Foo Fighters: Dave Grohl (guitarra y voz), Nate Mendel (bajo), Pat Smear (guitarra y coros), Taylor Hawkins (batería y coros), Chris Shiflett (guitarra y coros) y Rami Jaffee (teclados) / Nuestra opinión: muy bueno
Queens of the Stone Age: Josh Homme (guitarra y voz), Troy Van Leeuwen (guitarra, teclado y percusiones), Dean Fertita (teclados, guitarra y coros), Michael Shuman (bajo y coros) y Jon Theodore (batería) / Función: el miércoles / Lugar: estadio de Vélez Sarsfield / Nuestra opinión: muy bueno
Hasta la noche del miércoles, la única vez que Dave Grohl había tocado en el estadio de Vélez había sido en 1992 como baterista de Nirvana, la banda de rock más grande del momento. Por eso, verlo sentado en la batería -aunque sea solo para versionar "Under Pressure", de Queen- sirvió como resignificación nostálgica, pero también como elipsis temporal entre aquel personaje secundario detrás de Kurt Cobain y este frontman incansable, que probablemente sea el último rockstar sobre la Tierra. Pero la faena había comenzado mucho antes, cuando, guitarra en mano, tomó el escenario a toda velocidad para dar comienzo a la tercera visita de Foo Fighters a suelo argentino con la seguidilla "Run", "All My Life", "Learn To Fly".
Con el público en el bolsillo desde el minuto cero, Foo Fighters no anduvo con vueltas y fue directo al hueso. Su rock de guitarras, deudor de la intensidad del grunge pero mucho más ATP en su cuota de dramatismo y nihilismo, fue el combustible perfecto para que el grupo, de un lado, y sus seguidores, del otro, se retroalimentaran de principio a fin.
Poco importa si las improvisaciones son poco inspiradas, si los recursos se repiten o si los matices no abundan: aquí lo que prevalece es ver cuánto puede desgarrar su garganta Dave Grohl o cuán fuerte puede sonar la banda en los estribillos... un tour de force de rock para estadios, un gesto que ya casi es de otro tiempo.
"Son el público más loco del mundo", repitió Grohl una y otra vez ante un estadio repleto. Detrás de él, los músicos que lo secundaron salían eyectados en cada canción, ya fuera propia o ajena (covers de Alice Cooper, Queen, Ramones y hasta un mash up entre "Imagine", de John Lennon, y "Jump", de Van Halen, engordaron la lista de temas).
Sostener la potencia del vivo parece ser la primera y única responsabilidad del grupo, que repartió clásicos (cuando la noche se acababa sobresalieron "Times like These" y "Best of You" con logrado final en una suerte de zapada space grunge) con algunos, pocos, temas de Concrete and Gold, su nuevo disco.
Después de echar mano de una buena cantidad de artilugios visuales, desde la elevación de la batería en una plataforma gigante hasta luces led proyectadas en los amplificadores, Dave Grohl y su maquinaria rockera llegaron al final de la última fecha de su gira. "Este es el mejor show que hemos dado en Buenos Aires, no les digo adiós porque vamos a volver", concluyó el líder carismático antes de cerrar el show, transpiración mediante, con "Everlong".
En tiempos en los que el hip hop y la música electrónica ocupan las cimas de todos los rankings, Foo Fighters se planta como el principal foco de resistencia con el que cuenta el rock de guitarras. Un foco de resistencia a cielo abierto y ante más de 40.000 personas, como para que quede claro que todavía no es tiempo de firmar su acta de defunción.
Ese oscuro atardecer
Cuando el sol todavía no se había puesto, Queens of the Stone Age también tuvo su revancha en Vélez. Después de haber sido insultados en 2001 como teloneros de Iron Maiden, las cosas fueron bien distintas gracias al paso del tiempo y varias visitas descollantes. Con mucho más público a favor, esta vez Josh Homme y compañía pudieron dar rienda suelta a su rock inclemente que se puede nutrir tanto del heavy metal como de la música disco sin perder identidad en el camino. Por un lado, "Feet Don't Fail Me", del flamante Villains, tuvo al líder del grupo contoneándose sobre un bombo en negras. Sexy, sí; macabro, también. En el extremo opuesto, el final caótico y abrasivo con "A Song for the Dead" recuperó las épocas en las que el grupo no se permitía ni un segundo de relajamiento.
Y si bien lo que prevaleció sobre el escenario fue una actitud exageradamente complaciente de Homme, que no paró de hablar de "felicidad" y de los avatares de la vida, en un intento deliberado de lavar su imagen después de haber pateado a una fotógrafa durante un show en Los Ángeles el año pasado, los mejores momentos de la noche los dio cuando se mostró esquivo e inmerso en su universo de ruidos y solos de guitarra discontinuados. Con una puesta oscura muy similar a la del Luna Park, en 2014, que potenció el clima opresivo de sus canciones, Queens of the Stone Age dio una nueva muestra de cómo tomar el control de la situación en todo tipo de contextos.
El revoleo del micrófono y de los paneles de luces con el que Homme se fue del escenario, envuelto en un mar de acoples, fueron tal vez la mejor muestra de por dónde debe canalizar su ira. Porque todavía existe ese lugar donde el rock importa más que como mero entretenimiento y en el que la catarsis personal puede tener valor artístico. Y seguramente Josh Homme lo sepa mejor que nadie.
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