El poeta Homero Manzi
Quizás el mejor homenaje cumplido este año en memoria del poeta Homero Manzi, que partió hace cincuenta años, un 3 de mayo, en busca del Parnaso, ese monte de las musas consagrado a Apolo (dios griego de la belleza, la claridad y las artes), sea la prolija y profusa edición del libro “Sur, Barrio de Tango, Homero Manzi”, editado por Corregidor.
Se trata de un inusual compendio realizado por su hijo Acho Manzi, que lleva por subtítulo “Letras para los hombres”, un ingenioso trastrueque de la expresión “hombre de letras”, desgranado por el propio poeta. Inusual porque dentro del texto se han insertado las más conocidas letras de tangos y milongas, en lugar de colocarlas, según se usa habitualmente, como epílogo de la publicación.
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Es casi increíble la actividad de este genial muchacho, nacido en el santiagueño pueblo de Añatuya un 1° de noviembre de 1907, a lo largo de sus 44 años de vida. Integrado primero al grupo literario de Boedo, asimiló una militancia política ortodoxamente radical yrigoyenista (aunque llegara a dedicar, en 1949, seguramente en un lapsus político, los encendidos “Versos de un payador al general Juan Perón”), cofundó Forja (Fuerza de Orientación Radical de la Juventud Argentina, junto a Jauretche), estudió Derecho, fue profesor de castellano y literatura, dirigió la revista Radiolandia, escribió libretos para la radio y el cine, fue directivo de Sadaic...
Pero el mayor recuerdo –el más profundo y perdurable– es el del creador que nos legó versos antológicos, aquellos que nutren la memoria colectiva en los mejores tangos y milongas. Bastaría citar algunos como Sur, Che bandoneón y Romance de barrio, con Aníbal Troilo; Malena, Mañana zarpa un barco, junto a Lucio Demare; El pescante, Viejo Ciego, Milonga sentimental, Milonga del 900 y Milonga triste, en compañía de Sebastián Piana; Fruta amarga, con música de Hugo Gutiérrez; Fueye, en dupla con Charlo; Fuimos, en colaboración con José Dames; El último organito, compartiendo con su hijo Acho.
¿Con cuál quedarse entre los doscientos cuarenta y ocho poemas que cita el libro de Corregidor? ¿Qué preferir entre tanta belleza desgranada entre notas irrepetibles? Desde aquellos versos telúricos: “Llegabas por el sendero,/delantal y trenzas sueltas”, hasta las pintura del barrio: “Primero la cita lejana de abril,/tu oscuro balcón, tu antiguo jardín”, y esta de nuestro instrumento: “El duende de tu son, che, bandoneón”... Todas laten en nuestra memoria formando parte de nuestras amadas vivencias.
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