La historia de una inmigrante cubana con el corazón roto y mil millones de streams que se transformó en la última superestrella del pop global
Es justo decir que a Camila Cabello le gusta abrazar. Los abrazos que reparte incluyen, pero de ninguna manera se limitan a: mozos, manicuristas, managers de música, hijas de managers, madres de hijas de managers, su mamá, su coreógrafa, sus bailarines, fans que pagaron para abrazarla, y fans que no pagaron pero tienen de todos modos un deseo profundo de abrazarla. Cuando se cruza con su baterista en las calles de Los Gatos, California, el idílico pueblo en el que se quedó entre dos recitales en Santa Clara como telonera de la gira Reputation de Taylor Swift, lo abraza y después abraza a su amiga, y después recomienda los camarones con polenta y la tostada francesa con manzana y canela de un lugar llamado Southern Kitchen y (paradójicamente) una posterior visita a una tienda de bikinis que hay cerca. Cuando el día antes, durante el almuerzo en un restaurante italiano, un fan le mandó un trago helado de durazno y le pidió una foto, el joven recibió dicha selfie junto con un cálido abrazo. (“Me estoy volviendo loco”, dijo, hiperventilando. “El lunes conocí a Barack Obama. Ahora estoy tipo: ‘¿Quién sigue? ¿Oprah?’”.)
Los abrazos parecen sinceros, no solo el plan de una estrella de pop forjada en el programa de popularidad de Simon Cowell, The X Factor, como fue el caso de Cabello en 2012, cuando, en lugar de una fiesta de 15, pidió que la llevaran a un casting para los productores del programa, y mamá, papá, hermana menor y abuela se subieron a la minivan de la familia para un viaje de 12 horas de Miami a Carolina del Norte. Cabello fue elegida como sustituta, y supuestamente la mandaron a la casa un par de semanas después, para finalmente –en un momento fabuloso de deus ex machina perfecto para un reality show– fue convocada nuevamente por Cowell, quien la consideró, junto a otras participantes descartadas, perfecta para un grupo de chicas que terminó en el tercer lugar de la competencia y, hete aquí, un contrato discográfico. Fifth Harmony, como fue bautizado (por los espectadores) el grupo, era considerado como la banda hermana de One Direction, que Cowell había formado precisamente del mismo modo. De ahí vinieron giras en shoppings, y luego en estadios. No se puede subestimar la amplitud y la profundidad de la pasión en el corazón adolescente.
Pero si eso se puede decir de los fans, también se lo puede decir de las intérpretes. Cabello no parece haberse opuesto a compartir el escenario, pero quería abrir su alma, desnudarse. De modo que, en los baños de los hoteles (“la acústica es buena en los baños”), con su laptop en el asiento del inodoro, empezó a tantear una forma de expresión personal muy alejada de cualquier maquinaria discográfica. El resultado final, cuatro años después de haber empezado a componer, es Camila, un disco debut que alcanzó los mil millones de streamings en apenas un mes, encabezó el ranking de iTunes en 100 países y le regaló al mundo “Havana”, un éxito que juega con su herencia latina y es tan pegajoso que quizás puede ser la única cosa latina a la que Trump no se puede resistir (nota: “no voten por trump!!!!!”, twitteó ella en 2016). En enero, Cabello encabezó al mismo tiempo los rankings de álbumes y singles. Fue la primera artista solista en lograrlo desde Beyoncé, en 2003, en parte porque ella atrae a los preadolescentes, sus madres y sus abuelas. (“Ooh, esto me gusta en serio”, dijo mi madre la primera vez que la escuchó.) Si no es la mayor estrella pop de la Generación Z, parecería acertado decir que seguramente lo será. Mientras, como cualquier persona de casi 21 años que está tratando de descubrir cosas, hizo un montón de amigos. Y, ciertamente, también perdió cosas en el camino.
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Un sábado hace poco, Cabello se levantó entre las sábanas blancas y frescas del Toll House Hotel en Los Gatos, con el pelo revuelto, manchas de rímel y el corazón inquieto por una pesadilla que no recuerda. “Oh, no era real. ¡Bien!”, se dice a sí misma antes de preguntarle a su mamá qué hora es. “Nueve y media”, responde Sinuhé Estrabao desde el otro lado de la cama, lo cual significa que Cabello, a quien no le gusta dormir sola, durmió unas 10 horas benditas. El día antes, a las 4 a.m., había tomado un avión desde Miami, donde había ido a ver a su hermana de 11 años en una producción de Seussical (“Mi familia es así. Nos apoyamos mucho”). Había llegado al Levi’s Stadium de Santa Clara justo a tiempo para arreglarse el pelo dramáticamente y menearse sobre el escenario, con ese falsete de canto de delfín sonando mientras el sol caía detrás de las plateas. Después se había juntado con su colega telonera Charli XCX para una versión en clave girl power de “Shake It Off” con Swift, de quien se hizo amiga a través de una amiga en común, la actriz y cantante Hailee Steinfeld, cuando Cabello estaba atravesando su primera separación: un territorio clásico de Swift, si es que tal cosa existiera. “Me mandó una playlist para separaciones y me dijo: ‘Venite. Vamos a hablarlo’”, dice Cabello. “Estaba con las hermanas Haim. Fue como una noche de chicas.” De cualquier modo, para cuando llegó al hotel después de “Shake It Off” y su propio set, estaba tan cansada que casi se queda dormida en el baño.
Hoy, no tiene que probar sonido para el segundo show en Santa Clara hasta la noche. Hay tiempo para leer en la cama (Sinuhé, el egipcio, de Mika Waltari, de 1945) y salir de la pequeña suite en la que tiene desparramadas valijas, medias huérfanas y libros en una versión opulenta de un dormitorio universitario. De hecho, paseando ahora por el lobby en pantalones de plush, Nikes y un buzo de osito de peluche que encontró en una tienda de ropa vintage, Cabello parece la estudiante universitaria que está atrás tuyo en la fila de la cafetería de primer año antes que una sensación del pop internacional. “Soy una morocha petisa”, dice encogiéndose de hombros. “Sin tacos o extensiones, paso desapercibida.”
Pasar desapercibida, sin embargo, no fue algo que pudiera hacer durante su tiempo en Fifth Harmony. El carisma es así de caprichoso. En una línea de chicas haciendo twerk, su trasero era hacia el cual gravitaban tus ojos. En un coro de voces, la suya –a veces brumosa y grave, a veces rala y aguda– era la que se destacaba. Genius, un sitio web que comenta letras de canciones, encontró que el 45 por ciento de las frases de los temas de Fifth Harmony eran cantadas por Cabello. Eventualmente llegó a tener más seguidores en Instagram que todo su grupo.
Y, naturalmente, todo esto era algo que difícilmente cada una de ellas pudiera aguantar. Fifth Harmony era el grupo de chicas más exitoso desde Destiny’s Child, pero luego de meses de rumores cada vez mayores y una serie de conciertos cancelados el verano de 2016, el Twitter de la banda anunció, el 19 de diciembre, que el grupo perdía a una integrante: “Después de cuatro años y medio de estar juntas, hemos sido informados a través de sus representantes que Camila decidió dejar Fifth Harmony”. ¿El problema? Cabello no sabía que iban a mandar ese tweet.
Lo cual no significa que ella no se quisiera ir, ni que no lo estuviera pensando o que no hubiera dejado sus planes solistas en claro. Ni que el estrés no estuviera exacerbando una forma de trastorno obsesivo-compulsivo por el que en su cabeza aparecían pensamientos dolorosos e ilógicos como en un loop. Ya había tenido sesiones en el estudio con los productores Benny Blanco y Frank Dukes desde el día de la elección de Trump. (“Teníamos una tele en el estudio y estábamos muy bajoneados. Esa semana no hicimos ninguna canción buena.”) Y contrató a Roger Gold para que fuera su manager, enviándole docenas de bases armadas en GarageBand que lo mantuvieron despierto toda la noche. “Literalmente, no dormí”, me dice Gold. “No esperaba que una chica de un grupo de pop manufacturado fuera a tener este nivel de talento. No podía creer lo que escuchaba.”
Cabello había empezado a componer canciones a los 16, en la misma época que dio su primer beso. Al principio, encadenada como estaba a Fifth Harmony, en donde “otras personas componían canciones para nosotras y grabábamos discos en, no sé, dos semanas, como bang, bang, bang”, pensó que quizás otros artistas querrían cantar sus creaciones, que ella grababa con bases instrumentales que encontraba online. Pero luego se arrepintió. “Yo pensaba: ‘No quiero darle esta a otra gente, porque trata sobre mi primer beso. Esta es sobre un chico que me gusta. Esta es mi historia’”.
Ahora, disfrutando del sol de California a una distancia emocional, temporal y geográfica del momento en el que las cosas se derrumbaron, Cabello insinúa que le dejaron en claro –aunque ella no dice precisamente quién ni cómo– que si buscaba una carrera solista no iba a ser compatible con seguir siendo integrante de Fifth Harmony. Y que le convenía establecer ella los términos de su partida antes de que se los endilgaran. “No creo que hubiera un momento en el que yo dijera: ‘Me quiero ir del grupo porque la estrella en ascenso soy yo’”, me dice. “Éramos muy jóvenes. Si estuviéramos en la misma situación ahora, probablemente estaría bien que cada una hiciera su propia música mientras sigue en el grupo, porque creo que ahora todos entienden que no podés limitar a la gente. Si no, la gente se quiere liberar.” (Un representante de Fifth Harmony no respondió a un pedido de comentarios para esta nota, pero este año todas las ex compañeras de banda de Camila emprendieron sus carreras solistas.)
Tras la salida de Cabello, parecía claro que Fifth Harmony tenía más que perder que la propia Cabello por haberse ido, tal como reflejaron las quejas públicas de la banda, acusaciones que dejó atrás después de varias reuniones incómodas, y un episodio en los MTV Video Music Awards en el que, en la primera performance de la banda como cuarteto, se lanzó violentamente a una doble de Camila fuera del escenario. “Fue una separación dolorosa, una separación de cinco años”, dice Cabello en una de sus muchas referencias al grupo como a un ex. Mientras tanto, como parte del duelo colectivo por el potencial fallecimiento del grupo (anunciaron un “hiato” en marzo), la gente en Twitter le aconsejó amablemente que se matara.
Componer canciones fue el modo en el que Cabello procesó las cosas. “Había tantas canciones que no entraron en mi disco y en las que yo simplemente sacaba cosas”, dice, repitiendo un consejo que le dio Swift de “sacar las cosas escribiendo”. En el camino cambió el título del laborioso The Hurting, the Healing, the Loving por el simple Camila. Después de todo, se trataba de ella. Era un buen comienzo.
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La primera vez que Cabello empezó su vida de nuevo, tenía seis años. Los detalles son incompletos, pero tiene en su memoria la imagen de una estación de servicio tarde a la noche, su cabeza apoyada en el hombro de su mamá, mientras Estrabao pedía leche en un inglés vacilante. Habiendo recibido permiso para emigrar legalmente, habían viajado desde La Habana, la ciudad natal de Cabello, hasta México, luego cruzaron a Texas, y ahora estaban en un colectivo de 36 horas camino a Miami, donde se quedarían con amigos hasta que Estrabao encontrara trabajo. Habían empezado el viaje con una mochila y 500 dólares; los pasajes de colectivo costaron 200 dólares. A Cabello le habían dicho que iban a Disney World.
“Su objetivo siempre fue terminar en Estados Unidos”, dice Cabello sobre su madre. “Cuando se embarazó de mí, quería que yo estuviera en un lugar que no le pusiera un techo a lo que yo quisiera hacer.” Estrabao había sido arquitecta en Cuba, pero trabajó en la tienda de ropa Marshalls en Estados Unidos, y usaba una dirección falsa de un barrio afluente para que su hija pudiera asistir a una de las mejores escuelas públicas a una hora y media de donde vivían. Más de un año después de que Camila y Estrabao inmigraran, el padre mexicano de Cabello cruzó nadando el río Grande para unirse a su familia (finalmente recibió su green card en 2016); se ganaba la vida lavando autos en un shopping.
Cabello sospechaba que tenía buena voz, aunque esperaba a que sus padres salieran de casa para prender la máquina de karaoke que tenían en el sótano. Luego de presentarse a un casting para un musical en su escuela con “Listen”, de Beyoncé, le pidió a su profesora que no le diera el papel principal. Su timidez le hacía cuestionarse si estaba hecha para una vida en el centro del escenario. “Una escucha a muchos artistas que cuentan: ‘Cuando era niño yo armaba shows para mi familia, y hacía que todo el mundo me mirara cantar en el living’. Yo no era así para nada.”
Su madre tampoco era una stage mom. “Yo no quería esta vida para ella”, me dice Estrabao. “Me parece una vida muy solitaria. Pero al final del día, es su decisión. Es su pasión.” Cuando se presentó al casting para The X Factor, Cabello no lo pensó como algo que pondría a cantar a millones de personas; lo pensó como uno de los caminos hacia la industria para alguien con privilegios limitados y absolutamente ningún contacto.
También era una buena oportunidad para reinventarse. En la escuela, ella usaba su primer nombre, Karla. En X Factor, se vio más como Camila. Y Camila no era tímida. Camila era una chica encantadora, torpe y ultra empática. “¿Viste cuando una persona es muy tímida y después, de repente, está rodeada de un montón de extraños y ahí logra ser la persona que quiere ser? Eso fue lo que me pasó a mí en X Factor.”
A principios de 2017, era hora de reinventarse una vez más y descubrir quién podía ser como artista solista. Se embarcó en una serie de sesiones de composición, trabajando con una lista de productores a los que admiraba y que le había ayudado a conseguir su manager. “Me acuerdo de cuando trabajé por primera vez con Frank [Dukes], cuando trabajé por primera vez con Pharrell, cuando fui por primera vez al estudio de Max Martin, estaba tan nerviosa”, me dice. “Me tenía que meter en el baño a respirar profundo.” Tampoco nadie esperaba que estuviera íntimamente involucrada en el proceso de composición. “Yo venía de un grupo cuyas canciones eran compuestas por otra gente”, dice. “Así que venía alguien y nos decía: ‘Oh, acá les traje esta idea para ustedes. Van a grabar esta canción’. Y yo decía: ‘Bueno, yo tengo este concepto sobre el que quiero escribir hoy’, y sacaba mi laptop, y tenía letras y cosas. Cuando yo opinaba, quedaban sorprendidos.”
El primer tema que Camila compuso y quedó en el disco fue “Havana”, nacida de un título de una lista que ella tenía, y una base que le mostró Dukes durante la primera semana de sesiones. Los primeros 15 segundos sonaban como una revelación. Pero al resto de la canción tuvieron que “retrabajarla una y otra vez”. “Iba a una sesión en el estudio y me juntaba con alguna persona con la que tuviera muy buena conexión y trataba de inventar algo, pero nada funcionaba.” Después Dukes y ella tuvieron una sesión con Pharrell. Era el cumpleaños de ella. Le mostraron “Havana” –es decir, lo que tenían del tema hasta ese momento– y le dijeron: “Sentimos que esto es algo verdaderamente especial, pero necesitamos ayuda”. Al final del día, el tema ya estaba básicamente compuesto y convertido en la versión que el mundo entero conoce hoy.
“Havana” funciona, en parte, porque juega con el pasado de Cabello y alude a su historia de vida. Sin grandes declaraciones ni ostentaciones, Cabello pone sus raíces latinas en el corazón de la cultura pop americana. Una jugada que, en el clima político de hoy, parece casi subversiva. Lo mismo hace en “Inside Out”. Y otra vez en “She Loves Control”, en la que se usa un ritmo dancehall en una canción sobre una mujer que toma el poder. “Eso fue algo de lo que éramos conscientes al hacer el disco”, dice Dukes. “Y es una declaración en sí misma, sin tratar de decir: ‘Oh, mírenme, estoy haciendo una declaración’.”
Es sutil, pero está a lo largo de todo el disco, tocando diferentes botones sonoros. En su gira como artista principal, durante la interpretación en vivo de “Something’s Gotta Give”, una canción originalmente acerca de un amor tóxico, ella pasa imágenes de los movimientos Black Lives Matter y #MeToo. A los 45 segundos de empezar su disco, canta al límite de su registro “nicotina, heroína, morfina” y compara el estado de enamoramiento absoluto con una sobredosis. Lo cual significa que, en el remix de Kane Brown de esta canción, ella usa a un cantante de country –¡un cantante de country birracial!– para cantar acerca de adicciones. “Peleamos por esa letra”, dice Dukes. “Con los sellos, los managers, porque la base de fans de Camila es muy joven. Nosotros decíamos: ‘No, creemos en esto’. Fue una respuesta recurrente al hacer este disco.” Eso, y la necesidad de identificarse: “Creo que algo que recorre este disco soy yo manifestando la necesidad de tener conexiones verdaderas con la gente”, dice Cabello. La subversión de expectativas, la afirmación de una voz única, todo ayuda a que se sienta verdadero.
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“Oh, dios mío, ¿te estabas cambiando?”, pregunta Roger Gold, tras haber metido la cabeza en uno de los varios cuartos anodinos de los sótanos del Levi’s Stadium, donde Cabello se estaba preparando para el show. No estaba cambiándose, pero el breve terror de Gold, como un padre balbuceando ante el pensamiento de que ella sí lo estuviera dice mucho acerca de la atmósfera en este lugar, que es alegre y familiar. En parte porque muchos en el equipo de Cabello viajan con sus familias, y en parte porque así es como vive Cabello. No le gustan las fiestas de Hollywood. No le gusta ir a boliches. Eligió pasar su cumpleaños número 21 en casa con su familia y amigos, comiendo pizza de Domino’s junto a la pileta. Dice que sus vicios son “Oreos, películas y baños de inmersión. Si me ducho, me gusta sentarme en el piso”. De hecho, la atmósfera en la que vive es tan comunal que, en el restaurante italiano en el que nos juntamos a hablar el día anterior, empezó a comer de mi plato sin darse cuenta (“¡Perdón! Dios mío, ¡qué maleducada!”).
Ahora, sentada en la silla de su maquilladora en el backstage –e inspirada en algunas de las preguntas más inesperadas que le hice–, agarra su teléfono y busca en Google “preguntas extravagantes” y se las empieza a hacer a sí misma. ¿Cuál es la ropa más ridícula que hayas usado? “Aros de plumas.” ¿Cuál es el dato más absurdo que sabés? “Los delfines se cogen de a varios a otros delfines. No estoy 100 por ciento segura, pero creo que es todo un dato.”
Cabello aún vive con sus padres en Miami, en una casa que les compró ella cerca de la escuela a la que alguna vez asistió, y donde ahora va su hermana, sin el viaje de una hora y media. Va a casa tan seguido como puede, aunque es lo suficientemente infrecuente como para que Thunder, el pastor alemán que compró su familia hace poco, la trate como a una extraña. “Me mordió el pezón”, dice. “Está todo bien, está intacto. Gracias a Dios, porque lo necesito.”
Hace poco, en un retiro espiritual organizado por su novio (aunque la han visto los paparazzi, no quiere decir quién es, solo que “estoy más feliz que nunca en toda mi vida”), le pidieron que hiciera un ejercicio de visualización en el que “la gente que amás está afuera de un edificio, y vos tratás de hablar con ellos, pero no te pueden escuchar, porque estás muerta”. La idea es darte una noción de lo que te arrepentís de no haber hecho, la vida que te arrepentirías de no haber vivido. Cabello decidió que tenía que llamar más a sus abuelos, y que cada vez que tuviera dos días libres en su agenda, tenía que tomarse un avión a su casa. “Eso es vida”, dice, sacudiendo la mano como si el resto fuera un sueño, por más americano que parezca.
Y el sueño debe continuar. Cabello se envuelve el pelo en un rodete desordenado y camina por el resonante pasillo del estadio hacia una zona en la que hay preparada una cámara para un encuentro con fans. Los afortunados están en una larga fila, temblando con anticipación. Ella llega a su lugar, y ellos se van acercando de a uno, sonrojados en cuestión de segundos por la emoción de estar en su presencia. Sin ningún titubeo, Cabello sonríe ampliamente, abre los brazos y se lanza a un abrazo.
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