El Orfeo de las favelas cariocas
La razón de que la música brasileña se mantuviera siempre vital es que los cambios surgían de manera espontánea, gestados sin pretensiones y al aire libre durante el ensayo de una escola de samba o en la soledad de alguna playa norteña. Pero llegó la bossa nova y hasta en eso fue diferente, porque la más influyente de todas las transformaciones no comenzó mirando pasar chicas en Ipanema, sino como consecuencia de un proyecto de teatro mezclado con música folklórica, elaborado al punto de trasladar el mito de Orfeo a las favelas cariocas durante el carnaval.
Se cumple hoy medio siglo del estreno de Orfeu da Conceição, en el Teatro Municipal de Río, un acontecimiento que conmovió a la ciudad, tanto por la hazaña de montar una pieza en verso de Vinicius de Moraes con música compuesta por Jobim, tocada por Bonfá entre bambalinas de una escenografía de Niemeyer, así como por la significación social de hacerlo con un elenco integrado exclusivamente por negros, que hasta entonces sólo eran vistos en la sala a la hora de limpiar.
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La ineficiencia de Vinicius como empresario mató la producción en pleno éxito, cuando luego de rodar durante tres meses de teatro en teatro sin lograr establecerse en ninguno decidió mudarla a San Pablo. Eso fue su fin, no por falta de interés, sino porque los decorados diseñados por uno de los grandes arquitectos del siglo pasado desaparecieron para siempre en algún punto de la ruta.
Lo que sí sobrevivió fue la asociación del poeta con el compositor que mejor lo entendió y de la que surgieron numerosas canciones hermosísimas, incluyendo la primera de todas, "Se todos fossem iguais a você", más recordada hoy que el infortunado espectáculo donde se la escuchó por primera vez junto con otros temas que no llegaron a clásicos.
La música ya sonaba distinta del samba-canción tradicional, pero no tan novedosa como "Chega de saudade", "Outra vez", "Janelas abertas" y demás creaciones de Vinicius y Jobim para Canção do amor demais , el álbum que Eliseth Cardoso grabó para un sello independiente en 1958 y quedó como la primera expresión de pura bossa nova, por esos títulos y por la presencia como guitarrista de João Gilberto, que pocos meses después se iba a convertir, igual que había ocurrido con Gardel en el tango, en un nombre inseparable del estilo.
En el carnaval de ese año, Orfeu volvió a vivir su historia, embellecida en exceso por franceses llegados para filmar Orfeo negro , película sin relación con el texto original que, gracias a una fotografía de Jean Bourgoin que obligaba a mirar escuchando, llevó la nueva música brasileña al resto del mundo, a pesar de utilizar sólo dos canciones, ninguna proveniente de la versión teatral.
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Vinicius y Jobim aportaron otra de sus obras cumbre: "A felicidade", interpretada como apertura por Agostinho dos Santos, igual que la otra gran balada del film, "Manha de carnaval", de Luiz Bonfá. Hubieran bastado para imponer la bossa nova, pero simultáneamente con la Palma de Oro para Orfeo negro en el Festival de Cannes de 1959 se publicó Chega de saudade , el primer álbum de Gilberto orquestado por Jobim -incluía también "Desafinado"- y eso apuró el fenómeno.
La bossa nova no fue la invención de dos autores para un espectáculo teatral de vanguardia. Carlos Lyra, Roberto Menescal, Newton Mendonça, Ronaldo Bôscoli, Baden Powell, Oscar Castro-Neves, Bonfá y el mismo Gilberto ya existían y crearon repertorio igualmente importante para el dogma, pero la química del poeta que parecía una escuela ambulante de buen vivir y el músico que sólo hablaba lo imprescindible era única, como quedó demostrado en "Eu sei que vou te amar", "Sem voce", "O grande amor", "Amor en paz", "Agua de beber", "Insensatez", "Garota de Ipanema" y muchos otros hasta el "Ilhéus" póstumo incluido en la película Gabriela .
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Cuando corresponde recordar, los brasileños no se permiten el olvido. Vinicius de Moraes se bebió el último whisky allá por 1980 y el tabaco acabó con Antonio Carlos Jobim en 1994, pero Oscar Niemeyer -a punto de cumplir cien y todavía diseñando-, Lea García, Haroldo Costa y otros soñadores que medio siglo atrás hicieron posible Orfeu da Conceição se han reunido para celebrar el aniversario y renovar la creencia de que, si todos fueran iguales a ellos, vivir en este mundo sería realmente una maravilla.