar de hacer algo, yo decidí dejar de tomar el tranvía. Seguí fumando, bebiendo, y acostándome tarde. Porque lo que en realidad tenía, era vejez, cansancio. Cansancio de vivir. En ese momento me hubiera gustado hablar de otra manera, respirar de otra manera, caminar al revés, que se yo. Me molestaba el tráfico, las bocinas, el grito de los vendedores. Aquí, entre nosotros, nada justificaba ese estado mío. Lo tenía todo, estaba sano, era feliz. Un hombre en esas condiciones debería cantar, saltar de alegría, sonreír como fabricante de dentífrico. En cambio, yo escupía pólvora, estaba áspero como un limón, intratable. Me acuerdo de aquellos días, cuando hice lo único lógico en ese clima de ilógica: me encerré. No en un baúl ni en un ropero. Me encerré en mi casa, desconecté el teléfono. La puerta de entrada no se habría para nadie, y en esos diez días de 1943 pensé en mi vida, en las cosas de mi vida. Pero ojo, no pensé en los momentos buenos, no, pensé en los malos momentos, y esa fue la autovacuna que me curó. Es decir que me curé con mi propia rabia, con mi propia amargura. Aquello pasó y seguramente no volverá a repetirse. Cité aquel estado especial de mi espíritu para justificar esa amargura descripta en el tango ‘Uno’, poesía que muchos amigos me dijeron que les resultaba tremenda y desoladora. Tal vez tengan razón, no sé, pero lo que sí es cierto es que en otras circunstancias no hubiera escrito lo que escribí. Aquellos diez días de locura absurda me ayudaron a preparar el tema, la desilusión amarga del que no puede amar aun queriendo amar no había sido tratada todavía. Yo aprendí en aquellos días de reviro que la gente sería inmensamente feliz si pudiera no presentir”, reveló el poeta.
Ya con la letra y la música terminadas, lo estrenó Tania en abril de 1943 en el teatro Astral, y el éxito fue tal que a continuación lo grabaron otros grandes como Carlos Roldán con la orquesta de Francisco Canaro, Alberto Marino con la orquesta de Aníbal Troilo, Héctor Mauré con Juan D’Arienzo y Oscar Serpa con Osvaldo Fresedo, y otros grandes del género como Hugo del Carril, Julio Sosa, Libertad Lamarque hasta el polaco Goyeneche, para muchos, la mejor versión de todas.
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