El primer disco de Led Zeppelin cumple 50 años y aún sigue ardiendo
¡Oh, la humanidad!, dijo el periodista Herbert Morrison. La mañana del 6 de mayo de 1937, el LZ 129 Hindenburg ardió en llamas y se desplomó sobre las tierras de Nueva Jersey exactamente como lo que era: un gigantesco globo. La tragedia tomó solo medio minuto, pero el fotógrafo Sam Shere contuvo el aliento y disparó su cámara en el momento preciso. Ahí está el Zeppelin retratado para la posteridad: coronado de fuego expresionista en blanco y negro, en toda su gloriosa y efímera catástrofe.
Tres décadas más tarde, una banda de rock & roll puso aquella foto en la tapa de su primer disco como una apuesta. El Hindenburg, la gran maravilla germana de la aviación, había durado solo catorce meses en el aire. Led Zeppelin, a pesar de las críticas y los malos presagios, quería convertirse en la banda de rock & roll más grande del planeta. Adivinen quién ganó la apuesta.
El origen no puede ser más gráfico: Zep nació de las cenizas. En julio de 1968, cuando los Yardbyrds acabaron su largo proceso de separación, Jimmy Page se quedó solo con la banda y algunos compromisos en Suecia y Dinamarca. En menos de lo que canta un gallo reclutó a John Paul Jones, tomó nota de la declinación de Terry Reid como cantante –"llamen a Robert Plant"- y aceptó como baterista a ese muchacho corpulento que llegó con el propio Plant. Unas horas más tarde ya estaban rodeados de instrumentos en el sótano de una disquería ubicada en Gerrard Street. "Apenas escuché tocar a John Bonham me di cuenta que iba a ser fantástico –dijo Jones-. Cerramos como equipo en el instante".
Entre las barricadas del Mayo Francés y la morosa desintegración de los Beatles como entidad, las calles de Londres drenaban una cierta sensación de urgencia. De modo que la banda de Page cubrió su gira en Escandinavia –aún bajo el nombre de los Yardbirds- y, a su regreso, se metió en los Olympic Studios para registrar el repertorio amasado en esas semanas: el habitual puñado de standards de soul y blues, una poderosa relectura para una balada folk de Anne Bredon y seis composiciones propias. Ya se llamaban Led Zeppelin pero, ¿eran el primer grupo de los setenta o el último de los sesenta?
Durante treinta y seis horas repartidas entre septiembre y octubre de 1968, Led Zeppelin utilizó un presupuesto de no más de dos mil libras para calibrar su sonido. Por el altísimo grado de ensamble grupal, resulta increíble que llevaran solo un puñado de semanas tocando juntos. Aunque estaban precedidos por una fama como sesionistas, solo la introducción de "Good Times, Bad Times" revelaba la química de una verdadera banda de rock & roll: una dinámica de trío más cantante que, tanto en los power chords como en la temática lírica, parecía trazar no pocas líneas de conexión con The Who. El arreglo épico y misterioso de "Babe, I’m Gonna Leave You", el tratamiento del material de Willie Dixon y, sobre todo, el blues atómico de "Dazed and Confused" señalaban en una dirección diferente.
La única pista que revela a este disco como un álbum debut, en ese sentido, son estos entretejidos del repertorio. En Led Zeppelin todavía no son los magos élficos ni los maestros del riff. Sin embargo, encapsulados en algunos momentos gloriosos (el órgano de "Your Time is Gonna Come", la escalada de "How Many More Times") aparecen esas dos líneas de fuga que el grupo desarrollará, casi por separado, en Led Zeppelin II y Led Zeppelin III.
Poco antes de entrar a la prensa quitaron del tracklist "Baby Come On Home" y "Sugar Mama" (que finalmente fueron incorporadas en la última reedición de Coda); se dejaron retratar por Chris Dreja (el bajista de los Yardbyrds devenido en fotógrafo) y el diseñador George Hardie renderizó la foto de portada utilizando una estilográfica y la técnica renacentista del grabado a media tinta. Ya estaba todo preparado para salir a la cancha.
Después de la Navidad de 1968, la banda subió a un avión y cruzó el oceáno Atlántico para encarar su primera gira norteamericana como soporte de Vanilla Fudge, Iron Butterfly y Country Joe & the Fish. Precedidos por la popularidad de los Yardbyrds, los directivos de Atlantic Records deslizaron algunas copias de difusión en las radios y, a medida que el tour avanzaba, el boca en boca acabó por ponerlos entre los headliners. Así fue que el 12 de enero de 1969, mientras cerraban la tercera de sus presentaciones en el legendario Fillmore West de San Francisco, Led Zeppelin (a la postre Led Zeppelin I) ganó las calles casi tres meses antes que en Inglaterra. Era el año de Woodstock.
El 31 de marzo salió finalmente "en casa" y las ventas escalaron rápidamente hacia el Disco de Oro. La crítica, cargada de suspicacias frente a cada súper grupo de la época y el éxito comercial prematuro, los maltrató a distintos niveles. La Melody Maker los ninguneó con ironía ("Jimmy Page triumphs – Led Zeppelin is a gas!") y John Mendelsohn, en su crítica para Rolling Stone, escribió: "la fórmula más popular en Inglaterra, durante las postrimerías de la exitosa generación británica de bluesmen como Cream y John Mayall, parece ser: sumarle, a un excelente guitarrista que desde su alejamiento de Cream y/o Mayall se ha convertido en una deidad musical menor, una competente sección rítmica y un cantante lindo que pueda imitar una voz negra. El último grupo británico así concebido no ofrece nada que su gemelo, el Jeff Beck Group, no haya hecho igual de bien o mejor hace tres meses, y los excesos de Truth, el álbum debut del grupo de Beck (de modo más notable su indulgencia y su estrechez de miras) se muestran en su plenitud en el álbum debut de Led Zeppelin".
Page acusó y no acusó recibo. La banda estaba demasiado ocupada con su éxito en los Estados Unidos como para detenerse a considerar un artículo, pero escarbó bien profundo hasta dar con su identidad definitiva: "Whole Lotta Love", un riff matemático de tres notas que, después de una explosión, devenía literalmente en el caos. Como dijo aquel periodista, encandilado por el ruido y el fuego del Zeppelin: ¡Oh, la humanidad!
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