El Parakultural: el mítico sótano en donde el arte clandestino vio la luz, el rock y el teatro de los 80 germinaron y mutó en milonga con sello propio
En los albores de la vuelta de la democracia fue un espacio de exploración y reunión; con los años tuvo otras sedes y otras formas, pero su espacio original, creado por Omar Viola y Horacio Gabin, adquirió magnitudes míticas
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En los últimos años de la dictadura y el comienzo de la nueva democracia, recordado como “primavera alfonsinista”, surgió en Buenos Aires una corriente teatral de avanzada: “el under”, suma de expresiones de irreverencia y rebeldía en respuesta a tantos años de represión y censura. Hasta entonces, todo lo que ocurría en el campo artístico más border sucedía puertas adentro, en lugares cerrados o talleres de artistas, pero la llegada de la democracia sacó a la luz aquella clandestinidad. Las nuevas generaciones llegaban a plantar su teoría, su forma de hacer teatro y música cuando era más difícil mostrarse.
La vibrante movida cultural afloraba en diferentes locales de la ciudad, en especial en el Café Einstein, propiedad de Omar Chabán y dos socios. Y en ese marco de época, en el año 1986 emerge el Parakultural (o Centro Parakultural), como se llamó el espacio creado por Omar Viola y Horacio Gabin, en un sótano de la calle Venezuela 336. Una suerte de trinchera contracultural, de producción artística y encuentro, que desde sus inicios se propuso mostrar aquellas cosas que no cabían en ningún otro lugar.
“¿Cómo llegamos acá? Trabajamos con Ángel Elizondo, haciendo teatro, creando una escuela. Después de 10 años de trabajo nos separamos de la compañía, y un día caminando por Defensa me encuentro con Daniel Mora y le cuento que me siento como un hámster, caminando y caminando, dando vueltas sin llegar a ningún lado, que necesito un lugar, y él saca del bolsillo una llave y me dice: ‘tomá, esta es la llave del teatro La Cortada’. Era un sótano, con humedad de un siglo y pico, y con todo eso era maravilloso, tenía una magia increíble. Era como entrar a las catacumbas, a unas cuevas, a esos lugares que tienen algo de siniestro y son encantadores, fascinantes, para nosotros y para toda la gente que venía”, recuerda Omar Viola sobre los comienzos del mítico espacio en el documental Arte y democracia, producido por la Universidad Nacional de las Artes (UNA).
Primero abrieron como sala de ensayo. Batato Barea, Alejandro Urdapilleta y Las Gambas al Ajillo gastaban las noches ahí. Pero los invitados no tardaron en llegar y eran cada vez más, hasta que finalmente decidieron abrirlo al público. Con el tiempo, aquel sótano de la calle Venezuela se convertiría en paradigma de la cultura underground porteña, destacándose principalmente la diversidad de espectáculos, desde el teatro under y las artes plásticas no convencionales hasta bandas de rock independientes.
Descenso a las catacumbas
Apenas se ingresaba al local, una escalera descendía al sótano oscuro, con la barra sobre la izquierda, y tres pequeños escenarios distribuidos entre las columnas y los escalones medio dificultosos. Allí aguardaban el olor a aserrín, el humo de tabaco y cannabis, la música, las chicas y los chicos, el alcohol y gente descompuesta también. Una efervescencia cultural que explotaba alegremente en medio de crisis económicas, hiperinflación, apagones y levantamientos carapintadas. Dicen que los camarines eran la tercera dimensión. Un sótano oscuro donde tenían lugar muchas libertades, como la libertad sexual, la libertad de ideas, la libertad creativa, la libertad de exponerse frente a los demás y mostrar los cuerpos sin miedo, sin censura. Una falta de respeto total a la moral establecida, que se burlaba del sentido común como un catalizador para poder procesar todo lo que había sido reprimido durante esa larga noche oscura que fue la dictadura.
“Después de años de sufrir límites y censuras, los actores salieron a la calle, se llenaron de clowns, de mimos -cosa que tampoco se podía unos años antes-, y en ese contexto, nosotras éramos unas mujeres haciendo cosas rarísimas, mostrándonos más feas de lo que éramos, cosa que era muy raro también. Lo que no queríamos era límites, por eso tampoco teníamos un director o un autor. Lo llevamos a un plano completamente democrático, porque lo que necesitábamos era decir todo lo que pudiéramos de la manera más guarra posible”, reflexiona en otra entrevista María José Gabin, integrante de Las Gambas al Ajillo, grupo humorístico que integraba junto a Alejandra Flechner, Verónica Llinás y Laura Markert, grandes protagonistas de aquella movida subterránea.
Es que, en medio de todo ese movimiento artístico enorme, las obras que se presentaban en el Parakultural tenían como denominador común el humor y el sarcasmo, situaciones de un grotesco inusitado, visceral, de una burla necesaria.
Aparecían modos de actuación que no había ni en el teatro comercial, ni en el oficial, ni siquiera en el teatro independiente. Y aparecían monstruos escénicos, como Alejandro Urdapilleta, cuando agarraba de los pelos a Humberto Tortonese y lo sacudía para todos lados, y Tortonese acompañaba yendo y viniendo, como una orquesta de cuerpos, totalmente expresivos. Y Las Gambas también eran una voz cantante en eso. “Cuando empiezan las Gambas, la gente venía a ver ese teatro, como de cabaret, de varieté, todos trabajaban mucho con la técnica del clown, que implica una desnudez frente al público, una mirada al público, donde no existe la cuarta pared. Lo mejor para nosotros es que el público esté vivo, activo, que no se siente ahí a vegetar”, señalaba Viola.
La continuidad
El Parakultural era un lugar de encuentro, donde cuando los artistas terminaban su función se abrazaban al público, y hasta podían terminar a los besos delante de todo el mundo. Eran noches románticas en sótanos húmedos. Los Redondos tocaron en ese sótano, hicieron cuatro o cinco fechas cuando comenzaba a levantarse la polvareda y ya no se pudo más.
Además de Las Gambas al Ajillo, en sus primeros años animaron la movida artistas de culto como Batato Barea, Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortones; el dúo Los Melli (Carlos Belloso y Damián Dreizik), Las hermanas Nervio (Valeria Bertucelli y Vanesa Weinberg), El Clú del Claun (Guillermo Angelelli, Walter “Batato” Barea, Gabriel Chame Buendía, Hernán Gené, Cristina Martí y Daniel Miranda); Las Bay Biscuit, Mosquito Sancineto, La Gran Markova y un sinfín de personajes raros, que promediando los años ochenta, eran raros de verdad.
También pasaron las más importantes bandas del under de esa época, como Los Violadores, Sumo (Luca Prodan solía ser habitué y perderse en la noche en el lugar), Trixy y Los Maniáticos, Comando Suicida, Don Cornelio y la Zona, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Los Fabulosos Cadillacs, Celeste Carballo, Los Intocables, Flema, Todos Tus Muertos, Los Corrosivos, Los Pillos, Antihéroes y muchas otras.
El Parakultural funcionó en la calle Venezuela hasta junio de 1990, cuando el Sindicato de Porteros compró el edificio y ya no les renovó el contrato. Luego continuaría en el Teatro Galpón del Sur y en las varietés del Parakafe. Entre el 91 y el 95 se abrió un nuevo Parakultural New Border, en la calle Chacabuco 1072, donde se sumaron nuevos artistas como Alfredo Casero, Diego Capusotto, Mex Urtizberea, Marcelo Mazzarello o Mariana Briski. Finalmente, dedicado por completo al tango, hoy funciona en el Salón Canning (Scalabrini Ortiz 1331) como Milonga del Parakultural.
Se sabe, el rock nunca muere, sólo se transforma.
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