El regreso triunfal de The Cure: el arte de hacer de la oscuridad una experiencia luminosa
Durante dos horas y media, la banda liderada por Robert Smith dio cátedra; no sólo repasó parte esencial de su extensa discografía, sino que confirmó que el sonido que creó y consolidó sigue emocionando a viejas y nuevas generaciones
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La relación de The Cure con la oscuridad es harto conocida. De toda la camada postpunk new-wave de finales de los 70 y principios de los 80, fueron ellos quienes le dieron a lo dark su representación para las masas, su forma pop. También es conocida la historia de aquella primera visita a la Argentina del grupo liderado por Robert Smith. Los dos estadios Ferro de 1987 que terminaron en batalla campal, perros policías muertos sobre el escenario, represión y detenidos. La relación de la Argentina con la oscuridad era también particular. Habían pasado casi cuatro años del regreso de la democracia pero la brutalidad policial no cesaba y faltaba menos de un mes para el primer levantamiento carapintada. Si The Smiths cantaban que hay una luz que nunca se va (”There is a light that never goes out”), para The Cure y para la Argentina lo que nunca parece irse es la oscuridad. Ni en 1987 ni en 2023.
Son las 10 de la noche en Parque Sarmiento y se encienden las luces, algunas luces, del escenario principal del festival Primavera Sound 2023. Una nube de tierra sobre el público. Una nube de humo sobre los músicos. En el cielo, pedazos de nube como pedazos del jabón federal que usaban los darkies de los 80 para endurecer sus crestas. Y la introducción instrumental de “Alone”: una nube sonora en movimiento. La primera de las 27 que The Cure pondría a flotar en dos horas y media de show. Y como si se pudiera caminar con y a través de ella, Robert Smith recorrió el escenario con la vista clavada en el infinito, con una remera negra que en el centro mostraba el sol patrio, de labios pintados.
“Pictures of You”, “High”, “Lovesong” y “And Nothing Is Forever” completaron la pentalogía inicial. El bajo de Gallup llevando un groove de pocas notas y mucho peso, la batería de Cooper expandida como un pop marcial y las armonías de guitarras y teclados en el clásico juego de distorsiones y moduladores. Sumado a la voz de Robert Smith, impoluto en su afectación y angustia, conforman lo que podría llamarse la textura The Cure. Una textura que empieza en el sonido y termina en el aire, en el humor general del show. Así como Smith, ese frontman fantasmal, camina entre las nubes de sonido y se confunde en ellas (por momentos no se sabe si las atraviesa o si en realidad de desprenden tras sus pasos) la oscuridad de The Cure no es una oscuridad que oprima o paralice por completo. O si no pregúntenle a esos cuerpos en Parque Sarmiento por qué no podían parar de bailar con “In Between Days”. Aunque la respuesta tal vez esté en los versos de esa misma canción. Y cuando Robert Smith dice: “Ayer, estar lejos de vos / Me congeló por dentro”, también está diciendo que ese congelamiento puertas adentro no le va a impedir bailar, como se pueda.
Y así continuaron The Cure y la textura The Cure, no como un panfleto por resiliencia sino como un pecheo a la realidad. Las nubes sonoras en movimiento comprimían y descomprimían, se apilaban para reforzar el estado de ánimo e incluso las canciones parecían moldearse acorde a las ensoñaciones y pensamientos atormentados de Robert Smith. La coda de guitarra acústica en “Push” sonó más a agonía que a sobrevida; “Shake Dog Shake” (la canción con la que habían comenzado aquellos shows en 1987) parecía soltar espuma rábica por los parlantes y los pasajes instrumentales de “At Night” y “Endsong” se movían como el swing de una hamaca espectral.
Para un show de largo aliento, los bises también lo fueron. Un primer bloque que terminó con “Disintegration” espesó aún más las cosas y el segundo hizo las veces de válvula de escape. “Lullaby” funcionó como la prueba fehaciente de que lo que los sueños tienen de frágil en su materialidad lo tienen de contundente en lo que recordamos de ellos al otro día. Y entonces “The Walk” armó una disco entre penumbras primero para que “Friday I’m In Love” mantuviera el pulso de baile hasta el final con “Boys Don’t Cry”.
Media hora pasada la medianoche, The Cure se retiró del escenario y en el aire de Parque Sarmiento ya no había nubes, ni de tierra ni de sonido. Solo quedaba flotando la voz de Robert Smith, como el canto de una sirena que te recuerda que la oscuridad nunca se va, pero que siempre se puede caminar y hacer arte con ella.
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